No se trataba del momento más oportuno para confrontar la ira de un hombre que se sentía traicionado. Y mucho menos si ese hombre era Jared Cavalier. Rossie se hallaba completamente desnuda, sumergida en aguas perfumadas, salinas y tibias, con los audífonos puestos a todo volumen y con una loción astringente de naranja y vainilla que apenas si le dejaba mover las mejillas para que no se le cayera. En esas circunstancias, tuvo que hacerle frente al amor de su vida, y a la supuesta traición de la que este acababa de acusarle. Porque le había reprochado –sin decírselo– de tomar sin su permiso el cuadernillo verde de Adalyn Fernández-Cavalier para escribir su serie de N*****x sobre lo que fuera que estuviera contenido ahí. Y que trataba sobre la forma en la que El Emperador de las boybands había hecho de las suyas en su juventud y primera adultez. Y eso a nuestro Jared no le hacía ni la más mínima gracia. –Encontré ese cuaderno en mi escritorio hace más un mes, antes de tu internamie
Lo que se narrará a continuación, corresponde al primer borrador del guion literario de lo que será, con toda probabilidad, parte de One Step at a Time, la tercera temporada de la serie biográfica de The Boyz in the Band. La fecha: con relativa seguridad, 1991. La ocasión: la segunda gira mundial de The Boyz in the Band, ocurrida luego de su triunfo global y consagración internacional con el tercer disco de la banda, denominado One Step at a Time, que les traería la gloria y un éxito sin precedentes del que, a partir de entonces, les sería difícil escapar. El lugar específico: el concierto insigne de la banda, ocurrido en Providence Park, Nueva York. El momento clave: el fin del recital y el regreso de la banda al backstage. Lo que se describirá en estas líneas se trata de una de las rutinas más recurrentes que el Goodboy y compañía –en especial Toby– realizaban toda vez que terminaba un concierto de los grandes.<
En su camerino, que es el equivalente a su reino personal, manda Jared Cavalier. Ni su productor, ni sus guardaespaldas, ni siquiera su madre, tienen jurisdicción dentro de aquellas cuatro paredes. Aquello está estipulado en su contrato, y podría demandar a cualquiera que se atreviera a poner en entredicho la privacidad de aquel habitáculo. Cookie lo sabe y, por ello, se toma los diez minutos reglamentarios que necesita el Goodboy para prepararse para su ritual. Decíamos que Jared Cavalier había tomado su walkman con un cassette adentro. Decíamos también que el cassette correspondía al primer disco de la banda. Lo que no dijimos es que El Emperador le dará play al primer track de la cinta y que, para ello, necesita de unos minutos para rebobinar. Cuando lo hace y la música arranca, Jared Cavalier está listo para lo que se viene. Afuera, Cookie escanea visualmente a las chicas que, ansiosas, esperan
De vuelta al departamento de la 8th. Ave., a la habitación de Rossie y al año en curso, nos encontramos con un Jared Cavalier, ahora adulto, leyendo consternado el capítulo dedicado a sus… ¿cómo decirlo? orgías con cuatro chicas a la vez.Y es que, sí, orgías. ¿Para qué decirnos mentiras?–¿Cómo conseguiste esta información? –preguntó Jared, con la mano todavía deslizándose desde su boca hasta su mentón–. Digo, lo que está escrito aquí no aparece en el cuaderno verde.–Los hechos no –respondió Rossana, seria y con los brazos cruzados sobre el espaldar de la silla de su escritorio. Miraba al Goodboy cuando lo dijo–, pero las protagonistas, sí.Jared sacó los ojos de la impresión.–¿Adalyn tenía sus nombres? –preguntó El Emperador, sin dar crédito a lo que oía.–Y hasta sus direcciones –Rossie señaló hasta Jared, como si le quisiera pedir prestada la lista negra de Adalyn–. Se ve que tu esposa te seguía la pista desde muy cerca.Jared Cavalier se quedó asombrado.–Y desde antes de que f
Probablemente esta anécdota ha cumplido ya veintiséis años de antigüedad. The Boyz in the Band goza, por entonces, de una fama sin precedentes en la historia de la música pop. Han ganado cuatro American Music Awards y sus discos de platino han sido cosechados en prácticamente todos los países del mundo. Con tanta fama y fortuna, no sería extraño que los humos se les subieran a la cabeza. El episodio que se narrará a continuación, da cuenta de uno de aquellos momentos. Estamos en Manhattan, en una discoteca cuyo nombre omitiremos para evitar una demanda –o dos–. Digamos que se llamaba Bossa, en honor al ambiente chill out que se supone que debería haber reinado ahí. Los administradores fueron avisados con una hora de anticipación para tomar recaudos: –Jared Cavalier y Tobby Dammer estarán ahí –les había dicho una profunda voz al teléfono–. Necesitan que se desaloje la sala VIP para ellos. Nadie podía negarse a semejante petición. Eran dos de los hombres más deseados y famosos del m
No se podría decir que Jared Cavalier y Rossie Regiés estuviesen muy bien que digamos en los días que siguieron a la lectura de los capítulos de temporada que dejaban al Goodboy bastante mal parado.A pesar de vivir juntos en la misma casa, cada uno andaba muy a sus aires, ocupados como estaban en lo que les concernía en aquellos momentos: esto es, el estreno de la serie de The Boyz in the Band.La primera temporada se lanzaría, completísima, el jueves, 18 de abril del año en curso. El más eufórico de todos era Marcel, quien no podía esperar ya más que para el día en que su imagen se proyectara bajo el logo de Netflix.Como se trataba de The Boyz, una banda más que conocida, se hacía obvio que era mandatorio el llevar a cabo una premiere. Y esta se hizo, cómo no, en el Libery Hall.La noche del estreno, Rossie se atavió con un precioso modelo de cóctel blanco de Stella McCartney, pagado nada más y nada menos que por El Emperador, aunque este no le dirigía mucho la palabra, por entonce
Aquel sábado 20 de abril del año en curso, Rossana Regiés se levantó muy temprano en la mañana. Tenía una misión, y esa era comprar uno de los primeros ejemplares del New York Times. Si la crítica de su serie era favorable, tan solo adquiriría tres ejemplares: uno para sí misma, otro para Marcel y otro para enviárselo a su padre, vía DHL y con carácter de urgente. Pero si la opinión general era devastadora, compraría todas las existencias de la cuadra para que, al menos, sus vecinos no pudieran enterarse de que apestaba como guionista. Cuando salió de su habitación, ataviada con una sudadera con capucha que le cubriera la cara, se topó de manos a boca con el Goodboy, sentado ya en el desayunador de marfil veteado de su modernísima cocina, leyendo el periódico ¿adivinen cuál?, con cara de póker, un café negro en la mano y los cabellos de la nuca despeinados hacia arriba. –¿Y bien? –Rossana Regiés no atinó otra cosa que preguntar. –Léelo por ti misma –le dijo Jared y, enseguida, le
Aquel sábado 20 de abril del año en curso, Marcel Cavalier no tenía humor para salir de su casa; bueno, de la casa de sus padres. Bueno, del lujoso departamento en el piso 20 de la Octava Avenida en el que vivía con papá y mamá. Alejado en su torre de marfil, un preocupado pequeño Goodboy hacía scroll a las páginas de I*******m que le convenía revisar: de hamsters comiendo cosas, de gatitos y de videojuegos. Habló con Carmele por una hora y media, aproximadamente, y se quedó dormido con el teléfono en la cara por un par de horas. Comió lo que su madre le ofreció: que era pollo Mai Tai de un restaurante chino que a Jared le gustaba particularmente, y se dedicó, el resto de la tarde –y de la noche– a una curiosa maratón de Stranger Things, alternada con el visionado obsesivo de sus personales escenas de la primera temporada de The Boyz in the Band. La verdad es que le divertía verse a sí mismo como en un espejo asincrónico. Así de vanidoso era nuestro clon de Jared Cavalier. Al sigui