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Capítulo 2 – El vestido.

Preparaba el desayuno en la cocina, unos ricos batidos de vitaminas para empezar bien el día, cuando escuché la puerta de la habitación de Camila.

– Tienes un aspecto horrible – le dije, al verla aparecer en la cocina. Sonreí, echando aquel mejunje azulado en los vasos y levanté la vista de nuevo – parece que te haya pasado un camión por encima.

– Tengo una resaca encima… - se quejó. Sonreí, tendiéndole su vaso, observando como se lo bebía de un trago – mmm, qué rico. ¿qué lleva?

– Moras, leche de soja, arándanos, una pizca de mantequilla de cacahuete, avena y miel – contesté. Sonrió, agradecida, mientras yo rodeaba la encimera y me sentaba en los taburetes del otro lado, junto a ella, dando un sorbo al mío – al final me lo pasé bien.

– ¿La lie mucho anoche? – quiso saber, haciéndome reír, para luego asentir - ¿de verdad me lie con Diego? – asentí - ¡Qué mal! ¡No pienso volver a beber!

– Al menos no llegasteis a la cama – contesté – sólo fueron un par de muerdos tontos – la calmé, sonrió, dándome un abrazo. Tuve que dejar de beber y el vaso de cualquier forma en la encimera - ¡Camila! – me quejé. Ella era demasiado cariñosa.

– Quédate y pasamos el resto del día juntas – suplicó, echándose hacia atrás, poniéndome una de sus caras de gatito al que van a desahuciar. Le puse mala cara – te compensaré por lo de anoche, iremos a dónde tú quieras.

– A la tienda de Paula – contesté, sin dudarlo. Camile me miró enfadada, y yo rompí a reír – le prometí que la ayudaría con los arreglos de los vestidos de fiesta.

– Tu prima es malvada – se quejó – nunca quiere cobrarte por sus vestidos, siempre te pide favores de ese estilo, que tienes que cumplir en tus días libres – me encogí de hombros. A mí no me molestaba. Me gustaba sentirme útil.

Nos duchamos juntas, entre risas, quejándonos de nuestros pechos, ella admitía tenerlos demasiado grandes, eran pesados e incómodos de llevar. Yo prefería tenerlos más grandes.

¿Sabéis eso qué dicen que el ser humano nunca está conforme con lo que tiene? Pues justo así.

Me puse una de sus camisetas, en color rojo y unos jeans vaqueros, a pesar de que hacía un calor terrible, aunque nada que ver con la que debía de estar haciendo en aquellos días en la ciudad dónde mi padre se crió, donde aún tenía a mis tíos y primos, a los que adoraba.

– ¿Has venido? – preguntó Paula al vernos aparecer – creí que no ibas a venir… - sonreí, sin decir nada – voy a llamar a Neus para que se pase a probarse el vestido, espera – se marchó a llamar a aquella chica, mientras que Camile y yo nos dábamos una vuelta por la tienda, pues a pesar de haber estado allí la noche anterior, con más luz, se veía todo de forma distinta – ya está, dice que vendrá en seguida.

– ¿Es un vestido de novia lo que quieres que arregle? – quise saber. Asintió ante mi pregunta, y entonces comprendí su urgencia de esa mañana, cuando me llamó y me suplicó que fuese a verla lo antes posible, como pago por el vestido que me había llevado - ¿qué modelo?

– Princesa Nova – sonreí, como una tonta, pues ese modelo era uno de mis favoritos – pero no el original – la miré sin comprender – me ha pagado el doble, para llevarse el tuyo.

– Paula, eso era un regalo para ti – me quejé – no estaba en venta.

– Lo sé – aseguró – pero … ¿no crees que sería una gran oportunidad para ti, que alguien lleve un vestido tuyo en su boda? – sonreí, agradecida, con cierta ternura. Sabía que ella siempre intentaba ayudarme en todo lo que se refería a cumplir mis sueños. Si incluso la mitad de mis alumnas habían venido a la academia solo por recomendación suya. La adoraba.

Miraba el taller de Paula, todo lleno de vestidos sin terminar, pedidos varios, y en el centro de la estancia, allí estaba. Ese precioso vestido que hice cuatro años atrás, como agradecimiento a mi prima, si incluso me prometió que se lo pondría en su boda, cuando encontrase al hombre perfecto. Pero este aún no había llegado.

Escuché ruido fuera, giré la cabeza para mirar hacia atrás, emprendiendo el camino hacia la tienda, pero me detuve cuando Paula entró junto a una chica rubia, muy guapa, en la trastienda, con una gran sonrisa.

– Ella es María Contreras – presentó mi prima – la diseñadora del vestido – la mujer abrió mucho los ojos, sorprendida por la noticia. Parecía tener mi misma edad, quizás unos años menos. Suelo ser bastante buena para estas cosas – María, ella es Neus Espier.

Espier… ¿de qué me sonaba ese apellido? Sabía que lo había escuchado en alguna parte, aunque no le di mucha importancia, pues ese debía ser un apellido común, ¿no es cierto?

Pasamos una mañana agradable, al menos yo lo hice, porque sabía que Camila se estaba aburriendo horrores.

Neus era agradable, iba a casarse, después de más de diez años de noviazgo. Estaba entusiasmada con la boda, se suponía que sería una boda muy sonada en la ciudad. Yo ni siquiera pregunté al respecto, nunca me interesaron los cotilleos.

– Gracias por todo, María – agradeció, cuando salió del probador, dejando el vestido colgado en la percha, dedicándome una gran sonrisa – el vestido es precioso, y tú eres un amor – sonreí, agradecida.

– No es nada, lo hago encantada – le dije, mirando hacia mi teléfono que comenzaba a sonar, sobre el escritorio, con un sinfín de telas y revistas. Estaba incluso más desordenado que el mío.

– ¿Ya habéis terminado? – preguntó mi mejor amiga al verla salir, mientras yo cogía el teléfono, y miraba hacia él. Tenía una llamada entrante de Alejandro, mi hermano pequeño, pero ni siquiera lo cogí. Lo cierto es que estábamos peleados, desde hacía un año, así que no sabía por qué seguía insistiendo en hablar conmigo, estaba claro que yo no quería saber nada de él.

– ¿vienen a recogerte? – quiso saber Paula.

– Mi hermano – contestó ella.

– Voy a salir un momento – le dije a mi prima, saliendo del taller, marchándome a la calle, sintiendo la agradable brisa sobre mi rostro. Necesitaba poner en orden mis pensamientos, aún me dolía pensar en el pasado, en cómo enterramos a papá, en su nefasta muerte, en el poco tacto que tuvo mi hermano después, en mamá asegurándome que nada cambiaría, en su repentino viaje al extranjero para asistir a un curso de curación del alma…

– No es un buen momento, tío – se quejó un tipo, no muy lejos de mí, junto a un impoluto Porsche – acabo de llegar de viaje… - desvié la vista, porque quizás era la única forma de escapar de los recuerdos, y lo cierto es que lo hice. Era imposible no hacerlo.

Un apuesto morenazo, con el cabello peinado hacia un lado, una perfecta barba de tres días, gafas de sol estilo Rayban, con un impoluto traje hablaba por teléfono.

¡Dios!

Se me secó la boca en seguida. Era uno de esos hombres que provocan un infarto por allá por donde van. Un bombón, un dios griego del pecado, uno de esos hombres que lucen ocupados, apuestos y extremadamente sexys.

Discutía con un tipo, hasta que este dijo las palabras mágicas, que lo harían perder la plena cordura que tenía en aquellos días, quedándose estático en el sitio, sin tan siquiera poder creerlo.

Se quitó las gafas, de forma sexy, y masajeó el hueco entre sus cejas un momento. Estaba enfadado consigo mismo cuando giró la cabeza, en mi dirección, reparando entonces en mí. No nos conocíamos de nada, pero su mirada quedó grabada a fuego en mi mente. Esos preciosos ojos color avellana.

– ¡Darío! – le llamó una joven, que acababa de salir de una de las tiendas, con una gran sonrisa, abalanzándose sobre él, en un abrazo, que le obligó a colgar el teléfono y devolverle el abrazo a aquella personita que adoraba.

Desvió su mirada, rompiendo aquel hechizo en el que había estado envuelto durante unos minutos. Él no era así, no solía quedarse mudo ante la presencia de una mujer. Era una bestia nata, uno de esos hombres que tiene un don nato para ligar y llevárselas a todas de calle.

– Estás incluso más bonita desde que me fui – bromeó, separándose de ella, mientras la joven sonreía - ¿cómo van esos preparativos? – quiso saber. Puso una expresión divertida, asintiendo a todo lo que decía, en tono broma, y eso fue lo que lo detonó todo.

¡Oh!

Ese gesto… ¿dónde lo había visto antes? ¿por qué me resultaba extrañamente familiar?

Me fijé un momento en la chica, reconociéndola en seguida, era Neus. Entonces… ¿quién sería él? ¿su novio? ¿su prometido? ¿su hermano?

Su hermano – recordé. Pues creía haber escuchado una conversación con Paula, en el que aseguró que vendría a recogerla su hermano.

¿Era así no? ¿no lo había imaginado?

Sonrió, con chulería, al darse cuenta de que aún los observaba.

Espera un momento, de nuevo ese gesto…

¿Quién era? ¿Le conocía?

– ¡Qué bien que hayas venido a recogerme, Darío! – le dijo su hermana, sentándose en el asiento del copiloto del auto, mientras él lo rodeaba y se sentaba al otro lado.

Darío.

¡Darío Espier!

¡Mierda!

Era el cabrón que me hizo la vida imposible.

¡Dios!

La ira me golpeó de forma sobrecogedora, apreté los puños, molesta, pero no hice absolutamente nada, sólo observar como aquel idiota se marchaba.

Sólo esperaba que la vida no volviese a ponerlo en mi camino, porque no me quedaría quieta la próxima vez.

– ¿Qué haces aquí tan sola? – quiso saber Camila, haciéndome salir de mis pensamientos, mirar hacia el auto, dándome cuenta de que ya no estaba, y luego girar la cabeza hacia ella.

Intenté recuperarme del susto. Sin contestar nada a mi amiga volví a entrar en la tienda, ni siquiera saludé a mi prima y entré en el taller. Agarré mi bolso, el móvil, y volví a salir, mientras pensaba en lo sucedido.

Darío Espier había cambiado, de aspecto, estaba mucho más apuesto, aunque en el instituto ya era todo un rompecorazones, lucía mucho más…

¡Dios, María! ¿Qué tonterías estás pensando ahora?

¡Ese idiota te hizo la vida imposible!

La gente no cambia, sólo finge hacerlo – me vino a la mente aquello que mi hermano pequeño me dijo una vez.

Sacudí la cabeza, cabreada, mirando hacia Camila, que me miraba algo confusa.

– Vamos a comer – le dije, tirando de ella hacia el exterior - ¿te vienes? – añadí, deteniéndome antes de salir, mirando hacia mi prima.

– Cierro la tienda y me apunto.

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