—Me gustaría contarte lo que hablé con tu hermana en Buenos Aires.
Eran las seis de la tarde del sábado, y previendo una velada larga junto al fuego, estábamos haciendo una buena provisión de leña. Volvíamos con sendas brazadas de leña cuando hizo el comentario. Lo enfrenté interrogante y él asintió, ofreciéndome la mano para sortear un tronco caído. Me costaba conciliar ese tono grave y desapasionado, esos gestos típicos de Raziel, con el hombre que caminaba a mi lado.
—Me refiero a Blas —agregó—. O si lo preferís, a Zorael.
Me detuve al escuchar ese nombre. Él esperó a que me recuperara de mi sorpresa lo indispensable para seguir caminando. Apartó unas cañas para dejarme pasar.
—¿Le dijiste a Julia quién eras? —pregunté incrédula.
—Conoci&e
Seguimos charlando mientras comíamos. Mi hermana Julia y él habían terminado acordando un plan de acción conjunto, que hasta contemplaba la eventualidad de que yo lo rechazara. Mientras mi familia seguía con su vigilancia desde lejos, él se encargaría de la marca personal.—Siempre sacrificado, vos —bromeé.Su sonrisita suficiente en medio de esa conversación sobre demonios y apocalipsis me resultó todavía tan extraña. En momentos como ése no podía evitar quedarme mirándolo, todavía tratando de aprehender que detrás de esa cara que conocía hacía años estaba la estrella viva que viera en el Saltillo de Las Nalcas. Ya fuera porque Lucas estaba acostumbrado a que las mujeres se quedaran mirándolo como idiotas, o porque Raziel consideraba demasiado importante nuestra conversación para interrumpirla, sigui&oacu
Tal como me advirtiera, no estuve sola mucho tiempo. La energía del sello atrajo a algunos elementales que vivían cerca. Era la primera vez que veía duendes del bosque desde mi funesta experiencia en Península San Pedro, y me llevó un par de minutos relajarme cuando se detuvieron en el límite del círculo. Eran una familia completa: madre, padre y media docena de retoños de pocos centímetros de alto. Conseguí sonreír para invitarlos a acercarse. La hembra vino a sentarse conmigo frente al fuego mientras su esposo cuidaba a los hijos, que correteaban siguiendo la línea del sello con sus risitas agudas. Por norma social entre los duendes, los hombres no se inmiscuyen cuando las mujeres conversan, aunque nosotras apenas cruzamos palabra más allá de los saludos de cortesía.Poco después se nos unieron dos dríades que vivían en el coihue que cobijaba la carp
De pronto estaba ahí, inclinado sobre mí, y comprendí que me había quedado dormida sentada frente al fuego. Me ayudó a erguirme y apoyarme contra un tronco. Tras él se escuchaba un rumor quedo de voces. Él se irguió y giró hacia los elementales que rodeaban a tres silfos altos y ahusados, atorándolos de preguntas. Cuando los enfrentó, todos se despidieron y se alejaron, todavía conversando. Un minuto después estábamos solos. Bueno, era una forma de decir. Nunca más iba a poder sentirme sola en el bosque.La mano que se tendió hacia mí para ayudarme a ponerme de pie era completamente humana: el que estaba parado a mi lado volvía a ser Lucas. Se empeñó en acompañarme hasta la carpa como si pudiera perderme y se quedó afuera apagando el fuego. Poco después se acostaba a mi lado en la bolsa de dormir con un suspiro. Desli
Caía, caía.Nada.Sólo sombras.Y seguía cayendo.Hasta que algo blando y tibio me detuvo.Una tenue línea rojiza, tan lejos.Aire cálido. ¿Dónde estaba?Permanecí inmóvil, tendida de espaldas, viendo cómo la línea se convertía en una nube y me rodeaba, creciendo, acercándose.El aire era cada vez más cálido.La nube cubrió las sombras.Parecía que estaba acostada en una cama con un dosel que reflejaba un ocaso muy lejano.Y el dosel se convirtió en llamas.Y el aire se hizo irrespirable.Entonces apareció él.Se abrió paso entre las llamas que no lo quemaban. El pelo larguísimo ondeando en un viento inexistente, su mano extendida hacia mí, sus labios perfectos sonriéndome.—Arayda…
Entre sus brazos, los dos muy juntos, pude volver a pensar en las pesadillas, y en lo que él dijera, sin que se me revolviera el estómago de miedo.—¿Cómo es cuando te poseen? —pregunté en voz baja— ¿Perdés la consciencia o…?—Depende de tu fuerza interior —respondió en el mismo tono.—Se me ocurre que sería como un palco a mi propia mente.—Y tu propio cuerpo, sí. Algo así. Aunque sólo sea por un par de minutos.—¿Entonces me voy a convertir en ella?—No.Tal como aquella noche en la carpa, sentí que su corazón se aceleraba un poco. Pero ahora fue como si escuchara lo que callaba. No me iba a convertir en ella: iba a dejar de existir. La diablesa tomaría control de mi cuerpo y mi identidad simplemente se desvanecería, engullida por la de ella. Pero antes de
Guadalupe me mandó el comunicado oficial: en cuatro o cinco días llegarían a Bariloche un total de veinticinco cazadoras, listas para quedarse el tiempo que fuera necesario hasta que la crisis terminara. Bien, era 24 de abril, así que más me valía armar todo rápido. Arreglé con Mauro que me tomaría una semana para recibir a mi familia y apalabré a Pedro y a César para un traslado el 30 de abril. Después me senté con mate y cigarrillos delante de un mapa de la zona a buscar el mejor lugar para irme.De todos los que Raziel y yo habíamos considerado, no sé por qué me atraía especialmente la cabecera del lago Steffen. La temporada de rafting ya había terminado, no había pobladores cerca, se podía llegar en vehículo y habría lugar de sobra para montar cuantas carpas fueran necesarias para nuestro campamento de guerra.Mi
No caí. Sencillamente estaba ahí. Y no sentía miedo, ni el aire me quemaba la garganta. Extraño. Se me ocurrió apartarme por primera vez del centro de la habitación y acercarme a una de las paredes. Las llamas no parecían irradiar calor. Me animé a tocarlas: no me quemaron. Hundí la mano, luego el brazo hasta el codo, no tocaba el otro lado de la pared. Sólo ese fuego raro que ardía sin quemar. Entonces supe que Blas estaba detrás de mí. Sin necesidad de enfrentarlo, sentí cómo me observaba y percibí su sonrisa complacida. Dio un paso hacia mí. Extraje la mano del fuego y la alcé a medias para detenerlo. No quería que me tocara.—Sabés que lo voy a hacer—dije sin volverme.—Sí.—Y sabés mi única condición.Nunca se la había dicho. No me daba oportunidad de hab
Nos despertamos temprano.Afuera el campamento bullía de actividad y voces. Al fin y al cabo, no se puede esperar que tantas mujeres juntas, por muy cazadoras que sean, no charlen mientras hacen sus cosas.Apenas nos asomamos, Ariel llamó a Lucas para ir a no sé dónde con no sé cuántas y Abril, la hija de mi prima Almendra. Los despedí masticando mis celos y busqué café, mate o cualquier bebida caliente. Mi hermana Guadalupe me hizo señas desde una fogata a pocos pasos de la playa. Fui a su encuentro desperezándome. Apenas tuve en la mano el tazón humeante de café con leche, apareció mi hermana Julia. Me di cuenta de que me tenían flanqueada.—La abuela Clara te espera —dijo Guadalupe, tratando de atemperar la orden.Asentí resignada. Me acompañaron adonde se sentara la abuela Clara, con su aspecto tierno y frágil, a po