Las ruinas de Uruk parecían un campo de batalla salido de una epopeya olvidada. El cielo estaba cubierto por nubes grises que giraban en espirales caóticas, reflejando la tensión que reinaba en la tierra. Cada trueno que resonaba en la distancia parecía sincronizarse con los gritos y el choque de armas que llenaban el aire. El olor a polvo y ozono impregnaba el ambiente, haciendo que cada respiración fuera un recordatorio de la lucha que se libraba.Tarsus, bañado en sangre y polvo, se alzaba como una sombra imponente frente a Poseidón y Apolo. A pesar de las heridas visibles en su cuerpo, una furia inhumana parecía mantenerlo en pie. Sus ojos, enrojecidos por la ira y algo más oscuro, fulminaban a los dioses con un desprecio palpable.—¡Ríndanse, dioses! Éste es el comienzo del fin para su linaje decadente —rugía Tarsus, su voz resonando como un trueno en las ruinas. Su aliento pesado formaba una nube de vapor en el aire frío.Poseidón, jadeando, alzó su tridente. La energía divina b
El eco del arma de Tarsus golpeando el suelo resonó en las ruinas de Uruk, como un símbolo de algo más profundo que se estaba quebrando. El guerrero, que hasta ahora había sido una fuerza imparable de furia y destrucción, se encontraba de rodillas, con las manos vacías y la mirada perdida. El sudor mezclado con sangre descendía por su frente, marcando un rostro que reflejaba cansancio y conflicto interno. Nerya, de pie frente a él, sintió un peso levantarse de su pecho, como si por fin una luz hubiera atravesado la oscuridad.Poseidón y Apolo, aunque todavía en guardia, bajaron lentamente sus armas. El dios del mar miró a Nerya con una mezcla de asombro y respeto. La tensión en sus hombros se relajó ligeramente, aunque su tridente seguía emanando un brillo tenue.—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Apolo, su voz cargada de incredulidad. Su arco seguía apuntando al suelo, pero sus dedos no se alejaban de la cuerda, listos para actuar si la situación lo demandaba.Nerya no respondió de inmedia
El rugido del abismo se intensificó, resonando como un coro de tormentas y lamentos que amenazaba con desgarrar el mundo. Las criaturas de sombras, temerosas pero atraídas por la energía de la gema, avanzaron lentamente, su presencia sumiendo el campo de batalla en un frío insoportable. Las ruinas de Uruk, que alguna vez representaron la gloria de una civilización antigua, parecían ahora un escenario del juicio final.Tarsus dio un paso más, colocándose entre Kael y el abismo. Sus hombros estaban tensos, pero su voz, cuando habló, era sorprendentemente suave. Cada palabra llevaba el peso de alguien que había enfrentado sus propios demonios y decidido luchar por algo más grande que su dolor.—Lucho porque no quiero un mundo construido sobre el odio, Kael. Lucho porque aún creo que hay algo más allá de la furia que nos consume. —Su voz, aunque firme, estaba cargada de una emoción que resonó en el campo de batalla.Kael apretó la gema con más fuerza, pero sus manos comenzaron a temblar.
El silencio que siguió al cierre de la grieta era casi sobrenatural, como si incluso el tiempo hubiera dejado de fluir. Las ruinas de Uruk, ennegrecidas y destrozadas, parecían respirar bajo el peso de una energía residual que se aferraba al lugar como un espectro invisible. Cada piedra fracturada, cada columna derribada, contaba una historia de gloria antigua y caos reciente. El aire estaba cargado de un calor extraño, no del fuego, sino de algo más profundo, como si la tierra misma intentara asimilar lo que había sucedido.Kael permanecía inmóvil, con las rodillas hundidas en el suelo polvoriento. Su figura, que alguna vez irradiaba una fuerza imponente y un propósito inquebrantable, ahora parecía quebrada, un hombre atrapado entre lo que había sido y lo que temía convertirse. Frente a él, los fragmentos de la gema seguían pulsando con un brillo intermitente, un ritmo irregular que resonaba como un latido moribundo. Cada destello proyectaba sombras irregulares que danzaban sobre el
El rayo oscuro que se alzó desde los fragmentos de la gema dejó una impresión indeleble en el cielo. Aunque su fulgor había desaparecido, una sensación de vacío permanecía, como si el aire hubiera sido desgarrado y no pudiera recuperarse por completo. Las ruinas de Uruk parecían aún más sombrías bajo el tenue resplandor de las estrellas, y un silencio pesado se cernía sobre el grupo, como si el mismo universo aguardara lo que vendría.Poseidón avanzó hacia los fragmentos, cada paso acompañado por el eco de sus sandalias contra las piedras. Su figura, alta y poderosa, proyectaba una sombra larga bajo la luz menguante. La intensidad en su mirada era inconfundible; incluso en el silencio, su presencia irradiaba un dominio incuestionable. Se detuvo junto a los fragmentos, inclinándose ligeramente para observarlos con más detalle.—Esto no es solo energía residual, —dijo finalmente, su voz como un trueno contenido.Apolo, que permanecía de pie con su arco aún preparado, avanzó hacia él con
El eco de los pasos del grupo resonaba sobre las ruinas mientras cada uno se dirigía hacia su destino asignado. Aunque habían trazado un plan, el peso de lo que enfrentaban parecía aumentar con cada segundo. El aire, cargado de una energía residual casi tangible, se sentía pesado, como si las ruinas mismas retuvieran el eco del poder que había sido desatado.Poseidón lideraba a Kael hacia el este, donde las estrellas brillaban más débiles, ocultas detrás de un horizonte que prometía tormentas. Tarsus y Nerya seguían a Apolo hacia el oeste, donde la noche se sentía más oscura, el silencio perforado solo por el sonido del viento que recorría las ruinas como un lamento.En medio de esa quietud, sin embargo, una sensación comenzó a invadir a cada uno de ellos: un frío punzante que parecía emanar desde las sombras mismas. Aunque nadie hablaba, todos lo sentían. Algo estaba observándolos.Poseidón caminaba al frente, cada paso firme y decidido, marcando un ritmo que Kael se esforzaba por se
La separación del grupo marcaba un punto crítico en su misión. Aunque habían acordado dividirse, el peso de esa decisión se sentía como una carga que ninguno podía ignorar. Cada equipo enfrentaba una prueba única, pero todos sabían que las piezas que jugaban no solo definían su supervivencia, sino también el destino del universo.—-El Templo de Zeus en Olimpia se alzaba majestuoso entre las nubes, su cúpula dorada reflejando la luz de los rayos que lo rodeaban. Pero en ese momento, las nubes estaban más oscuras de lo habitual, y el ambiente, cargado de electricidad, no se debía a los caprichos del dios del trueno. Era algo más profundo, más antiguo.Zeus permanecía de pie frente al altar central, donde el Orbe del Destino flotaba, girando lentamente mientras emitía pulsos de luz que parecían responder al ritmo del universo mismo. Sus ojos, acostumbrados a descifrar los secretos de los mundos, estaban clavados en el Orbe, que ahora mostraba algo que no había visto en siglos.Un fragme
El valle se extendía ante ellos como una herida abierta en la tierra, un paisaje desolado que parecía no pertenecer ni al mundo de los humanos ni al de los dioses. Las sombras parecían moverse por su cuenta, y el aire estaba impregnado de un frío antinatural que se aferraba a la piel. Cada paso que Kael y Poseidón daban resonaba en el silencio, como si las piedras bajo sus pies estuvieran susurrando advertencias inaudibles.Kael observó el terreno con una mezcla de fascinación y temor. Las columnas derribadas y las esculturas rotas, envueltas por maleza espinosa, parecían fragmentos de una civilización olvidada que alguna vez había florecido. Había algo familiar en el lugar, algo que no podía identificar pero que lo hacía sentirse expuesto.—¿Por qué se siente así? —preguntó finalmente, su voz rompiendo el silencio como un eco.Poseidón no se detuvo, pero su respuesta fue grave y cargada de significado.—Porque este lugar no solo guarda cicatrices físicas. Las emociones, las decisione