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Planes Locos y la Tercera Ley de Newton

Frederick

Parker me miró nuevamente con una de esas expresiones en el rostro que lo decían todo, decían cosas como:

«Debería hacer algo, o dejar de perder su tiempo en sentirse miserable». Puede que tuviese razón, pero tampoco tenía demasiadas opciones. Me sentía realmente miserable después de firmar el divorcio. Lo único que me animaba era ver ese Monet que Leah me había obsequiado en penumbras.

No tenía deseos de comer, salir o siquiera respirar. Me había convertido en un maldito guiñapo.

Había llamado a Leah, pero ella rechazó cada llamada, tampoco sirvió de mucho enviarle un par de mensajes diciéndole lo que sentía, aunque no volví a decirle que la amaba después de sufrir la decepción de haber corroborado que ella no sentía nada por mí. Ya que había leído el mensaje que le escribí cuando esperaba a entrar al despacho de su abogado y decidí que era mejor exponerle lo que sentía. Pero ella ni siquiera se molestó en responder, literalmente me había clavado el visto de forma cruel
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