Capítulo 2
Cristina se quedó fuera hasta altas horas de la madrugada.

Decidirse a dejarlo fue una decisión en una fracción de segundos, pero los últimos veinte años de su relación no eran falsos, y ella no estaba tan bien como para poder decir que lo podía dejar y no sentir nada.

Para no arrepentirse, pensó que sería mejor evitar encontrarse con Eiden durante estas dos semanas.

De vuelta a la casa de los Frías, el hogar estaba a oscuras.

Cristina no encendió las luces, solo arrastró su cuerpo cansado hacia su dormitorio.

Pero en el salón, una voz la llamó de repente.

—Cristina.

Miró hacia atrás y vio a alguien sentado en el sofá.

—¿Necesita algo, señorita Guzmán?

Blanca llevaba un camisón de encaje negro, apoyada sensualmente a medias en el brazo del sofá, sonriendo levemente. —Eiden me ha comprado este camisón, ¿me queda bien?

Al sentarse más erguida, los chupetones de su escote y cintura se hicieron visibles poco a poco.

Pero el encaje negro lo hacía aún más sexy y seductor.

Se tocó suavemente el chupetón del cuello con la mano y soltó un «ah» como si le doliera, su voz era pegajosa mientras se quejaba: —El gusto de tu hermano para los vestidos de novia no es bueno, pero tiene un buen ojo para los pijamas. Dice que cuando me pongo este camisón, no puede contenerse para nada.

Cristina se paró en la escalera y observó su actuación con ojos fríos y condescendientes, tirando de una ligera y burlona sonrisa: —Blanca, apestas.

—¿Qué?

—Apestas a zorra.

Blanca soltó una carcajada: —Pero es que a tu hermano le encantan las zorras, y en cuanto llegué a casa se moría de ganas de que me pusiera este camisón y...

—No tienes que contármelo, no me interesa.

—Quieras oírlo o no, es la verdad. Está locamente obsesionado con mi cuerpo, ¿y qué si han pasado más de veinte años juntos? Los hombres van a elegir a la que encaja en la cama con él.

Cristina no se molestó en seguir con sus tonterías y se dio la vuelta: —Puedes seguir con tu escena aquí, pero yo no tengo tiempo de ver tu actuación.

Pero Blanca insistía, y se le acercó en pijama: —No puedes ver las marcas que me dejó tu hermano desde tan lejos, ¿verdad? Cristina, no te vayas, ven y lo verás mejor...

Mientras hablaba, Blanca la alcanzó y la agarró del brazo.

Cristina solo sintió una oleada de náuseas que le subía por el estómago y la apartó inconscientemente: —¡No me toques!

No muy lejos, Eiden salió de su dormitorio y preguntó: —¿De qué hablan a estas horas?

Cristina estaba a punto de hablar cuando vio que Blanca le dedicaba una sonrisa irónica.

Luego, al instante, se convirtió en horror.

—Ah...

Blanca se cayó por las escaleras.

—¡¡¡Blanca!!!

Eiden dejó el vaso de leche que tenía en la mano y se acercó corriendo, abrazando con fuerza a Blanca. —¿Estás bien?

Blanca se echó débilmente en sus brazos y le dijo sin fuerzas: —Estoy bien, no culpes a Cris, no lo hizo aposta.

Eiden miró a Cristina con la decepción escrita en sus ojos.

—Cristina, por mucho que estés resentida con Blanca, ¡no deberías haberla empujado por las escaleras! ¡¿Sabes lo peligroso que es eso?!

Cuando volvió a mirar a Blanca, su tono cambió a uno de cariñosa lástima.

Se inclinó y la levantó suavemente: —Volvamos a la habitación para que chequee si estás herida.

Blanca se sonrojó: —Es mejor que no seamos tan íntimos delante de Cris, es normal que una hermana sea posesiva con su hermano, en el pasado, solo le dabas tu cariño a ella sola, ahora qu yo me metí en su vida de repente, definitivamente es difícil para ella aceptarlo de un día para otro, tenemos que pensar más en Cris, y darle un poco más de tiempo para que se acostumbre.

Eiden dijo fríamente: —Tarde o temprano se tiene que acostumbrar.

Llevó a Blanca con paso firme de vuelta al dormitorio mientras esta miraba hacia atrás desde sus brazos y le hacía a Cristina el gesto de victoria.

Cristina sintió de repente como si el mundo se hubiera convertido en algo que no reconocía.

La aparición de Blanca hizo añicos su mundo.

No entendía por qué a Eiden le gustaba alguien como Blanca.

¿Era realmente cierto, como decía Blanca, que uno eligía los placeres antes que los sentimientos?

Cristina no lo entendía.

Pero ahora, ella tampoco quería entenderlo.

A la mañana siguiente, temprano, Cristina fue al trabajo, una editorial de revista.

Era fotógrafa para columnas desde hace tres años y tenía una gran relación con sus colegas.

El redactor jefe aún estaba un poco sorprendido al recibir su carta de dimisión: —¿Es por el sueldo? Si lo es, yo se lo comentaré al presidente, es negociable.

Cristina sonrió y negó con la cabeza: —Gracias, pero no es por motivos salariales.

—¿Y por qué es?

—Tengo otros planes en la vida.

El jefe lo entendió en cuanto lo oyó, y dijo con una sonrisa: —Te vas a casar con Eiden, ¿verdad? Me alegro, es un buen chico, te trae y te recoje del trabajo todos los días, llueva o no, realmente te quiere mucho, si te casas con él, serás muy feliz. Aprobaré sin duda tu dimisión.

Cristina oyó la primera frase e intentó explicarse.

Eiden se casaba, pero la novia no era ella.

Pero cuando oyó su última frase, se le quitaron las ganas de explicarse.

El enredo entre ella, Eiden y Blanca era demasiado complejo para explicarlo en una o dos frases.

Ahora solo quería hacer un rápido traspaso del contenido de su trabajo y abandonar este triste lugar en dos semanas.

—Por cierto, Cristina, ¿para qué día está fijada tu boda? Cuando llegue el momento, asegúrate de enviarme una invitación, para que pueda ir a tomar una copa.

Cristina sonrió torpemente.

En ese preciso momento, Juan, el de recepción, llamó a la puerta con ganas y asomó la cabeza: —¡Cristina, tu novio ha venido a recogerte otra vez! Oye, oye, oye, ¡hoy te praparó una sorpresa!
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