Aquella mañana me desperté de buen humor, encontrando una nota en mi mesilla de noche. Sí, porque aquella ya no era su casa, era nuestra casa. Al menos así me sentía yo.“Estaré trabajando en el estudio, por si quieres venir a darme un beso de buenos días, te quiero.Posdata: Puedes ir a por el resto de tus pertenencias, dejar de pagar el alquiler de tu piso, o lo que quieras, porque no pienso dejarte ir después de lo que pasó anoche”Sonreí, como una tonta.Abrí una de las maletas que había traído y busqué un pijama.¡Dios! El único que había traído y tenía que ser de dibujitos animados. No iba a ponerme esa ridiculez. Así que terminé en la ducha, me di una confortable ducha, pensando en la noche anterior, en el día anterior, fue perf
Almorcé con las chicas, enviándole un mensaje al amor de mi vida, asegurándole que estaba bien, y que iba a estar con mi prima y Camila el resto del día. Él no contestó, por lo que supuse que estaría ocupado con el trabajo.Camila y Manuel se iban de vacaciones a finales de semana y Paula estaba empezando algo con Miguel, cosa que ya me había olido después de que le trajese a mi cumpleaños.- Es todo un tigre en la cama – bromeó mi prima, mientras yo me tapaba los oídos, en señal de que no quería oírlo - ¿y a ti como te va con el insoportable?- No lo llames así – me quejé, sonriendo al recordarle.- ¿Qué es lo que te ha regalado? – quiso saber Camila – En el cumpleaños no dejó de hablar sobre lo maravilloso q
No todo era malo en aquella separación. Volvía a tener mi estudio, así me lo aseguró mi nuevo casero, su padre, después de haber conseguido lo que quería, tras asegurarme más de cinco veces seguidas, en la misma frase, que su hijo no me quería.Sólo se había encaprichado de mí – esas fueron sus palabras – Un encaprichamiento pasajero.No dejé que aquello pudiese conmigo, me obligué a mí misma a no pensar en esas palabras, tan sólo recogía el estudio. Aquella situación me había enseñado algo, no pertenecía a aquella ciudad, no quería pasar ni un momento más en ella, quería marcharme, quizás seguir mis sueños en otro lugar.Así que dejé el estudio, recogí todas mis cosas, y me marché a
Mi mesa de trabajo siempre fue un caos. En ocasiones, solía decir que el desorden es algo necesario en la vida de todo artista. Pero lo cierto, es que, cuando me pongo a diseñar, a mezclar texturas aquí y allá, hasta que me sale el resultado deseado, siempre termino con la mesa llena de bolígrafos, trozos de revistas, lápices de colores, pinturas e incluso trozos de telas. Tenía un pequeño estudio en el centro, donde impartía clases de diseño, y creaba mi propia línea de ropa. Me daba para pagar las facturas, y para darme algún que otro capricho. Vivía bien, y era feliz, pues había cumplido mi sueño. Y aunque papá ya no estaba allí para verlo, me sentía feliz por las cosas que había conseguido. – ¿Qué es todo este caos? – quiso saber mi mejor amiga, a aquellas horas tan tardías, mientras entraba en el aula. Me encogí de hombros, mientras recolocaba las revistas todas juntas a un lado de la mesa - ¿aún no estás lista? – levanté la
Preparaba el desayuno en la cocina, unos ricos batidos de vitaminas para empezar bien el día, cuando escuché la puerta de la habitación de Camila. – Tienes un aspecto horrible – le dije, al verla aparecer en la cocina. Sonreí, echando aquel mejunje azulado en los vasos y levanté la vista de nuevo – parece que te haya pasado un camión por encima. – Tengo una resaca encima… - se quejó. Sonreí, tendiéndole su vaso, observando como se lo bebía de un trago – mmm, qué rico. ¿qué lleva? – Moras, leche de soja, arándanos, una pizca de mantequilla de cacahuete, avena y miel – contesté. Sonrió, agradecida, mientras yo rodeaba la encimera y me sentaba en los taburetes del otro lado, junto a ella, dando un sorbo al mío – al final me lo pasé bien. – ¿La lie mucho anoche? – quiso saber, haciéndome reír, para luego asentir - ¿de verdad me lie con Diego? – asentí - ¡Qué mal! ¡No pienso volver a beber! <
Daba vueltas a la ensalada, no tenía ni un poco de hambre, no podía quitarme de la cabeza su apuesto rostro, esa pose de dios griego que me encantaba, ese… – ¡Qué callada estás, María! – se quejaba mi prima, haciendo que levantase la cabeza para mirarla - ¿en qué piensas? – me encogí de hombros, soltando el tenedor, dando un largo sorbo a la copa, comenzando a toser tan pronto como sentí aquella bebida en mi garganta. Miré hacia la mesa, comprendiendo que era lo que ocurría, había cogido la copa de vino de Camila, en vez de mi agua. – ¿Cómo puedes beber esta porquería? – me quejé – está asquerosa – ambas rompieron a reír, yo era demasiado despistada. – Deberías haber pedido algo más que una simple ensalada – me decía Camila, mirando hacia el resto de las mesas – encima que tu prima nos ha invitado a un restaurante de lujo, y vas tú y … – No tengo mucha hambre – contesté. Y era
Dos semanas habían pasado, en mi perfecta vida. La adoraba, a pesar de no estar rodeada de los míos, entendía que la vida que nos toca vivir es tal como es, no puedes quejarte y estar triste por mucho tiempo, porque nada cambiará si haces eso, debes ser tú el que cambie tu vida, la convierta en lo más cercano a lo que quieres. Sonreí, recordando a papá, sabía que estuviese dónde estuviese… estaría orgulloso de mí. La clase práctica de ese día trataba sobre el minimalismo, y mientras me daba una vuelta por los diseños de algunos de mis alumnos, sólo podía sentirme orgullosa de ellos. Todos parecían tener gran talento para la moda, no había más. Mi favorita siempre sería Andrea, que había captado maravillosamente el mensaje. Era muy de mi rollo, para que nos vamos a engañar, y, además, era andaluza, eso me conectaba con esa parte de mí, que tantos problemas me dio en el pasado, pero que, a día de hoy, adoro. La hora llegó y todos recogier
¿Qué había pasado conmigo? ¿Por qué terminé golpeándole de esa manera? No me gustaba convertirme en esa persona, me hacía sentir confusa e incómoda. Odiaba esa sensación. Caminaba, hacia el taller, sin poder quitarme aquella asquerosa sensación, sin poder dejar de pensar en la última mirada que me echó antes de que abandonase la sala. ¿Por qué lucía tan destrozado? ¡Era yo la que debía tener esa mirada! ¡Era a mí a la que habían hecho daño! ¡Maldita sea! No podía quitarme de la cabeza ese pensamiento. ¿Por qué actuaba tan derrotado? ¿No se suponía que el disfrutaba con mi sufrimiento? Tragué saliva, deteniéndome en el semáforo, más que dispuesta a cruzarlo en cuanto el muñeco se pusiese en verde, recordándole en el pasado. Esa pose bromista del grupo, haciendo que todos riesen de sus gracias, despertando el interés de las féminas allá por dónde iba, incluso en aquella época ya era así. Recuerdo que la primera vez que le