—Bien… puedo obtener carne de cañón de otro lado, aunque sinceramente esos hombres son a petición de Elizabeth no mía— camina hacia la puerta y salimos al pasillo —ella cree que somos cada vez menos y piensa que haciendo vampiros a lo bestia cambiaremos eso, se me hace un desperdicio de tiempo.
Bajamos la escalera y me lleva por el pasillo contrario que me da a la biblioteca, este pasillo nos lleva a un comedor y después de este llegamos a la cocina, también hay una mesa más pequeña y unas sillas, me sienta con cuidado y busca en todos lados, alacenas, cajones, pero todo está vacío.
—¿No te agrada que el número de vampiros aumente?—, le pregunto rompiendo el silencio.
—No— se agacha y revisa unas puertas en un mueble —no cuando están hechos al aventón— se levanta y ve a todos lados en la cocina, camina hacia una segunda alacena —antes se convertía a la gente porque no deseabas que muriera, porque era parte de tu familia, tu esposa, la chica que te gusta, tu m
Intento correr por un lado, pero su brazo me sostiene de la cintura, cargo todo mi peso sobre él y caemos al piso, él encima de mí, pongo mis manos sobre sus hombros intentando poner distancia, pero resulta inútil, toma mi rostro con una mano, haciendo presión sobre mis mejillas intentando abrir mi boca, se acerca lentamente y empieza a cerrar sus ojos como si de un beso se tratara. Siento su mano libre sobre mi cintura, su pulgar está acariciándola haciendo círculos apenas perceptibles. Sus labios presionan los míos, con dulzura, empiezan a moverse suavemente y la sangre entra en mi boca, fría y de sabor ferroso, salado. Al principio es desagradable, pero poco a poco le encuentro el gusto, cierro los ojos y me fundó en su boca, muevo mis labios y bebo la sangre incluso con necesidad, levanto mis manos hacia su rostro en cuanto siento sus intenciones de alejarse de mí, lo sujeto con fuerza, levantándome junto con él sin intenciones de dejar de besarlo, de saborear la s
—Lejos, no me voy a incriminar por tú culpa, además debes de saber que por lo general hay guardias, los vampiros se van turnando para cuidar de la casa, supongo que pondré mi granito de arena para que no digas que no te ayudo e iré a distraer al guardia en turno— me sonríe pícaramente cuando me deshago de la toalla y quedo en ropa interior. —Bien, gracias— me pongo el vestido, me queda como una segunda piel, se ciñe a mi cuerpo perfectamente, me coloco las botas y me acerco al tocador buscando un cepillo. Me acerco a Armand y me inclino a su lado para alcanzar uno de los cepillos que están detrás de él, no se inmuta, no intenta hacerse a un lado, disfruta siendo un obstáculo, ve mi collar fijamente y después regresa su mirada a mis ojos. Ignoro por completo ese gesto y empiezo a cepillar mi cabello. —Qué lindo collar, ¿te lo dio tú perro?—, me pregunta con su sonrisa odiosa. —Me lo dio Dieter, ¿te gusta?—, le sonrío y me siento en la cama, terminando
—A ti te sobra el dinero, a ellos les falta… es sencillo, ¿no crees? —Tal vez, pero las cosas cambiarán muy pronto— se cruza de brazos Elizabeth y su amenaza me provoca un escalofrío, de pronto se percata de mi presencia y su rostro cambia, la rabia se disipa y su actitud jovial y agradable se apodera de sus facciones. —Hola querida, ¿cómo estás?—, me dice con una dulzura poco creíble. —Bien… con un poco de hambre, pero muy bien— le sonrío —gracias por dejarme quedar en su hermosa casa. —Mi niña, nuestra casa es tu casa— me sonríe y pone su mano en mi hombro —Armand, ¿vas a llevar a esta criatura a comer?—, voltea a ver a su primo de reojo sin dejar de agarrarme del hombro. —Claro… de hecho en eso estábamos— se acerca a mí levantando una ceja y con media sonrisa en el rostro —¿a dónde quieres que te lleve? —Si quiere podemos comer algo aquí, para que no gastes— Elizabeth se empieza a carcajear. —Cariño, aquí no hay nada, todos trabajam
De nueva cuenta lo vuelve a colocar en mi cuello, deslizándose ambas piezas por mi pecho hasta quedar justo a la altura del nacimiento de mis senos. Acomodo mi cabello mientras él regresa a su asiento, yo volteo hacia el par de dijes y los tomo con mis dedos, el rubí es precioso y su color tan rojo me recuerda a los ojos de Armand, es curioso ver su rubí de él junto a la luna de Dieter. —Funciona de la misma forma que la lunita de tu perro— lo volteo a ver levantando una ceja mientras me sonríe divertido —piensa en mí y estaré ahí, para ti— sus ojos adquieren seriedad y su sonrisa un tinte triste. —Gracias— lo veo fijamente, algo de su tristeza llega hasta mi corazón. —De nada— lo dice mientras guarda el medallón de Clarice de nuevo entre su ropa. —Lo digo por todo, en general… gracias— extiendo mi mano por la mesa hasta tocar la suya y le doy un apretón amistoso. —Supongo que buscamos lo mismo— acaricia mi mano —conseguir una época de paz ent
—Pues tendrá que controlar a su prima a como dé lugar— tomo su mano entre las mías. —¿Y qué hay de Lucy?—, sus ojos verdes de clavan en los míos y antes de poder responder, Armand lo hace. —Si quieren matarla, háganlo, me da igual— lo dice Armand despreocupado —todos esos hombres y mujeres que lleva, bueno tú y yo sabemos Dieter que es un arma de doble filo, al ser tantos y tan fuertes pueden volverse contra nosotros, así que si eso se detiene mejor. —Todo suena muy fácil— voltea a verme Dieter —¿dónde está la trampa?—, recuerdo el pacto entre Armand y yo, suelto su mano y esquivo su mirada. —No es trampa, solo es precaución y una manera de que Brooke termine lo que empezó— dice Armand con tranquilidad. —¿De qué habla Armand?—, me pregunta Dieter y mis ojos se posan de nuevo en él con pesar. —Ella y yo compartiremos sangre cada noche hasta que todo esté resuelto— dice Armand tomando un trago de su copa. —¡¿Qué?!, Brooke… ¿sabes
—Te amo… y no es mentira… te amo con cada fibra de mi ser y me siento tan mal por haberte lastimado de esta forma… yo…— de nuevo las lágrimas se agolpan en mis ojos, peleando entre ellas por caer de mis mejillas. De pronto Dieter me toma entre sus brazos y levanta mi rostro, su mirada destila ternura y arrepentimiento, aún está cargada de dolor, aun así se inclina hasta que sus labios se posan en los míos, temblorosos y salados por las lágrimas que han llegado hasta ellos. Sin pensarlo dos veces me estiro hasta abrazarme de su cuello, acercándolo más a mí, fundiéndonos en ese beso que comienza a purificar mi alma y hacer a un lado mis penas. —Muy bien Dieter… bien hecho— dice Armand desde la mesa donde nos estuvo viendo —recuerda… solo estoy esperando a que cometas el primer error— amenaza gustoso mientras sigue bebiendo de su copa. —Juro que te mataré, Armand… esto no se quedará así… cuando todo esto termine, cuando sea libre y tu prima esté hecha polvo… seg
Salimos de la casa y nos separamos, los chicos se van de regreso a la corte con el fin de avisar a los demás y empezar a cazar a Lucy, mientras Dieter nos lleva en el carro hasta una iglesia en específico en la ciudad, Tila le dice el camino y llegamos en un par de minutos. Es un edificio enorme, algo descuidado, tampoco parece que tenga mucha gente devota para rezar. Caminamos por la calle pegada al edificio llegando a una puerta de metal roja a las espaldas del mismo. Veo a Tila, estoyaún escéptica de que este sea el lugar, después recuerdo donde ella vive y no se me hace tan alocado. Mi abuela toca tres veces y en eso la puerta se abre. Un chico si acaso de 15 años es quien se asoma, es rubio y sus ojos son enormes y azules, tiene la piel de porcelana y viste un atuendo blanco, nos ve a los tres con seriedad y regresa la mirada hacia Tila. —Querido, quiero hablar con el padre Thomas, es un caso de vida o muerte… ¿puedes decirle que lo busca Tila?—, en cuando
Siento como otro intenta tomarme por la espalda, veo su sombra reflejada sobre la pared y un escalofrío me advierte, me desaparezco en el aire y él se va con la inercia de su acto hacia delante donde estaba su compañera, aparezco detrás de él y lo atravieso con la misma daga. Mientras mi abuela pelea a unos metros de mí, otro se acerca corriendo y entonces tomo la navaja y la aviento directo a su pecho con tal fuerza que sale disparado hacia atrás, chocando contra la pared, veo mi mano con la que arrojé la navaja y tiene una luz morada, una estela violeta que se queda impregnada también en la navaja, extiendo mi mano hacia ella y está se desencaja del pecho del neófito y regresa a mí de inmediato. Los vampiros iniciales caen hechos polvo ante nuestra habilidad con las armas, pero vemos como salen más de la esquinas, cuando levanto la mirada hay más en los techos, son demasiados, no puedo ni contarlos. —¿De dónde están saliendo tantos?—, pregunta Tila al