En lo alto del rascacielos de un edificio, en una oficina, uno de los solteros más codiciados de la ciudad se encontraba, sentado en su escritorio, frustrado, después de una reunión que le costaría una buena reprimenda por parte de su padre. No sabía por qué, pero no podía concentrarse como era debido.
No había hecho más que empezar el borrador de su próximo proyecto, cuando su mejor amigo entró sin llamar si quiera, haciendo que este le mirase con cara de malas pulgas.
– ¿qué mierdas fue lo del otro día? – levantó la vista, malhumorado. Lo cierto es que no tenía ganas de lidiar con él - Llegar golpeado a la fiesta, sin poder quitar tus ojos de la medusa…
– Hoy no tengo tiempo para tus tonterías, Diego – le dijo, haciéndole una señal con la cabeza para que saliese por la puerta. Pero este le ignoró por completo, sentándose frente a él, echando una ojeada a su despacho.
– Tío, no te entiendo –
Acababa de terminar de coser los bajos del vestido de novia que Neus llevaría en su gran día, cuando mi prima aseguró que también íbamos a ocuparnos de los vestidos de las damas de honor. Todas iban a ir de color amarillo. Sí. Amarillo. ¿Quién en su sano juicio elegía ese color para las damas de honor? En fin… no quería pensar en ello. – Este me gusta – aseguró Neus, sentada en el sillón, ojeando los bocetos que le había prestado. Ya que ella quería usar algo diseñado por mí también para este caso. Lo observé, era el modelo “Bella”, le puse ese nombre, porque el color y la forma se parecían mucho al que llevaba la chica en la Bella y la Bestia. – Los demás también son bonitos – aseguré – y sólo tendrías que cambiarle el color. – Pero a mí me gusta este – volvió a señalarlo - ¿lo tienes aquí para verlo? – asentí, porque lo había traído como ejemplo de color, para que ella viese cómo quedaba, e
En la barra del “Vengala”, un respetado bar de la ciudad, famoso por sus combinados y de gente respetada en nuestro país, un apuesto empresario de éxito tomaba una copa, perdido entre sus propios pensamientos. Diego se acercó a él, apoyando la mano en su hombro, haciendo que el otro se fijase en él, sonriéndole en cuanto le visualizó, haciéndole una señal para que se sentase a su lado. – Quería disculparme por lo del otro día… - abrió mucho los ojos, sin dar crédito, pues sabía que su amigo no solía disculparse jamás. Hablar sobre sentimientos siempre fue difícil para él – tenía pensado dejarlo estar – dio otro sorbo a su copa, para luego jugar con ella, mezclando bien la bebida con los hielos, en el vaso – darle la oportunidad de ser feliz, sin recordar el pasado – Levantó la mano, haciéndole una señal al camarero para que le pusiese una copa a su amigo - ¿Qué quieres? – Lo mismo – pidió al camarero, para luego ac
La semana pasó demasiado rápido, tuve tantos trabajos que corregir, que al final, no tuve demasiado tiempo de pensar en la proposición que Darío me hizo. Una cosa estaba clara, todo dentro de mí me decía que no aceptase ningún trato con ese tipo. Le odiaba, y sabía que todo aquello tan sólo era un truco de su parte, quizás una nueva forma de burlarse de mí… Pero, Camila seguía insistiendo en que era une buena forma de humillarlo. ¿De qué forma podía humillarlo? No se me ocurría absolutamente nada. Levanté la vista, después de haber cerrado la academia, fijándome en el tipo que había delante de mí, apoyando en su impoluto Porsche, con un ramo de flores sujeto en su mano. Negué con la cabeza. ¿Por qué los hombres eran tan previsibles? – No me gustan las flores – le dije al llegar hasta él. Sonrió, divertido. – Estas te gustarán – negué con la cabeza. Era más que obvio que ese tipo no me conocía, en lo absolut
Me arreglaba en mi habitación, mientras escuchaba a Paula de fondo, que había venido a maquillarme. – Aún no puedo creerme que le hayas dicho que sí, ¿qué pasó con lo de hacerle sufrir? – se quejó, me encogí de hombros, mirando hacia Camila para que me apoyase, pero ella estaba más ocupada mandándose mensajes con Manuel. Resoplé, molesta. – Es una gran oportunidad para mi negocio – le dije, marchándome a por el bolso, ya casi era la hora en la que había quedado con ese subnormal. – Ya está ahí – aseguró Camila, que parecía haberse olvidado del teléfono por un momento, mientras miraba por la ventana. Paula y yo corrimos hacia ese punto, peleándonos por mirar hacia el exterior. Él estaba allí, de pie, junto a su Porsche. Lucía apuesto y seductor desde aquel punto. Llevaba un traje de fiesta, cosa totalmente normal, teniendo en cuenta que íbamos a una gala benéfica.
Dormía en mi confortable cama, aún me resistía a abrir los ojos, estaba demasiado a gusto allí, con aquel olor a jazmín envolviéndome. Sonreí, acomodándome bien en la almohada. Recordando lo bien que me lo pasé la noche anterior, había conseguido molestar a ese tipo, si incluso… vomité en su coche, y encima de él. – ¿Cuánto tiempo más vas a fingir que duermes? – dijo una voz frente a mí, haciendo que abriese los ojos, despreocupada, viéndole a él allí. Darío, en mi cama, recostado a mi lado. Me asusté tanto que empecé a gritar, como una histérica, poniéndome en pie de un salto, alejándome de él, haciéndole sonreír. – Y ahora es cuando me dices que no recuerdas que haces aquí, ni lo que hicimos anoche – miré hacia mi atuendo, dándome cuenta de que llevaba puesta una de sus camisas, sin nada en la parte de abajo. ¿qué mierdas hice anoche? No podía recordar nada más después de que le vomitase encima – n
Camila no podía creerse que hubiese bebido. Era mi primera resaca en mucho tiempo, y ella no dejaba de hacer preguntas, mareándome incluso más de lo que estaba. – Tienes que contarme los detalles – insistía - ¿qué es eso de que despertaste en su cama? ¿qué pasó con eso de que ibas a hacerle sufrir, porque acostarte con él no me parece…? – No pasó nada – repetí, por enésima vez – él dijo… – ¿Cómo puedes estar segura de que no pasó nada, si ni siquiera lo recuerdas? – me encogí de hombros, pensando de nuevo en esa sensación. – Camila – la llamé, sacándola de sus pensamientos, mientras daba vueltas a su café, allí, sentada, en el salón de mi casa - ¿recuerdas que pasó la noche en la que fuimos a ver las estrellas, en los Alpes, en el viaje de fin de curso? – ella me observó, sin comprender por qué hablaba de ese día – nos emborrachamos, ¿te acuerdas? – sonrió, asintiendo - ¿desapa
Aún estaba histérica, pero me calmé el resto de la tarde, diseñando un vestido de corte en la pierna, más que dispuesta a pensar en la tela que usaría para él. Dejé de prestarle atención en cuanto me di cuenta de que casi era la hora de cenar. Me puse una falda marrón y una camiseta blanca, cogí un taxi, y me personifiqué en su casa. A diferencia de la noche anterior, aquella vez el servicio estaba allí. – El señor está en la sala – aseguró el hombre que me abrió la puerta. Mis tacones resonaban en eco por las habitaciones del lugar. Y cuando le encontré me sorprendí, tenía la mesa puesta, con un montón de comida b****a en boles. Mini hamburguesas, nugget de pollo, patatas, perritos calientes, … Me senté junto a él, haciendo que él dejase de prestar atención a su Tablet y se fijase en mí. La bloqueó y la dejó sobre la mesa, mirándome. – Odio la comida b****a – le dije, apoyándome sobre el sof
Giré la cabeza para observarle, justo después de comer, era agradable estar allí, con la brisa marina sobre nuestros rostros, con el único sonido del mar. Me relajaba demasiado. – ¿Cómo pretendes demostrármelo? – me miró, sin comprender a lo que me refería - ¿cómo harás para mostrarme que ya no eres ese idiota, Darío? – sonrió, al darse cuenta de lo que estaba hablando – sólo es una posibilidad hipotética… – Para demostrártelo tienes que estar receptiva – añadió, negué con la cabeza. – Una sola tregua, es lo que he prometido – contesté. – No voy a rendirme, María – Entonces… ¿cuándo te vas a París? – quise saber, recostándome sobre mi brazo, pensativa. Lo cierto es que estaba cansada, había sido un día duro. – Esta noche – contestó. Sonreí, levantando la cabeza para mirarle. – Podríamos haber pospuesto nuestra