—El anillo estaba destinado para que no usaras tus poderes si no era en beneficio de Armand…— me sonríe al mismo tiempo que lo arroja al piso, escucho como el metal choca y tintinea al caer —…todo amuleto tiene su truco, ninguno es infalible y menos para contener la misma magia— me guiña un ojo y vuelve a caminar, llevándome de la mano hacia la profundidad de las celdas.
—Ya no tienen control sobre mí— le digo y aunque podría ser algo positivo, no le veo sentido.
—Jajajajajajaja ¿eso crees?, yo digo que ahora tenemos más poder sobre ti— voltea y me guiña un ojo —dime, ¿te quieres ir?, ¿en verdad quieres abandonar el castillo?, apuesto a que no… porque ahora lo que te detiene aquí no es un anillo, ni un encantamiento… ahora es un hombre, mi primo… no quieres dejarlo, no quieres alejarte de él… ¿qué mejor hechizo para dominar un alma que el amor?, ¿no crees?, es infalible…— escucho a lo lejos gruñidos y gritos, el correr de cadenas y látigos chasqueando en el aire —…ad
Su cuerpo se acomoda a mi lado, cuidando no asustar mi sueño, acaricia mi rostro con delicadeza, siento las yemas de sus dedos delineando mis ojos por encima de mis parpados, mis cejas, mi nariz desde el nacimiento hasta la punta y mis labios por su contorno, no puedo evitar sonreír antes de liberar mi último suspiro antes de caer por completo en la inconsciencia. Abro los ojos y la sonrisa sigue en mis labios, pero ya no estoy en la misma habitación, tampoco estoy acompañada por Armand, a quien veo es a Dieter y hay dos imágenes que se enciman, la del hombre frente a mí, con mirada tierna y una sonrisa encantadora y la de ese Dieter joven, brioso, agresivo y con sed de venganza. Mi sonrisa desaparece por completo y me siento en el sillón, mi cabeza da vueltas, me siento mareada y no puedo evitar sentir algo de resentimiento hacia Dieter, me siento incómoda en su presencia, es como si todo el sentir de Clarice se quedara conmigo después de que tengo un
Volteo a ver Damián, sus ojos me ven con odio, rencor, claramente no le agrada la orden que Elizabeth le da, pero no es que tenga poder para decidir. Él solo asiente con la cabeza mientras Catalina clava su mirada en el piso, triste, abstraída de lo que hablamos, como si quisiera desconectarse de todo. —Así será, mi señora— responde Damián, las palabras salen algo atragantadas, pero las pronuncia tal y como esperaba Elizabeth. —Perfecto… no lleves a ninguno de tus hijos, ¿entendido?, solo tú la tendrás que cuidar, solo confío en ti— dice la condesa examinando cada rincón de la casa con interés —¿dónde está tu hijo mayor?, ¿dónde está Dieter? —Salió de cacería, mi señora, regresará en un par de días— responde Damián bajando la cabeza. —Bien… en cuanto llegue quiero verlo, me interesa mucho… no quiero que próximamente tome tu lugar, eso no sería para nada agradable— le guiña un ojo Elizabeth y da media vuelta. No entiendo, si esto iba a ser tan
—Lo siento… no sé qué decirte… en verdad— veo sus ojos muy oscuros y ojerosos, de que dependa su coloración, pero sospecho que va relacionada al hambre que puede sentir, veo mi plato y los cubiertos. —No tienes nada que decirme si no quieres… sólo era duda, no te preocupes no es como que quiera inmiscuirme en tu vida privada… lo siento— tomo el plato y se me resbala al piso, esperando que parezca un accidente, se rompe en mil pedazos y brinco hacia atrás —¡perdón!,lo siento soy muy torpe— me hinco y empiezo a levantar los trozos con cuidado, tengo un plan, quiero creer que será muy atinado, pero creo que también puede ser peligroso, si tiene mucha hambre intentará atacarme… vamos a ver qué pasa —¡auch! Agarro un trozo de plato y me hago una cortada profunda en mi dedo índice, lo suficientemente larga para que la sangre sea tentadora, él de inmediato toma mi mano con preocupación y la revisa, ve mi dedo herido y algo en sus ojos cambia, de ser casi negros se emp
Llego a la cocina donde Aurora está revoloteando en cada alacena, sacando ingredientes y especias, sazonando algo que hierve en un caldero en el fogón, parece más bruja ella que yo. Cuando se percata de mi presencia me sonríe cariñosamente y me invita a pasar, me ofrece uno de los bancos para que la acompañe. —Mi señora, debe de estar emocionada— su mirada se clava en el guiso que prepara. —¿Lo dices por el viaje de expedición de los Bathory? —No es cualquier viaje de expedición… —Lo sé… espero que todo salga bien— intento aguantar una sonrisa, guardarme esa esperanza en el corazón, con miedo de que al expresarla en voz alta se pueda sabotear. —Saldrá bien, encontrarán un nuevo territorio que conquistar, el lobo que domina esa región, el alfa, está ausente… no les será difícil dominar a la manada… incluso ponerle una trampa… Armand será el dueño de ellos y después del territorio, por fin se irán lejos de este infierno… —¿Vendrás con no
Me quedo congelada mientras un par de manos me toman por los hombros y me alejan de ella, nuestras miradas se quedan engarzadas con forme me acercan a la enorme fogata que han preparado. Dieter me amarra al madero con fuerza, lastima mis muñecas con la soga y entiendo lo que ocurrirá. —¡Démonos prisa!, ¡los vampiros ya están aquí!—, escucho que alguien grita, pero no identifico quién. Dicen que morir quemado es de las peores muertes, demasiado dolorosa, hasta que el fuego acaba con tus nervios y dejas de sentir. Que esto se acabe ya. Dieter se acerca con una antorcha, me ve por un momento a los ojos y por fin veo algo de tristeza en ellos. —Eras como una tía para mí, eras la hermana de mi madre… ¿por qué te uniste al enemigo?, ¿por qué nos destruiste?—, su voz sale cargada de dolor y me rompe el corazón. Me rehúso a hablar, no tiene sentido, este solo es un recuerdo más, uno que sentiré en carne viva. Veo la llama bailando en la antorcha, esta s
De pronto su boca sigue el borde de mi mandíbula hasta mi cuello y sus manos se posan en mis muslos, acaricia mi piel lentamente y desliza su mano por debajo de mi falda. Me abrazo a él y expongo mi cuello, dejando que mis piernas flaqueen, que sus dedos exploren mi piel hasta llegar a esa zona donde se concentra mi calor y humedad. —Te deseo— me dice al oído mientras me toma del cabello y me mantiene firme, evitando que aleje mi cuello de su boca. De pronto me toma de la cadera con ambas manos y me pone sobre el escritorio, levanta mi falda lo suficiente para que mis muslos se abran para él, pegando su cadera a la mía. Sus manos buscan mis bragas, van a tientas por mi piel, mientras que sus labios no me dan cuartel, su boca se apodera de la mía, mordiendo y saboreando mis labios. Escucho como la tela se desgarra lentamente, me arranca las bragas con facilidad, como si estuvieran echas de papel, me toma por los muslos y me jala para pegarme más a su cuerpo. S
—Estos días en la casa de Armand, esa tal Aurora se ha comportado de forma extraña, sé que revisa mi habitación, ha dejado hojas secas en la almohada y colchón y puedo jurar que le pone algo a la comida— no puedo evitar verla con angustia, en verdad tengo miedo de que me esté envenenando de alguna forma. Tila se acerca a mí y con brusquedad toma mi cara en sus manos, abre mis parpados con sus dedos y me examina, frunce el ceño, revisa mi boca, mi cuello, las palmas de mis manos. Se vuelve a alejar de mí, se mantiene a unos pasos de distancia dándome la espalda como si estuviera pensando en algo que aún no concreta. —¿Te has sentido extraña?—, en cuanto hace la pregunta no puedo evitar voltear hacia Dieter, como si él fuera mi única protección y mi único motivo para no querer decir la verdad. —Un poco— me muerdo los labios, no quiero decir más. —Señorita Salem… ¿añora estar con la sanguijuela de Armand?—, la pregunta de Tila me toma por sorpresa,
Mi cabeza solo se concentra en Armand y en que tengo que conseguir la información sutilmente. El turno acaba y Dieter no sale de la oficina, veo llegar a Armand, elegante, frío, altivo, tiene una presencia delicada, pero fuerte, es como ver pasar a la muerte entre los simples mortales. Mientras se acerca me retiro los guantes y los guardo en el escritorio, se planta frente a mí y extiende su mano, claro, enguantada… la tomo con una sonrisa y me levanto del escritorio. —¿Cómo estás?—, me pregunta amablemente mientras toma mis cosas. —Bien. —Disculpa que no pasara por ti temprano, tenía unas cosas que arreglar con Elizabeth sobre un nuevo negocio— me sonríe y me ofrece su brazo para iniciar el camino a casa. —Vaya… ¿qué negocio?—, le pregunto con curiosidad. —Seguridad privada igual que este— pienso en Lucy, de seguro está hablando de ella y los war dogs, claro… “seguridad privada”. Caminamos hacia el elevador y no quiero caer en d