“Al fin y al cabo, somos como sus rehenes”, pensó Brett, con tristeza. “Lo supe desde el inicio, pero aún con todo, le confié mi corazón… Lo siento, esposa nuestra. Aun cuando la ame, eso no quiere decir que esté de acuerdo con sus acciones. ¿No pudo pedir al capitán que nos apoyara en la operación rescate? ¿Por qué no confía en que regresaríamos a su lado? Por esta vez, me rebelaré ante ella. Solo espero que no descargue su ira contra mis hermanitos que, para eso, le confío mi cuerpo… y mi vida”. - ¡Muchachos! ¡Ahora! – gritó Brett. De inmediato, los cuatro príncipes sacaron sus armas y arremetieron contra los soldados de la reina. Éstos se defendieron con sus escudos, quedándose asombrados de la gran fuerza que tenían tras esos cuerpos delgados. - ¡No los subestimen! ¡Vayan con todo! – ordenó el capitán. Zlatan fue el primero en caer, ya que era miope y, sin sus lentes, se le dificultaba arrojar sus dardos. De inmediato, fue sujetado por sus extremidades, lanzado al suelo y amar
Cuando llegaron al palacio, los soldados colocaron a los príncipes delante del trono. La reina Panambi tuvo un atisbo de compasión al verlos sometidos de esa forma. Pero debido a la etiqueta, permaneció con su expresión neutra mientras se preparaba a dictar sentencia. El capitán, doblando una rodilla al suelo e inclinando la cabeza, le dijo: - Su alteza, no tuvimos otra opción más que aplicar la fuerza. Pero nos aseguramos de traerlos con vida, tal como lo ordenó. - No se puede evitar. ¡Así son mis maridos! – dijo Panambi – Son fuertes y valientes… pero obstinados. Y es por eso que no me queda otra opción más que castigarlos. La reina hizo una pausa y dirigió su mirada a Brett, quien tenía una expresión vacía. Respiró hondo y dijo: - Deposítenlos en sus camas, sin desatarlos, y cierren las puertas y ventanas de sus dormitorios con llave. Se quedarán así hasta el amanecer para evitar que intenten escapar. Si se mantienen calmados, les irán bien y no sufrirán daños. Los guardias t
La duquesa Dulce volvió a visitar a la reina Panambi y, esta vez, ambas se reunieron en la oficina para charlar sobre los últimos acontecimientos surgidos entre esos días. - En verdad siento mucha lástima por los príncipes – dijo la duquesa – son chicos amables y con una altísima voluntad para hacer las cosas. ¡Merecen ser felices! - Ahora que el duque Rhiaim y la ex reina Aurora fueron secuestrados, será aún más difícil devolverles esas sonrisas en sus rostros – dijo la reina Panambi – además, tenemos muy pocas pistas sobre su paradero. La espía que se había infiltrado falló en su misión y todas las posibles “bases” han desaparecido. - ¿Y dónde se encuentran ahora sus esposos? - Están en el patio. ¿Vamos a verlos? Ambas mujeres salieron de la oficina y se dirigieron al patio. Bajo el naranjo se encontraban los cuatro príncipes, formando un círculo. Brett se encontraba con las rodillas dobladas y Uziel estaba con la cabeza sobre su regazo, dejando que su hermano mayor le acaricia
La reina dirigió su mirada a Panambi. Ésta se estremeció, ya que era consciente de lo cruel que podía llegar a ser esa mujer. Al final, Jucanda le dijo: - Lo que sucedió fue lamentable y, como se trata de mi primogénito, ya no puedo posponer la ayuda que planeaba enviar dentro de un mes. Mis otros hijos, los duques Aaron y Abiel, les darán una mano. Ellos lograron superar muchos obstáculos y poseen la fuerza y experiencia suficiente para poner en alto las intenciones de Roger. Por cierto, reina Panambi, ¿tiene idea de lo que Roger quiere hacer con mi hijo? - Sospechamos que Roger descubrió su secreto familiar – dijo Panambi, dándole a entender así que ella conocía bien el secreto que mantenían de su dinastía – Y cree que tus genes le darán el don de la eterna juventud. Sospechamos que iba tras usted, reina Jucanda, pero como se encuentra lejos, decidió capturar al duque Rhiaim para sus experimentos. Roger podrá venir del otro lado del océano, pero es alguien que conoce muy bien cómo
La reina Jucanda se encontraba sentada en su trono, en compañía de la princesa Danitza ya que estaba siendo instruida por ésta. Delante de ellos se encontraban los duques Aaron y Abiel, los hijos mayores de la reina que nacieron después de Rhiaim. Aunque se llevaban un año de diferencia, ambos parecían dos gotas de agua: caras pálidas, cejas gruesas y cabellos largos y gruesos de color negro. Aaron estaba vestido con una túnica de color rojo oscuro y Abiel portaba una armadura de bronce, ya que él se había formado como soldado, obteniendo el rango de mariscal. - Hijos míos, los he llamado aquí para adelantar esta misión – les dijo la reina Jucanda, sin evitar mostrar una expresión de preocupación – lamentablemente, ya no puedo esperar a que pase el mes para que apoyen a sus hermanos menores debido a que un forastero del “Viejo Mundo” secuestró a Rhiaim. Esta vez, admito que fue mi culpa ya que ese hombre tras de mí. Mis hijos que residen en la Nación del Sur me pidieron que no me en
Poco después, cuando se acercó a la oficina, se encontró con dos guardias que vigilaban el acceso. Éstos, al verlo, le bloquearon el paso y le preguntaron de forma amenazante: - ¿Qué quieres? - Vine a ver a mi esposa – respondió Brett, con voz firme y calmada. “Supongo que quiere evitar que vuelva a agredirla como lo hice anoche”, pensó Brett. “Pero no pienso rendirme. Tendrá que escucharme así sea lo último que haga”. - La reina está ocupada – le respondió uno de los guardias – será mejor que siga circulando, alteza. Esto último sonó en forma de burla. Aún así, Brett no retrocedió y se mantuvo firme, diciendo: - Está bien, la esperaré hasta que se desocupe. Total, tengo todo el día. - ¡Jah! ¡Me gustaría ser un príncipe para tener tanto tiempo libre! – dijo uno de los guardias, con ironía – Tienen todas las comodidades y nunca hacen nada. Mientras que nosotros trabajamos todo el día, peleamos, luchamos, los vigilamos a ustedes para que no hagan otra de sus tonterías y todo… ¿pa
- Majestad, uno de los esposos de la reina desea verlo. ¿Lo dejo pasar? - Por supuesto. Janoc, quien accedió a permanecer en el palacio a petición de Panambi, dejó entrar a Eber, quien lucía bastante preocupado. El esposo de Aurora, al verlo, le dio un abrazo y, con una voz admirada, dijo: - ¡Has crecido, Eber! ¡La última vez que te vi eras tan solo un niño! Eber sonrió. Luego, dijo: - Brett me pidió que te visitáramos, pero no sé qué está pretendiendo. Por favor, si pudieras hacer algo por él… - ¿Qué fue lo que te dijo Brett? Eber tardó un rato en responder esa pregunta, pero al darse cuenta de que Janoc lo miraba fijamente, respiró hondo y le dijo: - Me pidió que cuidara de los pequeños. - En ese caso, sigue haciendo eso. Por mi parte, solo intervendré si las cosas salen “jodidas”. Aunque Brett me pidió que me mantuviera al margen, no creo que pueda hacerlo por más tiempo. Él me ayudó muchísimo en el pasado protegiéndome de aquellos nobles que me despreciaron por mis orígen
En eso, miró fijamente a sus escoltas provisionales, con unos ojos tan fríos que les hicieron recordar a la mirada pérfida de la reina Jucanda. Y les dijo con una voz llena de rencor: - Aunque sea un rehén, haré todo lo que esté a mi alcance para sobrellevar la situación. No necesito que me protejan, solo que me respeten y eviten que estos intrépidos guardias abusen de su poder contra los sirvientes que nos juraron lealtad y las damas personales de mis hermanitos. Si notan algo, avísenme de inmediato y me encargaré personalmente. ¿Entendido? - Si, su majestad – dijo Van – pero si algo le pasa… - Un monstruo como yo no necesita que lo protejan – dijo Brett, con una expresión fría – herí a mi esposa y me burlé de ella en más de una ocasión. He matado, ¿saben? Y no me temblará la mano ante nadie jamás. Con todo eso, ¿todavía están dispuestos a cuidarme? - Lo hacemos porque nos ayudó, majestad – dijo Rojo – no nos ha despedido y hasta diste oportunidad a nuestros amigos Tim y Sam para