Mi mesa de trabajo siempre fue un caos. En ocasiones, solía decir que el desorden es algo necesario en la vida de todo artista. Pero lo cierto, es que, cuando me pongo a diseñar, a mezclar texturas aquí y allá, hasta que me sale el resultado deseado, siempre termino con la mesa llena de bolígrafos, trozos de revistas, lápices de colores, pinturas e incluso trozos de telas.
Tenía un pequeño estudio en el centro, donde impartía clases de diseño, y creaba mi propia línea de ropa. Me daba para pagar las facturas, y para darme algún que otro capricho. Vivía bien, y era feliz, pues había cumplido mi sueño.
Y aunque papá ya no estaba allí para verlo, me sentía feliz por las cosas que había conseguido.
– ¿Qué es todo este caos? – quiso saber mi mejor amiga, a aquellas horas tan tardías, mientras entraba en el aula. Me encogí de hombros, mientras recolocaba las revistas todas juntas a un lado de la mesa - ¿aún no estás lista? – levanté la cabeza para mirarla, sin comprender – te dije que la fiesta era esta noche.
– ¿Qué fiesta? – pregunté, despreocupada, sujetándome mis flequillos rebeldes detrás de las orejas, teniéndolos pronto en la cara. Aún era pronto para que llegase, no estaban tan largos, y odiaba a la peluquera que no escuchó mi petición.
– ¿Cómo que qué fiesta? – se quejaba – Te lo dije hace semanas, que la fiesta de reencuentro de alumnos del 2002 era esta noche – negué con la cabeza, con desgana.
– Y yo te dije, que no pensaba ir a esa fiesta – insistí, cansada de que nunca escuchase lo que le decía. Sobre todo, si era en esa clase de temas – no pienso ir a un lugar como ese, a reunirme con gente que se metía conmigo a diario.
– Vamos, María – insistía ella, que no quería ir sola a ese lugar – eso quedó en el pasado. Yo he olvidado, tú deberías de hacer lo mismo. La gente cambia, se transforma, y quizás fue necesario todo ese sufrimiento que sentimos para convertirnos en quienes somos ahora.
– No tengo tiempo para tus frases – me quejé, mientras ella se cruzaba de brazos, molesta con mi decisión.
– Esa no es la única razón por la que debes ir a esa fiesta – insistió – tienes que salir de estas cuatro paredes, te llevas el día metida aquí dentro, y nunca sales a bailar.
– Odio los lugares concurridos – le dije. Y ella ya lo sabía, porque era mi mejor amiga – la música alta y no poder si quiera hablar. Además, era pésima bailando.
– Venga – me acechó – deja de poner escusas y vente, la pasaremos bien. Además, así puedes demostrarles a todos esos idiotas que antes se metían contigo que … - me acarició la mejilla, haciéndome sonreír con lo que dijo a continuación – te has convertido en una muchacha preciosa, con grandes metas que has sabido cumplir.
– Ni siquiera tengo ropa para el evento – volví a quejarme. Ella sonrió, siempre tenía una solución para todo.
– Pasaremos por casa de Paula, seguro que tiene algo que te valga – negué con la cabeza, porque no me gustaba nada, absolutamente nada, salir de mi zona de confort. Pero Camila era demasiado insistente, así que terminé por aceptar aquella locura.
Pasamos por casa de mi prima, que nos dejó la llave de la tienda para que pudiésemos elegir el vestido que quisiéramos, incluso afirmó que resolveríamos el tema del dinero más tarde.
Ni siquiera tuve voz ni voto, Camile siempre fue como un huracán, te arrastra a todas partes con esa positividad y esas ganas que tiene por comerse la vida, y tú sólo te ves obligada a aceptar.
Terminé con un vestido blanco, más corto de lo que suelo usar, bien pegado al cuerpo, resaltando las curvas que siempre me he empeñado en disimular usando ropa ancha, una coleta alta con mis flequillos en la cara y un maquillaje improvisado, junto a unos tacones altos en los que me sentía como un flamenco, desde ahí arriba podía saludar a los dioses.
Ella estaba entusiasmada, yo no tanto. Pero cuando el taxi se detuvo junto al bar que habían reservado para tal evento, supe que ya no tenía opción de elegir.
No había hecho más que salir, colocándome bien el vestido que se me había subido más de lo necesario, cuando Camile me agarró de la coleta, quitándome la gomilla, dejándome con el cabello suelto. Miré hacia ella, en busca de explicaciones. El cabello suelto siempre me ha parecido un engorro.
– Vamos – animó, como si no acabase de hacer nada, tirando de mí hacia el interior de aquel antro de perversión y vicios varios.
Una oleada de recuerdos me invadió cuando alcancé a ver varios rostros conocidos. Las burlas en el recreo, los continuos devaneos, las risas y las miradas como si yo fuese algo inferior…
Yo, como al 40% de la población de este país, sufrí abuso escolar. Siempre me hacían el vacío, sin razón aparente, sólo por ser tímida, callada, y un acento poco común.
Lo cierto es que mi padre era del sur, y ese acento tan característico se me pegó en seguida cuando era niña. Ese fue el detonante de todo aquello.
Pero ya no me preocupaba. Estaba orgullosa de mi acento, de sesear a todas horas, de hacer bromas, esos chistes de Cádiz, con todo mi desparpajo, con ese deje andaluz que tanto me gustaba.
– Vamos a pedir algo – sugirió Camila, acercándonos a la barra, levantándole la mano al camarero para que los atendiese.
– Hola, Camila – saludó un chico, llegando a nosotras, con una gran sonrisa. Lo reconocí en seguida, a pesar de estar entrado en carnes en el instituto, reconozco que, en aquellos días, estaba más bien fuertote. Su nombre era Diego, uno de los perritos falderos, del capullo de Darío. Del que ni siquiera voy a hablaros ahora. Dio dos besos a mi amiga, y luego se fijó en mí - ¿quién es? – quiso saber, mientras yo le pedía un zumo de piña al camarero. No solía beber.
– Es María – contestó ella, acercando la cabeza al camarero, para pedirle un White Label con coca-cola.
– ¿Qué María? – preguntó de nuevo aquel tipo, mirándome de reojo, intentando recordarme. Pero sabía que iba a ser difícil, yo había cambiado mucho. Para empezar ya no llevaba gafas, ni el cabello corto, y por supuesto no tenía ni un grano en la cara.
– María, la medusa – añadió ella, repitiendo el mote que me perseguía a todas partes. Él abrió mucho los ojos, sin siquiera poder creerlo, mientras yo caía en ese estúpido mote despectivo que odiaba.
La Medusa, así me bautizó ese idiota, porque decía que mis granos eran venenosos. Nadie se acercaba demasiado a mí después de eso, solían decir, que, si los tocaba, podría pegarles algo malo.
La medusa y “Frijolita” íbamos juntas a todas partes, incluso en aquella fiesta.
– Son unos idiotas – aseguraba Camila, en el centro de la pista, después de librarse del idiota de Diego – el único al que quiero ver de toda la reunión, y parece que no ha venido – se quejó ella. Sonreí, recordando a Manuel, el chico por el que mi amiga estaba loca en el instituto.
Lo cierto es que Manuel era el único de aquella panda de babuinos que nos hablaba y se acercaba a hablar con nosotras, dándole igual ser repudiado por los demás. Tenía su propia personalidad, y no se dejaba convencer por nadie. Eso solía siempre poner de los nervios al capullo de Darío, él y Diego eran los que siempre hacían la gracia.
Me caía bien, incluso teníamos cosas en común. Pero, como Camila, se llevaba el día “tímida perdida”, quedándose como si hubiese visto un fantasma cada vez que nos hablaba, tampoco es que nos uniésemos mucho.
– Tampoco parece haber venido el idiota de Darío – aseguró, poniéndose de puntillas para ver mejor a toda nuestra clase.
Las “Fiver” nos miraban por encima del hombro, como siempre, acercándose al resto de los chicos más populares. Yo las ignoré, por completo, a esas gilipollas, y seguí como si nada.
Al final me lo pasé bien. Bailé en la pista, haciendo el tonto, con más de diez zumos en mi organismo, cuidando de Camila, que después de la cuarta copa estaba algo mareada.
– ¿Qué explicación te dio? – escuchaba frente a mí, en la cola de los chicos, mientras yo esperaba en la de las chicas, para entrar en el baño. Parecía que se estaba llenando de manera desorbitada. Me crucé de brazos, dejándome caer sobre la pared, sin importarme nada aquella conversación de m****a, mirando hacia Camila, en la barra, pidiéndose su quinta copa.
– Que estaba fuera de la ciudad – explicaba Diego – pero que se apuntará a la próxima. Así que tenemos que reunirnos cuando el vuelva. Podríamos hacer algo en la playa o algo…
– ¿Qué opinas de la medusa? – preguntó Darío Olmado (pelirrojo y de complexión normal), no tenía nada que ver con el capullo que me hizo la vida imposible – Está súper cambiada. Si “La Frijolita” no hubiese dicho que era ella… no la habría reconocido…
– La Frijolita también está tremenda, ¿eh? – añadía el otro – no me importaría pasar la noche con ella.
Capullos – pensé para mis adentros.
Por supuesto, no llegué a tiempo de interrumpirlo, cuando salí del baño, Camila se estaba enrollando con Diego, delante de todos. Lo que sí, no llegó a mayores, pude interrumpirlos con la excusa de que tenía que ir a casa, y no sucedió nada más entre ellos.
Preparaba el desayuno en la cocina, unos ricos batidos de vitaminas para empezar bien el día, cuando escuché la puerta de la habitación de Camila. – Tienes un aspecto horrible – le dije, al verla aparecer en la cocina. Sonreí, echando aquel mejunje azulado en los vasos y levanté la vista de nuevo – parece que te haya pasado un camión por encima. – Tengo una resaca encima… - se quejó. Sonreí, tendiéndole su vaso, observando como se lo bebía de un trago – mmm, qué rico. ¿qué lleva? – Moras, leche de soja, arándanos, una pizca de mantequilla de cacahuete, avena y miel – contesté. Sonrió, agradecida, mientras yo rodeaba la encimera y me sentaba en los taburetes del otro lado, junto a ella, dando un sorbo al mío – al final me lo pasé bien. – ¿La lie mucho anoche? – quiso saber, haciéndome reír, para luego asentir - ¿de verdad me lie con Diego? – asentí - ¡Qué mal! ¡No pienso volver a beber! <
Daba vueltas a la ensalada, no tenía ni un poco de hambre, no podía quitarme de la cabeza su apuesto rostro, esa pose de dios griego que me encantaba, ese… – ¡Qué callada estás, María! – se quejaba mi prima, haciendo que levantase la cabeza para mirarla - ¿en qué piensas? – me encogí de hombros, soltando el tenedor, dando un largo sorbo a la copa, comenzando a toser tan pronto como sentí aquella bebida en mi garganta. Miré hacia la mesa, comprendiendo que era lo que ocurría, había cogido la copa de vino de Camila, en vez de mi agua. – ¿Cómo puedes beber esta porquería? – me quejé – está asquerosa – ambas rompieron a reír, yo era demasiado despistada. – Deberías haber pedido algo más que una simple ensalada – me decía Camila, mirando hacia el resto de las mesas – encima que tu prima nos ha invitado a un restaurante de lujo, y vas tú y … – No tengo mucha hambre – contesté. Y era
Dos semanas habían pasado, en mi perfecta vida. La adoraba, a pesar de no estar rodeada de los míos, entendía que la vida que nos toca vivir es tal como es, no puedes quejarte y estar triste por mucho tiempo, porque nada cambiará si haces eso, debes ser tú el que cambie tu vida, la convierta en lo más cercano a lo que quieres. Sonreí, recordando a papá, sabía que estuviese dónde estuviese… estaría orgulloso de mí. La clase práctica de ese día trataba sobre el minimalismo, y mientras me daba una vuelta por los diseños de algunos de mis alumnos, sólo podía sentirme orgullosa de ellos. Todos parecían tener gran talento para la moda, no había más. Mi favorita siempre sería Andrea, que había captado maravillosamente el mensaje. Era muy de mi rollo, para que nos vamos a engañar, y, además, era andaluza, eso me conectaba con esa parte de mí, que tantos problemas me dio en el pasado, pero que, a día de hoy, adoro. La hora llegó y todos recogier
¿Qué había pasado conmigo? ¿Por qué terminé golpeándole de esa manera? No me gustaba convertirme en esa persona, me hacía sentir confusa e incómoda. Odiaba esa sensación. Caminaba, hacia el taller, sin poder quitarme aquella asquerosa sensación, sin poder dejar de pensar en la última mirada que me echó antes de que abandonase la sala. ¿Por qué lucía tan destrozado? ¡Era yo la que debía tener esa mirada! ¡Era a mí a la que habían hecho daño! ¡Maldita sea! No podía quitarme de la cabeza ese pensamiento. ¿Por qué actuaba tan derrotado? ¿No se suponía que el disfrutaba con mi sufrimiento? Tragué saliva, deteniéndome en el semáforo, más que dispuesta a cruzarlo en cuanto el muñeco se pusiese en verde, recordándole en el pasado. Esa pose bromista del grupo, haciendo que todos riesen de sus gracias, despertando el interés de las féminas allá por dónde iba, incluso en aquella época ya era así. Recuerdo que la primera vez que le
En lo alto del rascacielos de un edificio, en una oficina, uno de los solteros más codiciados de la ciudad se encontraba, sentado en su escritorio, frustrado, después de una reunión que le costaría una buena reprimenda por parte de su padre. No sabía por qué, pero no podía concentrarse como era debido. No había hecho más que empezar el borrador de su próximo proyecto, cuando su mejor amigo entró sin llamar si quiera, haciendo que este le mirase con cara de malas pulgas. – ¿qué mierdas fue lo del otro día? – levantó la vista, malhumorado. Lo cierto es que no tenía ganas de lidiar con él - Llegar golpeado a la fiesta, sin poder quitar tus ojos de la medusa… – Hoy no tengo tiempo para tus tonterías, Diego – le dijo, haciéndole una señal con la cabeza para que saliese por la puerta. Pero este le ignoró por completo, sentándose frente a él, echando una ojeada a su despacho. – Tío, no te entiendo –
Acababa de terminar de coser los bajos del vestido de novia que Neus llevaría en su gran día, cuando mi prima aseguró que también íbamos a ocuparnos de los vestidos de las damas de honor. Todas iban a ir de color amarillo. Sí. Amarillo. ¿Quién en su sano juicio elegía ese color para las damas de honor? En fin… no quería pensar en ello. – Este me gusta – aseguró Neus, sentada en el sillón, ojeando los bocetos que le había prestado. Ya que ella quería usar algo diseñado por mí también para este caso. Lo observé, era el modelo “Bella”, le puse ese nombre, porque el color y la forma se parecían mucho al que llevaba la chica en la Bella y la Bestia. – Los demás también son bonitos – aseguré – y sólo tendrías que cambiarle el color. – Pero a mí me gusta este – volvió a señalarlo - ¿lo tienes aquí para verlo? – asentí, porque lo había traído como ejemplo de color, para que ella viese cómo quedaba, e
En la barra del “Vengala”, un respetado bar de la ciudad, famoso por sus combinados y de gente respetada en nuestro país, un apuesto empresario de éxito tomaba una copa, perdido entre sus propios pensamientos. Diego se acercó a él, apoyando la mano en su hombro, haciendo que el otro se fijase en él, sonriéndole en cuanto le visualizó, haciéndole una señal para que se sentase a su lado. – Quería disculparme por lo del otro día… - abrió mucho los ojos, sin dar crédito, pues sabía que su amigo no solía disculparse jamás. Hablar sobre sentimientos siempre fue difícil para él – tenía pensado dejarlo estar – dio otro sorbo a su copa, para luego jugar con ella, mezclando bien la bebida con los hielos, en el vaso – darle la oportunidad de ser feliz, sin recordar el pasado – Levantó la mano, haciéndole una señal al camarero para que le pusiese una copa a su amigo - ¿Qué quieres? – Lo mismo – pidió al camarero, para luego ac
La semana pasó demasiado rápido, tuve tantos trabajos que corregir, que al final, no tuve demasiado tiempo de pensar en la proposición que Darío me hizo. Una cosa estaba clara, todo dentro de mí me decía que no aceptase ningún trato con ese tipo. Le odiaba, y sabía que todo aquello tan sólo era un truco de su parte, quizás una nueva forma de burlarse de mí… Pero, Camila seguía insistiendo en que era une buena forma de humillarlo. ¿De qué forma podía humillarlo? No se me ocurría absolutamente nada. Levanté la vista, después de haber cerrado la academia, fijándome en el tipo que había delante de mí, apoyando en su impoluto Porsche, con un ramo de flores sujeto en su mano. Negué con la cabeza. ¿Por qué los hombres eran tan previsibles? – No me gustan las flores – le dije al llegar hasta él. Sonrió, divertido. – Estas te gustarán – negué con la cabeza. Era más que obvio que ese tipo no me conocía, en lo absolut