Preparaba el desayuno en la cocina, unos ricos batidos de vitaminas para empezar bien el día, cuando escuché la puerta de la habitación de Camila.
– Tienes un aspecto horrible – le dije, al verla aparecer en la cocina. Sonreí, echando aquel mejunje azulado en los vasos y levanté la vista de nuevo – parece que te haya pasado un camión por encima.
– Tengo una resaca encima… - se quejó. Sonreí, tendiéndole su vaso, observando como se lo bebía de un trago – mmm, qué rico. ¿qué lleva?
– Moras, leche de soja, arándanos, una pizca de mantequilla de cacahuete, avena y miel – contesté. Sonrió, agradecida, mientras yo rodeaba la encimera y me sentaba en los taburetes del otro lado, junto a ella, dando un sorbo al mío – al final me lo pasé bien.
– ¿La lie mucho anoche? – quiso saber, haciéndome reír, para luego asentir - ¿de verdad me lie con Diego? – asentí - ¡Qué mal! ¡No pienso volver a beber!
– Al menos no llegasteis a la cama – contesté – sólo fueron un par de muerdos tontos – la calmé, sonrió, dándome un abrazo. Tuve que dejar de beber y el vaso de cualquier forma en la encimera - ¡Camila! – me quejé. Ella era demasiado cariñosa.
– Quédate y pasamos el resto del día juntas – suplicó, echándose hacia atrás, poniéndome una de sus caras de gatito al que van a desahuciar. Le puse mala cara – te compensaré por lo de anoche, iremos a dónde tú quieras.
– A la tienda de Paula – contesté, sin dudarlo. Camile me miró enfadada, y yo rompí a reír – le prometí que la ayudaría con los arreglos de los vestidos de fiesta.
– Tu prima es malvada – se quejó – nunca quiere cobrarte por sus vestidos, siempre te pide favores de ese estilo, que tienes que cumplir en tus días libres – me encogí de hombros. A mí no me molestaba. Me gustaba sentirme útil.
Nos duchamos juntas, entre risas, quejándonos de nuestros pechos, ella admitía tenerlos demasiado grandes, eran pesados e incómodos de llevar. Yo prefería tenerlos más grandes.
¿Sabéis eso qué dicen que el ser humano nunca está conforme con lo que tiene? Pues justo así.
Me puse una de sus camisetas, en color rojo y unos jeans vaqueros, a pesar de que hacía un calor terrible, aunque nada que ver con la que debía de estar haciendo en aquellos días en la ciudad dónde mi padre se crió, donde aún tenía a mis tíos y primos, a los que adoraba.
– ¿Has venido? – preguntó Paula al vernos aparecer – creí que no ibas a venir… - sonreí, sin decir nada – voy a llamar a Neus para que se pase a probarse el vestido, espera – se marchó a llamar a aquella chica, mientras que Camile y yo nos dábamos una vuelta por la tienda, pues a pesar de haber estado allí la noche anterior, con más luz, se veía todo de forma distinta – ya está, dice que vendrá en seguida.
– ¿Es un vestido de novia lo que quieres que arregle? – quise saber. Asintió ante mi pregunta, y entonces comprendí su urgencia de esa mañana, cuando me llamó y me suplicó que fuese a verla lo antes posible, como pago por el vestido que me había llevado - ¿qué modelo?
– Princesa Nova – sonreí, como una tonta, pues ese modelo era uno de mis favoritos – pero no el original – la miré sin comprender – me ha pagado el doble, para llevarse el tuyo.
– Paula, eso era un regalo para ti – me quejé – no estaba en venta.
– Lo sé – aseguró – pero … ¿no crees que sería una gran oportunidad para ti, que alguien lleve un vestido tuyo en su boda? – sonreí, agradecida, con cierta ternura. Sabía que ella siempre intentaba ayudarme en todo lo que se refería a cumplir mis sueños. Si incluso la mitad de mis alumnas habían venido a la academia solo por recomendación suya. La adoraba.
Miraba el taller de Paula, todo lleno de vestidos sin terminar, pedidos varios, y en el centro de la estancia, allí estaba. Ese precioso vestido que hice cuatro años atrás, como agradecimiento a mi prima, si incluso me prometió que se lo pondría en su boda, cuando encontrase al hombre perfecto. Pero este aún no había llegado.
Escuché ruido fuera, giré la cabeza para mirar hacia atrás, emprendiendo el camino hacia la tienda, pero me detuve cuando Paula entró junto a una chica rubia, muy guapa, en la trastienda, con una gran sonrisa.
– Ella es María Contreras – presentó mi prima – la diseñadora del vestido – la mujer abrió mucho los ojos, sorprendida por la noticia. Parecía tener mi misma edad, quizás unos años menos. Suelo ser bastante buena para estas cosas – María, ella es Neus Espier.
Espier… ¿de qué me sonaba ese apellido? Sabía que lo había escuchado en alguna parte, aunque no le di mucha importancia, pues ese debía ser un apellido común, ¿no es cierto?
Pasamos una mañana agradable, al menos yo lo hice, porque sabía que Camila se estaba aburriendo horrores.
Neus era agradable, iba a casarse, después de más de diez años de noviazgo. Estaba entusiasmada con la boda, se suponía que sería una boda muy sonada en la ciudad. Yo ni siquiera pregunté al respecto, nunca me interesaron los cotilleos.
– Gracias por todo, María – agradeció, cuando salió del probador, dejando el vestido colgado en la percha, dedicándome una gran sonrisa – el vestido es precioso, y tú eres un amor – sonreí, agradecida.
– No es nada, lo hago encantada – le dije, mirando hacia mi teléfono que comenzaba a sonar, sobre el escritorio, con un sinfín de telas y revistas. Estaba incluso más desordenado que el mío.
– ¿Ya habéis terminado? – preguntó mi mejor amiga al verla salir, mientras yo cogía el teléfono, y miraba hacia él. Tenía una llamada entrante de Alejandro, mi hermano pequeño, pero ni siquiera lo cogí. Lo cierto es que estábamos peleados, desde hacía un año, así que no sabía por qué seguía insistiendo en hablar conmigo, estaba claro que yo no quería saber nada de él.
– ¿vienen a recogerte? – quiso saber Paula.
– Mi hermano – contestó ella.
– Voy a salir un momento – le dije a mi prima, saliendo del taller, marchándome a la calle, sintiendo la agradable brisa sobre mi rostro. Necesitaba poner en orden mis pensamientos, aún me dolía pensar en el pasado, en cómo enterramos a papá, en su nefasta muerte, en el poco tacto que tuvo mi hermano después, en mamá asegurándome que nada cambiaría, en su repentino viaje al extranjero para asistir a un curso de curación del alma…
– No es un buen momento, tío – se quejó un tipo, no muy lejos de mí, junto a un impoluto Porsche – acabo de llegar de viaje… - desvié la vista, porque quizás era la única forma de escapar de los recuerdos, y lo cierto es que lo hice. Era imposible no hacerlo.
Un apuesto morenazo, con el cabello peinado hacia un lado, una perfecta barba de tres días, gafas de sol estilo Rayban, con un impoluto traje hablaba por teléfono.
¡Dios!
Se me secó la boca en seguida. Era uno de esos hombres que provocan un infarto por allá por donde van. Un bombón, un dios griego del pecado, uno de esos hombres que lucen ocupados, apuestos y extremadamente sexys.
Discutía con un tipo, hasta que este dijo las palabras mágicas, que lo harían perder la plena cordura que tenía en aquellos días, quedándose estático en el sitio, sin tan siquiera poder creerlo.
Se quitó las gafas, de forma sexy, y masajeó el hueco entre sus cejas un momento. Estaba enfadado consigo mismo cuando giró la cabeza, en mi dirección, reparando entonces en mí. No nos conocíamos de nada, pero su mirada quedó grabada a fuego en mi mente. Esos preciosos ojos color avellana.
– ¡Darío! – le llamó una joven, que acababa de salir de una de las tiendas, con una gran sonrisa, abalanzándose sobre él, en un abrazo, que le obligó a colgar el teléfono y devolverle el abrazo a aquella personita que adoraba.
Desvió su mirada, rompiendo aquel hechizo en el que había estado envuelto durante unos minutos. Él no era así, no solía quedarse mudo ante la presencia de una mujer. Era una bestia nata, uno de esos hombres que tiene un don nato para ligar y llevárselas a todas de calle.
– Estás incluso más bonita desde que me fui – bromeó, separándose de ella, mientras la joven sonreía - ¿cómo van esos preparativos? – quiso saber. Puso una expresión divertida, asintiendo a todo lo que decía, en tono broma, y eso fue lo que lo detonó todo.
¡Oh!
Ese gesto… ¿dónde lo había visto antes? ¿por qué me resultaba extrañamente familiar?
Me fijé un momento en la chica, reconociéndola en seguida, era Neus. Entonces… ¿quién sería él? ¿su novio? ¿su prometido? ¿su hermano?
Su hermano – recordé. Pues creía haber escuchado una conversación con Paula, en el que aseguró que vendría a recogerla su hermano.
¿Era así no? ¿no lo había imaginado?
Sonrió, con chulería, al darse cuenta de que aún los observaba.
Espera un momento, de nuevo ese gesto…
¿Quién era? ¿Le conocía?
– ¡Qué bien que hayas venido a recogerme, Darío! – le dijo su hermana, sentándose en el asiento del copiloto del auto, mientras él lo rodeaba y se sentaba al otro lado.
Darío.
¡Darío Espier!
¡Mierda!
Era el cabrón que me hizo la vida imposible.
¡Dios!
La ira me golpeó de forma sobrecogedora, apreté los puños, molesta, pero no hice absolutamente nada, sólo observar como aquel idiota se marchaba.
Sólo esperaba que la vida no volviese a ponerlo en mi camino, porque no me quedaría quieta la próxima vez.
– ¿Qué haces aquí tan sola? – quiso saber Camila, haciéndome salir de mis pensamientos, mirar hacia el auto, dándome cuenta de que ya no estaba, y luego girar la cabeza hacia ella.
Intenté recuperarme del susto. Sin contestar nada a mi amiga volví a entrar en la tienda, ni siquiera saludé a mi prima y entré en el taller. Agarré mi bolso, el móvil, y volví a salir, mientras pensaba en lo sucedido.
Darío Espier había cambiado, de aspecto, estaba mucho más apuesto, aunque en el instituto ya era todo un rompecorazones, lucía mucho más…
¡Dios, María! ¿Qué tonterías estás pensando ahora?
¡Ese idiota te hizo la vida imposible!
La gente no cambia, sólo finge hacerlo – me vino a la mente aquello que mi hermano pequeño me dijo una vez.
Sacudí la cabeza, cabreada, mirando hacia Camila, que me miraba algo confusa.
– Vamos a comer – le dije, tirando de ella hacia el exterior - ¿te vienes? – añadí, deteniéndome antes de salir, mirando hacia mi prima.
– Cierro la tienda y me apunto.
Daba vueltas a la ensalada, no tenía ni un poco de hambre, no podía quitarme de la cabeza su apuesto rostro, esa pose de dios griego que me encantaba, ese… – ¡Qué callada estás, María! – se quejaba mi prima, haciendo que levantase la cabeza para mirarla - ¿en qué piensas? – me encogí de hombros, soltando el tenedor, dando un largo sorbo a la copa, comenzando a toser tan pronto como sentí aquella bebida en mi garganta. Miré hacia la mesa, comprendiendo que era lo que ocurría, había cogido la copa de vino de Camila, en vez de mi agua. – ¿Cómo puedes beber esta porquería? – me quejé – está asquerosa – ambas rompieron a reír, yo era demasiado despistada. – Deberías haber pedido algo más que una simple ensalada – me decía Camila, mirando hacia el resto de las mesas – encima que tu prima nos ha invitado a un restaurante de lujo, y vas tú y … – No tengo mucha hambre – contesté. Y era
Dos semanas habían pasado, en mi perfecta vida. La adoraba, a pesar de no estar rodeada de los míos, entendía que la vida que nos toca vivir es tal como es, no puedes quejarte y estar triste por mucho tiempo, porque nada cambiará si haces eso, debes ser tú el que cambie tu vida, la convierta en lo más cercano a lo que quieres. Sonreí, recordando a papá, sabía que estuviese dónde estuviese… estaría orgulloso de mí. La clase práctica de ese día trataba sobre el minimalismo, y mientras me daba una vuelta por los diseños de algunos de mis alumnos, sólo podía sentirme orgullosa de ellos. Todos parecían tener gran talento para la moda, no había más. Mi favorita siempre sería Andrea, que había captado maravillosamente el mensaje. Era muy de mi rollo, para que nos vamos a engañar, y, además, era andaluza, eso me conectaba con esa parte de mí, que tantos problemas me dio en el pasado, pero que, a día de hoy, adoro. La hora llegó y todos recogier
¿Qué había pasado conmigo? ¿Por qué terminé golpeándole de esa manera? No me gustaba convertirme en esa persona, me hacía sentir confusa e incómoda. Odiaba esa sensación. Caminaba, hacia el taller, sin poder quitarme aquella asquerosa sensación, sin poder dejar de pensar en la última mirada que me echó antes de que abandonase la sala. ¿Por qué lucía tan destrozado? ¡Era yo la que debía tener esa mirada! ¡Era a mí a la que habían hecho daño! ¡Maldita sea! No podía quitarme de la cabeza ese pensamiento. ¿Por qué actuaba tan derrotado? ¿No se suponía que el disfrutaba con mi sufrimiento? Tragué saliva, deteniéndome en el semáforo, más que dispuesta a cruzarlo en cuanto el muñeco se pusiese en verde, recordándole en el pasado. Esa pose bromista del grupo, haciendo que todos riesen de sus gracias, despertando el interés de las féminas allá por dónde iba, incluso en aquella época ya era así. Recuerdo que la primera vez que le
En lo alto del rascacielos de un edificio, en una oficina, uno de los solteros más codiciados de la ciudad se encontraba, sentado en su escritorio, frustrado, después de una reunión que le costaría una buena reprimenda por parte de su padre. No sabía por qué, pero no podía concentrarse como era debido. No había hecho más que empezar el borrador de su próximo proyecto, cuando su mejor amigo entró sin llamar si quiera, haciendo que este le mirase con cara de malas pulgas. – ¿qué mierdas fue lo del otro día? – levantó la vista, malhumorado. Lo cierto es que no tenía ganas de lidiar con él - Llegar golpeado a la fiesta, sin poder quitar tus ojos de la medusa… – Hoy no tengo tiempo para tus tonterías, Diego – le dijo, haciéndole una señal con la cabeza para que saliese por la puerta. Pero este le ignoró por completo, sentándose frente a él, echando una ojeada a su despacho. – Tío, no te entiendo –
Acababa de terminar de coser los bajos del vestido de novia que Neus llevaría en su gran día, cuando mi prima aseguró que también íbamos a ocuparnos de los vestidos de las damas de honor. Todas iban a ir de color amarillo. Sí. Amarillo. ¿Quién en su sano juicio elegía ese color para las damas de honor? En fin… no quería pensar en ello. – Este me gusta – aseguró Neus, sentada en el sillón, ojeando los bocetos que le había prestado. Ya que ella quería usar algo diseñado por mí también para este caso. Lo observé, era el modelo “Bella”, le puse ese nombre, porque el color y la forma se parecían mucho al que llevaba la chica en la Bella y la Bestia. – Los demás también son bonitos – aseguré – y sólo tendrías que cambiarle el color. – Pero a mí me gusta este – volvió a señalarlo - ¿lo tienes aquí para verlo? – asentí, porque lo había traído como ejemplo de color, para que ella viese cómo quedaba, e
En la barra del “Vengala”, un respetado bar de la ciudad, famoso por sus combinados y de gente respetada en nuestro país, un apuesto empresario de éxito tomaba una copa, perdido entre sus propios pensamientos. Diego se acercó a él, apoyando la mano en su hombro, haciendo que el otro se fijase en él, sonriéndole en cuanto le visualizó, haciéndole una señal para que se sentase a su lado. – Quería disculparme por lo del otro día… - abrió mucho los ojos, sin dar crédito, pues sabía que su amigo no solía disculparse jamás. Hablar sobre sentimientos siempre fue difícil para él – tenía pensado dejarlo estar – dio otro sorbo a su copa, para luego jugar con ella, mezclando bien la bebida con los hielos, en el vaso – darle la oportunidad de ser feliz, sin recordar el pasado – Levantó la mano, haciéndole una señal al camarero para que le pusiese una copa a su amigo - ¿Qué quieres? – Lo mismo – pidió al camarero, para luego ac
La semana pasó demasiado rápido, tuve tantos trabajos que corregir, que al final, no tuve demasiado tiempo de pensar en la proposición que Darío me hizo. Una cosa estaba clara, todo dentro de mí me decía que no aceptase ningún trato con ese tipo. Le odiaba, y sabía que todo aquello tan sólo era un truco de su parte, quizás una nueva forma de burlarse de mí… Pero, Camila seguía insistiendo en que era une buena forma de humillarlo. ¿De qué forma podía humillarlo? No se me ocurría absolutamente nada. Levanté la vista, después de haber cerrado la academia, fijándome en el tipo que había delante de mí, apoyando en su impoluto Porsche, con un ramo de flores sujeto en su mano. Negué con la cabeza. ¿Por qué los hombres eran tan previsibles? – No me gustan las flores – le dije al llegar hasta él. Sonrió, divertido. – Estas te gustarán – negué con la cabeza. Era más que obvio que ese tipo no me conocía, en lo absolut
Me arreglaba en mi habitación, mientras escuchaba a Paula de fondo, que había venido a maquillarme. – Aún no puedo creerme que le hayas dicho que sí, ¿qué pasó con lo de hacerle sufrir? – se quejó, me encogí de hombros, mirando hacia Camila para que me apoyase, pero ella estaba más ocupada mandándose mensajes con Manuel. Resoplé, molesta. – Es una gran oportunidad para mi negocio – le dije, marchándome a por el bolso, ya casi era la hora en la que había quedado con ese subnormal. – Ya está ahí – aseguró Camila, que parecía haberse olvidado del teléfono por un momento, mientras miraba por la ventana. Paula y yo corrimos hacia ese punto, peleándonos por mirar hacia el exterior. Él estaba allí, de pie, junto a su Porsche. Lucía apuesto y seductor desde aquel punto. Llevaba un traje de fiesta, cosa totalmente normal, teniendo en cuenta que íbamos a una gala benéfica.