El Palacio contaba con una extensa biblioteca que, si bien estaba hecha exclusivamente para los nobles, también los plebeyos podían acceder a ella. Y fue así que Zlatan, apenas ingresó al lugar, atrajo la mirada de un par de jovencitas que estaban haciendo sus tareas. - ¿Ese no es uno de los esposos de la reina? - ¡Sí! ¡El de lentes! Escuché que es todo un erudito. - Me gustaría hablarle, pero… ¿Prestaría atención a una plebeya como yo? - Ni aunque fuésemos damas nobles nos lo permitirían, ya que necesitamos el permiso de su esposa para hablarle. Zlatan escuchó la conversación, pero decidió ignorarla. Si bien era algo que siempre solía hacer debido a su actitud esquiva, en esos momentos lo hizo porque estaba aturdido por los últimos acontecimientos que afectaban de forma directa a su familia. Y, también, sospechaba que Brett les estaba ocultando cosas, lo cual le molestaba ya que éste siempre confiaba en él para respaldarlo con el poder del conocimiento. “Quizás he sido muy egoí
Zlatan meditó por un rato y, luego, dijo: - No tenemos ninguna relación. Apenas intercambiamos algunas palabras, las únicas veces que hablamos directamente fue cuando iba a leer en su palacio… ¡Y solo hablábamos de libros!. Ella me dijo que se enamoró de mí, pero no recuerdo haber hecho nada por ella para despertarle ese sentimiento. Pero… - el joven enmudeció y, poco a poco, sus mejillas se colorearon – Ella me dijo que piense por mí mismo. No sé qué será eso, pero me dejó reflexionando. Así es que, Uziel, ¿Crees que habría algo de malo en que, por un instante, pueda expresar mis sentimientos? - Yo lo hago todo el tiempo – dijo Uziel, encogiéndose de hombros – Aunque soy un príncipe, no recibí una educación estricta y, por eso, no sé nada sobre la “dignidad de príncipe” ni esas cosas. Eso me llevó a meterme en problemas, así es que no soy el indicado para darte consejos. Zlatan se mantuvo en silencio. Y es que, en el fondo, envidiaba a Uziel. Por más que lo regañaba, pensaba que s
Mientras Rhiaim y Aurora se preparaban para encontrarse con la espía de la condesa, el caballero Luis se estaba dirigiendo al palacio junto al príncipe del Sur y los sirvientes que éste decidió asignar para que sirvieran al príncipe Brett y sus hermanos. - Es raro que acceda a escoltarme hasta ese lugar, Luis – le dijo el príncipe, con una media sonrisa. - Tuve que hacerlo – resopló el caballero, con una mueca extraña – Si no, la “princesa” se sentirá ofendida. - ¿Aún usas ese mote con él? Creí que lo habías superado. - Bueno, nunca me dijo que dejara de llamarlo así. Pero no creo que eso te importe, príncipe Janoc. Janoc, quien se había ganado el título de príncipe tras aprobarse su relación con la reina Aurora hacia diez años, dio un ligero suspiro tras el comentario del hombre que siempre lo despreció por sus orígenes humildes. - Por cierto, ¿qué tal van las cosas con tu esposa? Escuché que tuvieron problemas en las tierras que le cedieron como su ducado. - Vamos bien – dijo
El escondite de la espía Azul quedaba a unos cuantos kilómetros del galpón, pero a tres días de viaje en carretera del ducado del Sol. Y fue por eso que Rhiaim, Aurora y sus escoltas viajaron en helicóptero hasta la zona indicada. El lugar consistía en una cabaña de madera, situada en un claro del bosque. Azul se cercioró de que no la siguieran y, cuando comprobó que el terreno estaba limpio, entró. Vio un helicóptero aterrizar cerca de la cabaña. De ahí bajaron Rhiaim y Aurora quienes, inmediatamente, entraron. Sus escoltas rodearon el lugar y desactivaron el motor de la nave para evitar hacer tanto ruido. - ¡Majestades! – saludó Azul, haciendo una reverencia - ¿A qué se debe que me pidieron que nos reuniéramos acá? - Mi esposa me informó de que te hirieron – respondió Rhiaim – pero te veo en buen estado y eso me extraña. ¿No le habrás enviado un informe errado? - No me he comunicado con ella aún – dijo Azul – y hasta ahora no fui herida, pero uno de los secuaces de Roger sospec
Los príncipes llegaron al galpón. Por suerte, decidieron seguir adelante porque el lugar se estaba incendiando. Brett, quien presenció a tres sujetos alejándose inmediatamente a la par que las llamas aumentaban de tamaño, presintió que ellos solos no podrían apagar el fuego ya que, si se concentraban en eso, los niños no podrían ser rescatados a tiempo. Su mente trabajaba a mil por hora para lograr solucionar ese problema. Y, al final, ordenó: - ¡Eber! ¡Contacta con los bomberos de las villas más cercanas! ¡Zlatan, sigue a esos sujetos y dispárales en las piernas con tus dardos! ¡Uziel, ven conmigo! Zlatan fue corriendo hacia los sujetos que habían provocado el fuego. Logró disparar sus dardos a uno, pero un segundo lo apuntó con una pistola. Justo en ese momento, la espía Azul hizo aparición y le disparó al bandido para defender al príncipe. - ¿Quién eres? – le preguntó Zlatan. - ¡Eso no importa! ¡Atrapémoslos y apoyemos a tus hermanos! – dijo Azul. Una vez que realizó los conta
“Al fin y al cabo, somos como sus rehenes”, pensó Brett, con tristeza. “Lo supe desde el inicio, pero aún con todo, le confié mi corazón… Lo siento, esposa nuestra. Aun cuando la ame, eso no quiere decir que esté de acuerdo con sus acciones. ¿No pudo pedir al capitán que nos apoyara en la operación rescate? ¿Por qué no confía en que regresaríamos a su lado? Por esta vez, me rebelaré ante ella. Solo espero que no descargue su ira contra mis hermanitos que, para eso, le confío mi cuerpo… y mi vida”. - ¡Muchachos! ¡Ahora! – gritó Brett. De inmediato, los cuatro príncipes sacaron sus armas y arremetieron contra los soldados de la reina. Éstos se defendieron con sus escudos, quedándose asombrados de la gran fuerza que tenían tras esos cuerpos delgados. - ¡No los subestimen! ¡Vayan con todo! – ordenó el capitán. Zlatan fue el primero en caer, ya que era miope y, sin sus lentes, se le dificultaba arrojar sus dardos. De inmediato, fue sujetado por sus extremidades, lanzado al suelo y amar
Cuando llegaron al palacio, los soldados colocaron a los príncipes delante del trono. La reina Panambi tuvo un atisbo de compasión al verlos sometidos de esa forma. Pero debido a la etiqueta, permaneció con su expresión neutra mientras se preparaba a dictar sentencia. El capitán, doblando una rodilla al suelo e inclinando la cabeza, le dijo: - Su alteza, no tuvimos otra opción más que aplicar la fuerza. Pero nos aseguramos de traerlos con vida, tal como lo ordenó. - No se puede evitar. ¡Así son mis maridos! – dijo Panambi – Son fuertes y valientes… pero obstinados. Y es por eso que no me queda otra opción más que castigarlos. La reina hizo una pausa y dirigió su mirada a Brett, quien tenía una expresión vacía. Respiró hondo y dijo: - Deposítenlos en sus camas, sin desatarlos, y cierren las puertas y ventanas de sus dormitorios con llave. Se quedarán así hasta el amanecer para evitar que intenten escapar. Si se mantienen calmados, les irán bien y no sufrirán daños. Los guardias t
La duquesa Dulce volvió a visitar a la reina Panambi y, esta vez, ambas se reunieron en la oficina para charlar sobre los últimos acontecimientos surgidos entre esos días. - En verdad siento mucha lástima por los príncipes – dijo la duquesa – son chicos amables y con una altísima voluntad para hacer las cosas. ¡Merecen ser felices! - Ahora que el duque Rhiaim y la ex reina Aurora fueron secuestrados, será aún más difícil devolverles esas sonrisas en sus rostros – dijo la reina Panambi – además, tenemos muy pocas pistas sobre su paradero. La espía que se había infiltrado falló en su misión y todas las posibles “bases” han desaparecido. - ¿Y dónde se encuentran ahora sus esposos? - Están en el patio. ¿Vamos a verlos? Ambas mujeres salieron de la oficina y se dirigieron al patio. Bajo el naranjo se encontraban los cuatro príncipes, formando un círculo. Brett se encontraba con las rodillas dobladas y Uziel estaba con la cabeza sobre su regazo, dejando que su hermano mayor le acaricia