La reina dirigió su mirada a Panambi. Ésta se estremeció, ya que era consciente de lo cruel que podía llegar a ser esa mujer. Al final, Jucanda le dijo: - Lo que sucedió fue lamentable y, como se trata de mi primogénito, ya no puedo posponer la ayuda que planeaba enviar dentro de un mes. Mis otros hijos, los duques Aaron y Abiel, les darán una mano. Ellos lograron superar muchos obstáculos y poseen la fuerza y experiencia suficiente para poner en alto las intenciones de Roger. Por cierto, reina Panambi, ¿tiene idea de lo que Roger quiere hacer con mi hijo? - Sospechamos que Roger descubrió su secreto familiar – dijo Panambi, dándole a entender así que ella conocía bien el secreto que mantenían de su dinastía – Y cree que tus genes le darán el don de la eterna juventud. Sospechamos que iba tras usted, reina Jucanda, pero como se encuentra lejos, decidió capturar al duque Rhiaim para sus experimentos. Roger podrá venir del otro lado del océano, pero es alguien que conoce muy bien cómo
La reina Jucanda se encontraba sentada en su trono, en compañía de la princesa Danitza ya que estaba siendo instruida por ésta. Delante de ellos se encontraban los duques Aaron y Abiel, los hijos mayores de la reina que nacieron después de Rhiaim. Aunque se llevaban un año de diferencia, ambos parecían dos gotas de agua: caras pálidas, cejas gruesas y cabellos largos y gruesos de color negro. Aaron estaba vestido con una túnica de color rojo oscuro y Abiel portaba una armadura de bronce, ya que él se había formado como soldado, obteniendo el rango de mariscal. - Hijos míos, los he llamado aquí para adelantar esta misión – les dijo la reina Jucanda, sin evitar mostrar una expresión de preocupación – lamentablemente, ya no puedo esperar a que pase el mes para que apoyen a sus hermanos menores debido a que un forastero del “Viejo Mundo” secuestró a Rhiaim. Esta vez, admito que fue mi culpa ya que ese hombre tras de mí. Mis hijos que residen en la Nación del Sur me pidieron que no me en
Poco después, cuando se acercó a la oficina, se encontró con dos guardias que vigilaban el acceso. Éstos, al verlo, le bloquearon el paso y le preguntaron de forma amenazante: - ¿Qué quieres? - Vine a ver a mi esposa – respondió Brett, con voz firme y calmada. “Supongo que quiere evitar que vuelva a agredirla como lo hice anoche”, pensó Brett. “Pero no pienso rendirme. Tendrá que escucharme así sea lo último que haga”. - La reina está ocupada – le respondió uno de los guardias – será mejor que siga circulando, alteza. Esto último sonó en forma de burla. Aún así, Brett no retrocedió y se mantuvo firme, diciendo: - Está bien, la esperaré hasta que se desocupe. Total, tengo todo el día. - ¡Jah! ¡Me gustaría ser un príncipe para tener tanto tiempo libre! – dijo uno de los guardias, con ironía – Tienen todas las comodidades y nunca hacen nada. Mientras que nosotros trabajamos todo el día, peleamos, luchamos, los vigilamos a ustedes para que no hagan otra de sus tonterías y todo… ¿pa
- Majestad, uno de los esposos de la reina desea verlo. ¿Lo dejo pasar? - Por supuesto. Janoc, quien accedió a permanecer en el palacio a petición de Panambi, dejó entrar a Eber, quien lucía bastante preocupado. El esposo de Aurora, al verlo, le dio un abrazo y, con una voz admirada, dijo: - ¡Has crecido, Eber! ¡La última vez que te vi eras tan solo un niño! Eber sonrió. Luego, dijo: - Brett me pidió que te visitáramos, pero no sé qué está pretendiendo. Por favor, si pudieras hacer algo por él… - ¿Qué fue lo que te dijo Brett? Eber tardó un rato en responder esa pregunta, pero al darse cuenta de que Janoc lo miraba fijamente, respiró hondo y le dijo: - Me pidió que cuidara de los pequeños. - En ese caso, sigue haciendo eso. Por mi parte, solo intervendré si las cosas salen “jodidas”. Aunque Brett me pidió que me mantuviera al margen, no creo que pueda hacerlo por más tiempo. Él me ayudó muchísimo en el pasado protegiéndome de aquellos nobles que me despreciaron por mis orígen
En eso, miró fijamente a sus escoltas provisionales, con unos ojos tan fríos que les hicieron recordar a la mirada pérfida de la reina Jucanda. Y les dijo con una voz llena de rencor: - Aunque sea un rehén, haré todo lo que esté a mi alcance para sobrellevar la situación. No necesito que me protejan, solo que me respeten y eviten que estos intrépidos guardias abusen de su poder contra los sirvientes que nos juraron lealtad y las damas personales de mis hermanitos. Si notan algo, avísenme de inmediato y me encargaré personalmente. ¿Entendido? - Si, su majestad – dijo Van – pero si algo le pasa… - Un monstruo como yo no necesita que lo protejan – dijo Brett, con una expresión fría – herí a mi esposa y me burlé de ella en más de una ocasión. He matado, ¿saben? Y no me temblará la mano ante nadie jamás. Con todo eso, ¿todavía están dispuestos a cuidarme? - Lo hacemos porque nos ayudó, majestad – dijo Rojo – no nos ha despedido y hasta diste oportunidad a nuestros amigos Tim y Sam para
La secretaria estaba explicándole a Panambi sobre la tensión que gran parte del personal del palacio sentía hacia los príncipes, luego de que éstos fuesen humillados y castigados. Recordó que la duquesa Dulce se lo había advertido: más de uno aprovecharía la situación para acusarlos de cualquier cosa y, así, dar motivo para aumentar sus amonestaciones. Pero gracias a que mandó instalar el doble de cámaras de seguridad que tenían anteriormente en el palacio, pudo detectar a los guardias y sirvientes intrépidos y, de inmediato, los mandó a pasar la noche en las celdas por “intentar dañar a sus esposos”. Y aquellos que les prometieron respaldarlos dando falsos testimonios, terminaron por sincerarse ante el temor de ser ajusticiados. - ¡Casi no lo reconozco! – comentó la secretaria, quien también quedó a mirar las cámaras – el príncipe Brett parecía ser tan calmado y dócil antes… - Solo fingía serlo – dijo lady Queral – la ex reina Aurora comentó hace tiempo, que el príncipe Brett es c
La habitación de la reina era mucho mas amplia y espaciosa que la de los príncipes. Su cama era el doble del tamaño y, también, tenía un enorme armario que llegaba hasta el techo. Pero, a un extremo, encontraron una mesita circular con tres sillas, tres tazas y una jarra de té. En esos momentos, Panambi vestía un sencillo camisón celeste y su cara lucía muy demacrada. Aún así, tuvo el cuidado de retocar su maquillaje para ocultar las enormes ojeras de su rostro. - Buenas noches, queridos esposos – le saludó la reina – pensé que ignorarían mi invitación. - Aún cuando estemos enfadados, seguiremos cuidando de usted, querida esposa – le dijo Brett. - Es la primera vez que nos llama por cuenta propia – dijo Eber - ¿Sucede algo, esposa nuestra? - Solo quiero pasar el tiempo con ustedes – respondió la reina, dirigiéndose a la mesa – y aclarar algunos malentendidos que surgieron tras los últimos sucesos. ¿Qué esperan? ¡Siéntense! Los dos príncipes se sentaron y la misma reina les sirvi
El palacio contaba con un helipuerto que habían construido desde hace tiempo para recibir la visita de nobles e invitados especiales provenientes de los reinos vecinos. Y, durante el transcurso de la mañana, un helicóptero proveniente del reino del Este aterrizó en él. De inmediato, los guardias reales de la reina formaron una hilera, para darles la bienvenida como nobles extranjeros. - ¡Guau! ¡Qué gran comitiva! – exclamó Abiel, viendo por la ventana. - ¡Contrólate, hermanito! – le dijo Aaron – Recuerda que ahora venimos en calidad de nobles. ¡No olvides la etiqueta! Ambos duques bajaron, acompañados de sus escoltas personales. Y, por los aires, bajaron en paracaídas otros cinco soldados que conformaban parte de su pequeño ejército. Los soldados de la reina del Sur no evitaron asombrarse por el gran espectáculo que ofrecieron los visitantes del reino del Este. Luego de eso, fueron conducidos hasta el trono, donde les esperaba la reina Panambi. Los duques se asombraron por la sing