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Capítulo 5 – Pepito Grillo.

¿Qué había pasado conmigo? ¿Por qué terminé golpeándole de esa manera? No me gustaba convertirme en esa persona, me hacía sentir confusa e incómoda. Odiaba esa sensación.

Caminaba, hacia el taller, sin poder quitarme aquella asquerosa sensación, sin poder dejar de pensar en la última mirada que me echó antes de que abandonase la sala.

¿Por qué lucía tan destrozado? ¡Era yo la que debía tener esa mirada! ¡Era a mí a la que habían hecho daño!

¡Maldita sea! No podía quitarme de la cabeza ese pensamiento.

¿Por qué actuaba tan derrotado? ¿No se suponía que el disfrutaba con mi sufrimiento?

Tragué saliva, deteniéndome en el semáforo, más que dispuesta a cruzarlo en cuanto el muñeco se pusiese en verde, recordándole en el pasado. Esa pose bromista del grupo, haciendo que todos riesen de sus gracias, despertando el interés de las féminas allá por dónde iba, incluso en aquella época ya era así.

Recuerdo que la primera vez que le vi, me pareció el payaso de turno, odiaba a ese tipo de personas, así que ni siquiera le reía las gracias, tan sólo pasaba de largo.

– ¿Por qué huyes de todos? – preguntó en el recreo una tarde, deteniéndome en mitad del patio, haciendo que me fijase en todos aquellos perritos falderos que le reían las gracias, rodeándole - ¿Es que acaso tienes miedo de contagiarlos a todos con tus granos?

– Es como una medusa – añadió Diego – sus granos son venenosos.

– ¿Qué pasa, medusa, te has quedado muda de repente? – bromeó él, haciendo que todos se riesen, mientras Camila agarraba mi mano, y me sacaba de allí.

– Pasa de ellos – me calmó, sonriéndome – son subnormales – sonreí, agradecida – Soy Camilia, ¿y tú?

Él siempre fue un capullo. Tenía que dejar de pensar en el pasado, eso no me hacía ningún bien.

Entré en el taller, sorprendida de encontrar la luz aún encendida, no podía ser que Paula aún estuviese allí.

– Al fin llegas – se quejaba Camila, levantándose del sofá, descruzando los brazos – te he estado esperando por más de una hora… - me fijé entonces en su atuendo, demasiado arreglada para el día a día. ¿A dónde iba tan …?

– No – contesté, antes incluso de que hubiese hablando – No pienso ir a esa estúpida fiesta – añadí. Pues ya me había hablado sobre ello. Diego la había contactado para indicarle que habría una segunda fiesta de rencuentro de antiguos alumnos en el club de golf – y tú tampoco deberías, ¿recuerdas lo que pasó en la última? No me extrañaría nada que él te hubiese invitado, sólo para conseguir lo que no consiguió en la otra.

– Manuel estará allí – declaró. Tragué saliva, sin saber qué decir – esta vez, más que nunca, tenemos que ir, María.

No podía decirle que no, más después de cómo sucedieron las cosas entre ellos el último año de instituto. Con él intentando declararse, perdiendo la oportunidad en el último minuto.

– Está bien – su sonrisa apareció entonces, me abrazó con fuerza y yo me sentí feliz. Ella era como una hermana postiza para mí. La quería muchísimo, más después de todo lo que había tenido que sufrir con el tema de su familia, tan sólo… siempre estuve ahí para ella, incluso mis padres la cuidaron como a una más – pero si Manuel no aparece, nos iremos pitando – asintió, dándome un beso en la mejilla, observándome divertida.

Ambas estallamos en carcajadas después de eso.

Ella me hacía sentir bien. En un momento lo olvidé todo y me centré sólo en lo que nos esperaría al reencontrarnos con Manuel.

De camino a casa de María para cambiarnos de ropa, pensé en algo… ¿estaría también Darío en esa fiesta? No quería verle, más después de lo que había sucedido entre nosotros en el hotel.

Me dejó un vestido amarillo bastante resultón, y usé los zapatos del otro día. Odiaba ir tan alta.

El lugar estaba a rebosar de rostros conocidos, pero los ignoré a todos, incluso a Diego, que quería entablar conversación conmigo, sobre el pasado.

– ¿Y Manuel? – preguntó mi amiga, cuando yo me tomaba el tercer zumo de piña, hacia Diego. Él se encogió de hombros.

– De Manuel no sé nada, Darío llega tarde – contestó.

– Me voy – le dije, porque ese era nuestro trato. Dejé la copa en una de las mesas altas, y caminé hacia la salida.

Camila me siguió, agarrándome del brazo, intentando detenerme, pero no fue eso lo que lo hizo, fue una persona, que acababa de bajarse del auto, con su recién estrenado traje, sus impolutos zapatos, y esa pose de semental que le caracterizaba.

¡Mierda!

¡No!

Pasó junto a nosotras, sin tan siquiera mirarnos, y siguió andando hasta la barra, donde saludó a varios de nuestros compañeros de clase.

– ¿Quién coño es ese que acaba de llegar? – se quejaba una chica junto a nosotras, con ambas babeando por aquel cabrón egoísta - ¡Está tremendo, el cabrón!

Agarró una copa de vino y brindó con todos aquellos idiotas, entre risas y bromas, ladeando la cabeza, fijándose en nosotras, perdiendo la sonrisa de pronto.

Dejó la copa en la barra y volvió a sonreír, mientras yo me quedaba sin aire en los pulmones.

¡Por Dios!

¡María!

¡Vuelve ahora mismo a tus sentidos!

¿Es que acaso no sabes quién es?

¡Es el idiota que te hizo la vida imposible!

– En seguida vuelvo para que me pongáis al día, chicos – les dijo a sus amigos, para luego echar a andar hacia nosotras.

– Viene hacia aquí – me dijo mi amiga, entre susurros, histérica. ¿Se creía que no tenía ojos en la cara?

– Hola, señoritas – nos saludó a ambas – esto es una fiesta privada… - perdió el habla en cuanto nos dimos la vuelta, y su mirada se posó sobre la mía.

Tragó saliva, incómodo, sin saber qué decir, hasta que mi amiga salvó la situación.

– Darío, somos nosotras, por supuesto que hemos sido invitadas a esta fiesta – se quejaba, mientras él volvía a la realidad, sacando su lado seductor entonces, tratando de quitarse esa pesadez de encima.

– Camila – se dirigió hacia ella – la madurez te ha sentado bien… - recorrió cada una de sus curvas con la mirada, el muy cerdo, para luego sonreír, divertido.

– Darío – le llamó Diego, llegando hasta él – ven a saludar a los chicos, quieren que los pongas al día de … - se detuvo a mirarnos, fijándose de nuevo en su amigo - ¿qué te ha pasado en la cara? – levanté la vista para fijarme, cayendo en un pequeño moretón que tenía en la sien.

– Un pequeño percance – contestó él, sin más, mientras yo tragaba saliva. Ese maldito moretón se lo había hecho yo – vamos – no había hecho más que dar un paso, cuando la voz de alguien más nos sorprendió.

– ¿María? – Me giré para mirar hacia aquella voz imponente. Le reconocí en seguida, y una enorme sonrisa apareció en mi rostro, mientras Camila se quedaba rígida, a mi lado. Volvía a ser ella en estado catatónico cuando Manuel estaba cerca. Estaba guapísimo, muy cambiado. Más fuerte, parecía un hípster con la barba tan larga, pero le quedaba de vicio, y tenía esa mirada que me calentaba el corazón. - ¡Estás guapísima! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te ha ido todo?

Empezamos una conversación, sin apenas darnos cuenta, ignorando el mundo que nos rodeaba.

Era mecánico, había abierto su propio taller, y arreglaba motos. Le encantaba la velocidad, y seguía siendo igual de original que siempre, de ideas claras, y algo bohemio vistiendo y en su forma de ser.

Yo le hablé de mí, que tenía una academia, que mi padre murió el año pasado, mi madre se marchó de la ciudad meses atrás, y siempre estaba ocupada diseñando algo.

Camila se marchó, aunque no tenía ni idea de a dónde. No podía reprochárselo. Manuel y yo siempre tuvimos mucha química, las palabas salían solas, nos sentíamos cómodos juntos, y era fácil hablar con él. Ella siempre envidió eso de mí. Pero yo no lo hacía con maldad, os lo aseguro.

– Así que el idiota de Darío sigue siendo todo un rompecorazones – me dijo, haciendo que levantase la vista para mirar hacia las Fiver, que estaban tonteando con él, a más no poder, mientras él reía divertido - ¿lo has oído? – miré hacia él – Ahora es director en la empresa de su familia – tragué saliva. No quería hablar de él, no me interesaban los cotilleos – es una importante empresa de publicidad del país – asentí, sin estar ni un poco interesada – he oído que canceló el compromiso con la actriz francesa Ivonne Montigne, el mes pasado – no dijo nada más durante un rato – oye, voy a ir al servicio, ahora seguimos ¿no? – asentí, visualizando a Camila en la barra.

– Sigo siendo invisible para él – se quejó, cuando me detuve junto a ella – me hace el mismo caso que en el instituto – añadió – sigo pensando que eres tú la que le gusta – negué con la cabeza.

– Eso no es así… - me quejé, mientras ella miraba hacia mí, dolida – Camila… - intenté detenerla, pero se marchó, dejándome sola.

Me di la vuelta, molesta con la situación, mirando hacia el otro lado de la barra, despreocupada, fijándome en él, estaba allí, ligando con Casandra, justo como siempre. Parecía que esta noche acabaría disfrutando de ese dios griego.

¡Dios, María! ¡Deja de pensar esas cosas!

Aunque… no estaba tan segura de que acabasen juntos, pues él parecía aburrido con lo que ella le contaba, incluso ladeó la cabeza, encontrándose entonces con mi mirada. Quedándose allí, mirándome.

Desvié la vista un momento, su mirada me ponía nerviosa, como si fuese a hacerme algún mal con ella. Pero … yo ya no era esa niña asustada que se lo callaba todo, e iba a demostrárselo. Volví a cruzarme con su mirada, sorprendiéndome con lo que vi. ¿Por qué sonreía? ¿Por qué la perdió en cuanto volví a mirarle?

Aquella situación tan normal me hizo recordar algo, algo en lo que nunca antes había puesto atención.

Era un día como cualquier otro, en clase de ciencias sociales, hablaba con Camila sobre la mejor forma de rellenar el mapamundi de España, resoplé molesta, porque no estaba siguiendo mis indicaciones, y aquello parecía un caos.

Ladeé la cabeza para mirar a Manuel, por supuesto él lo estaba haciendo justo como me había escuchado a mí proponer. Él era todo un amor. Volví a mirar hacia María, topándome con la mirada de alguien más por el camino.

Darío me estaba mirando, con una tonta sonrisa dibujada en el rostro, pero la perdió y fingió estar interesado en el mapa que había sobre la pizarra, disimulando, fingiendo que nunca jamás me había mirado.

Era la misma sensación que tuve aquella vez, sólo que … en esta ocasión él no retiró la mirada, ni una sola vez.

Giró la vista hacia Casandra, que acababa de apoyar la mano sobre la suya, y yo me percaté de que el moratón de su rostro se ponía cada vez peor.

– Te lo perdonaré – dijo una voz a mi lado, haciéndome salir de mis pensamientos, dejar de pensar en ese idiota – me olvidaré de todo si creas una oportunidad – sonreí. Mi Camila había vuelto.

– ¿Quién te ha hecho eso? – preguntaba Casandra hacia él, giré la cabeza para observarlos, mientras Camila miraba hacia el mismo lugar, sorprendiéndose de que yo estuviese interesada en aquellos dos – No tiene buena pinta…

– Me lo merecía – contestó él, volviendo a buscarme con la mirada, sorprendiéndose de que le estuviese mirando. Bajó la cabeza, con rapidez – voy al baño – aseguró, marchándose sin más.

– ¿Qué mosca te ha picado? – quiso saber mi mejor amiga - ¿ahora te interesas por ese idiota?

– ¿Te has fijado en el moratón que tiene en la sien? – pregunté, ella asintió, sin saber a dónde quería llegar - Yo se lo hice – le dije, bajando la cabeza con rapidez, abochornada.

– ¿Qué? – preguntó, atónita – Tú no puedes haberle… - se detuvo al recordar nuestro pasado. Dio un par de pasos hacia atrás, llevándose las manos a la boca, horrorizada - ¿Qué pasa contigo? ¡Tú eres pacifista, joder! – tragué saliva, sin saber qué responder – Si le golpeas así… ¿qué crees que pasará? Terminará denunciándote, eres demasiado bonita para acabar en la cárcel – bromeó, haciéndome reír. Ella era todo un caso. Me olvidé de mis pesares un momento – ahí está – señaló hacia atrás, me volteé y miré a Manuel.

Levanté la mano para saludarle, él me vio en seguida y caminó hacia nosotras. Mientras lo hacía podía sentir como la rigidez de mi mejor amiga crecía.

– No la cagues esta vez – susurré, justo antes de que él llegase hasta nosotras.

– Perdóname – me dijo al llegar hasta mí – ni te imaginas la cola que había en los baños… - se fijó entonces en Camila – Hola… - la agarré de la mano antes de que hubiese huido a ninguna parte, porque la conocía perfectamente – estás muy guapa, Camila.

Sonreí, al darme cuenta de que aquellos dos seguían igual.

– Hola – saludó ella – tú también…

– Voy a ir al baño un momento – anuncié, haciendo que ella me mirase alarmada, y suplicante al mismo tiempo – pero te dejo en buenas manos – Manuel sonrió, agradecido de que hubiese creado una oportunidad.

Había una larga cola para entrar en los baños, Manuel no mentía. Me giré para observarlos, aún desde la lejanía se les veía bien. Él parecía estar consiguiendo calmarla.

– Veo que Camile te ha quitado el novio – dijo una voz a mi lado. Me giré para observarle, dándome cuenta de que era el idiota de Diego, bebiendo una copa - ¿qué vas a hacer? ¿pegarte con ella para recuperarlo? – negué con la cabeza, pasando de él.

– Tío – escuché una voz que acababa de llegar hasta él – necesito marcharme antes de … - se detuvo al fijarse en mí. Tragó saliva, y se olvidó de absolutamente todo.

– Joder, tío, ese hematoma no tiene buena pinta – le dijo, haciendo que yo me fijase en ellos – deberías ir a que te vaya un médico – se detuvo en cuanto se dio cuenta de que su amigo no me quitaba ojo – le decía a nuestra amiga que su novio Manuel…

– Diego, no – le detuvo, haciendo que yo me fijase en él, sin comprender por qué detenía los juegos de su amigo. El otro levantó ambas manos, en señal de que había captado la idea – déjame la limusina, necesito irme de esta m*****a fiesta de una vez.

– Las llaves están dentro – reconoció, haciendo que él asintiese y yo me dejase caer en la pared, observándole con lentitud – voy a por ellas – tragó saliva, incómodo, evitando mi mirada.

– Tu amigo tiene razón – le dije, algo avergonzada con todo aquello. Él giró la cabeza para mirarme – ese hematoma no tiene buena pinta – sonrió, como si la situación le hiciese gracia. Yo no se la veía por ninguna parte.

– Me lo merecía, ¿no? – asentí, sin atreverme a decir nada más durante un momento.

– ¿Por qué le has detenido? – me miró, sin comprender - ¿creíste que no iba a poder soportarlo? ¡Te lo he dicho, Darío! Esta vez… - se posicionó delante de mí, señalándose hacia el hematoma.

– Esta vez te vengarás – admitió. Asentí – créeme que no lo he olvidado – tragué saliva, incómoda – Ninguno de los dos lo olvidará nunca…

– ¡Darío! ¡Ahí estás! – le llamó Casandra, haciendo que él maldijese, molesto.

– Discúlpame – hizo el amago de largarse antes de que la tonta de Casandra llegase hasta él – dile a Diego… no importa.

Le observé, perdiéndose de vista, dándome cuenta de algo que ni siquiera vi viable antes. Él había cambiado, y parecía arrepentido de todas las cosas que me hizo. A pesar de eso… no iba a perdonarle.

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