Capítulo 2:

Todo el mundo se crea películas de cómo le gustaría que fuera su vida. Ya sea antes de dormir, en el trabajo mientras finges que escuchas a tu jefe, o esperando a que llegue el metro a tu estación. Pero todos tendemos a fantasear con las cosas que queremos.

Yo me había pasado años fantaseando con el momento en el que hablara con Jed acerca de mis sentimientos. Y no, nunca me imaginé una cama con pétalos de rosa, para nada. Pero sí algo más… menos… vaya, una situación en la que no quisiera que la tierra se abriera y me tragase.

Aquí estaba él, delante de mí al otro lado de la puerta, observándome como si me acabaran de salir dos cabezas.

Su cabello castaño claro pareciendo rubio con la luz amarillenta del sol del mediodía, sus ojos azules, sus cejas pobladas y sus labios gruesos. Jed no era uno de estos chicos extremadamente musculosos, pero sí era de una complexión bastante fuerte dentro de su delgadez.

— ¿Me vas a explicar qué es todo esto, Jade?— inquirió, devolviéndome a la realidad.

Querrás decir que cuando lo escuchaste dejaste de babear.

Obvié a mi conciencia y me centré en esta extraña conversación.

— No hay nada que explicar, Jed— repliqué, intentando no sonar alterada.

Esto podría parecer extraño, pero había hablado con él directamente, tan pocas veces, que se me hacía raro pronunciar su nombre teniéndolo a él de frente.

Jed se me quedó mirando fijamente, como si no creyera lo que estaba diciendo.

Ooohhh, pero hablaba muy en serio.

— ¿Te parece poco la bomba que me has soltado?— señaló su móvil. No me había dado cuenta de que lo tenía en la mano, hasta que lo alzó—. ¿Y por mensaje, estando bebida?

Sentí que mis mejillas se encendieron. 

Y ahí estaba, eso era lo que más vergüenza me daba de todo esto. A ver, lo de los mensajes también, claro, pero el hecho de haber parecido una cobarde que solamente con alcohol en la sangre era capaz de decir sus sentimientos en voz alta, me hacía sentir mal.

— Jed, ya te lo dije— crucé los brazos sobre mi pecho—, no ha nada de lo que hablar. Estaba borracha y te envié unos estúpidos mensajes contándote que estoy enamorada de ti, ¿qué hay ahí que no entiendas y tenga que aclararte yo?

Tanto a mí como a él, me sorprendió lo dura que soné. Jamás le había hablado así, y la verdad no sabía por qué lo estaba haciendo en ese momento.

— Jade, esto puede arruinar nuestra relación— dijo en tono serio pero bajo a la vez.

No pude evitar que se me escapara una carcajada.

— ¿Relación?— repetí—. Aquí no hay ninguna relación, Jed. De hecho, ahora mismo estamos hablando porque soy la hermana pequeña de tu mejor amigo, sino, ni eso— enarqué una ceja—. ¿O ahora me vas a decir que a ti te importa lo que le pase a la pequeña Jade?

Pensé que Jed reaccionaría en miles de formas diferentes, pero jamás pensé que comenzara a reírse. Sí, como lo están viendo, no, no se les empañaron las gafas. Después de que dije eso último, Jed Thompson comenzó a reírse en mi cara.

— Espera, espera— dijo entre carcajadas—. ¿Pensabas que hablaba de un nosotros?— preguntó, señalándonos—. Hablaba de Jace y de mí. Obviamente no de ti.

Oh, no. Cada vez se ponía peor la cosa, y, ¿gracias a quién? A la gran bocata Jade Reeve.

— Jade, tú y yo jamás tendremos nada. No hay un nosotros, como tú misma dices. Nunca en la vida pasará, por muchas razones; una de ellas porque no arruinaré mi amistad de toda la vida con tu hermano, por tener un lío de una noche contigo. Te conozco, y sé que si te lastimo va a acabar mal para mí, y ahora mismo lo que menos quiero son problemas.

Podía escuchar los pedazos de mi corazón cayendo bajo sus pies. Ahí estaba, lo que tanto había temido durante años: que él, Jed, me rompiera el corazón. Sabía que esto pasaría, y aún así, me permití emocionarme mínimamente y miren lo que saqué por eso.

— Quiero que hagas como si esto jamás hubiera pasado. Justo como pasaste más de diez años ocultando que estás enamorada de mí.

No pude decir nada, la voz sencillamente no me salía. Él no parecía afectado, ni siquiera lucía algo culpable por haberme dicho eso. 

Mi rostro debía de estar reflejando el dolor que me causaron sus palabras, porque en serio me lastimó. De todas formas, recogí los pedazos de mi corazón y erguí la espalda. No iba a darle el gusto de hacerme sufrir… no con él enfrente, al menos.

— Por eso no tienes que preocuparte— puse la mano en la manija de la puerta y la apreté con fuerza, aprovechando que no veía eso—. Sé que mi hermano te quiere mucho, y yo jamás haría algo que pudiera lastimarlo a él. Las cosas no salieron como yo esperaba, Jed. Si por mí hubiera sido, nunca te hubieses enterado, pero las cosas pasan por algo, y antes no me di cuenta; esto era lo que necesitaba para cerrar ese capítulo de mi vida en el que eras lo primero en lo que pensaba en las mañanas, y lo último antes de dormir.

'Uno en el que me gustaba sentarme en el salón contigo mientras Jace se iba a buscar algo, sin importarme que nos quedáramos en silencio. Esto se termina hoy mismo, Jed. De hecho, ya se ha terminado.'

Mi intención era cerrar la puerta en su cara para darle un aire más dramático al asunto, pero gracias a Dios no lo hice, porque justo en ese momento, mi abuelo y mi hermano venían caminando hacia la casa. Tuve que disimular, porque vieron el movimiento que hice de echarla hacia adelante.

— Y, pues eso, que ya no suena. Gracias, Jed— dije, moviendo la puerta de adelante hacia atrás.

Jed me miró con el ceño fruncido, sin entender de lo que hablaba, así que seguí hablando.

— ¡Abuelo, Jace! ¿Ya regresaron?— Jed se giró y se dio cuenta de que estaba disimulando.

Bueno, tonto tampoco era.

Mi hermano rodó los ojos y dejó la pequeña nevera en el suelo de madera del porche.

— No, Jade, aún estamos allá. Esto que ves son nuestras almas— dijo con mucha ironía, lo normal en nuestra hermosa relación de hermanos—. ¿Qué haces aquí?— preguntó, girándose hacia su mejor amigo.

— Venía de la casa de mi tía Amelia y vi que Jade estaba teniendo problemas para cerrar la puerta, así que me acerqué a ayudarla— mintió descaradamente.

No creo que seas quién para hacer juicios sobre honestidad.

— Ajá, eso— asentí.

Mi abuelo abrió la puerta y entró en casa, entornó un poco la puerta y miró las piezas una por una, con el ceño fruncido.

— ¿Qué era lo que estaba fallando?

— Las bisagras— dijo Jed.

— La madera— apunté, a la vez.

El castaño me dedicó una mirada asesina, pero decidí hacer como si no lo hubiese visto.

Mi abuelo nos frunció el ceño a ambos. Jed fue quien decidió hablar, y salvar la situación.

— La madera se había montado por encima de las bisagras— contestó con rapidez.

Que estupidez.

Incluso yo, que no se nada de carpintería, sabía que eso no era algo que fuese posible. Pero ni mi abuelo ni mi hermano se lo discutieron, simplemente se encogieron de hombros y entraron en casa a dejar sus cosas.

— ¿Por qué les has mentido?— me preguntó en voz baja.

Eso mismo quería saber yo.

— Porque yo no quiero arruinar tu amistad con mi hermano por un enamoramiento estúpido— escupí.

No le di tiempo a decir nada más; me giré sobre mis talones y caminé hasta la escalera sin mirar atrás.

Ya estaba decidido, iba a olvidarme de Jed aunque fuera lo último que hiciera. ¿Cómo es que no me había dado cuenta antes de lo gilipollas que era? Supongo que por eso de que siento… sentía… cosas por él; pero ya no había una venda en mis ojos, y por fin lo vi como lo que realmente era: alguien que no me convenía.

(+++)

— Jade, tengo hambre. ¿No podemos bajar a comer algo?— se quejó Carla, mirándome con sus ojos de cachorro abandonado.

Ari, sentada en el sillón junto a la ventana de mi habitación, chasqueó la lengua.

— Oye, ¿y tú por qué sales igual en todas las fotos?— le preguntó a la castaña.

— Pues porque es la misma persona, duh— contesté yo en tono de obviedad.

Mi mejor amiga me sacó el dedo del medio y siguió prestándole atención a lo que estuviese viendo en el teléfono de Carla.

— Vamos, Jade, no seas así— continuó ella—. ¿O es que pretendes tenernos aquí toda la vida, para que muramos de hambre?

Puse los ojos en blanco.

Dios, definitivamente Hollywood se estaba perdiendo de su próxima ganadora del Oscar.

— Tú puedes bajar y comer lo que quieras— le recordé, tecleando en mi portátil—. La que no piensa salir de aquí hasta que Jed se vaya, soy yo.

Ya habían pasado tres horas desde que él había subido a la habitación de mi hermano, y habían puesto música a todo volumen. Sabía perfectamente que estaban encerrados, jugando a algo en la consola, pero, con mi suerte y mi historial, si salía de aquí, lo más probable era que me lo encontrase.

Mejor no arriesgarse… Digo, podrías morir de combustión espontánea si lo ves.

No estás ayudando.

Nunca fue la intención.

— No puedes estar encerrada en tu propia casa por culpa de ese idiota— comentó Ari, dejando el celular de Carla sobre la cama.

Cerré mi computador y me giré hacia ellas.

— ¿Y qué se supone que haga?— fruncí el ceño—. Porque no puedo salir y pretender que no pasé la peor vergüenza de mi existencia. No soy tan buena mentirosa.

Carla enarcó una ceja.

— Sí, bueno, le dijiste que lo ibas a superar.

— ¿Qué significa eso?— inquirí.

Ella y Ari intercambiaron una mirada que jamás les había visto, y se encogieron de hombros las dos a la vez.

Se llevaban mal la mayoría del tiempo, y para estas cosas eran las más cómplices. Si esto no era una muestra de que el universo me odia, que baje Dios y lo vea.

— Nada, nada— repuso enseguida—. Sólo que Jude Derry estaría orgullosa de ti— se encogió de hombros.

Puse cara de ofendida.

— No mentía— les fruncí el ceño a las dos.

— Lo sabemos— Ari intervino enseguida—. Pero, Jade, llevas más de media vida enamorada de Jed hasta los huesos; no es como que no te hayas propuesto olvidarlo antes.

— Vale… ¿A dónde quieres llegar?

— A que no te vas a olvidar de él tan fácil, sólo por habérselo prometido— explicó Carla.

Abrí la boca para protestar, pero la cerré enseguida. Me molestaba tener que admitirlo, pero ellas tenían toda la razón; no era algo que fuese tan sencillo. Aún así, no quería seguir aferrada a Jed, porque no llegaría. Es decir, no pasaría la vida entera sintiendo cosas por él, ¿verdad?

Por mi propio bien, espero que no.

— ¿Y qué proponen? Porque ahora mismo la única opción viable es irme a Alemania y cambiarme el nombre— medio bromeé.

Y sí, medio, porque al final del día sí que era una solución.

— Que mires hacia otro lado, Jade— dijo Ari.

Asentí varias veces. Eso era lo que haría, o sea, no era que saldría y me pondría a morrearme con el primero que pasara, pero al menos trataría de dejar de comparar a cada chico que veía con Jed.

Creo que era algo bueno para comenzar.

Miré a Carla, quien parecía demasiado inmersa en sus pensamientos, esperando a que dijera algo, porque se le veían las intenciones. Pasaron unos segundos antes de que abriera la boca para hablar.

— O…— comenzó, alargando la letra más de lo necesario—, puedes hacer algo que haces increíblemente bien— dijo, subiendo y bajando las cejas.

— ¿Tropezar con todo objeto que se encuentra?— preguntó Ari.

Sí, esas eran mis amigas, damas y caballeros.

— La otra cosa— señaló la castaña—. ¡Una locura!— exclamó, exasperada, cuando nos quedamos en silencio.

— Vale, no entiendo— admití.

— Tú nunca entiendes nada— Ari rodó los ojos.

— Ay, cállense las dos— se paró de golpe—. Jade, lo que tienes que hacer es un último intento antes de rendirte por completo— informó.

Enarqué una ceja.

— Carla, o tú no sabes interpretar las palabras, o es cierto eso de que nunca me prestas atención— crucé los brazos sobre mi pecho—. "Quiero que hagas como si esto jamás hubiera pasado. Justo como pasaste más de diez años ocultando que estás enamorada de mí" — repetí las palabras exactas que me había dicho Jed.

Creo que eso jamás se me iba a olvidar lo que me dijo. Lo soltó con tanta frialdad y sin importarle que me doliera, que me resulta irreal.

— ¿Y te vas a rendir por eso?— abrió los ojos desmesuradamente.

— Carla— Ari la llamó en tono de advertencia.

Por fin, la voz de la razón hablaría.

— ¡Es que no puedo creer que quieras dejar de lado las cosas tan fuertes y tan bonitas que sientes por Jed, solamente porque crees que no pasará!

— ¡No es que yo quiera hacerlo, Carla, ni que yo me crea que no pasará! ¡Es que así es!— también me levanté de golpe—. Yo no quiero rendirme, ¿no lo entiendes? ¡Yo lo quiero a él, y tú lo sabes! Demonios, las dos lo saben— me pasé las manos por el pelo con frustración.

La cosa se estaba complicando a cada momento que pasaba, y no quería pelear también con ella. Ya con toda esta situación tenía más que suficiente, y si encima no la tenía a ella, o a Ari ayudándome a resolver este problema, de seguro que de esta me perdían.

— Pues lo que yo veo es que estás asustada, Jade— añadió ella, un poco más bajito que antes—. Y es normal, porque yo también estoy aterrada, pero somos casos muy diferentes— nos señaló a ambas—. Porque a mí me asusta que él te lastime, cosa que tú no te mereces ni de lejos. Pero tú de lo que tienes miedo es que, por primera vez en tu vida, estás viviendo lo que siempre has querido.

Me pasó por al lado y cogió su móvil de encima de la mesita de noche. Se lo metió en el bolsillo y avanzó hacia la puerta, pero no salió enseguida; dijo muy suavemente.

— Tienes miedo, porque por primera vez, hay una posibilidad de que todo esto deje de ser sólo una fantasía.

Dicho eso, salió del dormitorio, cerrando la puerta detrás de ella.

Largué un suspiro de frustración y me volví a sentar, con la mirada de Ari sobre mí; ella no dijo nada.

¿Acaso Carla tenía razón y yo lo que tenía en realidad era… miedo?

No, no podía ser posible. Eso carecía de sentido porque, ¿cómo es que le puedes tener miedo a lo que más a deseado en tu vida?

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