34. Nuestro propio infierno
Nicolas

Ver a Aprill callada y decaía me traía atado a la calle de la violencia. Me sentía animal, salvaje, con ganas de sangre y no precisamente de cualquiera.

Su padre jamás había sido una persona que me agradara ver, ahora era mejor que ni se atreviera a aparecer porque la poca consideración que le tenía por ser el padre de la mujer que amaba se esfumaría. Aprill sufriría si le pasaba algo, pero sufría más teniéndolo en su vida. Sin el maldito viejo vivo, ¿cuantos problemas se ahorraría? Tantos que era mejor que no me empecinara con la idea porque sería malo, muy malo.

Levante a Aprill de la tina en la que nos habíamos metido. La llevé hasta el lavamanos y la senté sobre la superficie plana. Abrí los cajones, buscando una pomada para los golpes que mamá había dejado aquí alguna vez.

Cuando por fin la encontré, me unte el dedo y se lo pase por la mejilla donde tenía la mano de su padre pintada. La rabia volvió a resurgir, brotando como un volcan en erupcion, enojado con él por te
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