AL DÍA SIGUIENTE.Luego de conseguir el alta por parte del médico del hospital, Gianina y Adriano se encaminaron hacia el aeropuerto internacional.Si bien a Gianina no le hacía ni pizca de gracia dar sus datos en la boletería, no se detuvo demasiado a pensarlo. La vida de sus hijos estaba en peligro, que supieran sus movimientos era lo de menos.De hecho, estaba segura de que no importaba cuántos recaudos tomara, siempre terminarían acorralándolos.—¿Te has puesto a pensar que esto puede ser obra de Vittoria? —preguntó mirando a Adriano significativamente.Adriano asintió con pesar.—Lo sé, Gianina. —Tragó saliva, mientras se acomodaba junto a ella en una de las butacas del avión—. No me recuerdes que soy un imbécil, por favor. Ya demasiada angustia siento al saber que por mi culpa mis hijos están en peligro.Gianina suspiró y no dijo nada más hasta varios minutos más tarde.—¿Qué piensas hacer cuando lleguemos a Galicia?—Ir a la policía —respondió Adriano con seguridad, mientras col
Adriano y Gianina estaban desesperados, sus hijos llevan tres días desaparecidos y ni ellos ni la policía habían logrado dar con la más mínima pista que los condujera su paradero.Cada minuto que pasaba tanto Adriana y Gianina, como Francesco, Sara y Johana les pareció una eternidad, y ninguno podía evitar pensar lo peor.Adriano, por sobre todo, tenía que Victoria estuviera detrás de todo aquello. No sabía cómo, pero aquella mujer que antaño le había aparecido dulce y encantadora, ahora había demostrado ser realidad cruel y despiadada en su afán de que él se casara con ella. Durante los últimos días habían recorrido cada rincón de la ciudad buscando alguna pista de llamar a la policía esperando encontrar alguna información, pero todos sus esfuerzos parecían ser insuficientes. La incertidumbre y el miedo habían comenzado a apoderarse de ellos mucho que intentaba mantener vivo la esperanza y, con el avance de las manecillas del reloj, les resultaba cada vez más difícil.Ninguno de l
Cuando Adriano y Gianina llegaron a la comisaría, pidieron hablar con el comisario encargado de la investigación del paradero de sus hijos.El hombre los hizo esperar más de media hora para atenderlos. Por lo que la impaciencia, durante esos minutos, había aumentado sustancialmente.Cuando el comisario por fin apareció en la sala de espera, se lo veía como si acabara de levantarse.No obstante, Adriano y Gianina hicieron caso omiso de cómo lucía el hombre, ya que era lo que menos les importaba en ese momento. Lo único que querían era saber qué habían descubierto en los últimos dos días. Puesto que, a pesar de que el comisario les había asegurado de que se pondrían en contacto con ellos ante cualquier novedad, eso no había ocurrido.En cuanto el hombre los hizo pasar a su despacho, Gianina y Adriano se sentaron frente al escritorio.—¿En qué los puedo ayudar? —preguntó el comisario y alzó las cejas, antes de bostezar. —Necesitamos saber qué es lo que han averiguado acerca del paradero
Luego de varios minutos de conducción ininterrumpida, el hombre le indica a Adriano que gire a la derecha, adentrándose a una zona industria que lucía completamente abandonada, al menos a esas horas de la tarde.—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Gianina, sintiendo que la ansiedad se instalaba en su pecho.Aquello no tenía buena pinta. ¿Dónde diablos estaban yendo?—Sí, es por aquí. He estado investigando la zona y creo que están aquí, estoy seguro de que están aquí.—Espera, ¿crees o estás seguro? —inquirió Adriano.—Bueno, siempre puede haber un margen de error —respondió el hombre, quien iba sentado en el asiento trasero del coche de Adriano.Cuando llegaron frente a un enorme edificio que lucía más abandonado que el resto, cuyos vidrios estaban rotos y las paredes llenas de grafitis.—Aquí es —respondió el hombre.Inmediatamente, Adriano paró el coche y apagó las luces.—¿Y ahora qué?—Pues vamos —respondió Gianina, como si aquello fuera lo más obvio y lógico del planeta
Mientras los tres iban de regreso, desandando el camino que habían hecho hasta aquel edificio del terror, como mentalmente lo había bautizado Gianina, Adriano miró al Alejandro a través del espejo retrovisor.—¿Tienes algo que hacer? —preguntó.—N-no, ¿por qué? —inquirió Alejandro, sorprendido por la pregunta de Adriano.—¿Nos acompañas a nuestra casa? Es evidente que has dado con mucho más que lo que nosotros hemos logrado. Tal vez entre todos podamos dar con las respuestas que necesitamos para encontrar a nuestros hijos —respondió Adriano mirando la carretera.—Me encantaría poderlos ayudar más. La verdad es que me apena que el lugar que estuve investigando no haya llevado a ningún punto, por eso…—No te preocupes —lo tranquilizó Gianina, aunque ella no estaba nada tranquila—. Nos has ayudado mucho más de lo que lo ha hecho la policía. Confío que entre todos podremos dar con el paradero de los niños.El hombre asintió y dijo:—Gracias, gracias por confiar en mí.Gianina y Adriano as
UNA SEMANA DESPUÉS.Durante los siguientes días, Adriano y Gianina en un estado de angustia constante, en compañía de Alejandro y de Sara, buscaron incansablemente por toda la ciudad.Recorrieron cada una de las calles, visitaron callejones oscuros y hablaron con extraños con la esperanza de encontrar alguna pista.La tensión y el miedo se podían palpar en el aire mientras revisaban cada rincón, cada callejuela y cada edificio abandonado.Sin embargo, no había ni el más mínimo rastro de los niños.La noche caía sobre ellos, una vez más, mientras seguían buscando, sin el más mínimo descanso.Desesperados y cansados, se prometieron no detenerse ni un solo momento hasta que lograran encontrar a los cuatrillizos, sin importar lo que tuvieran que hacer.Los corazones de Gianina y Adriano latían con fuerza mientras Alejandro y Sara les explicaban la situación.Tras seguir una pista, habían llegado a un búnker abandonado a las afueras de la ciudad, cerca del mar.—No podemos estar seguros de
Mientras los cuatro continuaban su camino a través del búnker, podían sentir la tensión en el aire.Cada vez que abrían una puerta, sus corazones latían con fuerza, esperando encontrar algo que pudiera ayudarlos a dar con los niños.Sin embargo, cuando llegaron a la última puerta, todo parecía perdido. La puerta era enorme y pesada, y no tenían la forma de abrirla.—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Gianina con la frustración grabada en el rostro.—No podemos darnos por vencidos —respondió Alejandro con determinación—. Tenemos que intentarlo.Adriano, Gianina y Sara asintieron en silencio, conscientes de que no tenían otra opción.Sorpresivamente, Alejandro desenfundó un arma, que llevaba metida en la cinturilla de su pantalón y apuntó a la cerradura de la puerta.Sin pensarlo dos veces, comenzó a disparar.Cada disparo resonaba en la habitación, aumentando la tensión con cada segundo que pasaba.—¡No está funcionando! —exclamó Sara al ver que la cerradura no cedía.Sin embargo, Alejandro
Luego de que Ana fuera reducida, Alejandro miró a Sara y le dijo:—¿Recuerdas el camino de regreso al exterior? —Sara asintió—. Bien, sería bueno que vayas hasta allí y llames a la policía y a la ambulancia —le indicó.—Pero…—Sé que estás aterrada, pero también, por lo poco que te conozco, sé que puedes con todo esto y mucho más —dijo y sonrió.—Ya, pero ¿no puedo llamar desde aquí? —preguntó.—No creo que haya señal —respondió el hombre y sacó su móvil para comprobarlo—. No, en efecto, no hay señal. Lo mejor es que salgas en busca de ayuda.—¿Y tú?—Me quedaré aquí a ayudar a Adriano y a Gianina —respondió, alzando la voz ante el grito insistente de dolor por parte de Ana.—¿Qué haremos con ella? —interrogó Sara, mirando cómo Ana se tomaba el brazo izquierdo con la mano, mientras aullaba de dolor.—Pues no va a morir, así que esperaremos a que lleguen los paramédicos y la policía, estos últimos sabrán qué hacer con ella.Sara asintió y, sin decir más, tomó su móvil, comprobando que,