Era una tarde fría y gris cuando Clara recibió la llamada. Sentada en el sofá de su pequeño apartamento, había cerrado los ojos por un momento, dejando que el silencio de la habitación calmara la tensión de un día interminable. El teléfono vibró contra la mesa de madera, un sonido que rompió la paz momentánea. Al abrir los ojos, su corazón dio un pequeño vuelco al leer el nombre en la pantalla: Lisana.
Clara suspiró profundamente antes de contestar. Lisana no era alguien con quien hablara con frecuencia, y cada vez que lo hacía, la conversación traía consigo un cúmulo de incertidumbre. Descolgó, llevando el teléfono al oído.-Clara, ¿cómo estás? -La voz de Lisana sonó extrañamente cálida, casi afectuosa. Pero Clara sabía que detrás de esa amabilidad se ocultaba algoMateo no sabía cuánto tiempo había pasado desde que Clara se fue. Podía sentir la ausencia de ella como una sombra que lo perseguía, una presión constante en su pecho, como si alguien hubiera vaciado el aire a su alrededor, dejándolo atrapado en una burbuja de desesperación. La luz de la tarde se filtraba débilmente a través de las cortinas, pero ni siquiera eso lograba aliviar la oscuridad que invadía su mente.Se encontraba atrapado en una espiral de contradicciones. El deseo de llamarla, de escuchar su voz y pedirle una explicación, era casi insoportable. Pero, a pesar de esa necesidad, algo lo detenía. La rabia, el miedo a una respuesta que no estaba preparado para enfrentar, o quizás, el simple temor a que sus palabras no significaran nada para ella. No podía arriesgarse a una conversación que solo lo hundiera más en el abismo de la incertidumbre.En
Dana no lograba calmar la tormenta que se desataba en su pecho. Los días sin respuestas de Mateo y Clara se convirtieron en un suplicio constante, una tortura que la hacía cuestionarse qué había hecho para merecer tanto silencio. Desesperada, volvió a intentar llamar a ambos, pero los resultados eran los mismos: buzones de voz y mensajes sin respuesta. "¿Por qué me están haciendo esto?", pensaba mientras apretaba el teléfono con fuerza.Después de tantos intentos fallidos, Dana tuvo una idea que no había considerado antes: comunicarse con las residencias en Nueva York donde ella y Mateo habían vivido juntos durante años. A pesar de la distancia y el tiempo que había pasado desde que dejó aquella vida, sabía que tal vez podría obtener alguna pista de él.Con el corazón en un puño, marcó el número de la administració
Clara se despertó sobresaltada por los sollozos de Melina. El llanto desesperado de la pequeña resonaba en la habitación como un eco de angustia que parecía venir desde lo más profundo de su ser. Clara se apresuró a sentarse junto a ella, acariciándole suavemente el cabello mientras trataba de calmarla.-Melina, cariño, estoy aquí. Todo está bien, fue solo una pesadilla -susurró con voz tranquilizadora, aunque su corazón se apretaba al verla tan alterada.La niña se aferró a ella, temblando entre sollozos. Clara no sabía exactamente qué atormentaba a Melina en sus sueños, pero podía intuir que la pequeña cargaba con más de lo que una niña de su edad debería. "No sé nada sobre su pasado. Solo sé que es hija de Mateo", pensó, recordando las palabras de Lisana cuando le entregó a la niña. T
Mateo no podía dejar de mirarse en el espejo, como si esperara que su reflejo pudiera ofrecerle una salida, una pista de lo que debía hacer, pero solo veía un hombre roto, destrozado por sus propios pensamientos y sus decisiones. Cada lágrima que caía parecía arrastrar consigo un pedazo más de él, como si estuviera desmoronándose lentamente.- Prefería tus mentiras a esta realidad... -dijo en voz baja, casi como un lamento. Tus mentiras, por lo menos, me daban algo en qué aferrarme. Algo de lo que podría creer.Se llevó una mano al rostro, cubriéndose los ojos por un momento, como si intentar bloquear la visión de sí mismo lo ayudara a escapar de la tortura mental que lo consumía. Tus mentiras no eran perfectas, pero al menos me mantenían en pie. Al menos me hacían pensar que había algo que podía salvarse.Pero la verdad si
El apartamento de Mateo estaba sumido en la oscuridad. La única luz provenía de la pantalla de su teléfono móvil, que reflejaba en su rostro cansado. Había estado esperando algo, pero no sabía exactamente qué. Después de todo lo que había pasado, las dudas y la incertidumbre lo perseguían. Había intentado despejar su mente, pero nada parecía calmar el caos interno. El sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos."¿Dana?"La voz de ella llegó clara y firme, pero había algo en ella que hizo que Mateo se tensara, como si todo lo que había intentado dejar atrás se desbordara en ese instante.- ¿Dana? -preguntó, la emoción apoderándose de él, temblando ligeramente mientras miraba el teléfono en su mano.Por un momento, el silencio se apoderó de la conversación. Los recuerdos de
La felicidad se había esfumado de la vida de Clara, y en sus momentos de mayor melancolía se preguntaba si había sido un error haberlo conocido. Ante la gente trató de esconder su dolor, pero no podía. Cada vez que escuchaba el nombre de Dana, su pecho se apretaba y su respiración se volvía más difícil. No quería pensar en lo que significaba para él, no quería visualizar la idea de que, a pesar de todo lo que ella había hecho por él, seguía siendo la segunda opción."No, no puedo dejarlo. No puedo perderlo. No voy a permitir que ella se quede con lo que me pertenece." En ese momento, la amargura se transformó en algo más peligroso, algo que Clara no reconocía de sí misma. Un impulso, una necesidad de aferrarse a lo que creía que debía ser suyo a toda costa. "Él me necesita, me necesita a mí, no a ella. Yo soy qui
El sol ya iluminaba con fuerza la habitación cuando Melina, con su curiosidad de niña, despertó antes que Clara. Sus pequeños ojos recorrieron el espacio en busca de algo interesante para entretenerse. Esta vez, en lugar de dirigirse al tocador de Clara, decidió explorar el armario de Mateo.Abrió las puertas de par en par, fascinada por las camisas perfectamente colgadas y los zapatos ordenados en el piso. Con esfuerzo, descolgó una de las camisas más grandes, de un azul intenso, que casi parecía una sábana en sus manos diminutas. Luego, con un entusiasmo desbordante, buscó entre los zapatos hasta encontrar los que usaba para salir con ella al parque.Melina se dirigió a la sala, arrastrando la camisa que le quedaba enorme y esforzándose por meter sus pequeños pies en los zapatos de su padre. Tropezaba y se tambaleaba, pero eso no la detenía; la niña seguí
La tarde había avanzado lentamente desde que Clara guardó la nota en su monedero. Mateo seguía sin regresar, y aunque intentaba distraerse con las tareas del hogar y los juegos de Melina, la sensación de inquietud era cada vez más difícil de ignorar.Melina, ajena al estado de ánimo de su madre, continuaba jugando felizmente con sus muñecas en la sala. Clara, por su parte, revisaba una lista de compras cuando el sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos.Mateo entró, luciendo una expresión serena pero con un leve cansancio en el rostro. Llevaba en la mano un vaso de café vacío y el abrigo colgado sobre un brazo.-Ya regresé -dijo con voz neutra, dejando el vaso en la encimera.Clara lo observó detenidamente, buscando alguna señal en su comportamiento que explicara su ausencia prolongada. -¿Cómo te fue? -pregunt&oacu