#27:

4 de marzo de 1983:

Diario de Víktor Ivanov el viejo):

Fui a verla.

¿Cómo podría no hacerlo?

Partí como un poseído en cuanto recibí su carta y corrí al aeropuerto para volar a Italia.

Mediante una llamada telefónica le hice saber que la esperaba en el nido, y cuando nos reencontramos fue como si no hubiesen pasado meses desde la última vez que la había visto.

La desnudé con una prisa loca y me hundí en ella hasta saciar esta agonía que me corrompe cada vez que estamos separados.

Los besos fueron tan dulces, las caricias tan exquisitas y el deseo tan feroz, que perdimos la noción del tiempo mientras nos amábamos.

Luego, ella lloro en mis brazos, contándome cuan infeliz era, cuánto repudiaba a su marido y lo mucho que anhelaba irse conmigo a Rusia.

Guardé silencio, y mi silenciosa la inquietó.

Quizás fue la expresión en mis rostro, o tal vez, fue la rigidez en mi cuerpo, pero ella intuyó que algo estaba horriblemente mal, y cuando le confesé lo ocurrido, ella volvió a llorar, pero esta
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