El sol ya iluminaba con fuerza la habitación cuando Melina, con su curiosidad de niña, despertó antes que Clara. Sus pequeños ojos recorrieron el espacio en busca de algo interesante para entretenerse. Esta vez, en lugar de dirigirse al tocador de Clara, decidió explorar el armario de Mateo.
Abrió las puertas de par en par, fascinada por las camisas perfectamente colgadas y los zapatos ordenados en el piso. Con esfuerzo, descolgó una de las camisas más grandes, de un azul intenso, que casi parecía una sábana en sus manos diminutas. Luego, con un entusiasmo desbordante, buscó entre los zapatos hasta encontrar los que usaba para salir con ella al parque.Melina se dirigió a la sala, arrastrando la camisa que le quedaba enorme y esforzándose por meter sus pequeños pies en los zapatos de su padre. Tropezaba y se tambaleaba, pero eso no la detenía; la niña seguíLa tarde había avanzado lentamente desde que Clara guardó la nota en su monedero. Mateo seguía sin regresar, y aunque intentaba distraerse con las tareas del hogar y los juegos de Melina, la sensación de inquietud era cada vez más difícil de ignorar.Melina, ajena al estado de ánimo de su madre, continuaba jugando felizmente con sus muñecas en la sala. Clara, por su parte, revisaba una lista de compras cuando el sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos.Mateo entró, luciendo una expresión serena pero con un leve cansancio en el rostro. Llevaba en la mano un vaso de café vacío y el abrigo colgado sobre un brazo.-Ya regresé -dijo con voz neutra, dejando el vaso en la encimera.Clara lo observó detenidamente, buscando alguna señal en su comportamiento que explicara su ausencia prolongada. -¿Cómo te fue? -pregunt&oacu
Clara estaba inquieta mientras terminaba de preparar el desayuno. Melina estaba sentada a la mesa, tarareando una canción infantil y jugando con los cubiertos. La serenidad de la niña contrastaba con el torbellino de pensamientos que Clara intentaba apaciguar."¿Quién era? ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué salió de la habitación para hablar?", pensaba mientras batía los huevos con más fuerza de la necesaria.Unos minutos después, Mateo regresó a la cocina. Su expresión era neutra, pero había algo en sus ojos que no pasó desapercibido para Clara. Parecía... tenso.-¿Todo bien? -preguntó ella con voz suave, intentando sonar despreocupada.-Sí, era una llamada de trabajo. Nada importante -respondió Mateo mientras se sentaba en la mesa y le daba un beso en la cabeza a Melina.Clara asintió, pero algo en su
Clara se quedó un momento frente al edificio, observando la puerta cerrada con una mezcla de incertidumbre y determinación. El sonido de la ciudad parecía desvanecerse mientras sus pensamientos daban vueltas frenéticamente. Melina, ajena a la tensión de su madre, jugaba con su muñeca cerca de la entrada, saltando y riendo mientras observaba a los transeúntes. Clara no podía dejar de pensar en lo que la había impulsado a venir hasta allí, a este lugar que, a pesar de parecer antiguo, estaba lleno de una elegancia inexplicable."¿Qué haré si no hay respuestas aquí? ¿Y si todo esto es un error?", pensaba mientras sus dedos apretaban el borde de la tarjeta en su bolso.El aire frío de la mañana la golpeó, pero no logró despejar su mente. Necesitaba respuestas, necesitaba entender. No iba a regresar sin antes haber descubierto algo. El edificio, u
Clara caminaba sin rumbo fijo, el bullicio de la ciudad apenas penetraba en su mente. La mano de Melina apretaba la suya con una confianza ingenua, sin notar la tensión palpable que envolvía a su madre. El aire frío de la mañana ya no la aliviaba como antes, sino que la golpeaba, recordándole que el peso de los secretos y las revelaciones la había dejado exhausta."¿Qué estaba pasando realmente en ese edificio?", pensaba una y otra vez. La imagen de la foto de Mateo, la carpeta con su nombre escrito a mano... ¿Por qué todo parecía conectar en un solo lugar?Sus pasos eran vacilantes, y por más que intentaba centrarse, su mente se desbordaba con pensamientos entrelazados. Cada sonido, cada paso, parecía amplificado. La sensación de mareo se apoderaba de ella, pero trató de ignorarlo. No podía permitirse caer ahora, no cuando estaba tan cerca de descubrir algo cruc
Mateo llegó a la casa con el corazón acelerado. La llamada de Melina había removido un torbellino de angustia en su interior, y no había podido evitar imaginar lo peor. Las imágenes de Clara desvaneciéndose, esa sensación de impotencia cuando la vio caer, le martillaban la cabeza una y otra vez. Aunque había estado tan enfocado en su propio dolor y confusión, ahora la verdad le golpeaba con toda su fuerza: su familia necesitaba su apoyo más que nunca.Corrió hacia la entrada de la casa. Su respiración era rápida, y sus manos temblaban mientras trataba de mantener la calma.Al abrir la puerta, la visión que encontró lo hizo detenerse en seco por un instante. Clara estaba recostada en el sofá, aún pálida, pero aparentemente tranquila. Melina, sentada en el suelo a su lado, le dirigió una mirada llena de preocupación, pero también
La mañana se desperezaba lentamente a través de la ventana, el sol apenas comenzando a iluminar la habitación donde Clara descansaba. A su lado, Mateo permanecía en el sillón, sin apartarse de su lado, sus ojos aún nublados por la angustia de la noche anterior. El desvanecimiento de Clara había puesto a prueba sus nervios, pero al ver que despertaba con más claridad, un alivio profundo se instaló en su pecho.Clara, aun sintiendo el peso del cansancio, intentó incorporarse lentamente, dándose cuenta de que aún le costaba un poco. Fue entonces cuando vio algo en sus manos: el pequeño papel doblado que había guardado en su bolsillo la noche anterior. Lo había sacado sin darse cuenta, pero al verlo nuevamente, sintió que debía hablar de ello.Con la mirada fija en el papel, Clara extendió su mano hacia Mateo, quien se acercó rápidamente.<
Clara había aprendido a no precipitarse. La última vez que enfrentó a Mateo directamente, él encontró la manera de evadir sus preguntas con medias verdades y gestos cargados de culpa. Esta vez sería diferente. Ella no podía permitirse más incertidumbre, ni por Melina, ni por ella misma.Tras un par de días de silencio incómodo, Clara comenzó a actuar como si todo estuviera volviendo a la normalidad. Aunque por dentro la carcomía, la duda, se obligó a sonreír, a conversar de temas triviales, incluso a cuidar a Mateo con la atención de siempre. Si él notaba algo extraño, no lo mostró.Esa noche, mientras Mateo dormía profundamente, Clara revisó de nuevo su celular. Sabía que él estaba ocultando algo importante, pero necesitaba más tiempo para descifrar qué era. Entre las alarmas de su intuición, record&
Al llegar a casa, Clara encontró a Teresa sentada en el sillón de la sala, con un libro en las manos y las gafas descansando en la punta de su nariz. Melina dormía profundamente en la habitación, su respiración pausada llenando el aire con una calma que contrastaba con el caos en el corazón de Clara. Teresa levantó la mirada al escuchar la puerta y sonrió. -Todo estuvo tranquilo, no se despertó ni una vez -dijo, cerrando el libro con delicadeza-. Es un angelito, igual que todos los niños. Clara asintió, intentando esbozar una sonrisa, pero sus labios temblaron. Dejó su bolso en la silla más cercana y caminó hacia Teresa. Sin pensarlo, la abrazó con fuerza, como si su mundo estuviera a punto de derrumbarse y Teresa fuera la única ancla que la mantenía firme. -Gracias... gracias por cuidar de Melina -susurró, pero sus palabras se quebraron en un sollozo. Teresa, sorprendida al principio, le devolvió el abrazo con suavidad, acariciándole la espalda como si