Romma se presentó en su trabajo esa mañana como lo había hecho cada día desde hacía seis años. Entró a su oficina seguida de Mina, quien traía los mensajes recibidos y algunas carpetas con el logo de Casa Monterrey en su exterior. Dejó todo sobre el escritorio de Romma y se volvió a mirarla, sin saber cómo decirle las veces que Leo había preguntado por ella durante los días anteriores. —Señorita, el señor Monterrey la ha llamado muchísimas veces, dijo que intentó comunicarse con usted, pero nunca respondió sus llamadas. —Mi teléfono estuvo apagado, no quería ser interrumpida. —¿Quiere que le avise que usted ya va para su oficina? —Tengo mucho trabajo pendiente, cuando me desocupe, ya lo veré. Por favor, Mina, llama a Taller y pide los prototipos que les pedí antes de irme a París, ya deberían estar listos. Y avisa a los técnicos de Calidad y a Textiles que tenemos una reunión aquí en una hora. ¿Me traerías un café, por favor? —¿Qué debo decirle al señor Monterrey cuando lla
Leo había permanecido recostado en su silla por horas, mirando a través de su ventanal, sin poder pensar en otra cosa que no fueran las amenazas de Romma. Durante días tuvo en su cabeza aquellas palabras que hubiera deseado poder desechar, pero que se balanceaban como una cuchilla de péndulo sobre su cabeza. Era cierto que su reputación en los medios era excelente como diseñador, pero no así como persona, y sabía que eso de lo que lo acusaba Romma, había ocurrido en muchas ocasiones con otros empleados, pero siempre había logrado amedrentarlos para obtener de ellos lo que deseaba, todos y cada uno se rindieron a sus amenazas para no arriesgar sus carreras. Y ahora venía esta jovencita y se atrevía a medirse con él, con el gran Leonardo Monterrey, amo y señor de la cumbre de la moda en todo el país. También era cierto que las cosas que ella pudiera decirle a los medios podría incentivar a otros a presentar sus reclamos y ese mundo era muy frágil ante las personas que hacían cosas así,
Se hicieron las presentaciones de rigor, y pasaron al salón a tomar un aperitivo. Romma observaba a todos y mantenía una actitud serena mientras iba conociendo a los demás. Y de todo el grupo, sólo le parecieron soportables Lorenzo y Francesca, la tía, que había sido muy amable y la recibió con mucho agrado. Un rato después, la atrajo hacia una parte del salón donde no estaba nadie más y le habló. —Me alegra sinceramente que Sandro por fin haya encontrado alguien que le haga sentar cabeza. Pensé que papá no iba a llegar a verlo. Supongo que tu trabajo te costó. —No realmente, Sandro y yo, sentimos lo mismo desde el primer momento, y al comenzar a salir, todo fluyó tan espontáneamente que fuimos los primeros sorprendidos al darnos cuenta de que deseábamos pasar nuestra vida juntos. Y aquí estamos. — se volvió a mirar a Sandro y sonrió levemente. Vio a Analía conversar con Franco y su madre los escuchaba atentamente. Un momento después se acercaron a donde Lorenzo, Sandro y Francisc
Habían pasado sólo tres días desde la noticia de Analía y Lorenzo no había llamado a su nieto aún. Eso no era nada típico en la actitud de su abuelo, pensó Sandro mientras iba en el asiento trasero del auto, con su chofer al volante. Revisaba unos documentos cuando sonó su móvil y al sacarlo de su bolsillo, vió que era su abuelo.—Buen día, abuelo. ¿Cómo vas?—En mi oficina, ahora mismo o antes si es posible.—Nada me gustaría más, abuelo, pero voy en camino a una junta importante. Nos vemos a mediodía para comer, pediremos algo mejor que tu habitual pedazo de cartón.—Te espero. —y colgó.A Sandro no le extrañó nada la forma de comunicarse, siempre les hablaba a todos así. Sus órdenes debían cumplirse sin chistar.Mientras tanto, Romma se aproximaba a la oficina de Leo cuando la puerta se abrió y quedó frente a frente con Analía que salía y sintió como su estómago daba una vuelta.—Nos encontramos de nuevo, costurerita. No te pongas cómoda, porque vas a salir de aquí como lo harás de
Era viernes por la tarde. Sandro y Romma acordaron verse para comer antes de salir para su fin de semana. Vestidos informalmente se encontraron en un pequeño restaurante moderno, y comían conversando cuando, como si fuera un déjà vu, nuevamente tuvieron a su lado a Analía. —Por favor, esto tiene que ser una broma. ¿Realmente me vas a acosar a donde sea que vaya, Analía? No siento el menor deseo de verte o hablar contigo. ¿Te queda claro? — expresó Sandro molesto. —Ni siquiera sabía que vendrías aquí…—hizo una pausa cuando Romma dejó escapar una risita de incredulidad y le lanzó una mirada asesina, luego volvió a ver a Sandro— Me acerqué al verte para decirte que el lunes tengo mi consulta obstétrica, a las dos en punto, y deberías estar conmigo. —Eso no va a ocurrir. Ya te dije mi decisión, y eso no incluye consultas ni nada que tenga que ver contigo. Sólo te falta pedirme que organice la fiesta de revelación de sexo. No pretenderás que me comporte como si fuera un padre fascinado p
Ya de regreso en casa intentaron olvidar lo que no sabían si había ocurrido o no, pero les llevaría tiempo recuperar la comodidad que compartían al estar juntos. Cuando Romma lo miraba, se recriminaba haber invitado a Sandro a su casa de campo. Y Sandro evitaba mirarla a la cara, para no incomodarla más.En los días siguientes, ya con la rutina del trabajo y las ocupaciones con los preparativos de la boda, fueron dejando atrás aquella situación y volvían relativamente a la normalidad.Romma le había confiado a Nicky lo sucedido, y el joven, con su clásica actitud, sólo le dijo: “Eso es cuestión de tiempo que ocurra, si no pasó allí, en cualquier momento pasará. Dos adultos guapos, saludables y hormonales compartiendo la cama, no comprendo por qué aún no lo aceptan.”Eso quedó grabado en la mente de Romma y se prometió mantenerse alerta en el futuro. No había espacio para errores en sus planes, había demasiado en juego.Aquel día Romma fue a encontrarse con Sandro en casa del abuelo pa
El portero del edificio trataba de explicarle a aquel hombre que no podía permitirle acceder sin autorización y que no servía de nada que gritara, amenazara o se violentara, pero nada hacía entrar en razón al enfurecido caballero. Malik habiéndose enterado por los chismes sobre celebridades de que Romma se acababa de mudar con Sandro, decidió ir a buscarla. No le iba a permitir a esa mujer que se burlara de él como lo hizo. Nunca aceptó un compromiso aduciendo su deseo de permanecer soltera y ahora la veía muy feliz con su anillo en la mano, siendo la “adorable” prometida de aquel idiota mujeriego. Y encima lo despreció delante de ese tipo como si fuera cualquier persona. Iba a pagarle haber jugado con él como lo hizo y por eso se decidió a ir a casa de Dolciani, pero ese estúpido portero se lo impedía. Continuó vociferando en la recepción y el vigilante amenazó con llamar a seguridad de continuar con el escándalo. Una bonita mujer se acercaba a la portería cuando escuchó la trifulca
Difícilmente se concentraba Romma en todo lo que se presentaba en esos últimos días antes de la boda y de repente recordó que debía llevar a casa el portafolios con diseños que tenía en su escritorio. Con su llave, abrió la gaveta que no había revisado en algún tiempo por el exceso de ocupaciones y buscó dentro. Por más que revisó todo el archivador, sus portafolios no aparecían, revisó las otras gavetas y tampoco estaban. Su corazón latía desbocado. La mayoría de sus creaciones estaba allí, lo que estaba preparando para una colección especial, mucho de lo que esperaba que conformara los inicios de ROMMA. Y todo había desaparecido. Se suponía que la única que tenía llave de ese mueble era ella. Pero estaba segura de que Leo había tenido que ver con eso, y la iba a escuchar. Salió de su oficina y le preguntó a Mina sobre el asunto. La chica contestó demasiado ambiguamente como para desconocer sobre la situación, lo cual le confirmó a la diseñadora que las manos de Leo están metidas en