Mientras los cuatro continuaban su camino a través del búnker, podían sentir la tensión en el aire.Cada vez que abrían una puerta, sus corazones latían con fuerza, esperando encontrar algo que pudiera ayudarlos a dar con los niños.Sin embargo, cuando llegaron a la última puerta, todo parecía perdido. La puerta era enorme y pesada, y no tenían la forma de abrirla.—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Gianina con la frustración grabada en el rostro.—No podemos darnos por vencidos —respondió Alejandro con determinación—. Tenemos que intentarlo.Adriano, Gianina y Sara asintieron en silencio, conscientes de que no tenían otra opción.Sorpresivamente, Alejandro desenfundó un arma, que llevaba metida en la cinturilla de su pantalón y apuntó a la cerradura de la puerta.Sin pensarlo dos veces, comenzó a disparar.Cada disparo resonaba en la habitación, aumentando la tensión con cada segundo que pasaba.—¡No está funcionando! —exclamó Sara al ver que la cerradura no cedía.Sin embargo, Alejandro
Luego de que Ana fuera reducida, Alejandro miró a Sara y le dijo:—¿Recuerdas el camino de regreso al exterior? —Sara asintió—. Bien, sería bueno que vayas hasta allí y llames a la policía y a la ambulancia —le indicó.—Pero…—Sé que estás aterrada, pero también, por lo poco que te conozco, sé que puedes con todo esto y mucho más —dijo y sonrió.—Ya, pero ¿no puedo llamar desde aquí? —preguntó.—No creo que haya señal —respondió el hombre y sacó su móvil para comprobarlo—. No, en efecto, no hay señal. Lo mejor es que salgas en busca de ayuda.—¿Y tú?—Me quedaré aquí a ayudar a Adriano y a Gianina —respondió, alzando la voz ante el grito insistente de dolor por parte de Ana.—¿Qué haremos con ella? —interrogó Sara, mirando cómo Ana se tomaba el brazo izquierdo con la mano, mientras aullaba de dolor.—Pues no va a morir, así que esperaremos a que lleguen los paramédicos y la policía, estos últimos sabrán qué hacer con ella.Sara asintió y, sin decir más, tomó su móvil, comprobando que,
Luego de corroborar que sus hijos, pese al estado en el que estaban cuando los encontraron en las profundidades de aquel búnker y de que Gianina estaba fuera de peligro, ya que, efectivamente, la herida que le había causado el disparo de Ana era superficial, Adriano miró a Gianina y dijo:—Iré a ver a Ana.—¿Para qué? —preguntó con el ceño fruncido—. Después de todo lo que ha hecho…—Quiero saber más, después de todo ella fue la que nos llevó hasta aquí y, por lo que dijo cuando nos encontramos con ella, al parecer también cometió un crimen contra Vittoria.—¿Ahora defenderás a Vittoria después de lo que ella también hizo? —lo interrogó con un gesto de incredulidad.—Gianina, sé lo que sientes en este momento, pero si Ana cometió algún delito en contra de Vittoria, necesitamos saberlo, de esa manera no podrá librarse y tendrá una condena más larga.—¿No te sabe mal condenar a tu hermana? —preguntó Sara, quien se encontraba sentada en un sillón en la habitación en la que había sido ing
Luego de una semana de internación, Gianina y los cuatrillizos fueron dados de alta.Gianina se sentía feliz de que finalmente todos pudieran volver a casa después de tantos días en el hospital. Sin embargo, su felicidad se vio empañada al enterarse de que Adriano iría a ver a Ana, quien, luego de ser dada de alta, había sido arrestada y llevada a la comisaría.—¿Estás seguro de que es una buena idea? —preguntó Gianina, mientras Adriano se colocaba la chaqueta.—Necesito saber qué pasó con Vittoria, si es verdad lo que dijo tendrá que pagar por eso también.—¿No puedes dejar a Vittoria en el pasado? —inquirió cruzándose de brazos.—No, no puedo, porque por el secuestro y la amenazas le darán mucho menos que por un asesinato —respondió con seguridad—. Pensé que entenderías y me apoyarías.—Lo hago, pero no sé, quizás lo mejor es que denuncies la desaparición de Vittoria y que la policía se haga cargo.—No creo que sea buena idea. Necesito insistir. La vez anterior no quiso decirme nada
Al llegar a la masía, Adriano se sentía nervioso y ansioso. Cuando abrió la puerta, se encontró con que Gianina se encontraba sentada en el sofá de la sala.—¿Qué sucedió? —preguntó Gianina, poniéndose de pie y acercándose a él.Adriano se dio cuenta de que lo había estado esperando.—Me lo confesó todo —dijo en un suspiro.Gianina alzó los cejas, y lo observó boquiabierta.Adriano inspiró profundamente, se encaminó hacia el sofá y, luego de soltar el aire con lentitud, le contó con lujo de detalles la conversación que había mantenido con su hermana en la comisaría.—¿Eso quiere decir que Vittoria tenía una obsesión contigo, pero todo lo que hizo fue en pos de contentar a Ana? —preguntó Gianina con el ceño fruncido.Adriano suspiró.—No lo sé, eso solo lo sabía ella —respondió con pesar—. No sé por qué lo hizo, solo sé que Ana la impulsó, en cierta manera, o eso es lo que creo comprender. Si te soy sincero, en este momento me siento sumamente confundido. No sé qué pensar. Ni qué hacer.
UN MES MÁS TARDE Adriano se sentía sumamente angustiado.Tras regresar a Sicilia, había acudido a las dependencias de los carabinieri y había presentado la grabación en la que Ana confesaba que había asesinado a Vittoria. En primera instancia no le habían prestado ni la más mínima atención, pensando que se había vuelto loco. Sin embargo, una semana más tarde, un hombre, que surcaba las aguas mediterráneas, se había topado, desagradablemente, con el cuerpo de una mujer sin vida. Teniendo la denuncia de Adriano, la cual habían tomado a regañadientes, tras la insistencia del hombre, lo llamaron para que acudiera a la morgue judicial para reconocer el cadáver. Adriano no se sentía preparado para aquello, ya que, a pesar de todo lo que había hecho Vittoria y la obsesión que había demostrado hacia él, no se merecía aquello. No obstante, así como había sentido que era su responsabilidad entregarla a las autoridades, no podía evadir la responsabilidad de reconocer su cuerpo. Cuando apa
Los días posteriores a su llegada al país, Gianina, con la ayuda de sus amigas, se había dedicado a instalarse con ellas en una de las viviendas que Antonio le había dejado a modo de herencia. —¿Estás segura de que eso va allí? —le preguntó Sara a Gianina, al ver que intentaba colocar una maceta en el interior de la heladera. Gianina sacudió la cabeza y prestó atención a lo que estaba haciendo. —¡Oh, por Dios! —exclamó y blanqueó los ojos antes de suspirar. —En serio, Gianina, necesitas descansar —dijo Johana, quien había visto todo desde el umbral de la puerta de la cocina, sosteniendo una caja, con la palabra libros, en los brazos. —Ya les he dicho que estoy bien. —No, no lo estás —sentenció Sara, acercándose a ella y quitándole la maceta, para colocarla sobre la encimera. Acto seguido, tomó a su amiga por los brazos y la obligó a tomar asiento en una de las sillas que se encontraban en torno a la mesa de madera oscura. —De verdad, Gianina, ambas sabemos qué es lo que estás
UN MES DESPUÉSGianina se encontraba revisando las cuentas de Antonio. Quería saber a la perfección de cuánto dinero disponía y cómo iban las acciones en las que el hombre había invertido un gran porcentaje, lo mismo con las empresas que él había dejado atrás.Durante el tiempo que había pasado con Adriano, no se había preocupado por nada e, inconscientemente, había delegado aquella tarea en los contadores y en los hombres de confianza de Antonio.Sin embargo, algo no estaba bien y, por mucho que analizaba las cuentas, no estaba segura en qué estaba fallando.Aun así, estaba completamente obcecada en descubrir la falla.En ese momento, se encontraba revisando las cuentas por enésima vez, cuando Sara entró en el despacho que la propia Gianina había adaptado a sus comodidades.—Oye, querida, es hora de almorzar —le dijo mientras se sentaba frente al escritorio y buscaba su mirada.Gianina suspiró.—¿Ya? —preguntó.Estaba desorientada.—Cariño, tienes que comer, has perdido demasiado pes