Caminaron un buen trecho sobre lo que parecía ser un largo pasillo de rocas húmedas. En más de una ocasión, sufrieron de resbalones, por lo que no tuvieron otra opción más que andar con cuidado. De pronto, vieron una luz que provenía de una curvatura. La siguieron y vieron una amplia gruta en donde tenían a una gran cantidad de niños y niñas, encadenados. Tanto Van y Rojo como Eber y los demás soldados quedaron impactados. Los niños se veían en mal estado, algunos parecían que no habían comido por días y todos desprendían un fuerte olor, debido a que hacían sus necesidades en el mismo sitio donde se encontraban inmovilizados. - ¡Qué abominación! – exclamó Eber, tapándose la boca y la nariz al sentir arcadas - ¿Pero qué clase de demonio los tendría en estas condiciones? ¡Hasta los prisioneros tienen más dignidad que estas pobres criaturas! - ¡Cuidado, alteza! Van estiró a Eber, logrando así esquivar un balazo que se dirigió cerca de su cabeza. El príncipe se fijó que, al otro extr
- ¡Me alzó en brazos y corrió por entre la lluvia de rocas! ¡Es el príncipe de los cuentos de hadas! La niña que había sido rescatada por Eber estaba contando su anécdota a sus padres, mientras le atendían la rodilla herida en el hospital. El príncipe, por su parte, vigiló que cada niño estuviese junto a sus padres. También contactó con la reina para que fuera a buscarlo. - Lamento todo esto – le dijo Eber a su esposa – había antenas en la cueva y uno de los bandidos nos lanzó una granada. Tuve que priorizar el rescate de los niños y dejarlos marchar. - Lo importante es que estén a salvo – le dijo Panambi – iremos enseguida a buscarte. Ten paciencia. El oficial a cargo de cuidar el pueblo se acercó a Eber para que éste diera su testimonio de los hechos. Cuando terminó, dio una mirada a la niña quien, en esos momentos, lo saludaba desde lejos con una sonrisa de entusiasmo. - Creo que le gustas, Romeo – comentó el oficial al príncipe. - Es muy joven para mí – respondió Eber, enco
Tras terminar la reunión, la duquesa Dulce se comprometió a seguir investigando sobre el caso en base al testimonio de los niños que consiguieron rescatar. Por su parte, los príncipes regresaron a sus dormitorios para poder descansar y Panambi se quedó en su oficina, ya que debía ponerse al día con todas las gestiones que pospuso durante su viaje. En eso, se acercó su secretaria y le preguntó: - ¿No irá a descansar, su alteza? ¡Se ve agotada! - Tengo que seguir con mis deberes – respondió Panambi – los ciudadanos no querrán que los desatienda por más tiempo. por cierto, ¿hiciste lo que te pedí? - ¡Sí, su alteza! – respondió la secretaria, mostrándole su agenda donde figuraba un calendario semanal – Distribuí los horarios para que pueda pasar la noche con cada esposo, una vez a la semana. Como son cuatro, se me ocurrió hacer días intercalados entre semana para que puedas tener sus noches libres. Iniciaría con Brett en dos días ya que, así, tendrás tiempo de amoldar tu agenda. - ¡P
Cuando Brett despertó, halló una canasta en su ventana. La abrió y la tomó, encontrando ahí bocadillos y bebidas para el desayuno. “Supongo que, durante nuestro encierro, nos darían las comidas por la ventana ya que mi dama personal no tendrá permitido abrir la puerta”, pensó Brett. Miró hacia Uziel, que aún seguía durmiendo, y dio un suspiro de resignación. “Va a ser un largo día”. Además del desayuno, también encontró un mensaje de la reina Panambi, diciendo: Pensé que podrían tener hambre. Calculé para que les alcance a los dos. Espero que lo disfruten. Uziel comenzó a despertarse. Brett estiró el escritorio que tenía en su habitación hacia su cama, distribuyó los bocadillos y le indicó a su hermano: - Desayunemos juntos. Uziel, aún adormilado, se acercó hasta la mesa. Brett estiró un banquito y se sentó al lado opuesto. Mientras comían, el muchacho le preguntó: - ¿Qué haremos luego del desayuno? Si estuviera con Zlatan, seguro jugaríamos algún juego, pero a ti no te gustan
Contrario a lo que esperaban, la reina Panambi los liberó una hora antes del atardecer. Apenas abrió la puerta, corrió directo hacia Brett y le dio un abrazo, diciéndole: - ¡Oh! ¡Lamento tanto todo esto! ¡No debí ser dura con ustedes después de todo lo que pasaron en sus recorridos! Uziel se colocó detrás de Brett, como si temiera a la reina. Pero ella lo descubrió y, de inmediato, se acercó a él diciéndole: - ¡Perdóname, pequeño esposo! Y… ¡Gracias por el bonito collar que compraste para mi en tu viaje! – ante esto, abrazó al muchacho con ternura, haciendo que éste se sintiera incómodo – Te prometo que, cuando llegue nuestra noche de encuentro, te prepararé tu postre favorito. - ¿De verdad? – dijo Uziel, dejando la incomodidad a un lado y luciendo una expresión de entusiasmo. - ¿A qué se debe que nos has perdonado? – intervino Brett. Panambi se separó de Uziel y tomó a Brett del brazo. Luego, los llevó fuera de la habitación y le explicó: - Solo diré que admiro lo unidos que s
Al siguiente día, y por petición de la condesa Yehohanan, la reina Panambi accedió a que los cuatro príncipes fueran a visitar a su hermano mayor en la Capital. El argumento que dio fue que, pronto, tendría que regresar a su ducado para corroborar que las cosas estuviesen en orden ahí. Pero, en realidad, fue que recordó aquello que había encontrado en el palacio de su madre hacia tiempo e intuyó que podría ayudarles a resolver el caso. Todos llegaron a la mansión de la condesa, recordando los viejos tiempos en que vivían ahí y se la pasaban entrenando o estudiando. Tuvieron un almuerzo en el comedor y fue ahí que el príncipe les reveló lo que encontró en la biblioteca central de la Capital, cuando fue ahí junto con Zlatan. - Entramos en el acceso restringido – explicó Rhiaim – Y hallamos un documento muy similar a un libro que leí cuando era chico. - No recuerdo haberlo leído – intervino Zlatan – y eso que me llegué a leer casi la mitad de los libros de la biblioteca del Palacio.
Los cuatro hermanos se encontraban en el campo de entrenamiento, debido a que los últimos acontecimientos les hicieron ver que en verdad les tocaría pelear contra sujetos muy rudos y fuertes. Por suerte, la reina mandó instalar una sección de prueba de armas de fuego, donde podrían practicar disparos y aprender a esquivar las balas que podrían acertarles en sus cuerpos. - No me gustan estas cosas – refunfuñó Brett, mientras sostenía su pistola de prácticas – Nunca las usé y pude defenderme bien hasta ahora. - Aún así, es necesario aprender a usarlas – dijo Eber – Debido a que se instauró el libre mercado, se han comercializado las armas de fuego en los distintos estratos de la sociedad. Sí o sí tendremos que saber lidiar con bandidos que las usen. Espero que la reina pueda hacer algo al respecto para evitar que llegue a mano de más grupos criminales o gente demente. Uziel y Zlatan, por su parte, decidieron entrenar con espadas de madera, simulando un duelo. Tras unos minutos, Zlata
Panambi le abrió la bata y la deslizó por sobre sus hombros, llegando hasta los brazos y arrojando la parte superior al suelo. Brett también llevaba un par de pantalones sujetados por una correa. La joven monarca estiró el cinto hasta aflojar los pantalones, haciendo que se deslizara por sus piernas y dejándolo, así, en ropa interior. - Ahora es tu turno. Panambi le dio la espalda, ya que el vestido que llevaba se desprendía por atrás. Las manos de Brett temblaron, pero se propuso ser valiente y, con delicadeza, le bajó el cierre hasta descubrir su espalda. luego, lo abrió y deslizó el vestido hacia sus costados, dejándola también en ropa interior. Cuando estuvo a punto de tocar sus sostenes, se detuvo y le dijo: - L… lo siento. No sé cómo sacar una prenda femenina. La reina se rió ante la aparente inocencia de Brett. Así es que, colocando el vestido a un costado, dio medio vuelta y tomó las manos de su esposo, estirándolo hasta la cama. - Todavía no terminé de desvestirte – le