Capítulo 1:

Mi cuerpo chocó contra otro por tercera vez en menos de un minuto.

Resoplé sonoramente, aunque nadie se enteró de eso porque la música del local resonaba con fuerza.

— Voy a matar al próximo que se me arrime por detrás— dijo Carla, una de mis mejores amigas, por encima de la música.

— La que sientes que se te arrima soy yo— explicó Ari, detrás de ella. A duras penas podía escucharlas—. Es que a mí sí se me están pegando.

Rodé los ojos y seguí caminando esquivando a la gente, con la esperanza de llegar a la barra sin quedar embarazada en el proceso. Oh, sí, el ambiente estaba muy acalorado por aquí.

— ¡Al fin!— exclamé con alivio cuando me senté en uno de los taburetes de la barra.

— Ahora me pregunto— comenzó a decir Carla, sentándose a mi derecha—. ¿De quién fue la idea de salir de fiesta?

Ariette —Ari— a mi izquierda soltó una carcajada.

— Jade, adivina el personaje— adoptó una voz muy fina—. Chicas, por Dios, tenemos dieciocho años y estamos sentadas en el comedor de la casa del abuelo de una de nosotras, comiendo sándwiches, cuando deberíamos de estar en una fiesta.

No pude evitarlo, solté una carcajada. Carla, a mi lado, me dio un golpe en el brazo.

Ari, ella y yo nos habíamos convertido en las mejores amigas desde hacía algunos años atrás, y desde el minuto en el que hablamos, jamás nos separamos otra vez.

Carla tenía el pelo castaño con algunas mechas en rubio, que en serio le daban un toque increíble. Sus ojos eran de color marrón, nariz perfilada y labios gruesos. Ari por otra parte, era de piel más bien algo oscura, ojos negros y cabello del mismo color. Pobladas cejas y labios finos.

Sí, las dos eran extremadamente guapas, aunque se pasaran el día negándolo.

La castaña le dedicó una mirada asesina a Ari.

— Yo no hablo así— se quejó.

— De hecho, sí lo haces— comenté yo—. Gran imitación— elogié a la otra.

Carla puso los ojos en blanco, y nos ignoró, centrando su atención ahora en encontrar a quien nos atendiera. Segundos después de que ella hiciera unas cuantas señas con la mano, un chico de unos veinte años se paró frente a nosotras, al otro lado de la barra.

— ¿Qué les pongo, chicas?— preguntó con una radiante sonrisa.

Enseguida me di cuenta de que le echaba miradas descaradas a Carla, eso me hizo sonreír. Ella también lo notó y le puso mala cara.

— De los nervios— farfulló lo suficientemente bajo para que el barman no la escuchara.

Obviamente nosotras sí que la oímos.

— Tres chupitos de tequila, por favor— le pidió Ari amablemente, después de aclararse la garganta para desviar la atención del chico hacia ella.

Él pareció un poco decepcionado de que Carla lo ignorase, pero enseguida se fue a servirnos lo que habíamos pedido. Cuando estuvo a una distancia prudente, me giré hacia mi derecha.

— ¿En serio?— enarqué una ceja.

— ¿Qué cosa?

— No tenías que ser tan borde, querida amiga mía— dijo Ari, también molesta por la actitud de Carla.

No sabía que le pasaba últimamente, pero desde hacía unas semanas estaba completamente cambiada; no con nosotras dos, pero con el resto de las personas se comportaba de una manera muy desagradable. Ari y yo no teníamos ni idea de lo que estaba pasando, pero una cosa era segura, había algo ahí.

— No sé de lo que hablas— se hizo la loca y desvió la mirada hacia la pista de baile.

Perfecto, ignoradas otra vez.

Ari y yo nos miramos con el ceño fruncido, pero decidimos dejar pasar el tema. Claro, que sería solamente por esta noche, porque lo que era yo, hablaría con ella al día siguiente.

— Tres chupitos de tequila— dijo el cantinero, dejando los diminutos vasos frente a cada.

Mis amigas agarraron los suyos sin dudarlo, pero yo me quedé mirándolos sin hacer nada.

Nunca había sido una persona realmente fiestera ni nada por ese estilo. Y no, no era una antisocial o una ermitaña, pero prefería los planes más tranquilos, como quedarme en casa viendo una película o leyendo algo en W*****d. Las fiestas, el alcohol y tener citas, no era algo que se me diera precisamente bien.

— Jade, vamos. Deja de mirar el vaso como si tuviera una enfermedad contagiosa— apremió Carla.

No estaba segura de querer beber esa noche —ni ninguna otra en lo que me quedaba de vida—, pero ya estábamos aquí, y esas dos no me dejarían en paz el resto de la noche, si no me veían tomar algo más fuerte que un vasito con agua.

Suspiré, y sin pararme a pensar bien, cogí el diminuto vaso y me lo llevé a los labios. Tragué todo el contenido de golpe, y tuve que poner una mueca cuando el líquido quemó mi garganta al pasar. Estaba fuerte.

Mis amigas hicieron lo mismo, pero al contrario de mí, que parecía que me estaban haciendo un exorcismo, ellas ni se inmutaron cuando se bebieron sus shots.

Eres una floja.

Estaba fuerte, ¿vale?

Ajá…

La verdad es que por un rato no hicimos mucho, solamente seguir pidiendo bebidas sentadas en la barra, viendo cómo la gente a nuestro alrededor bailaban acalorados. Yo, que pensaba que después de que me bebiera un trago entero me dejarían en paz —toda ilusa—, pero nada que ver.

— Chicas…

Mi voz salió extremadamente seria, tanto que las dos me miraron con urgencia, chequeando que nadie me hubiese estado ahorcando o algo. ¡Obviamente me estaba preocupando! Había intentado levantarme para ir a hacer pis…

Demasiada información.

… y me había tenido que sentar otra vez por el mareo tan horrible que me dio.

Ya era hora de parar, pero mis mejores amigas —la imagen de la decencia; nótese el sarcasmo— seguían pidiendo bebidas como si no hubiera un mañana.

— Creo que no voy a tomar más— les informé, y gracias a eso me gané una mirada sombría de dos pares de ojos.

Oh, no. Me acababan de echar su Mirada que Juzga.

— Jade, la idea esencial de ingerir alcohol es sentirse mareado— dijo Carla, dándole un sorbo a su vaso.

— Ajá, por eso mismo ya es hora de que yo me detenga— repliqué en tono de obviedad

— Sólo te has bebido cinco rondas— Ari frunció el ceño.

— ¡De tequila extra añejado, y sabe Dios con cuánto volumen de alcohol!— le abrí mucho los ojos.

Ella me ignoró, y me pareció escuchar la palabra floja cuando se giró, pero no le hice caso.

Podían enfadarse todo lo que quisieran, no me importaba. No iba a darme ni un trago más.

La gente se pone toda loca cuando se emborracha, y yo, una simple mortal, no iba a ser la excepción. Así que, lo repito, ya iba a parar.

Otra vez: toda ilusa.

(+++)

— Iiiiiiii get like this evertytiiiime…

On this days I feel like you and meeeee…

Heartbreak anniversaryyyy…

La voz me salió completamente ronca y horrible en general, pero eso no me detuvo para nada.

Ya eran pasadas las once de la mañana, y yo estaba en mi casita, sana y salva otra vez. Limpiando mi habitación específicamente.

La resaca se había pasado sólo un poco; el dolor de cabeza todavía me estaba dando problemas, pero nada en el mundo era una excusa lo suficientemente buena para que yo limpiara sin cantar como si mi vida dependiese de ello.

Hay cosas que son sagradas.

— I'm foolishly patient

Can't get pass the taste of your liiiips

Don't wanna let you out my heeeeeaaad

Un golpe —demasiado fuerte— en la puerta me hizo callarme de golpe. Apagué la aspiradora y la dejé recargada en la cama. Abrí la puerta y me encontré dos figuras increíblemente demacradas, usando los cuerpos que solían llevar mis mejores amigas.

Traducción de lo que acabo de decir: tenían una resaca de película.

Carla y Ari entraron en el dormitorio, dando pasos lentos y pesados. La mitad de todo ese sufrir era dramatismo suyo, claro. La castaña ocupó mi cama, mientras que la pelinegra se sentó en la silla de mi escritorio.

— ¿Están bien?— pregunté, apretando los labios para no reírme de ellas.

— Aquí la pregunta es, ¿tú estás bien?— repuso Ari, quitándose las gafas oscuras.

Cuanto drama.

— Ariete, no estoy usando lentes ni parezco zombi— crucé los brazos sobre mi pecho—. Creo que soy la que mejor está de las tres.

Oh, y así era. Las otras dos parecían acabadas de atropellar por una mezcladora de cemento, pero yo, fuera del característico dolor de cabeza, no tenía nada más. Ese día incluso había limpiado toda la casa con muchísima energía y cantando a todo pulmón, aprovechando que era sábado y que el abuelo y mi hermano estaban pescando.

¿Cómo no me encontraba tan mal? Ni idea, pero mejor así.

— No habla de la resaca— intervino Carla con voz ronca.

Alterné la mirada entre ambas y les fruncí el ceño.

Muy importante, no recordaba casi nada de la noche anterior. Después de las doce —y de diez rondas de chupitos—, todo estaba en blanco. Y no me había preocupado por eso hasta que, en ese momento, vi las expresiones de preocupación de las chicas.

Oh, oh…

— ¿De qué hablas?— le pregunté a Ari, intentando no ponerme en modo histérica.

— ¿No te acuerdas de nada?— ella enarcó una ceja.

Negué varias veces con la cabeza, y Carla se dejó caer de espaldas en mi cama, mientras dejaba salir el aire dramáticamente.

— Incluso mi versión borracha sabía que era mala idea— dijo, mirando al techo.

Estaba empezando a desesperarme. ¿Por qué demonios no decían qué había pasado? ¿Es que les gustaba verme sufrir?

— Es que…— Ari puso una mueca de incomodidad—. Vale, te voy a contar, pero no quiero que enloquezcas, ¿está bien?— me dijo en tono calmado—. Ven, siéntate aquí.

Me jaló por la mano y me sentó junto a Carla, quien ya estaba roncando sin enterarse de nada.

— Ok, ha sido realmente malo, porque estás usando tu tono sedado— comenté, mirándola de reojo.

Mi mejor amiga arrastró la silla del escritorio, hasta dejarla delante de mí, a un metro de distancia más o menos. Soltó un suspiro antes de empezar a hablar.

— Anoche, cuando salimos del club, jugamos a ponernos retos tontos las unas a las otras, mientras regresábamos a casa. La cosa es que, por una cosa o la otra, salió el tema de Jed.

La sola mención de ese nombre me hizo estremecerme.

Vale, si antes pensaba que la cosa pintaba feo, ahora estoy genuinamente aterrada. Nada que nos incluyera a Jed y a mí en la misma oración, era bueno.

De hecho, en mis dieciocho años, solamente habíamos compartido pocas cosas, y en todos los casos el final era: yo totalmente avergonzada y humillada, y él riéndose de mí.

Oficialmente era el momento de entrar en pánico.

— ¿El punto es…?

— El punto es que, a alguien…-

— A ti— recalcó Carla, dejando de lado su sueño de dos segundos.

Es que a ella el chisme le podía más que la resaca.

— A mí se me ocurrió que sería una buena idea que por fin le dijeras todo lo que llevas sintiendo desde que tienes uso de razón— mis ojos se abrieron como platos y mi boca se abrió—. Así que, te puse como reto que le escribieras a las tres de la mañana, diciéndole que estás enamorada de él desde antes de saber caminar— explicó atropelladamente.

No supe cómo reaccionar, porque eso debía de ser una pesadilla o algo de ese estilo. O a lo mejor era una broma, sí debía de ser eso. No había otra explicación. Porque definitivamente yo me iba a morir como eso hubiese pasado de verdad.

A ver, los pongo en contexto:

Jed era el mejor amigo de Jace, mi hermano mayor, y al igual que este, tenía veintiún años. Desde que yo era muy pequeña, lo veía por casa con mi hermano, primero jugando fútbol en el patio trasero, luego jugando videojuegos en la sala de estar, y más tarde, fumando a escondidas de mi abuelo, en el cuarto de Jace. Sí, había visto toda su vida desde que aprendí a hablar. Con el tiempo dejó de ser el niño que siempre estaba en casa, a ser el niño que me gustaba —ahora el chico que me gustaba—, y a diferencia de años atrás, me ponía feliz cuando se pasaba el día por aquí.

Desde siempre me había gustado, es que todo de él era taaaaan perfecto y atractivo.

Si pudieras dejar de babear y seguir explicando, te lo agradecería.

Claro.

Como sea, la cosa es que, jamás me había atrevido a decirle más de dos palabras; las que normalmente balbuceaba. Obviamente, Jed solamente me veía como la molesta hermana menor de su mejor amigo, y yo nunca hice el intento de hablarle más de lo estrictamente necesario tampoco.

— Deben de estar equivocadas, chicas— al fin reaccioné—. Porque eso no puede ser posible— me levanté de la cama y me puse a dar vueltas de un lado a otro en el lugar—. Yo jamás haría eso. Es imposible. No puede ser— repetí, como si fuera un mantra.

— ¿Si sabe que todo lo que está diciendo es lo mismo, pero con sinónimos?— escuché que Ari le susurraba a Carla.

— Déjala, lo está procesando— le chistó la otra.

No podía creérmelo, es que sonaba a locura. Me había esforzado durante años en ocultar mis sentimientos por Jed, en la mayoría del tiempo porque sabía que si decía algo al respecto, se burlaría. ¿Cómo era posible entonces que hubiera echado todos los años de sentimientos reprimidos, yo misma, en saco roto?

Entonces, reaccioné.

Seguramente él ya había escuchado esos mensajes, así que en cuanto me viera iba a querer aclarar lo que le dije. Así que, para evitarme el mal rato de tampoco saber lo que yo misma había dicho, me abalancé sobre la mesita de noche y agarré mi celular. Todavía en ese momento, mientras entraba en la aplicación de los mensajes, le rogaba al universo que fuera una broma pesada de mis amigas, y que ahí no hubiera nada.

Pero, el universo me odia, amigos. Ahí estaba el chat.

Deslicé el dedo por la pantalla táctil y conté los mensajes de voz uno por uno. Mis ojos se abrieron todavía más cuando me di cuenta de que eran veintisiete.

Mátenme. Mátenme ahora.

Uy, esto se pone interesante.

Dejé salir un largo suspiro antes de darle al botón de reproducir del primer mensaje.

Mi voz chillona de borracha me hizo cerrar los ojos con fuerza.

— ¡Jeeeeeed! ¡Jedi, hola! Sé que debes de estarte preguntando dos cosas, la primera, cómo coño tengo tu número (pero eso no te lo voy a decir, Jedi, querido), y la segunda: por qué te estoy mandando un audio a las cuatro de la madrugada. Bueno, sencillo. Esta es mi declaración.

'La verdad es que no sé si eres demasiado tonto, o si en serio me ignoras (quiero pensar que nos saliste medio tonto), pero, ¿cómo es que no te das cuenta de que estoy perdiiiidamente enamorada de ti? Si es que cada vez pasas por delante, hay que recoger la baba con un trapeador. Como sea. Tú sabrás.'

'El punto de todo esto es que, te quiero, Jed, te quiero muchísimo, y ya estoy cansada de tener que ocultarlo por miedo a que te rías en mi cara. No aguanto más. ¿Sabes? Creo que debería de beber más seguido, me ayuda a organizar mis sentimientos (ay, si al final soy cursi y todo). Hoy me di cuenta de que esto no me hace bien, porque estoy aferrada a la idea de que en algún momento, por obra y gracia del Señor, vas a fijarte en mí. Y me duele.'

'Espera te mando otro audio, que este ya se alargó, jeje.'

'Mira, yo sé que jamás te vas a interesar en mí. Es algo que no me tienes que decir, porque lo tengo clarísimo. Pero yo sí que me fijé en ti, y antes de que me diera cuenta, dejaste de parecerme lindo, y me empecé a enamorar de ti hasta los cimientos…-'

Y así seguí. Por media hora estuve hablando de mis sentimientos por él.

¿Algo que decir?

Sí, bueno, muchas cosas, pero el noventa por ciento no son aptas para mayores de dieciocho, así que me las reservaré.

— Jade, lo siento mucho, de verdad— la voz de Ari me sacó de mi shock—. No me imaginé que ibas a agarrar ese celular y le dirías todo eso. Te juro que jamás lo habría comentado de saber que lo harías— se disculpó, mirando sus zapatos.

Espera, ¿yo era la estúpida, y ella se sentía mal? Pero, ¿qué estaba pasando?

— Ari, nada de esto es tu culpa, por Dios— rodé los ojos—. No es culpa de nadie, ni siquiera de Carla que fue quien nos llevó a ese antro de perdición— comenté, mirando a la otra fijamente.

— Yo no tengo culpa de nada— replicó la castaña, incorporándose.

— Dije que no es culpa de nadie, Carla— volví a poner los ojos en blanco.

— Pero me estás mirando como si me culparas de todas las desgracias de tu vida, porque…— se detuvo cuando Ari le dio un codazo en las costillas—. No es sobre mí, lo tengo.

Aún después de haber escuchado los mensajes, seguía sin creerme lo que había hecho la noche anterior. Jed debía de estarse riendo a carcajadas desde el momento en el que oyó todas esas estupideces, y no lo juzgaba por ello.

Yo era una cría que había confundido las cosas, y eso no era su culpa.

— No podemos quedarnos de brazos cruzados. Hay que hacer algo— dijo Carla, en tono solemne.

Me abracé a mí mismo.

— Ya no se puede hacer nada— mi voz sonó triste—. Los mensajes están marcados como que los escuchó.

Ari y ella se miraron con los ojos abiertos desmesuradamente.

— ¿Todos?— preguntaron al unísono.

Solo pude asentir una vez, y con eso, el silencio se instaló en mi habitación.

Pasamos unos minutos sin que ninguna dijera nada. Ni ellas ni yo teníamos idea de un tema de conversación. Por mi parte, estaba demasiado ocupada trazando un plan para huir del país antes de tener que verle la cara a Jed; y sospecho que ellas estaban pensando exactamente lo mismo.

En ese momento, el timbre de la puerta principal rompió el silencio. Asumí que eran mi abuelo y mi hermano, que ya habían regresado del lago. Normalmente siempre llegaban para la hora del almuerzo.

Esos dos podían perderse mi boda, pero jamás saltarse una comida.

Bajé a la primera planta de mi casa, y solté un suspiro cuando llegué a la puerta, suspiré con la mano puesta en la manija.

Sentí que me podría morir ahí mismo, de un paro cardíaco masivo de esos que no sientes pero que te matan al instante, así, cuando mis ojos se encontraron con… ¿A que no saben con quién?

Pues con Jed, claro está.

No supe interpretar muy bien su expresión al inicio, pero después me caí en la cuenta. Estaba enojado, ahora, el por qué no lo sabía.

— Jed… hum… hola— tartamudeé, demasiado nerviosa para mi propio bien—. ¿Qué haces aquí?— pregunté, haciéndome la loca.

— Nada en particular— contestó—. Pasaba por aquí, así que decidí llegar a que me aclararas eso de que llevas toda la vida enamorada de mí— me soltó en tono de… ¿reproche?

Ok, eso no era ni de lejos la reacción que me esperaba, y no sabría decir si eso es bueno o desmesuradamente malo. Porque una cosa sí que estaba clara: las cosas no terminarían bien.

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