—¡Lo mataré!, ¡Matare a ese miserable Salvatore y colgaré su cabeza en una lanza! — gritaba Artem completamente fuera de si mirando al muy herido Leopoldo Salvatore.Leopoldo observó a Artem Kingsley derramando lágrimas de dolor, odio y frustración, y supo que él, sin importar como, rescataría a su amada hija. Estaba herido, casi agonizante por aquella fatal herida en su costado, mientras todos se miraban entre si sin saber que decir o cómo actuar ante aquella tan crítica situación.Niccolo Salvatore, se había llevado a Génesis de algún modo.—Se que el la llevara a la mansión Salvatore, debes de ir hacia allá en seguida…vayan pronto, se los ruego, rescaten a mi hija de las garras de ese monstruo… — suplicó Leopoldo antes de desmayarse.Apretando los puños y los colmillos hasta hacerse daño, Artem salió de aquel castillo convertido en una bestia completamente furiosa. Por culpa de su descuido y su estupidez, Génesis había caído en las manos de Niccolo Salvatore…pero iba a recuperarla
Génesis observaba a Niccolo; de aquel noble hombre que una vez creyó amar, ya no parecía quedar nada, y su mirada desquiciada lograba asustarla tremendamente. Estaba sedada, completamente inmóvil y a la merced de ese hombre que ahora desconocía por completo, y tenía miedo, tanto que no entendía como podía soportarlo.Sintiendo aquella pequeña cajita de terciopelo negro dentro de su elegante y costoso saco de diseñador, el cazador de cabellos rubios, sabía que aquella era la única manera que tenía para amarrar a su amada junto a él el resto de sus vidas…y jugaría con su culpa de ser necesario. Sabía que la hermosa loba blanca no se atrevería a negarse a ser suya…no después de ser el quien la saco de la miseria en la que estaba cuando la conoció. Génesis siempre se sentiría en deuda con él, y explotaría ese recurso tanto de ser necesario con tal de tenerla.Génesis sentía los nervios a flor de piel. Los recuerdos de sus apasionadas noches con Artem parecían no tener intención de abandon
—Voy a matarte…Salvatore…te haré pagar por lo que has hecho. — musito Artem para sí mismo.Benazir observaba a Artem consumido por la ira…y rezaba a la Diosa Luna porque Génesis se encontrará a salvo.A menudo, se nos dice que debemos expresar las cosas que sentimos por dentro, pues esto nos ayuda a entendernos mejor de persona a persona, sin embargo, también existen personas a las que no siempre se les puede decir lo que el otro se guarda profundo en el interior, pues no todos tienen la capacidad de comprender al otro. Aquello siempre, resultaba tan lamentable.En la mansión Salvatore.Génesis miraba a Niccolo firmemente, mientras le extendía la mano con gentileza intentando que llegaran a un buen acuerdo sin afectarlo aún más y sin demasiado dolor. No quería lastimarlo, pero alimentar una mentira resultaba peor que decir la verdad absoluta…los sentimientos no eran algo que pudiese forzarse, mucho menos el amor.—Espero que puedas perdonarme y también comprenderme, pero no puedo casa
En la mansión Salvatore, Niccolo rápidamente tomaba sus maletas, cargadas hasta los dientes de armamento de cazador. Ahora que había convertido a Génesis en su mujer, debía de marcharse lejos para que nadie se atreviera a quitársela.—¿A dónde iremos ahora? Niccolo. — cuestionó el joven sacerdote Meuric.Niccolo cerró con brusquedad su maleta.—Debo alejarme lo mejor que pueda con Génesis…ese miserable de Artem Kingsley no debe de encontrarnos, así que debes de prepararte para salir de inmediato.Mirando con desconfianza a aquel hombre, el sacerdote sacó de entre sus ropas su arma, apuntándole directamente al cazador de cabellos rubios. Niccolo, mirándolo con indiferencia, sonrió.—¿Qué es lo que estás haciendo? Padre Meuric. — cuestionó Niccolo con arrogancia y maldad.—Tu no sufriste daño alguno después de caer desde esa altura en el castillo de los Cárpatos, y sé que abusaste de esa mujer lobo; te escuche haciéndolo. Eres un cazador, un hombre que consagró su vida a la ley de Dios
El poderoso estruendo de un rayo, rompía el silencio de la madrugada en aquella mansión sumergida en penumbras. Génesis, se abrazaba a si misma mientras escuchaba el golpeteo de las gotas de lluvia en los cristales de la ventana en aquella habitación solitaria. Niccolo Salvatore había dejado de ser aquel noble hombre del que ella creyó poder enamorarse, y mirando las altas copas de los árboles mecerse con violencia ante aquella tormenta, se negó a derramar una sola lagrima más desde sus ojos violáceos.El sonido de los truenos retumbaba en los cristales, cimbrándolos con cierta violencia y haciendo que temblaran levemente. Afuera caía un aguacero tal, que parecía que la furia de Dios había caído sobre la tierra y el buscaba fusionarse con la tierra ya muy humedecida del suelo.El sonido de la puerta de aquellas habitaciones se había abierto, dejando ver a una joven sirvienta que no debía de pasar de los veinte años.Habían llegado a una mansión en medio del bosque, una, quizás, más pe
Las lluvias no habían parado desde su llegada junto a Génesis, y el agua que caía desde el cielo ya había hecho mella en las muchas goteras de aquella descuidada mansión perteneciente a su familia desde hacía siglos. La vieja gloria de los Salvatore parecía eternamente perdida, y mirando aquel retrato al óleo de su madre en el estudio privado, sentía que su cabeza le daba vueltas. Niccolo se sentía devastado; completamente agotado y agobiado, lo que había hecho con Génesis era una atrocidad, y aquellos de su madre en el retrato, parecían mirarlo y condenarlo por sus pecados.Mirándose las manos, el cazador de cabellos rubios caminó hacia el baño, y se lavó ansiosamente las manos una vez más, mirando la sangre de esos niños y esas madres que había asesinado en su búsqueda de exterminar a los licántropos.—Tú tienes sangre de hombre lobo corriendo en tus venas, y has asesinado a inocentes…has violado a Génesis y la has golpeado con crueldad tan solo porque ella no pudo corresponder a tu
La libertad se sentía diferente cuando habías sido un prisionero, meditaba la loba blanca mirando el cielo del amanecer en aquel pueblo al que habían llegado de paso para descansar, y ahora mismo ya se hallaba sobre el tren para llegar a Paris. La brisa otoñal acariciaba el rostro de Génesis con gentileza. El canto de las aves que ya emigraban en grandes grupos ante la llegada inminente del invierno, era como una música sueve y gentil para sus oídos. El cielo celeste se miraba tan limpio como era de esperarse después de una noche de tormenta, y le transmitía una paz que no había sentido durante aquellos días en que fue cautiva de Niccolo Salvatore. Acariciándose el vientre, y aun herida física y emocionalmente por todo lo que en manos de ese cruel hombre le había ocurrido, Génesis suspiró con un deje de cierto alivio. La albina había logrado escapar de lo que parecía ser un cruel destino.Su estancia en aquella mansión antigua y oscura donde sufrió horrores, le había parecido una eter
Finalmente, había llegado a Paris. El esplendor de las bellas colinas era simplemente sublime. La inigualable belleza de los valles y las praderas que alcanzaba a apreciar desde dentro del vehículo, la habían hecho olvidar momentáneamente todas sus penas. Francia era sin duda un país hermoso, y le había abierto las puertas como un refugio después de haber pasado por tantos tormentos.Génesis había llegado a tierras francesas, específicamente se dirigían al centro de Paris, en donde finalmente se reuniría con Artem, su amado Alfa, y se sentía realmente emocionada y conmovida por ello. Estaban viajando en una vieja camioneta, y ya alcanzaba a apreciarse la vista del hermoso poblado al que estaban a nada de llegar. La torre Eiffel lucia solemne y fascinante.La albina se quedó sorprendida del esplendor del sitio apenas bajó de la camioneta. Reinas, piratas, música tradicional, paseos fluviales en zonas frondosas, y la gentil elegancia del siglo XVIII hacían de esta localidad uno de los p