—Mi nuevo vecino es un chico muy apuesto —continuó relatando Claire con emoción—. Cuando fui a cerrar el contrato de compra-venta de mi casa, me perdí, así que me acerqué con un amable señor que estaba trabajando en su taller, para preguntarle si conocía el predio que buscaba, y casualmente estaba al lado de ese lugar. En fin —suspiró para tomar aliento y continuar contando—, ahí me llamó la atención un muchacho que estaba con él, quien resultó ser su hijo. El dueño del negocio nos presentó y, aunque fue un momento rápido, me alegró mucho saber que éramos vecinos. Ambos son muy amables. Al escuchar esto, Maddie sintió tanta curiosidad por saber cómo era el hombre que le gustaba a su amiga, que demandó con insistencia. —¡Ay, amiga! No puedo creer lo que me dices, ¡cuéntame más! ¿Cómo es ese chico? ¡No omitas ningún detalle! Claire estaba sorprendida con la emoción de su amiga, que se sintió avergonzada de contarle sobre Leo. —Mmmm… Bueno, no sé qué más decirte —dijo un poco nerviosa
La proposición de Jacob impresionó a Jonathan, que por un momento pensó en aceptar inmediatamente, ya que en realidad no tenía a dónde ir. Sin embargo, inmediatamente se sintió un poco incómodo, puesto que apenas estaba conociendo a los Brown y no quería abusar de su amabilidad. Con esto en mente, intentó rechazarlos apropiadamente, para no ofender a sus benefactores. —¡Oh! Muchas gracias por su amabilidad, señor Brown —comenzó a decir con cordialidad—, pero no me gustaría molestarlos… —¡No es ninguna molestia! —interrumpió Jacob con vehemencia—. Realmente no me sentiría tranquilo dejándote ir así, por eso insisto en que aceptes nuestra ayuda, para que no vuelvas a dormir en la calle. —De todos modos —intentó replicar el hombre rubio—, no me gusta incomodar o ... —Jonathan —intervino esta vez Leo—, por lo menos acepta quedarte esta noche con nosotros, ya es muy tarde y afuera hace mucho frío. Además, supongo que debes estar muy cansado y quizá quieras tomar un baño, ¿no? —Mi hijo
Antes de desahogar su atribulado corazón, Leo suspiró pesadamente para intentar acomodar las ideas que revoloteaban en su cabeza. —Creo que perdí mi oportunidad con esa chica —comenzó a hablar en un tono deprimido—. Anoche, si recuerdas que estábamos charlando de mi cita fallida, cuando ella me llamó por teléfono. —Ajá, ¿qué pasó? —intervino Mike, ansioso por enterarse del “chisme”. —Bueno, pues, coqueteamos por largo rato en el teléfono y todo iba bien, hasta que ella me llamó “extraterrestre” y eso me contrarió tanto, que corté la llamada rápidamente y me encerré en mis pensamientos. Sé que fue muy estúpido reaccionar de esa manera, pero no sé, me angustió mucho que dijera eso de mí. Posteriormente, en la mañana, seguía tan deprimido, que no tenía ganas de hablar con nadie, pero entonces ella me marcó de nuevo y sentí tanta vergüenza, que no le contesté. Como volvió a insistir, entré en pánico y sin querer rompí mi teléfono móvil —hizo una pausa y finalizó con un profundo suspiro
Mientras conducía a casa de Maddie, Leo actuaba en modo automático, teniendo solo en mente un objetivo: pedir perdón por su estupidez. Incluso desde la mañana, él se había programado para cumplir paso a paso el plan de su amigo Mike, así que comenzó a palomear cada una de las tareas escritas en su “check list” que lo llevarían a cumplir con su misión de recuperar a la mujer que deseaba. Fue así que, luego de prestar el vehículo de su padre, se dirigió primero a una florería para comprar un ramo de rosas amarillas, que según el proyecto diseñado por el experto en chicas 2D, serían el complemento ideal para su disculpa. Tras completar esta misión, el ingenuo pelirrojo se puso en marcha hacia su siguiente prueba: encontrarse con la hermosa chica a quien dejó plantada el día anterior y conseguir su perdón. A pesar de que hizo un enorme esfuerzo por mantener el autocontrol, se sentía tan nervioso por lo que pasaría al momento de encontrarse cara a cara con su destino, que comenzó a repa
Al momento de tomar las flores y devolver su mirada hacia el tímido chico, Maddie se sonrojó al ver que este parecía un cachorro arrepentido que había sido abandonado en la puerta de su casa. Aunque por un momento dudó en aprovecharse de él, en el fondo deseaba usar esa maravillosa oportunidad de atraparlo en su red, así que no lo pensó más, recuperó su actitud atrevida. —Mmmmm, ¿en serio quieres que te dé un castigo? —preguntó de nuevo, mirándolo coquetamente y mordiendo su labio inferior. Este ataque apenas alteró al ingenuo chico, que en ese momento estaba enfocado en conseguir que Maddie lo perdone por haber actuado como un tonto el día anterior. —Si con eso me perdonas, lo aceptaré —respondió Leo rápidamente—. No importa lo que me pidas, estaré dispuesto a hacerlo. Al ver que ese muchacho ingenuo no vacilaba en aceptar el “castigo” que le impusieran, Maddie se sintió culpable y pensó en hacerlo desistir con una petición demasiado difícil de aceptar para alguien tan tímido como
Cuando terminó de limpiar, Leo sintió hambre y, por la hora, pensó que Maddie podía tener apetito, así que se atrevió a cocinar lo único que sabía hacer para ofrecerle. Como estaba tan concentrado preparando el arroz con verduras que le había enseñado su padre, no se percató que su “ama” se encontraba parada en la puerta de la cocina desde hacía rato. Por su parte, Maddie estaba tan anonadada por el aura destellante que desprendía ese chico de aspecto frágil y cabellos rebeldes, que no podía apartar la vista de sus movimientos diligentes alrededor de la cocina. Era tal su impresión, que en su mente comenzó a imaginarse con él, mientras le colocaba crema para batir en el pecho como parte del juego previo y terminar cogiendo en la mesa del comedor. Impulsada por el deseo, caminó hacia el incauto muchacho, para abrazarlo por detrás. Esto tomó por sorpresa a Leo, que al momento de sentir los pechos de Maddie apretándose en su espalda, una descarga eléctrica recorrió por todo su cuerpo y
—¿Verdad o reto? —¡Verdad! Era el otoño de 2005, al interior de un salón de una escuela secundaria, un grupo de adolescentes reunidas alrededor de una botella, que en cada turno era girada como parte de las reglas del famoso juego popular “Verdad o Reto”. Cada vez que el envase de soda era puesto en movimiento, todas contenían el aliento, esperando con nerviosismo quién sería la “víctima” que tendría que elegir su destino entre ambas opciones. Mientras el frasco daba vueltas peligrosas, las jóvenes gritaban extasiadas ante la posibilidad de convertirse en el blanco de este “inocente” juego, que se convertía en la condena para quien tenga que cumplir con el reto más vergonzoso o revelar un secreto muy íntimo. Fue así que por más de media hora, las risas de las risueñas señoritas hicieron eco en el vacío salón, debido a que en ese momento no tenían nada mejor qué hacer mientras esperaban a la siguiente clase. En la penúltima ronda, la botella sentenció a Jena, la chica más popular d
A pesar de que había pasado tanto tiempo, el beso de Maddie activó un recuerdo doloroso en Leo, que reabrió viejas heridas que seguían latentes en su corazón. En el momento en que sintió el rostro de ella tan cerca de él, su mente le hizo ver a Jena, la chica que causó su tormento durante la escuela secundaria. Con esta terrible visión, el angustiado chico se apartó bruscamente. El repentino movimiento tomó por sorpresa a la risueña chica, que cuando dirigió su mirada de desconcierto, notó que el tímido pelirrojo tenía una expresión llena de pánico y tristeza, lo cual la contrarió más e inmediatamente preguntó: —¿Qué sucede? ¿Te molestó lo que hice? En ese momento, Leo seguía perdido en sus delirios, que respondió como si fuera Jena la que tenía en frente. —¿Por qué lo hiciste? —¿No te gustó? —volvió a preguntar Maddie, frunciendo el ceño con extrañeza. —¿Por qué juegas conmigo, Jena? ¿Qué te hice para que me lastimes de esta forma? —comenzó a llorar incontrolablemente—. Estoy e