Capítulo 5

¿Debí haber sido vieja?

¡Qué carajos significa eso!

Aprecio que el personal adulto sea prioritario en este lugar, pero es absurdo pensar que eso puede ser una causa para no contratar a alguien más joven. Reconozco que el cargo es bastante intimidante; de todos modos, ya pasé el maldito filtro y esperé todo un mes para que me dijeran que estaba contratada. Ahora no voy a dejar que me echen sin siquiera haber comenzado.

Después de la discusión ese hombre se encerró en su oficina, la señora Sullivan que parece haber recuperado su compostura fue allí y ha vuelto con una mejor cara. Me pregunto si eso significa que hay una mejoría en el ambiente.

―Debe tomarlo con paciencia, y de momento lo mejor es que no se acerque a él.

Vaya, ¿por qué tanta alergia?

―¿Sufre de alguna alergia o algo? ―pregunto con curiosidad y ella sonríe nerviosa.

«Debí haber dicho fobia en vez de alergias», es lo que parece.

―No que sepamos, el jefe es saludable, es solo que está muy acostumbrado a su planta de personal, pero no tolera los cambios abruptos.

―Creo que eso es algo excesivo, de todos modos, ¿va a despedirme o no?

―No de forma arbitraria, pero si usted incurre en alguna falta es probable que tenga ese derecho ―repone la mujer.

Lo dice de forma amable, sin embargo, siento que también es una advertencia. Luego de ello me avisa que daremos un recorrido por todas las áreas, y también me entregará el manual de convivencia para que lo estudie. Así es como empezamos a recorrer cada dependencia. Ella me explica los funcionamientos de cada área y detallo que todo lo que se trabaja allí es de orden administrativo. Solo papeleo que se diligencia por medio de la plataforma multifuncional de la empresa. Un sistema inteligente propio de digitalización de documentos. El funcionamiento comercial se dirige desde las bodegas de distribución y la fabricación en la infraestructura de laboratorios. Yo solo me encargaré de seguir las órdenes del director, y cuando lo especifica me pregunto si podré hacerlo bien si solo quiere despedirme sin siquiera ver mi desempeño.

Al terminar el recorrido técnico me lleva al que será mi lugar, una oficina no muy grande con paredes y puerta de cristal, ubicada justo al lado de la del jefe que si tiene paredes sólidas y es toda cerrada. Una vez me posiciono en mi lugar empiezo la práctica del manejo de la plataforma, así como a revisar el manual aprovechando que ya estoy sola.

Miro a mi alrededor y es como estar metida en una caja de cristal. Se siente extraño, pero no mal. Como el jefe quiere despedirme, no recibo ninguna asignación ni orden por parte suya por lo que tengo tiempo para ocuparme en aprender. Es mucha información para procesar, pero todo es cuidadoso y detallado, al final no me resulta difícil y es como estar de vuelta a una de mis clases de manejo de la economía empresarial. Él no sale de la oficina ni para el almuerzo, así que durante el resto de la mañana no tengo oportunidad de abordarlo.

Pensaba que haría por lo menos eso y podría hablarle, sin embargo, descubro que el pedido para su almuerzo lo delegó directo a la señora Sullivan. Eso me molesta por lo que me propongo plantármele de cualquier manera así tenga que perseguirlo hasta su casa. Si bien quiero este trabajo, lo mínimo para desempeñarlo es que me lleve bien con el jefe.

Hacerle una persecución suena extremo, pero entre eso y llegar a casa para deprimirme con esto además de lo que tengo encima, me resulta mejor llevar a cabo esa loca aventura. Mi hora de salida es a las seis, y esperaba que también saliera, pero no ocurre, así que me quedo esperando un poco más. Cuando se acercan para recordarme que puedo salir, doy la excusa de que estoy familiarizándome con el trabajo. Eso ayuda, pero me impacienta porque el condenado no sale.

―Hola, ¿ya vas de salida?

Quien se acerca tocando la puerta de cristal abierta, es ese chico que mencionara lo de la razón por la que el jefe está inconforme conmigo. Levanto la mirada para verlo y me causa gracia que no aplique para el personal masculino. Eso me hace pensar de forma malvada que quizás tenga un fetiche raro, donde detesta a las mujeres y le gusta tener hombres jóvenes a su alrededor.

¡Diantres!

La idea me causa aún más gracia mezclada con morbo.

―Hola, todavía no ―respondo de manera amable para no mostrar que estoy impaciente y él está perturbando mis planes.

―¿Mucho trabajo en el primer día? ―pregunta y creo que lo hace de forma sarcástica.

Eso me hace mirarle aprensiva.

―Digamos que aprendo todo el manejo si no quiero que de verdad me despidan ―mascullo.

―Supongo ―repone más comedido, quizás entendiendo mi reacción.

―¿Puedo saber por qué dijiste eso?

―¿Qué cosa?

―Lo que mencionaste del director.

―Ah, es sobre lo linda y joven que eres.

―¿Y es un verdadero problema?

―Digamos que rompe un canon sagrado.

―Suena raro.

―Tal vez tienes razón, a propósito, soy James subdirector administrativo. Cuenta conmigo para lo que necesites. 

Ya lo sabía, Sullivan me dio el cronograma del personal.

―Eso será si logro que no me despida ―repongo y él me sonríe.

El hombre me resulta amable y atractivo; sin embargo, no estoy aquí por eso, no creo que vuelva a fijarme en nadie en mucho tiempo. No es una confianza en mí misma que pueda recuperar pronto.

―Tranquila, no creo que te despida.

―Esperemos que no.

―Trajiste auto, si vas de salida puedo acercarte ―dice tomándome por sorpresa, entonces veo que por fin se abre la puerta del director y él sale por ella.

Él mira de reojo hacia dónde estamos y sigue su camino. Me enervo un poco porque luce todavía más enojado. Empiezo a recoger mi bolso que ya lo tenía preparado para cuando saliera.

―Lo siento, si traje, y ya tengo que irme ―le digo una mentira piadosa a James para que no insista con llevarme, seguido me apuro en salir de allí para iniciar mi medida extrema de persecución.

Veo que el jefe toma un ascensor y yo voy al otro. Como no traje auto salgo del edificio y espero para verlo pasar cuando salga de estacionamiento. Asumo que es el ejecutivo que sale, por suerte lleva los vidrios bajos y me percato que es quien conduce, antes de subirlos y sumirse en la negrura del polarizado.

Pienso que es raro que no tenga conductor personal, es lo normal. Sin embargo, eso me hace pensar que debe ir a algún otro lugar que no sea su casa o algún compromiso de negocios. No tengo idea de eso porque no tengo acceso a su agenda todavía, así que le sigo a la loca.

Busco un taxi y cuando por fin logro subirme a uno le pido que tome esa misma dirección. El auto del jefe se detiene en un semáforo y eso me alegra porque ya lo tengo a la vista. El señor del taxi me mira con recelo, le sonrío y le digo que voy hacia la misma dirección del auto de adelante, solo que no hubo cupo para mi allí.

―¿Lo está persiguiendo o algo señorita? ―pregunta con perspicacia.

Muy astuto el hombre.

―¡No para nada! Pero sería bueno que no lo perdiera de vista o no sabré a donde llegar.

En parte no es mentira; pero es lo que me he obligado a hacer solo por encararlo y descubrir por qué me tiene alergia. El recorrido que hace me resulta extraño porque no vamos a ningún barrio residencial exclusivo, o zona de restaurantes, en cambio toma una ruta un tanto diferente, si residencial, pero más corriente. No puedo pensar que viva por allí, no, conociendo su estatus. El auto se detiene frente a un edificio de apartamentos bastante normal, sin ninguna información de entrada. Entra directo al estacionamiento por lo que debe tener un lugar allí.

Le pido al señor del taxi que se detenga en la esquina, después pregunto por la tarifa. El hombre responde, le pago, y me bajo antes de que diga alguna cosa. Me arreglo la ropa y toco el timbre de entrada. Me dejan entrar y voy hasta la recepción. Cuando estoy allí me siento estúpida porque no tengo idea de en qué piso vive. También me encuentro con que será muy tedioso preguntar y obtener respuestas sin que se piense que puedo ser alguien problemática.

―Buenas noches, ¿que desea? ―me pregunta el hombre.

Piensa, piensa.

―Ah, el hombre que acaba de entrar al estacionamiento ―digo y me quedo callada por cómo me mira ladeando su cara.

Hay una extraña cautela en su mirada.

―Un momento ―dice revisando algo en su monitor―, ¿es quién viene a ver al señor W?

¿Señor W? Su pregunta me deja un poco pensativa, además de sorprendida; sin embargo, esa inicial es obvio que debe ser de su apellido.

―Eh, sí.

Tiento a mi suerte.

―No luce como la persona que espera ―advierte de sopetón, lo que me obliga a pensar cómo salir de este embrollo.

El teléfono del mostrador suena como una salvación y el hombre lo toma de inmediato sin dejar de mirarme. Me debato entre si dejar esta locura y salir corriendo de allí. No obstante, gesticula monosílabos y termina con un: si ya llegó y la enviaré de inmediato, que hacen que me detenga de mi huida.

―Bien, la está esperando ―me anuncia a mí y yo entreabro mi boca―, tome el ascensor y suba directo al ático ―informa y vuelve a ocuparse de lo suyo.

Aguardo a que diga algo más, pero parece que no lo hará, y creo que espera que me mueva de allí. Aun sin saber si estoy haciendo lo correcto me encamino hacia el ascensor con algo de ansiedad, porque ahora empiezo a caer en cuenta que quizás ese hombre se verá allí con alguien más y me he entrometido; no obstante, tengo mucha curiosidad, tanta que me causa nervios por la locura que estoy cometiendo.

¡Ya qué!

Si ya se había enojado antes, es probable que se ponga furioso como el demonio ahora. Sin embargo, no creo que tenga otra oportunidad.

«¿Y si le agarro en alguna falta grave?», medito maliciosa.

Tal vez eso funcione a mi favor. Me decido y subo hasta el ático. El corazón me palpita en el pecho como si se me fuera a salir, por lo que trato de calmarme cuando llego y estoy ante la puerta.  Antes de tocar me fijo en la mirilla, así que me hago a un lado para que no me vea y me descubra, y seguido toco la puerta.

―Entra. ―La orden de acceso es intransigente, pero sin duda es su tono de voz. Giro el pomo y entreabro la puerta―, ¿Qué esperas? ―agrega exasperado y entonces asomo la cabeza.

Dentro está en penumbras, hay muy poca luz, pero aun así me quedo de piedra con lo que hay allí, porque parece un cuarto de tortura. Él está allí de pie y brazos cruzados al pecho en una actitud exasperada. Se ha quitado la chaqueta, se ha sacado la corbata y ha remangado sus puños dejando ver sus muñecas blancas. Mi espanto es equiparable al suyo, porque lo último que esperaba era encontrarme con todo esto, tanto como él seguro no se esperaba a que yo lo descubriera.

¡Me lleva!

Su espanto es monumental y no sé si soy la primera en reaccionar, pero retrocedo más rápido que una bala y salgo huyendo de allí como alma que lleva el diablo.

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