No le conté a Ariel mis planes para esa noche. Esperé a que se durmiera y recién entonces me abrigué, me colgué al hombro la funda de mi katana y salí, justo a tiempo para tomar el último colectivo a Villa Los Coihues.
La calle que bordea el lago Gutiérrez hacia la Cascada de los Duendes (nombre nuevo y turístico al que no terminaba de acostumbrarme) estaba vacía y silenciosa. En un par de meses se llenaría de turistas a pie y en auto a toda hora, pero en plena primavera todavía estaba tranquila. Caminé a buen ritmo hasta poco antes del límite del ejido municipal con el Parque Nacional, donde terminan todas las construcciones y el alumbrado público. Crucé el alambrado y el jardín invadido de mosqueta hasta la casa, ubicada a sólo diez metros de la orilla del lago. Me detuve a observarla. Oscura y silenciosa, las ventanas tapiadas, con un aire entre cándido y misterioso bajo los coihues que le daban sombra durante el día. La casa embrujada perfecta para la primera aventura de los chicos del barrio.
Que nadie deshaga lo que Dios ha hecho.
Que las sombras no profanen los dominios de la luz.
Que el mal devenga en bien.
Parecía ayer cuando mamá y yo habíamos rezado juntas en ese mismo lugar, perdidas en el resplandor deslumbrante del sello al activarse.
Ya no importaba cómo se había liberado ese perro infernal.
Le quedaban minutos de vida.
Entré por la puerta principal a un recibidor minúsculo, de donde salía el corredor al que se abrían las habitaciones de la planta baja y la escalera a los dormitorios en la planta alta. El polvo de años en el suelo de madera mostraba huellas que iban y venían. Todas eran humanas ahí frente a la puerta. Pero apenas avancé dos pasos por el pasillo en penumbras encontré la primera señal que buscaba: una huella diferente. La planta y tres garras, un rastro como de barro entre las huellas de pies. No olía a barro. Era la huella de una pata ensangrentada. De modo que el perro estaba libre pero no había dejado la casa.
Lo mejor era empezar revisando los pentagramas del sello en las distintas habitaciones, y después ver si el principal estaba intacto. Abrí con cautela la primera puerta a mi derecha y me acerqué hasta el dibujo que yo misma hiciera en la pared lateral, veinticinco años atrás. Entonces sentí que me caía encima una avalancha de hielo, dejándome paralizada y sin aliento: una línea roja, oscura, cruzaba el pentagrama de lado a lado, en diagonal. Retrocedí de forma inconsciente ante aquella muestra irrefutable que cristalizaba mi peor sospecha. Noté que me temblaba la mano al palpar la línea roja, y me tembló más aún al olerme los dedos.
Sangre.
Ahí había estado alguien que sabía demasiado sobre sellos. Alguien que sabía cómo romperlos. Pero eso no era todo. Esa persona no lo había roto del todo: lo había debilitado sólo lo necesario para liberar al demonio, pero manteniéndolo atado a la casa.
Miré a mi alrededor con otro escalofrío.
Por primera vez en mi vida me pregunté si podía haber caído en una trampa.
No tuve ocasión de pensar mucho más al respecto. Un rasguñar sordo se acercaba por el pasillo, el sonido inconfundible de garras arañando el suelo de madera a cada paso.
Giré al mismo tiempo que arrancaba la katana de su funda de tela. La empuñé en el preciso momento en que una sombra se proyectó en el piso frente a mí. La sombra de un animal de forma canina, más alto que un gran danés. Ocupó el hueco de la puerta y soltó un gruñido gutural que levantó eco en la casa vacía. Su cuerpo se encendió, el largo pelaje convertido en llamas ondulantes. Apreté la empuñadura de la katana y separé las piernas, preparándome para su ataque.
No era el primer perro infernal que enfrentaba, y pronto comprobé que era mucho más fuerte de lo que se suponía que podía ser. Saltó sobre mí con otro gruñido, su cuerpo en llamas describiendo un arco ardiente en el aire, las garras delanteras extendidas y la boca abierta. Lo rechacé como pude. Esa habitación estrecha no me convenía. Necesitaba más espacio para no convertirme en una presa demasiado fácil.El demonio cayó parado y giró hacia mí. Además de demasiado fuerte, era más rápido que sus hermanos. Amagué atacarlo y logré quedar de espaldas a la puerta abierta, a sólo dos pasos. Cuando el perro volvió a saltar hacia mí, retrocedí hacia el pasillo. Me alcanzó en un instante. Corría con movimientos elásticos, como un lobo. Me adelantó sin que yo pudiera evitarlo y se plantó
La noche se reflejaba plácida sobre el lago y me llevó un momento reconocerlo: el Gutiérrez. Miré a mi alrededor un poco sorprendido. ¿Cómo sabía dónde estaba? ¿Por qué estaba tan seguro de que ése era el nombre del lago? ¿Por qué tenía en mi cabeza un mapa tan claro que me decía que estaba en una ciudad llamada Bariloche, en una región llamada Patagonia, en un país llamado Argentina? ¿Por qué era el año 2007? Mi último recuerdo era Francia durante la Segunda Guerra Mundial, o sea… ¿1941?Entonces sentí el tirón. Venía de una casa oscura a orillas del lago. La energía que llegaba hasta mí indicaba que había un demonio ahí. También había un humano. Un momento de concentración me indicó que el humano y el demonio se buscaban mutuamente.
Me despertó el mismo impulso que me sentó en la cama. Encontré a tientas el celular en la mesa de luz para ver la hora. Las tres de la mañana. ¿Qué hacía despertándome a esa hora después de haber soñado con la socia de Maurito? Reformulé la pregunta: ¿qué mierda hacía soñando con ella? Se me nubló la vista y se me cayó de la mano el celular. ¿Celular? ¿Qué era un celular? Sí, era esa cosa negra y rectangular que resbalara entre mis dedos, pero, ¿para qué servía? Una punzada de dolor entre los ojos me hizo apretarme el puente de la nariz. Abrí los ojos lentamente, sólo lo necesario para mirar a mi alrededor. ¿Dónde estaba? ¿De quién era esa casa? ¿Por qué estaba ahí? Un momento atrás estaba a orillas de un lago llamado Gutiérrez, frente a una
El regreso no fue nada fácil. Lucía logró alejarse vacilante de la casa de los Quireipan doscientos o trescientos metros, lo bastante para tener señal en el teléfono y llamar un remís. En el estado en que estaba, no tenía otra alternativa para volver a su casa.Se sentó sobre una casilla de luz y cerró los ojos con una inspiración temblorosa. Evitó volver a mirar su mano derecha. Sentirla era suficiente. La Cruz había rechazado el veneno, pero la carne de la palma estaba oscura e inflamada. Pulsaba, picaba, dolía todo el tiempo. El brazo izquierdo estaba completamente entumecido. Se las había ingeniado para ajustarse un torniquete con su propio cinturón por debajo del hombro y había detenido un poco la hemorragia. Y también la circulación de todo el brazo. Las puntas de los dedos le habían hormigueado al principio, después ya ni eso. Hab&
El mail los tomó por sorpresa dos días después, a última hora del sábado. Lucía advirtió la expresión incrédula de Mauro, y antes de que pudiera preguntar nada lo vio pararse de un salto, los brazos en alto como si gritara un gol. Giró hacia ella eufórico y se detuvo justo a tiempo antes de agarrarla por ambos brazos y sacudirla de pura alegría.Intrigada, Lucía rodeó ambos escritorios y leyó el mail. Alzó la vista con miedo de haber entendido mal, pero la alegría de Mauro no dejaba lugar a dudas. Saltó hacia él y le echó al cuello su brazo sano. Él la abrazó por la cintura y giró con ella, los dos riendo.Los pasajeros del grupo de Tango habían quedado “excepcionalmente satisfechos” con los servicios, por lo que la empresa les comunicaba que los habían elegido como su receptivo oficia
El olor a fruta recién cortada perfumaba toda la casa. Ariel entró arrastrando los pies, más dormido que despierto, y se acercó a Lucía en la cocina.—Hola, hijo. No te esperaba tan temprano.—Papá quería ir al súper antes de que se llenara y me levantó al alba —murmuró él con voz pastosa, le besó la mejilla y le robó media manzana—. ¿A qué hora tenemos que estar en lo de Mauro?—Estamos bien de tiempo. Podés darte una ducha para despabilarte, si querés.—Mejor me tiro un rato. Despertame para irnos.Lucía meneó la cabeza oyéndolo arrastrar los pies hacia su pieza. Seguro que se había quedado jugando toda la noche. Era una batalla perdida, pero no podía dejar de enojarse porque su ex fuera tan blando a la hora de poner límites. Tenía que recordarse
Un par de horas después Ariel y Andrés decidieron bajar al lago, y Lucas se ofreció a llevarlos esas diez cuadras. Majo y Mauro habían levantado la mesa y ahora lavaban juntos los platos. Lucía salió al jardín y se sentó con su computadora y su celular a la sombra de un maitén. Esperó a que se iniciara con la vista perdida en los cerros cercanos, el cielo de un azul brillante y sin nubes, el sol que empezaba a acercar un poco de calor. Había sido un invierno duro, frío, largo. Era bueno que la primavera prometiera un buen verano.Hizo un esfuerzo por concentrarse en su trabajo. Tango iba a mandar doce vendedores. Así que necesitaban transfer in-out del aeropuerto, siete noches en un cuatro estrellas. Cuatro excursiones terrestres, una lacustre. Pensó un momento. Circuito Chico con caminata, combinada con Catedral. Tronador, San Martín, Isla Victoria. Sí, eso iba bie
Había poca gente en la calle para ser un viernes. Terminada la temporada de invierno, la ciudad volvía a quedar sólo para nosotros por un par de meses. Algunos grupos de estudiantes, jubilados, nada notorio. Majo me esperaba en El Dutch como prometiera, y para sorpresa de Gabriel, me fui con ella a una mesa abajo en vez de quedarme en la barra como solía.Aunque todavía no había llegado el fam tour, Tango ya nos estaba mandando cuatro o cinco reservas por semana para el verano, y nos habían dicho que esperaban triplicar ese promedio en los próximos dos meses. Sumado a las cuentas que ya teníamos, era obvio que Mauro y yo no íbamos a poder solos con todo, y se me había ocurrido que a la hora de contratar a alguien para que nos diera una mano, Majo era una excelente opción. Estaba a mitad de su carrera de Administración de Empresas, era responsable, de trato agradable. Íbamos a nec