—Lowell…veo, que cambiaste de bando nuevamente. ¿Artem decidió confiar en ti para capturarme?, ¿O fuiste tu quien intencionadamente se ofreció para hacerlo? Es difícil confiar en alguien que ya traicionó una vez a su Alfa, y que acaba de traicionar a su hermano gemelo. — dijo Ayla Kale con burla, viéndose rodeada por Lowell Kingsley y varios vampiros.Lowell miró con desprecio a aquella mujer; Ayla Kale era una mujer realmente patética, que había actuado de manera estúpida y emocional debido a sus sentimientos por Artem. Mostrando una sonrisa fría y cruel, Lowell tomó a la loba morena con violencia por el brazo.—¿De que estas hablando?, tú nos diste a mi hermano y a mi uno de tus malditos brebajes para controlarnos y provocar nuestra traición a Artem Kingsley…por esa razón es que lo traicionamos en primer lugar, tu querías ganar la manada para tu padre… — musitó Lowell en voz baja, sabiendo bien que aquello era una mentira.Ayla Kale abrió los ojos sorprendida de las palabras del Bet
El frio comenzaba a asolar en aquellas tierras, y los Cárpatos parecían fieles a sus leyendas.Dragos Albescu observaba caer las hojas secas de los altos abedules que coronaban los caminos hasta su mausoleo. Ninguna alma se atrevía a explorar en lo profundo de aquellos bosques, por miedo a las bestias salvajes y a las viejas leyendas que desde siglos atrás se pasaban de boca en boca, y generación tras generación. Los humanos le temían a la noche, pues en sus penumbras se ocultaban aquellos “horrores”, que resultaban incomprensibles para ellos…y su absurda y frágil existencia, para él, no tenía razón de ser. Observando los cielos grises que alcanzaban a divisarse entre el mar de árboles y pinos, mantuvo sus ojos dorados perdidos en la nada, sumergido en los pensamientos de su propia inmortalidad. Ya no recordaba quien había sido alguna vez, antes de ser convertido en lo que era; los siglos habían pasado uno tras otro sin detenerse, haciéndolo olvidar los recuerdos de su vida humana,
—Padre nuestro, que estas en los cielos… —El viejo reloj en la pared, marcaba las cuatro y media de la mañana, y las monjas de aquel antiguo convento, comenzaban su día a día atendiendo a los pequeños huérfanos. Las cocinas comenzaban a soltar los olores de sus deliciosas comidas, y Jenica Petre, por primera vez en muchos años, se sentía como en casa…en aquel mundo que ahora la rechazaba.—Hermana Jenica, por favor, acompáñenos en nuestras oraciones matutinas. — ofrecía la madre superiora.Jenica se abrazó a sí misma. Amaba orar, amaba elevar oraciones hacia el Dios del cielo, sin embargo, sabía que ya no era ni seria nunca más escuchada. Desde que recibió aquella ponzoña del cuarto príncipe, ella se había convertido en una maldecida más…en un rechazado más en el amor de dios.—Yo…madre, quizás, lo mejor para todos sea que me vaya, pues mi amo y señor regresará pronto a buscarme, y el…temo lo que pueda llegar a hacerles a ustedes y a los niños. El cuarto de los príncipes es, quizás,
Jenica se había quedado de pie abriendo sus ojos con gravedad. Por su culpa…—Los cazadores…llegaron… — musitó Jenica escuchando disparos dentro del convento.Regresando a toda velocidad al interior de aquel lugar, la monja vampiresa se horrorizo al mirar a un par de monjas que la habían acompañado en sus oraciones matutinas, sangrando muertas en el suelo. El hedor de la sangre fresca les llegó a sus fosas nasales, y un hambre feroz se reflejo en sus ojos verdes que tornaron rojizos, pero negándose, se acercó a mirar a sus hermanas caídas, cada una de ellas había protegido la valiosa vida de un niño.Aquel dolor que la monja vampiresa experimentó en ese momento, se tornó en una ira feroz, y mirando a aquel hombre rubio de mirada fría y despojada de alma, notó su emblema familiar.—¿Por qué? Salvatore…, ¿Por qué las hermanas merecían morir? — cuestionó Jenica con aquel dolor e ira consumiéndola, pero sin el privilegio de poder derramar lagrimas por sus hermanas.Niklaus sonrió, y notan
Aquella noche la luna brillaba en lo alto luciendo como una joya de plata en medio del oscurecido cielo nocturno. No había nubarrones que avisaran de alguna lluvia anticipada, y las estrellas brillaban tan intensamente que se asemejaban a pequeños diamantes. Génesis observaba aquel hermoso paisaje nocturno en el centro de aquel jardín privado en lo alto de aquel viejo castillo. Un par de copas de vino se dejaban ver sobre una acomodada mesa que llamaba al romanticismo y dos enamorados se miraban sin decir palabra alguna. Habían tomado la decisión de dejar el castillo del Conde, y viajar de regreso a Italia…quizás, eso era lo mejor para ellos, y para todos.El amor era un sentimiento demasiado complicado de entender y completamente imposible de evadir. Llegaba siempre de golpe, de manera inesperada, despertando emociones que la mayoría de las veces las personas se negaban a dejar en libertad por el miedo a resultar lastimados. El amor, era también como una ruleta rusa, en la que nunca
Niccolo sentía como algo dentro de sí mismo, estaba completamente muerto.Artem y Génesis, regresaban al interior del castillo del Conde de Bourgh, después de su apasionado encuentro en los viejos jardines de aquella antigua propiedad, sin darse cuenta de que Niccolo Salvatore, lo había visto todo.—¿Esa es la mujer que estamos buscando?, no parece echarte de menos en lo absoluto. — dijo el joven sacerdote Meuric, quien observaba aquella romántica interacción, si haber sido testigo de lo ocurrido momentos antes.Niccolo sentía morir el corazón latiente dentro de su pecho, Génesis, se había entregado a Artem Kingsley…ella se había convertido en la mujer de ese miserable, cuando había hecho una promesa con él. Con una mirada muerta y helada, el cazador de cabellos rubios apartó su mirada de aquel viejo castillo, y nuevamente se internó en los bosques de los Cárpatos.—¿A dónde vas?, recién encontramos este maldito lugar y ahora decides irte…no puedes mezclar tus emociones personales con
El sol se había asomado ya por detrás de las montañas, y los vampiros se encontraban encerrados en sus oscuros aposentos. Aquellos que reinaban en la penumbra de la noche, la luz del sol jamás tocaría, pues en cenizas sus despojos terminarían. El dios de los cielos eternamente les había negado el día, así como el paraíso, y su eterna existía, los condenados la pasarían huyendo al sol…ese era su destino.Niccolo Salvatore sabía muy bien hecho, y aprovechando la luz del nuevo amanecer, armado con agua solar y sus balas de plata consagrada y junto al joven sacerdote Meuric, se internaba en el oscurecido recinto dispuesto a todo para recuperar a Génesis Levana…aquella mujer de su insana obsesión, finalmente, iba a pertenecerle.—Esto es peligroso, aun cuando la luz del sol nos respalda fuera de estos muros, no es así en el interior de este castillo, es tan oscuro que los vampiros podrán moverse a libertad y acabarán con nosotros. — aseguraba murmurando el joven sacerdote Meuric, notando l
Aquel alto edificio de departamentos, yacía completamente iluminado, tal y como aquellas ruidosas calles de New York lo estaban. Giles Levana caminaba hacia el lugar en donde, finalmente, encontraría a aquella miserable mujer loba, que lo había seducido intencionadamente, por razones que le eran completamente desconocidas. Escuchando los murmullos sobre él, que aludían a su gran belleza, el lobo blanco se sintió asqueado. Odiaba a la mayoría de los humanos, odiaba su retorcido sentido de bondad, y la gran perversión de sus almas…eran seres realmente despreciables, y por ello necesitaba a Génesis a su lado. Solo la manada Levana podría llevar al mundo entero por el camino correcto, extinguiendo a la mayoría de humanos y volviéndolos una minoría fácil de dominar…ese era uno de sus principales objetivos.Las ciudades grandes como New York, eran nefastas; un monumento al egoísmo y la crueldad del humano. Deseando que aquel ruido se desvaneciera, Giles Levana caminó a toda prisa, logrando