Cuando la policía reaccionó a su llamada, Adriano ya estaba cerca de la zona en la que, según sus cálculos, se encontraba el avión en el que iba Gianina, rumbo a Galicia.Al ver a los oficiales, se apeó rápidamente del coche y, sin esperar permiso por su parte, se adentró en el bosque. La policía intentó detenerlo en varias oportunidades, sin embargo, él, sin responder, se limitó a hacerles entender que estaba firme en su decisión de encontrar el avión que él había visto cómo caía en picada.Luego de una gran cantidad de minutos de caminata, una columna de humo se alzó frente a Adriano.¡Había llegado al lugar del accidente!Aquello lo emocionaba y lo angustiaba en partes iguales.Una vez que los policías, los cuales iban detrás de él, le pidieron que por favor se apartara, para poder llevar a cabo los peritajes correspondientes.Sin embargo, Adriano no podía mover ni un solo músculo, se sentía adormecido.No podía creer lo que veían sus ojos.La escena que había frente a él no podía
Gianina se giró en la cama y se encontró con la luz del sol entrando por la ventana. Recordó lo que había pasado la noche anterior y sintió un nudo en el estómago. La idea de tener que enfrentar a Adriano otra vez la hacía sentir agotada.Se levantó con dificultad y se dirigió al baño. Se miró al espejo y se dio cuenta de que tenía ojeras y una expresión cansada en el rostro. Se mojó la cara con agua fría y trató de despertar.Al cabo de un par de minutos, Gianina salió del baño en el mismo momento en el que la puerta de la habitación se abría.Sorprendida, corrió hasta la cama, pensando que se trataba de una de las enfermeras que la había atendido durante la noche. Estaba ansiosa por preguntarles si por fin habían podido ponerse en contacto con sus amigas.Aquello la tenía al borde un ataque de pánico. No veía la hora de poder hablar con ellas y saber cómo estaban. No sabía nada de sus hijos desde la noche anterior a que se montara en el avión y eso la angustiaba sobremanera.Pensaba
Gianina se sentía atrapada en aquellas cuatro parades de la habitación del hotel.La presencia de Adriano la hacía sentir incómoda y ansiosa, pero no sabía cómo deshacerse de él sin armar un escándalo.Mientras se mordía las uñas, pensó que tal vez podría sacarle provecho a la situación.—Adriano —dijo con voz temblorosa, llamando la atención del hombre—. Necesito un teléfono móvil, el mío quedó destrozado tras el accidente.—¿Lo necesitas ya? —preguntó mientras fruncía el ceño.—Sí —contestó Gianina con firmeza—. Tengo que comunicarme con Sara y Johana. ¿O acaso has tenido la decencia de explicarles lo que sucedió?Adriano se quedó en silencio. En verdad había olvidado aquel importante detalle.—Lo siento, pero estaba tan ansioso por verte que lo olvidé por completo —respondió con sinceridad.—¿Ya ves? Ellas están con mis hijos…—«Nuestros hijos» —enfatizó Adriano alzando las cejas.—Lamentablemente, tienes razón.—Sé que me odias por lo que pasó, pero… —dijo y tragó saliva.Gianina
AL DÍA SIGUIENTE.Luego de conseguir el alta por parte del médico del hospital, Gianina y Adriano se encaminaron hacia el aeropuerto internacional.Si bien a Gianina no le hacía ni pizca de gracia dar sus datos en la boletería, no se detuvo demasiado a pensarlo. La vida de sus hijos estaba en peligro, que supieran sus movimientos era lo de menos.De hecho, estaba segura de que no importaba cuántos recaudos tomara, siempre terminarían acorralándolos.—¿Te has puesto a pensar que esto puede ser obra de Vittoria? —preguntó mirando a Adriano significativamente.Adriano asintió con pesar.—Lo sé, Gianina. —Tragó saliva, mientras se acomodaba junto a ella en una de las butacas del avión—. No me recuerdes que soy un imbécil, por favor. Ya demasiada angustia siento al saber que por mi culpa mis hijos están en peligro.Gianina suspiró y no dijo nada más hasta varios minutos más tarde.—¿Qué piensas hacer cuando lleguemos a Galicia?—Ir a la policía —respondió Adriano con seguridad, mientras col
Adriano y Gianina estaban desesperados, sus hijos llevan tres días desaparecidos y ni ellos ni la policía habían logrado dar con la más mínima pista que los condujera su paradero.Cada minuto que pasaba tanto Adriana y Gianina, como Francesco, Sara y Johana les pareció una eternidad, y ninguno podía evitar pensar lo peor.Adriano, por sobre todo, tenía que Victoria estuviera detrás de todo aquello. No sabía cómo, pero aquella mujer que antaño le había aparecido dulce y encantadora, ahora había demostrado ser realidad cruel y despiadada en su afán de que él se casara con ella. Durante los últimos días habían recorrido cada rincón de la ciudad buscando alguna pista de llamar a la policía esperando encontrar alguna información, pero todos sus esfuerzos parecían ser insuficientes. La incertidumbre y el miedo habían comenzado a apoderarse de ellos mucho que intentaba mantener vivo la esperanza y, con el avance de las manecillas del reloj, les resultaba cada vez más difícil.Ninguno de l
Cuando Adriano y Gianina llegaron a la comisaría, pidieron hablar con el comisario encargado de la investigación del paradero de sus hijos.El hombre los hizo esperar más de media hora para atenderlos. Por lo que la impaciencia, durante esos minutos, había aumentado sustancialmente.Cuando el comisario por fin apareció en la sala de espera, se lo veía como si acabara de levantarse.No obstante, Adriano y Gianina hicieron caso omiso de cómo lucía el hombre, ya que era lo que menos les importaba en ese momento. Lo único que querían era saber qué habían descubierto en los últimos dos días. Puesto que, a pesar de que el comisario les había asegurado de que se pondrían en contacto con ellos ante cualquier novedad, eso no había ocurrido.En cuanto el hombre los hizo pasar a su despacho, Gianina y Adriano se sentaron frente al escritorio.—¿En qué los puedo ayudar? —preguntó el comisario y alzó las cejas, antes de bostezar. —Necesitamos saber qué es lo que han averiguado acerca del paradero
Luego de varios minutos de conducción ininterrumpida, el hombre le indica a Adriano que gire a la derecha, adentrándose a una zona industria que lucía completamente abandonada, al menos a esas horas de la tarde.—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Gianina, sintiendo que la ansiedad se instalaba en su pecho.Aquello no tenía buena pinta. ¿Dónde diablos estaban yendo?—Sí, es por aquí. He estado investigando la zona y creo que están aquí, estoy seguro de que están aquí.—Espera, ¿crees o estás seguro? —inquirió Adriano.—Bueno, siempre puede haber un margen de error —respondió el hombre, quien iba sentado en el asiento trasero del coche de Adriano.Cuando llegaron frente a un enorme edificio que lucía más abandonado que el resto, cuyos vidrios estaban rotos y las paredes llenas de grafitis.—Aquí es —respondió el hombre.Inmediatamente, Adriano paró el coche y apagó las luces.—¿Y ahora qué?—Pues vamos —respondió Gianina, como si aquello fuera lo más obvio y lógico del planeta
Mientras los tres iban de regreso, desandando el camino que habían hecho hasta aquel edificio del terror, como mentalmente lo había bautizado Gianina, Adriano miró al Alejandro a través del espejo retrovisor.—¿Tienes algo que hacer? —preguntó.—N-no, ¿por qué? —inquirió Alejandro, sorprendido por la pregunta de Adriano.—¿Nos acompañas a nuestra casa? Es evidente que has dado con mucho más que lo que nosotros hemos logrado. Tal vez entre todos podamos dar con las respuestas que necesitamos para encontrar a nuestros hijos —respondió Adriano mirando la carretera.—Me encantaría poderlos ayudar más. La verdad es que me apena que el lugar que estuve investigando no haya llevado a ningún punto, por eso…—No te preocupes —lo tranquilizó Gianina, aunque ella no estaba nada tranquila—. Nos has ayudado mucho más de lo que lo ha hecho la policía. Confío que entre todos podremos dar con el paradero de los niños.El hombre asintió y dijo:—Gracias, gracias por confiar en mí.Gianina y Adriano as