El viento de aquella noche, parecía golpearse con violencia contra las ventanas, haciéndolas vibrar con fuerza. El calor y la placidez del verano, se quedaba atrás para dar paso al otoño, que, a su vez, le daría paso al helado invierno. La manada London se preparaba para el temporal de ese año, esta vez en tierras menos amables que las que durante siglos los habían acogido. La mansión en medio de las montañas lucia orgullosa, antigua y solemne, tal cual y como la habían dejado la última vez que la visitaron.Los hombres lobo comenzaban su guardia nocturna, después de todo un día cazando y recolectando leña, y las mujeres alistaban a los niños pequeños para dormir, así como terminaban de limpiar aquel hogar ancestral de los Kingsley. Todos se sentían sumergidos en una incertidumbre tal, que difícilmente lograban mantenerse en calma, pues de su Alfa, Artem Kingsley, poco o nada se sabía, salvo que llegaría en cualquier momento para proteger de los más vulnerables junto a los hombres. Se
—Tengo que escapar contigo por aquella profecía…alguien, por alguna razón, está buscándome, y ese alguien, puede traer el fin de nuestra especie. — dijo Génesis buscando la mirada de Artem.Sorprendido de las palabras de la loba blanca, Artem se esforzó por mantener la compostura. ¿Leopoldo Montefeltro sabia algo que el ignoraba? Tomando su abrigo y sus llaves, Artem miró de soslayo a Devlyn, el gemelo de Lowell, quien lo miraba a cambio con frialdad desde la puerta del salón de té. Ignorándolo, Artem desvió su mirada a Génesis.—Llévame con tu padre, tengo que hablar con él. — solicitó el lobo negro.Notando la seriedad en la mirada del Alfa, la loba blanca asintió.—Está bien, ven conmigo. — respondió.Saliendo tras Génesis, ambos se marcharon rápido.Abriendo por completo la puerta, Devlyn rechistó con enojo, y Lowell caminó tras él.—¿Te das cuenta de lo que está pasando? Esa mujer albina hace y deshace con el Alfa de nuestra manada, lo golpea sin ninguna clase de consecuencia, y
El sonido del violín entonando una fascinante melodía, calmaba hasta a la mente más perturbada. Los altos y los bajos, la música que inspiraba a la mente artística y lograba hacerla viajar hacia tierras más amables que tan solo existían en el reino de la imaginación, era un privilegio digno de escuchar.Entre Vivaldi, Paganini y sin menospreciar al piano de Beethoven o de Frédéric Chopin, la menta más cansada y agobiada, encontraba un saludable descanso. Sintiendo el agua de la bañera espumosa en donde Giles Levana descansaba entre pétalos de rosas blancas, el lobo blanco mantenía sus ojos violetas como amatistas, completamente fijos en el techo blanquecino de aquel baño. Su piel tan blanca como el perfecto marfil de las grandes obras de arte que reposaban eternas en los museos, se tornaba roja a ratos en los que intencionadamente abría la llave del agua caliente para dejarla casi hirviendo.Cada uno de sus pensamientos, desde el más recatado hasta el más impuro, iban dirigidos hacia
—Es bueno que estén aquí, Génesis, señor Kingsley. Está de más decir que lo sé todo sobre usted, señor, y quiero solicitarle que se lleve a mi hija lejos para mantenerla a salvo del peligro que la acecha…y que la tomé como su única Luna para evitar una tragedia. — dijo repentinamente Leopoldo Montefeltro.Durante largos minutos incomodos y que parecieron eternos, aquel salón se quedó en completo silencio. Niccolo Salvatore no podía procesar lo que acababa de escuchar de los labios de su jefe y amigo de toda la vida. ¿En verdad él estaba rompiendo el compromiso entre él y Génesis, para entregarla a Artem Kingsley? Apoyándose en una silla, el cazador de cabellos rubios se sintió repentinamente mareado.Génesis miró a Artem y a su padre a la vez; podía ver el desconcierto en la mirada del lobo negro, que parecía tan genuinamente sorprendido como ella. Leopoldo los observaba a todos en aquella habitación, y enfocando su vista en Niccolo, pudo ver aquella sombra de odio y desconcierto asom
Aullidos de lobo se escuchaban en la lejanía, logrando asustarla un poco. Caminando entre los vetustos pinos y árboles, Génesis pudo ver un par de ojos brillando en medio de la penumbra, su respiración comenzaba a agitarse al saberse rodeada de lobos, aunque, a juzgar por las sombras, estos eran mucho más pequeños que aquel que yacía justo enfrente. Quedándose quieta, y mirando a su alrededor, extrañamente no se sentía amenazada, como si aquellos animales solo la estuviesen observando con curiosidad en lugar de como una presa, el más alto de ellos, que, suponía, era el alfa de la manada, se acercaba poco a poco hasta ella olisqueándola con precaución, como si fuese ella la peligrosa en ese lugar.Lamiendo las yemas de sus dedos, aquel curioso animal, la incitaba a acariciarlo; los demás lobos salían detrás de los arbustos, revelando ante ella que, en realidad, eran ocho en total, todos completamente blancos, sin embargo, y aun cuando estaba en clara desventaja sin muchas posibilidades
El polvo, aun se hallaba apoderado de muchos de los rincones de aquella vieja mansión, y vagando con los pies descalzos sobre el mármol que antaño, quizás, había sido brillante, Génesis recorría los solitarios pasillos llenos de cuartos cerrados que seguramente guardaban mil recuerdos. Había visto a Artem Kingsley sollozando ante aquella hermosa dama en su pintura, a quien amorosamente llamó madre, y verlo tan solitario, triste y vulnerable, la hizo sentirse confusa.Aquel Alfa era poderoso; imponente ante todos y que no permitía jamás que nadie lo viese en momento de vulnerabilidad…sin embargo, lloraba como hacían todos, y sufría como cualquier otro ser viviente. Aquello la hizo sentirse, de cierta manera, unida a él. Avanzando por los pasillos, Génesis llegó hasta la habitación que le había sido asignada, y observó como los pequeños pelirrojos, saltaban animadamente sobre la cama. Aquella guerra o peligro que la acechaba, estaba destruyendo muchas vidas…no solo la suya, y Artem se e
Artem sentía como una tormenta de emociones y sentimientos descontrolados se apoderaba de él, dejándolo completamente indefenso ante aquellos ojos de tormenta que lo miraban casi con adoración. Génesis lo había besado repentinamente, y lo inesperado de ese beso, lo dejó sin palabras durante ese momento que deseo, fuese eterno.—Mi Luna…yo… ——No soy solo Luna…soy Génesis…odio que llames de esa manera. — respondió la loba blanca.Y besándolo nuevamente, Génesis dejo todo aquello que sentía por el Alfa desde que era solo una chiquilla, impreso en ese beso. Artem, completamente embriagado por aquello, la beso apasionadamente sin contener todo aquello que por la hermosa albina había estado sintiendo y a lo que se había estado negando. Sin embargo, sintiendo el calor de las mejillas de la hermosa mujer junto a su respiración demasiado agitada, se percató de lo que en realidad estaba ocurriendo.Génesis estaba ardiendo en fiebre.Corriendo con ella en brazos después de aquel golpe de realid
—¡No! ¡No puede ser! — Génesis gritó histérica.Tomando una hermosa y delicada jabonera de plata que yacía sobre el azulejo del lavamanos, la arrojo con fuerza sobre el antiguo espejo que se hizo añicos.Sus sollozos se habían transformado en un llanto agudo y amargo que le nació desde lo más profundo de su alma. ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué daño le había causado a Artem para merecer tal insulto? No lo soportaba más, aquella marca en su pecho era el peor símbolo de humillación que una loba podría recibir y la mayor vergüenza para una hembra. Dejándose caer sobre el suelo, se cubrió su hermoso rostro con las manos en un intento burdo de calmar las lágrimas de rabia y dolor que no dejaban de caer desde sus ojos grises. Su reflejo le era devuelto miles de veces en aquellos trozos de cristal del espejo que acababa de romper, y cada uno de ellos la hacía sentirse avergonzada y humillada.La marca se estaba completando, y era tan visible que todos podrían verla con facilidad.Artem la habí