En el momento en que escuchó la palabra aborto, Jacob se levantó de golpe para agarrar del cuello a su hijo y exigirle que repitiera lo que acababa de decir. —¿Que le pediste qué? —gritó furioso. El chico pelirrojo se estremeció ante el arrebato de su padre, que instintivamente cerró los ojos esperando recibir una bofetada, sin embargo, esto no sucedió y murmuró asustado. —Papá… Jacob tenía la mano alzada, pero se contuvo ante la expresión de pánico de su vástago, que apenas pudo decir con la voz entrecortada. —¿Qué fue lo que dijiste? Leo se sintió culpable ante la mirada decepcionada de su padre, que admitió: —Lo siento, yo… yo fui un cobarde y le dije que lo abortara. No quería que ella se sacrificara de esa forma... —¡No puedo creer lo que estoy escuchando! ¿Te atreviste a pedirle a una mujer que le quite la vida a su propio hijo? —reprendió el furioso hombre. —Pero es un feto… —justificó el pelirrojo. —Sí, ¡pero tú no puedes obligarla a hacerlo! —exclamó Jacob, sintiéndo
De camino al hospital, ambos hombres se mantuvieron callados. A pesar de que estaba nervioso, Jacob se mantenía ecuánime para conducir hasta la clínica donde se encontraba Claire. «¿Acaso estoy pagando un karma? Me parece increíble que mi hijo esté pasando por eventos similares a los que me ocurrieron en la juventud, aunque me preocupa demasiado lo que está pasando por su perturbada cabeza. Nunca antes lo había visto así», reflexionó. En tanto, Leo mantenía su vista fija en la nada, mientras en su mente se repetía mil veces la imagen de Claire cubriendo con desesperación su vientre. «¡Es mi culpa! ¡Cómo no me di cuenta antes! Ella comenzó a sentirse mal cuando empecé a increparla con mis estupideces. ¡Arg! Soy un estúpido por reclamarle esas cosas, definitivamente merezco ser castigado por lo que hice», pensó. Como estaba tan ensimismado recordando cada palabra que había escupido en contra de Claire, el chico pelirrojo no se dio cuenta de que habían llegado al hospital hasta que
Sintiéndose abrumado con todo lo que había pasado con Claire, Leo salió de la clínica sin dirigirse a nadie. Cuando se dio cuenta de que había llegado al jardín, suspiró pesadamente y después tomó asiento cerca de la fuente para tomar un poco de aire. «¿Por qué me pasan estas cosas a mí? Aunque intente alejarme de la desgracia, esta siempre me alcanza. ¿Acaso jamás podré librarme de los problemas? ¿Ahora qué haré?», meditó afligido. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de su teléfono móvil. Al ver que Luis era quien le llamaba, el chico pelirrojo resopló para desahogar su frustración y contestar con el tono más neutro posible. —¿Qué pasó? —Leonard, ¿dónde estás? Estoy en el departamento de tus amigos, pero nadie contesta. ¿A dónde te fuiste? —Lo siento, surgió un inconveniente y tuve que venir con mi papá al hospital —respondió Leo vagamente. —¿Cómo? ¿Estás bien? ¿En qué hospital estás? —preguntó el manager desesperado. —¡Ah! Sí, yo estoy bien, vine con mi papá
Tras comprobar que su mánager no estaba rondando cerca, Leo regresó sus pasos y comenzó a caminar por la acera para distraerse. Mientras avanzaba, a su mente venían recuerdos de los momentos que había pasado con Maddie y Claire, las discusiones con su padre, así como los incidentes ocasionados por su torpeza e inmadurez. En el momento en que pasó frente a una parada de autobuses, vio que la estructura tenía colocada un anuncio publicitario ilustrado con su rostro. A primera vista, la imagen proyectaba un aura radiante, completamente distinta a la realidad, que lo hizo sentirse asqueado de tener que fingir ser alguien que no es. «¡Ah! Esa persona parece tan segura de sí misma. ¡Lo detesto! ¡No soy yo, es solo un espejismo! ¡Lo odio tanto, que deseo destruirlo para no seguirlo viendo!», pensó al tiempo que apretaba el puño de impotencia. De pronto, una mujer que se encontraba esperando el autobús se percató que el modelo del anuncio era Leo e inmediatamente dijo en voz alta. —¡Oh! ¡U
Con la poca ecuanimidad que le quedaba, Leo escribió rápidamente a su padre dónde se encontraban y luego le envió la dirección dónde estaban cenando. Mientras hacía esto, Helena volvió a hablar. —¿Te vas a comer eso? —preguntó señalando la hamburguesa que estaba frente a Leo, la cual no había sido tocada por él. —No, cómela tú —ofreció gentilmente. —Gracias —sonrió la mujer, tomando inmediatamente el plato. —Espero que lo disfrutes —comentó el chico pelirrojo, tratando de ser lo más amable posible con la mujer que tenía enfrente. Helena notó que el muchacho actuaba bastante nervioso, así que decidió encauzar la conversación hacia el tema que competía a ambos. —Parece que tienes muchas preguntas, pero no te atreves, ¿verdad? —observó Helena, mientras se chupaba los dedos que estaban manchados de salsa catsup. Este señalamiento dejó en blanco a Leo, ya que no estaba seguro qué preguntarle a esa mujer quien afirmaba ser su progenitora. «¡Cielos! Sé que dije que le pagaría la com
Jacob casi se fue de espaldas al reconocer que la mujer de la fotografía era Helena, su primer amor. Pero mayor era su asombro al enterarse de que su hijo estaba con ella, por lo que inmediatamente le pidió que le dijera dónde estaban. Cuando recibió el mensaje con la dirección, se levantó de la mesa y corrió hacia su camioneta para encontrarse con ellos. «¿Cómo es que Helena encontró a Leonard? ¿Acaso ella lo buscó luego de saber que él se volvió famoso? Aunque lo dudo, ha pasado tanto tiempo que jamás se interesó en buscar a su hijo. ¡Ah! No estoy seguro sobre qué hacer cuando la vea, tengo tantas preguntas que hacerle», pensó el nervioso hombre mientras conducía desesperado. Cuando finalmente llegó, se bajó rápidamente para buscarlos entre los comensales. Al encontrarlos, se dirigió a la mesa donde su hijo y esa mujer, sin tener idea de cómo abordarlos. Mientras se acercaba, notó que ellos estaban hablando de algo serio, por lo que supuso que Helena le estaba contando sobre lo ocu
El encuentro con su madre biológica significó para Leo un alivio a su atribulado corazón, que luego de despedirse de sus padres, pudo regresar a su departamento con un peso menos encima. Mientras caminaba, empezó a pensar en una forma de cómo hacer las paces con Claire y, quizá, adaptarse a su nueva realidad como padre. Aunque no estaba entre sus planes formar una familia, realmente quería mantener una relación cordial con la mujer que daría a luz a su hijo. «Quizá las cosas hubieran sido diferentes si nos hubiéramos conocido antes», pensó con amargura, mientras miraba a una pareja joven disfrutando de jugar con sus hijos en el parque. Cuando finalmente llegó a su departamento, sintió tanto cansancio, que decidió darse una ducha rápida e irse a la cama pronto. Al día siguiente, notó que había dormido tan bien, que se levantó con ánimos para ir a trabajar. Tal como Luis le había indicado, a las 10 de la mañana llegó por él. Incluso este notó su buen humor e inmediatamente lo señaló
Curiosamente, al tiempo en que la empleada que atendía a Leo abrió la cortina, el cubículo donde estaba Claire también fue despejado, revelando a la futura novia portando un hermoso vestido de brillantes corte sirena, que acentuaba su silueta bien definida. El atuendo fue completado por un velo largo tipo catedral, que era adornado con una delicada tiara, lo que la hacía lucir como una princesa de cuento de hadas. En ese momento, Leo y Claire cruzaron miradas, visiblemente consternados al verse vestidos con esos trajes, en especial el chico pelirrojo, quien quedó boquiabierto por cómo lucía ella con el traje de bodas puesto. —Dios, es bellísima —dijo embelesado. En ese momento, una empleada que presenció el momento, confundió a Leo como el prometido de la novia y preguntó entusiasmada. —¿Qué le parece el vestido de su futura esposa? ¿Verdad que luce muy bonito? —Definitivamente, es preciosa —respondió sin pensar. Claire se sonrojó ante el atrevido comentario y su corazón comenzó