‒ Mis más sinceras felicitaciones para su hermano, Lord Biraynolds, milord ‒ dijo Evangeline porque realmente no sabía qué decir, estaba pisando el camino con la punta del zapato, quería echar a correr antes de que se topara con el Conde de Blakewells.‒ Se las puede dar usted misma en persona, no están muy lejos de aquí ‒ mencionó el Barón de Beckmoore girando la cabeza a los alrededores en busca de su familia ‒ ¿vamos? ‒ preguntó ofreciéndole el brazo.‒ ¿A dónde? ‒ preguntó confundida, esa era una dirección que definitivamente no quería tomar.‒ A que le de sus felicitaciones a mi hermano en persona, acaba de decir que…‒ No se preocupe Lord Beckmoore, no soy tan cercana como para hacer tal cosa ‒ necesitaba cualquier excusa que la pudiera salvar ‒. Mi intención no es importunar al conde… digo al vizconde o a su familia ‒ corrigió rápidamente mientras negaba con la cabeza, estaba comenzando a sentirse un poco ansiosa.‒ Tonterías, señorita, será tan sólo un momento ‒ levantó su bra
Tenía algún tiempo sin ver a la señorita Evangeline, incluso de no ser por sus sueños alocados, podría decir que había olvidado su rostro y sus maneras… pero nada estaba más alejado de la realidad que esa afirmación, dado que recordaba su sonrisa, el tono de su voz, la manera en la que frunce el ceño cuando está enojada, el aroma a lavanda que no abandona sus cabellos, sencillamente todo. Se encontraba al otro lado de la estancia y aun así creía poder escuchar su voz y las palabras que le estaría diciendo a su prima. No obstante, ella no volteó a verlo ni una vez, algo que lo enfureció un poco y sin darse cuenta estaba achicando los ojos y mirándola fijamente ¿acaso su mirada no era lo suficientemente penetrante como para que Evangeline se diera cuenta de que alguien la estaba observando? ¡De que él, de entre todos los presentes, la estaba observando!‒ ¿A quién miras con esa expresión? ‒ preguntó Sebastian con una media sonrisa y se volteó para tratar de ver en la misma dirección a l
Evangeline estaba furiosa, su enojo no conocía límites, y prefería mantenerse así por el resto de la noche, o por el resto de su vida, antes de que llegara la tristeza y la desolación, porque sabía que ese momento llegaría, por ende sus sentimientos aflorarían y se volverían trizas, y definitivamente no podía echarse a llorar en ese lugar ni delante de otras personas.Así que optaba por mantener su disgusto, así era mucho más sencillo. ¿Quién se creía que era? ¿Qué porque era un Conde tenía el derecho de hacer con ella lo que le viniera en gana? ¿o simplemente por qué era un hombre? ¿por su rango y posición en la alta sociedad? ¿o acaso era por la influencia que ejercía su familia?Ella no era un juguete que el hombre en cuestión podía usar a su conveniencia o una dama de dudosa procedencia, nada de eso, aunque no era dada a alardear y su padre era un barón sin un penique, ella era una dama y la hija de un lord. Evangeline sabía que esos encuentros a solas tal vez habían cambiado su
Volvió a con sus hermanos tras pasar unos momentos a solas, no estaba pensando, sencillamente había vaciado su mente y se enfocó en llenar sus pulmones del aire fresco de la noche mientras se mantenía recostado del árbol en el que hace un momento había besado a la señorita Evangeline, evitando por completo hacerse preguntas a él mismo, preguntas que no tenían respuestas, o que sencillamente no se las quería encontrar. Hace unas semanas atrás había iniciado una nueva resolución en su vida y lo acababa de arruinar una vez más, por el simple hecho de que alguien hubiera iniciado el rumor de que la dama estaba en busca de pretendientes.¿Tanto le molestaba ese hecho? Y de ser así… ¿qué iba a hacer al respecto?No podía responder a eso, no es que él no se quisiera casar de nuevo, sencillamente no podía. No podía hacerle a otra persona lo que le había hecho a Penélope, sería un desalmado.Al llegar al encuentro con sus familiares, varios le preguntaron que dónde se había metido, a lo que él
James se levantó de su asiento, se pasó las manos por el cabello, pues aunque necesitaba un corte le gustaba la forma que tenían las ondas doradas de su cabellos, se acomodó la chaqueta y se encaminó directamente al salón de té amarillo, una estancia serena, amigable y muy tranquila que tenía una espectacular vista que daba en dirección al jardín trasero, donde se podía observar la plantación de rosas blancas, las favoritas de Penélope. Al ingresar al salón una dama joven se colocó de pie al instante, su aspecto concordaba con la descripción de su carta, era visible que sí tenía veinte y cinco años de edad, vestía un vestido verde opaco, un sobretodo beige, un sombrero del mismo tono con una pluma blanca como tocado, guantes satinados y en sus manos un pequeño bolso de mano de colores tierra que hacía juego con toda su vestimenta, era de piel pálida, cabellos marrones y ojos alargados de igual tono, sus labios rosados y mejillas coloreadas, era una mujer con belleza promedio, no era d
30 de Noviembre de 1815, Londres.Ese día se estaban preparando para un evento al que definitivamente Evangeline pensó que nunca asistiría, era algo inaudito, un nudo en el estómago se hacía cada vez más grande e insoportable a medida que la doncella de su prima le recogía los cabellos en un moño bajo, estaba algo nerviosa y no podía controlar el repiqueteo de su pierna, lo cual daba a conocer cómo se sentía. Su tío había dado expresas órdenes de que todos debían asistir junto a él y que debían utilizar sus mejores prendas, como de costumbre para ellos, por lo que su tía le mandó a hacer un vestido con la modista, para no decir que otro más, debido a que ya estaba encargado el vestido que usaría en la boda del Vizconde Biraynolds con Lady Samantha Liney.En fin, el hermoso vestido había llegado justo a tiempo esa misma mañana, era de color rosa vieja con ribetes de encaje y algunas piedras del mismo tono bordadas desde el busto hasta la cintura del corsé, en el tocador reposaban los g
Un mayordomo los recibió en la entrada, y antes de eso los lacayos se habían encargado de dirigir a los cocheros y ayudar a las damas a bajar de los carruajes. Al entrar a la mansión del Conde de Blakewells todo era de ensueño, el lugar estaba gloriosamente decorado, la luz entraba a raudales a través de las inmensas ventanas que iban desde el piso hasta el techo y los colores claros predominaban en la estancia, o al menos en las que ella había visitado. El azul pálido, el dorado y el blanco, eran los colores que más resaltaban, y a Evangeline se le vino a la mente que los alrededores no daban alusión a ser una mansión muy masculina, pero al ver al Conde de Blakewells al pasar a través de las puertas ventanas que daban al jardín trasero, reevaluó mejor su pensamiento anterior y llegó a la conclusión que la vivienda era exactamente como su dueño. El caballero estaba finamente vestido, zapatos de vestir, la típica sortija dorada y azul en su dedo y estaba usando un traje negro, así que
El susto que James se llevó al escuchar las botellas romperse contra el piso fue algo que no pudo prever, para su gran alivio y consuelo era la señorita Evangeline quien sostenía a John en brazos y a la joven parecía que no le importaba el estruendoso llanto que el niño había iniciado, se acercó a ellos lo más rápido que pudo, tras cerciorarse que su hijo estaba por completo sano y salvo, y que la señorita Penny Floyd lo tomó en brazos para llevarlo a cambiar de ropas, su preocupación cambió de persona y se mostró un poco alterado por el bienestar de Evangeline, algo que lo desequilibró momentáneamente, era una sensación que no se espera en lo absoluto. Pero al preguntarle sobre su estado ella le comunicó que estaba completamente bien, y al observarla a profundidad y con detenimiento, él mismo pudo percatarse de que era verdad y de que ella estaba siendo honesta. Su vestido estaba vuelto nada con manchas por doquier de diferentes cosas, pero James no quería que ella se marchara así ta