Capítulo dieciséis. De los celos al beso. Britney se quedó mirando a su jefe como si a este le hubiera salido una cabeza extra. —¿Perdone? — fue todo lo que que pudo decir. —Estoy preocupado por usted, señorita Nichols. Hay que agradar a Stallin, pero no a costa de nadie — Owen apretó los labios —. Tenga cuidado con ese hombre. —Puedo arreglármelas muy bien bajo mi propio juicio señor, gracias — dijo Britney con firmeza volviendo con el grupo. La muchacha no había esperado que la trataran con condescendencia por hacer lo que le habían dicho. Las palabras de Owen escocían y la única solución era agradar a todo el mundo. Era difícil recordar todos los nombres, pero por suerte algunos de los rostros le eran familiares por el trabajo. Una era cliente y algunos otros habían visitado la Villa de la Marquesa mientras ella había trabajado allí. Britney se las arregló para charlar, sonreír y ser deliciosa con todos. Cuando una doncella de uniforme anunció que la cena estaba preparada, el
Capítulo diecisiete. Aquí no pasó nada. Britney casi perdió el conocimiento por la sorpresa de ver sus sueños hechos realidad. Había fantaseado tantas veces con la idea de deslizar sus manos por esos poderosos hombros y ser abrazada por él. Estaba sucediendo. La estaba abrazando, acariciándola sin inhibiciones. Sabía que en cualquier momento podría romper sus últimas reservas y poseerla, llevarla hasta el punto en que ella le entregaría todo… Y entonces una idea terrible se abrió paso a través de su turbia mente. Ése era el típico final de la típica cena del hombre más deseable del mundo. ¿Cuántas chicas más habrían estado en la misma situación y hecho lo mismo? En segundos, los sueños de Britney se convirtieron en pesadillas. Tenía que detenerlo. Sus principios y su moral estaban en juego. Si le dejaba seguir, nunca sería capaz de mirarlo, a él o a cualquier otro cliente. Estaba poniendo en peligro todo por lo que había trabajado por un momento de debilidad. Con fuerza casi sobr
Capítulo dieciocho.Los derroches de una madre. Todas las puertas de la villa estaban abiertas. Britney sintió el frescor de la brisa en sus ardientes mejillas mientras se dirigía al despacho de Cosmos. Una puerta se golpeó en algún sitio, sonó un teléfono a lo lejos. Ni siquiera lo oyó. Todo lo que quería era devolver las joyas prestadas y volver con su único amigo: el trabajo. —Aquí está… la reina del baile — Cosmos estaba sentado detrás de su mesa. —Apenas — Britney hizo una mueca mientras le tendía los pendientes y la gargantilla. —Al contrario, señorita Nichols, los correos electrónicos y las llamadas que he recibido ya me han hablado de su éxito. Atendió a todo el mundo. Creo que además de haber cumplido con su papel, ha hecho una buena publicidad de Interiores Nichols. —Se suponía que era una noche para sacar fondos Cosmos. —No se preocupe. Ha sido un éxito a todos los niveles. Usted ha sido la estrella y la Fundación Stratos ha recibido compromisos por valor de cientos de
Capítulo diecinueve. La última noche. El sol convertía el pelo de Britney en un halo de ámbar. Se dio la vuelta y sonrió al oír que alguien se acercaba, pero su sonrisa se desvaneció al ver quién era. —Señor Stratos… ¿qué pasa? ¿Hay algún problema? Por primera vez en su vida, Owen no sabía qué decir. Llenó el silencio mostrando la carta con la esperanza de que ella se abalanzara a quitársela de la mano. No lo hizo. Permaneció donde estaba. La preocupación en sus ojos era casi insoportable. Owen le tendió la carta. —He venido a entregarle esto — hizo una pausa —. Y para ver cuál es la causa de todo este jaleo. —Acaban de terminar de poner la carpa sobre el helipuerto y hay alguna discusión sobre quién está encargado de llevar allí las mesas y las sillas — suspiró la joven agradecida. —Ah, sí — Owen se unió a ella en la ventana. Desde allí podía ver a Cosmos. No necesitaba oír la conversación. Stefano hacía gestos lo bastante elocuentes —. Es para la fiesta del personal de es
Capítulo veinte. Los recuerdos de la ex. —¿Cree que hay algún problema con este vestido, señor Stratos? — se aventuró a preguntar Britney. Se había puesto demasiado nerviosa de repente. —No…no, en absoluto — su sonrisa la puso sobre aviso —. Simplemente me he quedado sin palabras porque me acabo de dar cuenta del tesoro que he tenido guardado en mi casa. Es usted una revelación para mí, Britney. Es inteligente, trabaja duro y además se transforma de este modo. Britney se echó a reír. Se había mentalizado para asistir a esa fiesta, pero no se había preparado para esa mirada penetrante. Si él no hubiera dicho que nunca repetiría su aproximación del Kilimaro… La manifiesta admiración hacia ella estaba escrita en todo su rostro, pero sabía que un hombre orgulloso como Owen jamás incumpliría su palabra. Sólo podía esperar que no leyera sus pensamientos. Castidad sería lo último que encontraría en ellos. —Britney, aunque prometí mantener las cosas estrictamente fuera del ámbito de lo pe
Capítulo veintiuno. Ella se irá. Owen recordó cómo había empezado la discusión con Sally. El doctor llevaba meses diciéndole que no necesitaba perder más peso, pero ella se había puesto a dieta. Entre que le habían tomado las medidas por última vez y que le habían entregado los vestidos, la talla de Sally habían cambiado de nuevo. Owen la había descubierto rellenando el vestido verde con algodones y se lo había recriminado. La pelea había sido espectacular. Entonces Sally se había marchado en plena noche a casa de sus excesivamente indulgentes padres. Había parecido el final de todo, pero un mes después había vuelto. Desde entonces las cosas habían ido cada vez peor. Owen llevaba cinco años solo. Había sido liberado de su frío y muerto noviazgo, pero por un desastre caído en el infierno del mismísimo Dante. Trató de concentrarse en la fiesta. Era imposible. Britney estaba provocando una corriente de recuerdos más recientes y felices. Era evidente que ella no tenía que recurrir al
Capítulo veintidós. Llaman a mí puerta. Britney fue una de las primeras en marcharse de la fiesta. También fue una de las últimas en volver a casa. La familia Bacchari la invitó a visitar su granja y fue incapaz de resistirse. La cerda estaba a punto de parir y no querían que estuviera sola en ese gran momento. Seis personas, incluyendo a Britney, se metieron en un inestable viejo Fiat y recorrieron entre ruido los tres kilómetros que les separaban de la granja. Mila, la cerda, ya estaba ocupada con media docena de pequeños cuando el público se congregó alrededor de los muros de su pocilga. Britney fue agasajada con un poco de salami casero y una bebida que sabía como si estuviera hecha con albaricoques y limaduras de hierro. Luego el joven Beto fue el encargado de llevarla de vuelta a la villa. Lo hizo en un tiempo récord, mientras Britney se agarraba y trataba de permanecer sonriente. El Fiat finalmente se detuvo bruscamente fuera de los antiguos muros originales de la Villa Chry
Capítulo veintitrés. La última oportunidad.A Britney le latía tan fuerte el corazón que no podía respirar. —¿Qué quiere? — susurró esperando que no tuviera respuesta, pero con la esperanza de que sí. —Olvidé ofrecerle café — dijo Owen entonces —. He preparado un poco para mí, ¿quiere acompañarme? Fue la ocasión de volver a verlo lo que convenció a Britney de abrir la puerta, no el café. Se había quitado la chaqueta y el chaleco, pero estaba tan magnífico como siempre. Llevaba en la mano una taza de espresso del tamaño de un dedal encima de un platillo de porcelana. El color dorado de su piel contrastaba con el fulgurante blanco de la camisa. —Gracias, señor Stratos — dijo aceptando el café. —De nada, Britney — Owen se inclinó ligeramente. Se miraron recelosos. Britney dio un paso atrás al interior de la habitación. Owen empezó a marcharse pero entonces se acordó de algo y se dio la vuelta —. Eso me recuerda que debería haber ido a la oficina lo primero de todo, Britney. Ésta pue