Perdidos en un remoto paraje de naturaleza, la feliz pareja de futuros esposos, yacían a bordo del Mustang Shelby color mostaza en el que Ciro le enseñaba a Bethany a conducir, bajo un incandescente sol de fin de semana. El terreno sobre el que se desplazaban contaba con un aproximado de cinco mil hectáreas, todo había sido propiedad de Sandro Tonali, y ahora de sus hijos.Las lecciones de manejo eran fructuosas. Bethany, más que aprender a manejar, estaba refrescando su memoria. Tenía vagos recuerdos de cuando aprendió a manejar, a los dieciséis años de edad. Recordaba que aprendió en manos de una mujer, cuyo rostro no visualizaba con perfección, y su arraigada necesidad de sentirse dueña de su vida, le hizo creer que era Caitlin.-¡Muy bien! -Felicitó Ciro extasiado de adrenalina al estacionarse el auto. Su prometida había acelerador a fondo y en ningún momento perdió el control del volante.-Me encanta. No sé cómo pasé tanto tiempo teniendo chófer privado. -Exclamó la mujer.-No te
Antes de que el sol despuntara en el horizonte, Ciro se había levantado del lecho que compartía con su prometida y había salido de casa sin que ella lo notara. Se dirigió al sur de Florencia donde lo custodiaron tres horas de viaje, sin permitirse hacer ninguna parada.Su lugar de destino era una de sus empresas, la de menor producción que funcionaba más como un almacén de carga y descarga. Allí lo esperaba su hermano, que tal lucía había estado aguardando por horas. Se saludaron e ingresaron a un pequeño estacionamiento, harapiento e inutilizado. Había un camión parado y cerca de diez guardias protegiéndolo. Tras la presencia de los hermanos Tonali, abrieron las puertas posteriores del vehículo dejando al descubierto más de cincuenta cajas de cartón bien cerradas.Ciro, en un ágil movimiento, se subió a la plataforma y caminó el largo trecho hasta las cajas. Se inclinó y arrancó la cinta de embalar que la sellaba y bajo su vista cayó una gran cantidad de fajos de billetes. El resto d
El avión arribó en el aeropuerto de la capital norteamericana con el ocaso formándose. Pisar suelo Americano dio a Bethany un respiro. Italia, aunque hermosa y sublime, no dejaba de sentirse tierras extrañas. Mientras que el pequeño e insignificante trozo de Estados Unidos que apenas llevaba recorrido (el aeropuerto) forjaba en ella un anhelo de añoranza. De forma ingenua, se creó una inocente ilusión de que su casa, o la de sus padres, reforzarían ese sentir.Encontró a sus padres con mucha facilidad entre la multitud y se fundió en un caluroso abrazo. Salieron del aeropuerto con Red llevando servicial las maletas de su hija. Para luego ofrecerle el asiento de copiloto. El de conductor parecía estar aferrado a Caitlin que ni siquiera se permitió debatirlo.El trayecto a casa no le parecía familiar a Bethany quien no perdía detalle de nada. Sus padres vivían en una pintoresca urbanización, de un costoso estimado. En una casa de una única planta, pero amplía.-¿Es aquí donde crecí?-Sí
Al día siguiente, con el sol ya calentando las calles. Bethany salió de su casa en compañía de su padre quien se ofreció a llevarla a la academia Washington DC. No quedaba lejos de su casa, por lo que marcharon a pie tranquilamente, en un vecindario en apariencia agradable.-¿Mamá no tenía turno hoy en el hospital? -Preguntó. Caitlin se había quedado en casa, ordenando un poco luego de levantarse muy tarde.-Pidió algunos días libres para poder pasar contigo el mayor tiempo posible. -Aclaró Red.Caminaban sin prisa que los corriera. Su papá, muy atento, le señalaba, lugares que solía frecuentar como un local de alquiler de computadoras en el que pasaba largas horas. O una tienda de dulces en la que compraba cada día, después de la escuela. Bethany no lo recordaba, pero podía imaginárselo.De las personas le habló poco. Le mencionó que, durante sus días de adolescencia, no era muy sociable. Sus amistades más allegadas se contaban con los dedos de una mano, y ninguna rondaba en la ciuda
La media noche en Washington DC era más refrescante que en Italia, incluso era azotada por una fría brisa de viento. Bethany estaba acostada en su cama, lúcida por completo. Al borde de las lágrimas. Hasta ahora, su viaje había resultado infructuoso, siendo tan solo la comida norteamericana lo que más añoranza le producía. En su casa no se sentía diferente a como se sentía en casa de Ciro. Ahí también era una invitada. La academia, en lugar de recuperar detalles de su memoria, confundió los que ya había tenido.Se levantó de su cama y se aproximó a una de sus maletas en donde extrajo su diario personal. Buscó la primera página en blanco y, bolígrafo en mano, empezó a escribir nuevas recopilaciones."Soy Bethany Carter, una desconocida en mi propia vida. No me apasiona mi trabajo, y no conozco a las personas que dicen quererme. Mi futuro esposo es un italiano, abogado y empresario. Tierno por demás, cuyo hermano me resulta poco agradable, a pesar de haber sido mi amante.Mi prometido ya
Durante horas, Bethany lloró acurrucada entre los brazos de su futuro esposo quién se lamentaba por no haberse opuesto con firmeza a su idea de querer ir a Estados Unidos. Un viaje que resultó contraproducente, pues había llegado deshecha en la melancolía por ser incapaz de recordar su casa. Ni siquiera la señorita Halston revivió en sus memorias.Cuando la noche cayó, la mujer volvía a compartir el lecho con su prometido. Envuelta en las mismas sábanas que él. Ciro la había abrazado y consolado todo cuanto necesitó, abstenido a los reproches. Él era lo más, si no lo único real que tenía en su vida, y sería perfecto si no fuese un hombre de misterios que le ocultaba cientos de secretos. Con sus ojos rojos e hinchados de tanto llanto, veía la sortija en su dedo, sin encontrarle otro significado que el de un accesorio. No era un símbolo de amor ni nada que se le asemejase. Tal vez su madre tenía razón y la decisión de casarse fue precipitada.El celular móvil de Ciro timbró sobre la mes
El sueño de Ciro había sido tan placentero que en ningún momento de la madrugada notó la ausencia de su prometida, tampoco advirtió la visita de su hermano. Todo le fue notificado a horas del desayuno con su amada comiendo a su lado. Reservándose los detalles más ásperos para ella misma.-No tenías por qué hacerlo. Mi hermano es un problema con el que yo debería lidiar, no tú. - Dijo avergonzado. Entretanto una de las empleadas les servía el desayuno. Ciro quería ser perfecto; se afanaba por serlo, pero detalles así le restaban puntos.-Por favor, no me costaba nada. Y ya que yo no podía dormir. -Ciro la compadeció. El viaje a Estados Unidos seguía causando estragos en ella: insomnio, poco apetito... Eran síntomas propios de la depresión. Debía solucionarlo antes de que en verdad caiga en un estado anímico severo.Fueron interrumpidos por la inoportuna, y para Bethany, despreciable, aparición de Brahim quien no esperó una invitación para acompañarlos a la mesa. Una de las empleadas s
Ciro se dirigía al centro de Florencia a un lujoso restaurante ruso, perteneciente a Esrá Voslov, líder de un cartel ruso con quien tenía pautada una importante reunión. Acudiría contradiciendo sus deseos, pues preferiría quedarse en casa con su prometida. Ya la notaba en mejor ánimo, sin embargo, no era ingenuo, sabía que lo que la había avivado era sus ansias por tener un hijo. Debía reconocer que era un instinto que corría por sus venas. Su maternidad no había sido un descuido, siempre estuvo planificada. Suspiró pesarozo. En cuanto los intentos por embarazarse resulten inútiles, volvería a su estado depresivo.Bethany era una pieza que no encajaba en su puzle, en su vida. Pero cómo podía dejarla ir siendo ella su otra mitad. Estaría incompleto, deshecho. Además, su hermano era un cazador a la espera de ver a su gacela correr libre en el prado para morder su cuello. Aunque Bethany lo desconocía, su vida dependía de Ciro y del loco amor que sentía hacia ella.Llegó al estacionamiento