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Lluvia de Estrellas
Lluvia de Estrellas
Por: kesii87
Capítulo 1 – La fiesta de antiguos alumnos del 2002.

Mi mesa de trabajo siempre fue un caos. En ocasiones, solía decir que el desorden es algo necesario en la vida de todo artista. Pero lo cierto, es que, cuando me pongo a diseñar, a mezclar texturas aquí y allá, hasta que me sale el resultado deseado, siempre termino con la mesa llena de bolígrafos, trozos de revistas, lápices de colores, pinturas e incluso trozos de telas.

Tenía un pequeño estudio en el centro, donde impartía clases de diseño, y creaba mi propia línea de ropa. Me daba para pagar las facturas, y para darme algún que otro capricho. Vivía bien, y era feliz, pues había cumplido mi sueño.

Y aunque papá ya no estaba allí para verlo, me sentía feliz por las cosas que había conseguido.

– ¿Qué es todo este caos? – quiso saber mi mejor amiga, a aquellas horas tan tardías, mientras entraba en el aula. Me encogí de hombros, mientras recolocaba las revistas todas juntas a un lado de la mesa - ¿aún no estás lista? – levanté la cabeza para mirarla, sin comprender – te dije que la fiesta era esta noche.

– ¿Qué fiesta? – pregunté, despreocupada, sujetándome mis flequillos rebeldes detrás de las orejas, teniéndolos pronto en la cara. Aún era pronto para que llegase, no estaban tan largos, y odiaba a la peluquera que no escuchó mi petición.

– ¿Cómo que qué fiesta? – se quejaba – Te lo dije hace semanas, que la fiesta de reencuentro de alumnos del 2002 era esta noche – negué con la cabeza, con desgana.

– Y yo te dije, que no pensaba ir a esa fiesta – insistí, cansada de que nunca escuchase lo que le decía. Sobre todo, si era en esa clase de temas – no pienso ir a un lugar como ese, a reunirme con gente que se metía conmigo a diario.

– Vamos, María – insistía ella, que no quería ir sola a ese lugar – eso quedó en el pasado. Yo he olvidado, tú deberías de hacer lo mismo. La gente cambia, se transforma, y quizás fue necesario todo ese sufrimiento que sentimos para convertirnos en quienes somos ahora.

– No tengo tiempo para tus frases – me quejé, mientras ella se cruzaba de brazos, molesta con mi decisión.

– Esa no es la única razón por la que debes ir a esa fiesta – insistió – tienes que salir de estas cuatro paredes, te llevas el día metida aquí dentro, y nunca sales a bailar.

– Odio los lugares concurridos – le dije. Y ella ya lo sabía, porque era mi mejor amiga – la música alta y no poder si quiera hablar. Además, era pésima bailando.

– Venga – me acechó – deja de poner escusas y vente, la pasaremos bien. Además, así puedes demostrarles a todos esos idiotas que antes se metían contigo que … - me acarició la mejilla, haciéndome sonreír con lo que dijo a continuación – te has convertido en una muchacha preciosa, con grandes metas que has sabido cumplir.

– Ni siquiera tengo ropa para el evento – volví a quejarme. Ella sonrió, siempre tenía una solución para todo.

– Pasaremos por casa de Paula, seguro que tiene algo que te valga – negué con la cabeza, porque no me gustaba nada, absolutamente nada, salir de mi zona de confort. Pero Camila era demasiado insistente, así que terminé por aceptar aquella locura.

Pasamos por casa de mi prima, que nos dejó la llave de la tienda para que pudiésemos elegir el vestido que quisiéramos, incluso afirmó que resolveríamos el tema del dinero más tarde.

Ni siquiera tuve voz ni voto, Camile siempre fue como un huracán, te arrastra a todas partes con esa positividad y esas ganas que tiene por comerse la vida, y tú sólo te ves obligada a aceptar.

Terminé con un vestido blanco, más corto de lo que suelo usar, bien pegado al cuerpo, resaltando las curvas que siempre me he empeñado en disimular usando ropa ancha, una coleta alta con mis flequillos en la cara y un maquillaje improvisado, junto a unos tacones altos en los que me sentía como un flamenco, desde ahí arriba podía saludar a los dioses.

Ella estaba entusiasmada, yo no tanto. Pero cuando el taxi se detuvo junto al bar que habían reservado para tal evento, supe que ya no tenía opción de elegir.

No había hecho más que salir, colocándome bien el vestido que se me había subido más de lo necesario, cuando Camile me agarró de la coleta, quitándome la gomilla, dejándome con el cabello suelto. Miré hacia ella, en busca de explicaciones. El cabello suelto siempre me ha parecido un engorro.

– Vamos – animó, como si no acabase de hacer nada, tirando de mí hacia el interior de aquel antro de perversión y vicios varios.

Una oleada de recuerdos me invadió cuando alcancé a ver varios rostros conocidos. Las burlas en el recreo, los continuos devaneos, las risas y las miradas como si yo fuese algo inferior…

Yo, como al 40% de la población de este país, sufrí abuso escolar. Siempre me hacían el vacío, sin razón aparente, sólo por ser tímida, callada, y un acento poco común.

Lo cierto es que mi padre era del sur, y ese acento tan característico se me pegó en seguida cuando era niña. Ese fue el detonante de todo aquello.

Pero ya no me preocupaba. Estaba orgullosa de mi acento, de sesear a todas horas, de hacer bromas, esos chistes de Cádiz, con todo mi desparpajo, con ese deje andaluz que tanto me gustaba.

– Vamos a pedir algo – sugirió Camila, acercándonos a la barra, levantándole la mano al camarero para que los atendiese.

– Hola, Camila – saludó un chico, llegando a nosotras, con una gran sonrisa. Lo reconocí en seguida, a pesar de estar entrado en carnes en el instituto, reconozco que, en aquellos días, estaba más bien fuertote. Su nombre era Diego, uno de los perritos falderos, del capullo de Darío. Del que ni siquiera voy a hablaros ahora. Dio dos besos a mi amiga, y luego se fijó en mí - ¿quién es? – quiso saber, mientras yo le pedía un zumo de piña al camarero. No solía beber.

– Es María – contestó ella, acercando la cabeza al camarero, para pedirle un White Label con coca-cola.

– ¿Qué María? – preguntó de nuevo aquel tipo, mirándome de reojo, intentando recordarme. Pero sabía que iba a ser difícil, yo había cambiado mucho. Para empezar ya no llevaba gafas, ni el cabello corto, y por supuesto no tenía ni un grano en la cara.

– María, la medusa – añadió ella, repitiendo el mote que me perseguía a todas partes. Él abrió mucho los ojos, sin siquiera poder creerlo, mientras yo caía en ese estúpido mote despectivo que odiaba.

La Medusa, así me bautizó ese idiota, porque decía que mis granos eran venenosos. Nadie se acercaba demasiado a mí después de eso, solían decir, que, si los tocaba, podría pegarles algo malo.

La medusa y “Frijolita” íbamos juntas a todas partes, incluso en aquella fiesta.

– Son unos idiotas – aseguraba Camila, en el centro de la pista, después de librarse del idiota de Diego – el único al que quiero ver de toda la reunión, y parece que no ha venido – se quejó ella. Sonreí, recordando a Manuel, el chico por el que mi amiga estaba loca en el instituto.

Lo cierto es que Manuel era el único de aquella panda de babuinos que nos hablaba y se acercaba a hablar con nosotras, dándole igual ser repudiado por los demás. Tenía su propia personalidad, y no se dejaba convencer por nadie. Eso solía siempre poner de los nervios al capullo de Darío, él y Diego eran los que siempre hacían la gracia.

Me caía bien, incluso teníamos cosas en común. Pero, como Camila, se llevaba el día “tímida perdida”, quedándose como si hubiese visto un fantasma cada vez que nos hablaba, tampoco es que nos uniésemos mucho.

– Tampoco parece haber venido el idiota de Darío – aseguró, poniéndose de puntillas para ver mejor a toda nuestra clase.

Las “Fiver” nos miraban por encima del hombro, como siempre, acercándose al resto de los chicos más populares. Yo las ignoré, por completo, a esas gilipollas, y seguí como si nada.

Al final me lo pasé bien. Bailé en la pista, haciendo el tonto, con más de diez zumos en mi organismo, cuidando de Camila, que después de la cuarta copa estaba algo mareada.

– ¿Qué explicación te dio? – escuchaba frente a mí, en la cola de los chicos, mientras yo esperaba en la de las chicas, para entrar en el baño. Parecía que se estaba llenando de manera desorbitada. Me crucé de brazos, dejándome caer sobre la pared, sin importarme nada aquella conversación de m****a, mirando hacia Camila, en la barra, pidiéndose su quinta copa.

– Que estaba fuera de la ciudad – explicaba Diego – pero que se apuntará a la próxima. Así que tenemos que reunirnos cuando el vuelva. Podríamos hacer algo en la playa o algo…

– ¿Qué opinas de la medusa? – preguntó Darío Olmado (pelirrojo y de complexión normal), no tenía nada que ver con el capullo que me hizo la vida imposible – Está súper cambiada. Si “La Frijolita” no hubiese dicho que era ella… no la habría reconocido…

– La Frijolita también está tremenda, ¿eh? – añadía el otro – no me importaría pasar la noche con ella.

Capullos – pensé para mis adentros.

Por supuesto, no llegué a tiempo de interrumpirlo, cuando salí del baño, Camila se estaba enrollando con Diego, delante de todos. Lo que sí, no llegó a mayores, pude interrumpirlos con la excusa de que tenía que ir a casa, y no sucedió nada más entre ellos.

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