Aquellos que moran en las penumbras de la noche, los maldecidos despreciados por dios que reinan sobre las bestias nocturnas…llegarán entre la niebla a robar aquello que derramo cristo en su costado, el maná prohibido de los hijos de dios que viven en la luz…alejaos de la niebla que reine la gran noche o eternamente a las filas del maligno se unirán para confinarse en las tinieblas eternamente. Aquel parque lucía solitario. La noche había caído sobre Brasov, y solo algunos pocos hombres transitaban por las calles en busca de un placer momentáneo, y la monja vampiresa, caminaba hacia las afueras del pueblo buscando alimentarse. Jenica Petre observaba las puertas cerradas de aquel convento alejado de la plaza principal, y podía escuchar a las hermanas elevando sus oraciones nocturnas en la vigia que cada noche se hacía.Los recuerdos de su vida como una humana, llegaban a ella con una nostalgia que seguramente le provocaría un dolor de corazón, si aquel que yacía muerto en su pecho, a
Un hijo es lo más bello y sagrado para su madre, aquel ser por el cual daríamos la vida entera sin esperar nada a cambio. Un hijo es el más amado ser, aquella sublime criatura a la que sin condición alguna, amaremos desde antes de conocer tan siquiera su rostro. Un hijo es el corazón de su madre, que late fuera de su cuerpo…Aquel cielo era precioso; tan azul como nunca antes lo había visto, y tan similar a los cielos de un paraiso. Las blancas nubes se movían pasmosas, como siendo empujadas por una tenue y agradable brisa que las acariciaba con amor y el canto de las aves era todo lo que se escuchaba en aquel ensueño silencioso en donde estaba sentada sobre el césped suave que le hacía cosquillas en las piernas, y entonces, la risa alegre de un niño, comenzó a llenar el viento haciendo que Génesis dejara sus lágrimas caer libremente. Lágrimas, de alegría. —Ya te escuché, ¿Por qué no vienes conmigo? — dijo la hermosa loba blanca sonriendo mientras las lágrimas caían desde sus ojos vi
—Lowell…veo, que cambiaste de bando nuevamente. ¿Artem decidió confiar en ti para capturarme?, ¿O fuiste tu quien intencionadamente se ofreció para hacerlo? Es difícil confiar en alguien que ya traicionó una vez a su Alfa, y que acaba de traicionar a su hermano gemelo. — dijo Ayla Kale con burla, viéndose rodeada por Lowell Kingsley y varios vampiros.Lowell miró con desprecio a aquella mujer; Ayla Kale era una mujer realmente patética, que había actuado de manera estúpida y emocional debido a sus sentimientos por Artem. Mostrando una sonrisa fría y cruel, Lowell tomó a la loba morena con violencia por el brazo.—¿De que estas hablando?, tú nos diste a mi hermano y a mi uno de tus malditos brebajes para controlarnos y provocar nuestra traición a Artem Kingsley…por esa razón es que lo traicionamos en primer lugar, tu querías ganar la manada para tu padre… — musitó Lowell en voz baja, sabiendo bien que aquello era una mentira.Ayla Kale abrió los ojos sorprendida de las palabras del Bet
El frio comenzaba a asolar en aquellas tierras, y los Cárpatos parecían fieles a sus leyendas.Dragos Albescu observaba caer las hojas secas de los altos abedules que coronaban los caminos hasta su mausoleo. Ninguna alma se atrevía a explorar en lo profundo de aquellos bosques, por miedo a las bestias salvajes y a las viejas leyendas que desde siglos atrás se pasaban de boca en boca, y generación tras generación. Los humanos le temían a la noche, pues en sus penumbras se ocultaban aquellos “horrores”, que resultaban incomprensibles para ellos…y su absurda y frágil existencia, para él, no tenía razón de ser. Observando los cielos grises que alcanzaban a divisarse entre el mar de árboles y pinos, mantuvo sus ojos dorados perdidos en la nada, sumergido en los pensamientos de su propia inmortalidad. Ya no recordaba quien había sido alguna vez, antes de ser convertido en lo que era; los siglos habían pasado uno tras otro sin detenerse, haciéndolo olvidar los recuerdos de su vida humana,
—Padre nuestro, que estas en los cielos… —El viejo reloj en la pared, marcaba las cuatro y media de la mañana, y las monjas de aquel antiguo convento, comenzaban su día a día atendiendo a los pequeños huérfanos. Las cocinas comenzaban a soltar los olores de sus deliciosas comidas, y Jenica Petre, por primera vez en muchos años, se sentía como en casa…en aquel mundo que ahora la rechazaba.—Hermana Jenica, por favor, acompáñenos en nuestras oraciones matutinas. — ofrecía la madre superiora.Jenica se abrazó a sí misma. Amaba orar, amaba elevar oraciones hacia el Dios del cielo, sin embargo, sabía que ya no era ni seria nunca más escuchada. Desde que recibió aquella ponzoña del cuarto príncipe, ella se había convertido en una maldecida más…en un rechazado más en el amor de dios.—Yo…madre, quizás, lo mejor para todos sea que me vaya, pues mi amo y señor regresará pronto a buscarme, y el…temo lo que pueda llegar a hacerles a ustedes y a los niños. El cuarto de los príncipes es, quizás,
Jenica se había quedado de pie abriendo sus ojos con gravedad. Por su culpa…—Los cazadores…llegaron… — musitó Jenica escuchando disparos dentro del convento.Regresando a toda velocidad al interior de aquel lugar, la monja vampiresa se horrorizo al mirar a un par de monjas que la habían acompañado en sus oraciones matutinas, sangrando muertas en el suelo. El hedor de la sangre fresca les llegó a sus fosas nasales, y un hambre feroz se reflejo en sus ojos verdes que tornaron rojizos, pero negándose, se acercó a mirar a sus hermanas caídas, cada una de ellas había protegido la valiosa vida de un niño.Aquel dolor que la monja vampiresa experimentó en ese momento, se tornó en una ira feroz, y mirando a aquel hombre rubio de mirada fría y despojada de alma, notó su emblema familiar.—¿Por qué? Salvatore…, ¿Por qué las hermanas merecían morir? — cuestionó Jenica con aquel dolor e ira consumiéndola, pero sin el privilegio de poder derramar lagrimas por sus hermanas.Niklaus sonrió, y notan
Aquella noche la luna brillaba en lo alto luciendo como una joya de plata en medio del oscurecido cielo nocturno. No había nubarrones que avisaran de alguna lluvia anticipada, y las estrellas brillaban tan intensamente que se asemejaban a pequeños diamantes. Génesis observaba aquel hermoso paisaje nocturno en el centro de aquel jardín privado en lo alto de aquel viejo castillo. Un par de copas de vino se dejaban ver sobre una acomodada mesa que llamaba al romanticismo y dos enamorados se miraban sin decir palabra alguna. Habían tomado la decisión de dejar el castillo del Conde, y viajar de regreso a Italia…quizás, eso era lo mejor para ellos, y para todos.El amor era un sentimiento demasiado complicado de entender y completamente imposible de evadir. Llegaba siempre de golpe, de manera inesperada, despertando emociones que la mayoría de las veces las personas se negaban a dejar en libertad por el miedo a resultar lastimados. El amor, era también como una ruleta rusa, en la que nunca
Niccolo sentía como algo dentro de sí mismo, estaba completamente muerto.Artem y Génesis, regresaban al interior del castillo del Conde de Bourgh, después de su apasionado encuentro en los viejos jardines de aquella antigua propiedad, sin darse cuenta de que Niccolo Salvatore, lo había visto todo.—¿Esa es la mujer que estamos buscando?, no parece echarte de menos en lo absoluto. — dijo el joven sacerdote Meuric, quien observaba aquella romántica interacción, si haber sido testigo de lo ocurrido momentos antes.Niccolo sentía morir el corazón latiente dentro de su pecho, Génesis, se había entregado a Artem Kingsley…ella se había convertido en la mujer de ese miserable, cuando había hecho una promesa con él. Con una mirada muerta y helada, el cazador de cabellos rubios apartó su mirada de aquel viejo castillo, y nuevamente se internó en los bosques de los Cárpatos.—¿A dónde vas?, recién encontramos este maldito lugar y ahora decides irte…no puedes mezclar tus emociones personales con