Aquel grito solo consiguió enojarlo más. Se levantó de tirón, la silla cayó tras él, haciendo un pequeño estruendo. Me rodeo y cogiéndome por las axilas, me puso de pie. Le di manotazos en las manos para que me dejara. Me dio la vuelta, pegándome a su pecho y sujetándome con las manos en mi caja torácica, con fuerza. Incline la cabeza, buscando morderlo, pero alzo la cabeza, impidiéndomelo con su gran estatura. —Nicolás, de verdad, tengo que enviarle algunas cosas a Mara. –Si no podía por las malas, debía poder por las buenas—. Por favor. A él le gustaba mi sumisión, por lo que deje de forcejear. Le encantaba tener ese poder sobre mí, sentir que podía doblegarme a su voluntad y que el único que podía decidir de manera exclusiva e irrevocablemente era él. Gruño, debatiéndose entre ser un jodido dolor de ovarios o dejarme. —Te dije que teníamos una actividad que hacer. Inhale. Sus actividades no me importan ahora, menos si suponían que se iba a divertir solo él. —Es algo tarde par
Me agarre el con más fuerza, sintiendo como el pánico me helaba la sangre. Apreté mis manos sobre su cuello, hincándole las uñas. Mi cabeza permaneció en el hueco entre su mandíbula y el cuello. -¿Que ha sido eso? Mi cuerpo esperaba cualquier cosa, una sacudida o un grito atroz de uno de nosotros. No obstante, nada llego, solo la voz de Nicolás y sus manos acariciándome la espalda de arriba abajo -Mírame. -No puedo. -Hazlo. Me molestaban sus órdenes, siempre. Me hacen sentir como un perro, pero en ese momento, aquella rudeza me calmo de una manera que no podía explicar. Levante la cabeza con un suspiro, expulsando el aire por los labios entreabiertos. -Lo que ha tocado tu pierna antes, ha sido esto. Una fina cadenita brillo contra su mano, lanzando destellos sobre mi piel. El dije, un poco más grande y brillante. Era mundo con una ola en el centro con reflejos azules. -Quiero que fluyas, que te levantes con fuerza y no temas a caer porque siempre vas a levantarte, sola o con
El salón de fiestas del segundo piso no estaba abierto del todo aun, por lo que los chicos se astenian de subir allí. Gabriel y Eva ya me esperaban sentados en una de las mesas del casino con sus portátiles y teléfonos a la mano. El lugar no era privado del todo, pero en mi despacho Nicolás habría entrado sin tocar cuando quisiera y lo que pudiese escuchar podía ser perjudicial para mí. —Chicos. —Salude, sentándome frente a ellos. Levantaron la cabeza al mismo tiempo y dejaron los portátiles a un lado. Eva me extendió mi tablet. —Tenemos noticias. —Anuncio. Aquello ya lo sabía. Gabriel se inclinó sobre la mesa, reposando las manos unidas sobre ella. Con sus lentes y el pelo recogido en una coleta hacia atrás tenía el aspecto de una persona concentrada, inteligente, pero no por ello menos bestia. Solo le daba un aspecto más intimidante. Me deje caer sobre el espaldar de la silla, eludiéndolo. —Sabemos que estas casada con seis personas diferentes, pero, según lo que hemos po
Ese tenemos que hablar me dio más motivos para correr. Me quede en el piso de lavado. Como no había personal para cubrir esa tarea, el lugar estaba desierto Estuve a punto de irme pues la pulcredad del blanco que la rodeaba era tal cual escenario de películas de terror. Conseguí que uno de los empleados me bajara mi portátil y así, adelantar algo del trabajo. Por mucho que fuera la jefa, debía ponerme al día para escaparme la semana próxima para asistir a la escuela de Gaia. Mara hacia un buen trabajo supliéndome en algunas reuniones, dejándome solo documentos importantes que debía leer y firmar. Tenía el reporte diario en mi bandeja de entrada. Todos los cruceros iban de maravilla, excepto el que se llamaba como mi hija, Gaia. Al parecer un niño de nueve años se lanzó por la proa a media noche, pudiendo eludir a los guardias. Por suerte todo fue bien, el comandante puso arreglo a las medidas judiciales que querían poner los familiares. En el puerto, los comerciantes habían increme
—Aprill. –Escuche la voz de Nicolás como un murmullo lejano Temí abrir los ojos. Experimentar la profundidad y desconcierto de estar sumergida. El aire me faltaba en los pulmones, pese a tener una bola de oxígeno. Las manos de Nicolás me acariciaron las costillas, deslizándose con suavidad. Impregnándome de él, de su seguridad y protección. —Mírame. Pese a mi resistencia, para Nicolás no fue imposible despegar mis manos de él, separándome lo suficiente para verme a los ojos. —Yo no voy a dejar que ocurra nada, confía en mí, nena. –Me acaricio las mejillas en tanto yo me perdía en su mirada. —Tengo miedo. –Confesé en un susurro. Ya sabía que era evidente, pero confiaba que escucharlo de mi lo hiciera desistir y dar la orden de subir. Podría hacerlo yo, pero tendría la sensación de haber actuado como una total cobarde. Nicolás no dijo nada, se limitó a deslizar una de sus manos por mi nuca, prendiéndose de mi cabello con un leve tirón. Sus labios dieron un experto recorrido por mi
NICOLAS Me paseaba por la habitación doble de un lado a otro, esperándola. Odiaba que me hiciera esperar, mucho más sabiendo que lo hacia consiente de cuando me molestaba. La paciencia es una virtud que yo no tengo. Lo único que me retuvo para ir a buscarla fue mi maldito orgullo. Más grande que mi cariño por ella y que yo mismo. Mi padre lo llamaba estupidez moderna. Le escribí un mensaje a mi sobrina Gaia, instándola a que no se durmiera aún. Era tarde, sobrepasaban las nueve de la noche, pero cualquier cosa por hacer que el abuelo le diera un jodido infarto. Me molestaba ese viejo y consideraba plenamente que Aprill estaría mejor sin él. Gaia me respondió, sacándome una sonrisa. Sobraba decir que era la dueña de mi corazón y alma, aquella niña era mi hija porque yo la consideraba así. El padre de Aprill me mandó un mensaje, reclamándome mi insolencia con Gaia. Lo mande a la m****a y amenace con que mantuviera las palabras duras fuera de su repertorio con Gaia, pues lo lamentaría
Llegamos al salón de eventos que estaba modificado esa noche para que albergara camas, cruces y columnas para arnés. Me encantaba la forma meticulosa en la que Aprill había agregado detalles que convertían una estancia lujosamente fría e impersonal en algo que provocaba sensaciones más allá de lo carnal. Aprill es una de esas almas que han sido dañadas que conocían como tocar partes del corazón imperceptibles y usaba ese conocimiento a la hora de diseñar sus cruceros. La admiraba mucho por eso. Me encantaban los tonos clásicos del lugar. Satín color vino para las camas con cabeceras de hierro. Dorado envejecido para los adornos, columnas y cruces. El cuero también predominaba en la habitación. Cinco camas dispuestas alrededor, dos cruces, un columpio y una colección completa de fustas y látigos a una esquina. Había para cada gusto. Las ventanas polarizadas dejaban filtrar la luz de la luna que, sumada a la poca iluminación del lugar, dejaban ver lo suficiente. Tenía conocimiento d
Aprill —Quiero que ser el centro de tu maldito mundo. –El sonido de su voz quedo mitigado por el eco del látigo y el ruido sordo contra mi piel. Me escocia la espalda, la piel que el golpeaba sin tregua. Desconocía el hombre que tenía detrás. —¿Para qué? –Procure que al hacer esa pregunta mi voz no vacilara pese a la humedad que se acumulaba en mis mejillas Quería una m*****a razón que justificara que me hiciera daño deliberadamente, sabiendo que el dolor no funcionaba como estimulante para mí. —Para no ser una m*****a opción en tu agenda, para que me veneres como a tu jodido trabajo. ¡Deja de buscar lo que ya tienes en tus narices! –Soltó en mi oído. Su tono carecía de tacto y le sobraba rabia. Me aturdía cada palabra que salía de el en ese momento. Su presencia me aterraba. —¡Suéltame! –Me removí inquieta, tirando de las ataduras que me apretaban y rozaban la piel. El gruño, espantándome. Me dio una serie de latigazos que me dejó sin aire. La piel entre mis muslos dolía, mis