Un auto se estacionaba frente a la casa de Benazir Smith. Asomándose por la ventana, la loba de cabellos castaños, frunció el entrecejo al mirar quien era quien bajaba de aquel vehículo. Tomando su arma bañada en acónito, abrió la puerta para mirar a su antiguo macho destinado: Lowell Kingsley. Levantando aquella navaja de plata consagrada ante el lobo, lo miró directamente a los ojos.—¿Qué haces tu aquí? Creí que un rechazo sería más que suficiente. — dijo la loba de bonitos ojos verdes.—Tranquila, paría traidora, podemos oler el acónito en tu arma de plata consagrada. Dime, Benazir, ¿El acostarte cada noche con un humano te dio inmunidad ante la plata y esa planta maldita? — dijo Devlyn como una burla.—Silencio, hermano. — dijo Lowell mirando a la loba que había escogido para sí mismo. — No vine aquí a pelear ni a hacer otro reclamo. He venido por orden del Alfa Artem que ha solicitado tu presencia por un asunto con la Luna Génesis. — terminó de decir.—¿Qué sucede aquí? — cuesti
En el pent-house de Artem, Benazir entraba a la elegante sala de aquel sitio. Artem Kingsley, la esperaba de pie, mirando hacia la ciudad desde los ventanales.—¿Me mandó llamar? Alfa Artem. — cuestionó Benazir.Mirando de soslayo, Artem observó a la loba de cabellos castaños, que yacía junto a un hombre humano común y corriente, el mismo por el que Benazir había abandonado la manada y a Lowell.—Si, Benazir. Necesito tu ayuda para confirmar algo que sospecho…necesito tu ayuda para saber si por obra de alguien más, fue que yo rechace a Génesis. — respondió Artem.Benazir se acercó a Artem. Mirándolo fijamente a los ojos, supo que aquel Alfa no estaba mintiendo en su extraña petición, y parecía realmente angustiado por encontrar respuestas.—Bien, Alfa Artem, dígame, ¿Qué es exactamente lo que quiere confirmar? — cuestionó Benazir.—Tengo la sospecha de que estuve bajo la influencia de un hechizo, algo que Ayla pudo haberme hecho para dominarme. De ser así, puede explicar la razón de m
El calor del verano, lentamente se iba quedando atrás, dando paso al otoño y vientos cada vez más fríos. Génesis observaba como las hojas de los árboles en sus amplios jardines, lentamente iban cayendo en aquella danza otoñal. Pronto el verdor se iría, para colorearlo todo de rojo y naranja. Viendo como el auto de su padre se estacionaba, Génesis sonrió; Leopoldo Montefeltro estaba de vuelta, y notando que este bajaba del lujoso automóvil, se sorprendió al ver a un par de niños a su lado…él no había llegado solo.—Mi querida Génesis, es bueno verte después de tantos días. — dijo Leopoldo envolviendo a la loba blanca en un cálido y reconfortante abrazo.Los gemelos lobo observaron aquella escena con extrañez, pues no era común ver a un humano cazador, amar tan sinceramente a alguien de su especie. Mirándolos a su vez, Génesis observo a los pequeños pelirrojos abrazados firmemente el uno del otro, atemorizados ante lo desconocido y nuevo. Una dolorosa punzada atravesó su corazón, como s
El viento de aquella noche, parecía golpearse con violencia contra las ventanas, haciéndolas vibrar con fuerza. El calor y la placidez del verano, se quedaba atrás para dar paso al otoño, que, a su vez, le daría paso al helado invierno. La manada London se preparaba para el temporal de ese año, esta vez en tierras menos amables que las que durante siglos los habían acogido. La mansión en medio de las montañas lucia orgullosa, antigua y solemne, tal cual y como la habían dejado la última vez que la visitaron.Los hombres lobo comenzaban su guardia nocturna, después de todo un día cazando y recolectando leña, y las mujeres alistaban a los niños pequeños para dormir, así como terminaban de limpiar aquel hogar ancestral de los Kingsley. Todos se sentían sumergidos en una incertidumbre tal, que difícilmente lograban mantenerse en calma, pues de su Alfa, Artem Kingsley, poco o nada se sabía, salvo que llegaría en cualquier momento para proteger de los más vulnerables junto a los hombres. Se
—Tengo que escapar contigo por aquella profecía…alguien, por alguna razón, está buscándome, y ese alguien, puede traer el fin de nuestra especie. — dijo Génesis buscando la mirada de Artem.Sorprendido de las palabras de la loba blanca, Artem se esforzó por mantener la compostura. ¿Leopoldo Montefeltro sabia algo que el ignoraba? Tomando su abrigo y sus llaves, Artem miró de soslayo a Devlyn, el gemelo de Lowell, quien lo miraba a cambio con frialdad desde la puerta del salón de té. Ignorándolo, Artem desvió su mirada a Génesis.—Llévame con tu padre, tengo que hablar con él. — solicitó el lobo negro.Notando la seriedad en la mirada del Alfa, la loba blanca asintió.—Está bien, ven conmigo. — respondió.Saliendo tras Génesis, ambos se marcharon rápido.Abriendo por completo la puerta, Devlyn rechistó con enojo, y Lowell caminó tras él.—¿Te das cuenta de lo que está pasando? Esa mujer albina hace y deshace con el Alfa de nuestra manada, lo golpea sin ninguna clase de consecuencia, y
El sonido del violín entonando una fascinante melodía, calmaba hasta a la mente más perturbada. Los altos y los bajos, la música que inspiraba a la mente artística y lograba hacerla viajar hacia tierras más amables que tan solo existían en el reino de la imaginación, era un privilegio digno de escuchar.Entre Vivaldi, Paganini y sin menospreciar al piano de Beethoven o de Frédéric Chopin, la menta más cansada y agobiada, encontraba un saludable descanso. Sintiendo el agua de la bañera espumosa en donde Giles Levana descansaba entre pétalos de rosas blancas, el lobo blanco mantenía sus ojos violetas como amatistas, completamente fijos en el techo blanquecino de aquel baño. Su piel tan blanca como el perfecto marfil de las grandes obras de arte que reposaban eternas en los museos, se tornaba roja a ratos en los que intencionadamente abría la llave del agua caliente para dejarla casi hirviendo.Cada uno de sus pensamientos, desde el más recatado hasta el más impuro, iban dirigidos hacia
—Es bueno que estén aquí, Génesis, señor Kingsley. Está de más decir que lo sé todo sobre usted, señor, y quiero solicitarle que se lleve a mi hija lejos para mantenerla a salvo del peligro que la acecha…y que la tomé como su única Luna para evitar una tragedia. — dijo repentinamente Leopoldo Montefeltro.Durante largos minutos incomodos y que parecieron eternos, aquel salón se quedó en completo silencio. Niccolo Salvatore no podía procesar lo que acababa de escuchar de los labios de su jefe y amigo de toda la vida. ¿En verdad él estaba rompiendo el compromiso entre él y Génesis, para entregarla a Artem Kingsley? Apoyándose en una silla, el cazador de cabellos rubios se sintió repentinamente mareado.Génesis miró a Artem y a su padre a la vez; podía ver el desconcierto en la mirada del lobo negro, que parecía tan genuinamente sorprendido como ella. Leopoldo los observaba a todos en aquella habitación, y enfocando su vista en Niccolo, pudo ver aquella sombra de odio y desconcierto asom
Aullidos de lobo se escuchaban en la lejanía, logrando asustarla un poco. Caminando entre los vetustos pinos y árboles, Génesis pudo ver un par de ojos brillando en medio de la penumbra, su respiración comenzaba a agitarse al saberse rodeada de lobos, aunque, a juzgar por las sombras, estos eran mucho más pequeños que aquel que yacía justo enfrente. Quedándose quieta, y mirando a su alrededor, extrañamente no se sentía amenazada, como si aquellos animales solo la estuviesen observando con curiosidad en lugar de como una presa, el más alto de ellos, que, suponía, era el alfa de la manada, se acercaba poco a poco hasta ella olisqueándola con precaución, como si fuese ella la peligrosa en ese lugar.Lamiendo las yemas de sus dedos, aquel curioso animal, la incitaba a acariciarlo; los demás lobos salían detrás de los arbustos, revelando ante ella que, en realidad, eran ocho en total, todos completamente blancos, sin embargo, y aun cuando estaba en clara desventaja sin muchas posibilidades