Jared quiso caminar con prisa por las enormes manzanas que separaban la cafetería de su departamento en la Octava Avenida. Luego se percató de que no quería llegar transpirado al encuentro con su amada. Así que bajó la velocidad, y paseó, como un transeúnte más, por las calles de Manhattan, con las manos en los bolsillos, como si no se atrasara a ninguna parte. Pero, en su interior, se maldecía a sí mismo por no haber tomado un maldito taxi. Cuando llegó al edificio, preguntó al encargado de recepción si Rossie todavía seguía ahí. Este le dijo que claro, que por supuesto, que no se había marchado. O, al menos, no dentro de su guardia. No debió decir esa última frase, porque disparó las neurosis del Goodboy. Jared rogó porque el elevador se abriera pronto, subiera al doble de velocidad normal y abriera su par de portezuelas en el piso veinte, de una buena y m*****a vez. Salió de ahí casi empujando la puerta, pero, ya frente a su departamento, una fuerza exterior a él lo detuvo. No
Seamos sinceros: Rossie nunca esperó aquella reacción de Jared cuando le avisó que esa sería la última vez que harían el amor. Lo cierto es que esperaba, al menos, un poquito de resistencia de su parte. Y no la obtuvo. En lugar de eso, para Rossie, Jared quizás hasta estuvo de acuerdo con su decisión. Y nada pudo descolocar más a Rossana que eso. Le hubiera gustado que El Emperador le rogara, que le prometiera que podría cambiar. Y ella esperaba creerle, sin duda. E, incluso, hasta le habría dado otra oportunidad. Pero nada de esto ocurrió. Y esto descolocó seriamente a nuestra Ro. Tanto, que hasta fue sutilmente expulsada de su propia casa. La casa que, hasta hace pocos días, ella también habitaba. Y aquello la entristeció todavía más. Aquella madrugada regresó a su cuarto de hotel y se desvistió mecánicamente. Se puso su pijama y se acostó a dormir sin siquiera acicalarse. Se acurrucó en las cobijas y, recostada de lado, se mantuvo así hasta el amanecer. Sin mover un pelo ni
La oficina de Bob Thorton había sido remodelada hace un par de años, y ya no se parecía en nada a la que acogió a Adalyn Fernández-Cavalier esa ominosa mañana de 1999, en la que lanzó un pisapapeles de mármol a la cabeza de Bobby o Jared (lo que ocurriera primero), cuando ambos le obligaron a firmar ese desastroso acuerdo postmatrimonial. De hecho, esta vez Bobby había cuidado bien de mantener lejos del alcance de la señora, cuanto proyectil potencial o arma blanca en ciernes hubiera podido encontrar. A pesar de que, esta vez, sospechaba que Adalyn no saldría de ahí tan enfadada, como la primera vez. Jared y Thorton esperaron sentados en la mesa de juntas a una Adalyn que parecía tener demasiada familiaridad con su abogado. Cosa que a Jared no le pareció del todo indiferente. Pero, en fin, era su instinto de macho alfa manifestándose; no es que sintiera celos, o algo así. ¿Cierto? –El señor Cavalier quiere ofrecerles un trato –fue lo que dijo Bob, una vez concluidos los austeros sal
–¿Por qué? –fue lo primero que dijo Adalyn, una vez que su abogado y el de Jared los dejaron solos–. Digo, ¿Se puede saber a qué se debe tanta generosidad? Jared contempló a Adalyn desde su lado de la mesa de reuniones. Estaba particularmente bien arreglada, como si se hubiera vestido, a propósito, para impresionar. Eso no dejó de alegrar al Goodboy, no porque a su esposa le interesara atraerlo de vuelta, sino porque era el momento propicio como para ablandarla y hacerle creer que firmar el divorcio de manera amigable sería hasta idea suya. –Te ves muy guapa esta mañana, babe –le dijo Jared, haciendo caso omiso a la pregunta de ella. –Cut the shit, “babe”! –ahora sí, Adalyn sacó adelante su verdadera personalidad, mientras que emulaba los signos de comillas con las manos y levantaba la voz, fingiendo que se trataba de la voz de Jared–, que nunca has necesitado palabrearme para obtener mi atención. Jared la miró, de nuevo, sonriente, mientras cruzaba los brazos. En efecto, se había
Era el 11 de julio del año en curso cuando, en las noticias de la mañana, apareció un titular dedicado a las notas de farándula: “Se suspende la demanda de Adalyn Fernández contra Jared Cavalier. La pareja llegó a un acuerdo de divorcio amistoso que beneficiará a las dos partes”. Fue Marcel Cavalier quien envió a Rossie el enlace a la noticia muy temprano en la mañana, junto con el siguiente mensaje: “Al parecer, mi papá finalmente está haciendo lo correcto. Aunque eso signifique que mi herencia se haya reducido a la mitad”. Rossie leyó el mensaje de su hijo y vaciló un tanto, antes de ingresar al enlace: “Los términos legales del acuerdo no han sido revelados, pero se sabe que el divorcio está consumado”, fue el extracto más importante de lo que leyó en la nota de prensa. «Lo leo y no lo creo», pensó Rossie. «Al fin Jared es un hombre libre. Justo en el momento en el que ese hecho es irrelevante… para mí». A Rossie se le llenaron los ojos de lágrimas al leer que, al fin, el amor d
–Necesito que hablemos –fue el mensaje de texto que recibió Ali Milá de parte de Jared Cavalier, el mismo 11 de julio del año en curso–. ¿Puedo ir a tu departamento? No habían cruzado palabra en meses. Ni tampoco Jared había aparecido intempestivamente por ahí, como solía suceder en el pasado. De cualquier manera, ella ya no lo esperaba. Hacía tanto que había dejado de hacerlo. Entonces, Ali decidió dejar aquel mensaje en visto. Por, al menos, unas cuantas horas. –Preferiría que fuera en territorio neutral –fue lo que, al fin y al cabo, ella le contestó. Ali Milá sabía jugar muy bien sus cartas. Con seguridad, si permitía que Jared la visitara de nuevo, se repetiría aquel ciclo tan tóxico para ella, otra vez. Pero se encontraba mejor ahora, sanando. Lejos de él. –¿Qué te parece en La Colombe? ¿A las siete? –fue la respuesta casi inmediata que le dio el Goodboy. El corazón de Ali le indicó que todo el trabajo que había hecho hasta entonces –con terapia cognitivo-conductua
Esa misma mañana del 11 de julio del año en curso, luego de que Rossana Regiés despidiera a su hijo Marcel, recibió la visita que él le había anunciado con anticipación. –Se identificó como Olivia Armstrong, Mrs. Regiés –dijo el guardia. Por supuesto que Rossie la conocía, porque todo Manhattan la conocía. Y también porque todo aquel estudioso de las imágenes y la cultura de masas no podía dejar de tener, al menos, una leve idea de quién era la susodicha: la diva de la fotografía de celebridades, entrenada para el efecto por el mismísimo Andy Warhol y visitante asidua del Studio 78. –Hágala pasar de inmediato, por favor –pidió Rossie. En seguida, Ro se levantó de su asiento y, los segundos que le quedaban, en lo que subía Olivia, se dedicó a limpiar un poco el incipiente desorden que le profería a su oficina un carácter bastante particular, por decirlo de algún modo. Algo así como un Rossana Regiés, marca registrada. La veterana fotógrafa la sorprendió en plena faena de limpieza
Ustedes se preguntarán quién carajos es Olivia Armstrong. Pues, déjenme decirles que se trata de una de las fotógrafas más reputadas de Nueva York. Todo aquel que sea alguien –o que pretenda serlo– deberá ser, en algún momento, fotografiado por esta señora. Es sabido que tiene una afición especial por los músicos, pero tampoco le hace el quite a otro tipo de artistas: pintores, escritores, arquitectos e, incluso, uno que otro intelectual pop. Por supuesto, en los noventa no era menos famosa que ahora. Y Oscar Moon, que sabía jugar muy bien sus cartas al respecto, estaba bastante enterado de aquello. En consecuencia, hizo todo lo posible para meter por los ojos de Olivia a los chicos de la banda. Y ella lo permitió, porque, entre otras cosas, ya había estado pensando en proponérselo. ¿Proponerle qué?, se preguntarán. Pues, ¡qué más va a hacer!, un photobook que documentara la alocada vida de estos cuatro ya por entonces bastante legitimados popstars. Pensémoslo con detenimien