El eco de los pasos del grupo resonaba sobre las ruinas mientras cada uno se dirigía hacia su destino asignado. Aunque habían trazado un plan, el peso de lo que enfrentaban parecía aumentar con cada segundo. El aire, cargado de una energía residual casi tangible, se sentía pesado, como si las ruinas mismas retuvieran el eco del poder que había sido desatado.Poseidón lideraba a Kael hacia el este, donde las estrellas brillaban más débiles, ocultas detrás de un horizonte que prometía tormentas. Tarsus y Nerya seguían a Apolo hacia el oeste, donde la noche se sentía más oscura, el silencio perforado solo por el sonido del viento que recorría las ruinas como un lamento.En medio de esa quietud, sin embargo, una sensación comenzó a invadir a cada uno de ellos: un frío punzante que parecía emanar desde las sombras mismas. Aunque nadie hablaba, todos lo sentían. Algo estaba observándolos.Poseidón caminaba al frente, cada paso firme y decidido, marcando un ritmo que Kael se esforzaba por se
La separación del grupo marcaba un punto crítico en su misión. Aunque habían acordado dividirse, el peso de esa decisión se sentía como una carga que ninguno podía ignorar. Cada equipo enfrentaba una prueba única, pero todos sabían que las piezas que jugaban no solo definían su supervivencia, sino también el destino del universo.—-El Templo de Zeus en Olimpia se alzaba majestuoso entre las nubes, su cúpula dorada reflejando la luz de los rayos que lo rodeaban. Pero en ese momento, las nubes estaban más oscuras de lo habitual, y el ambiente, cargado de electricidad, no se debía a los caprichos del dios del trueno. Era algo más profundo, más antiguo.Zeus permanecía de pie frente al altar central, donde el Orbe del Destino flotaba, girando lentamente mientras emitía pulsos de luz que parecían responder al ritmo del universo mismo. Sus ojos, acostumbrados a descifrar los secretos de los mundos, estaban clavados en el Orbe, que ahora mostraba algo que no había visto en siglos.Un fragme
El valle se extendía ante ellos como una herida abierta en la tierra, un paisaje desolado que parecía no pertenecer ni al mundo de los humanos ni al de los dioses. Las sombras parecían moverse por su cuenta, y el aire estaba impregnado de un frío antinatural que se aferraba a la piel. Cada paso que Kael y Poseidón daban resonaba en el silencio, como si las piedras bajo sus pies estuvieran susurrando advertencias inaudibles.Kael observó el terreno con una mezcla de fascinación y temor. Las columnas derribadas y las esculturas rotas, envueltas por maleza espinosa, parecían fragmentos de una civilización olvidada que alguna vez había florecido. Había algo familiar en el lugar, algo que no podía identificar pero que lo hacía sentirse expuesto.—¿Por qué se siente así? —preguntó finalmente, su voz rompiendo el silencio como un eco.Poseidón no se detuvo, pero su respuesta fue grave y cargada de significado.—Porque este lugar no solo guarda cicatrices físicas. Las emociones, las decisione
El aire era pesado y opresivo mientras Apolo, Tarsus y Nerya avanzaban hacia el oeste. La oscuridad que los rodeaba era más que una simple ausencia de luz; tenía peso, una presencia tangible que parecía moverse con ellos, observándolos desde las sombras. Las estrellas, que habían brillado tímidamente al inicio de su marcha, estaban completamente ocultas ahora, como si el cielo mismo hubiera cerrado los ojos a lo que estaba a punto de suceder.Apolo lideraba el grupo, su arco listo en sus manos, con una flecha de energía solar cargada y preparada. Cada paso suyo era calculado, sus ojos dorados escrutaban cada rincón de las ruinas, buscando cualquier señal de peligro. A su lado, Tarsus caminaba con la espada desenvainada, sus movimientos relajados pero precisos, como un depredador acechando en la penumbra. Nerya cerraba el grupo, su mirada inquieta pero afilada, como si estuviera lista para lanzar sus dagas a la mínima provocación.El silencio era tan absoluto que incluso el crujido de
El portal se alzaba como un monumento imposible, más antiguo que cualquier otra estructura que Ethan hubiera visto. Cada piedra parecía contener siglos de historia, cada inscripción una verdad oculta. El zumbido que emanaba del portal resonaba en su pecho, profundo y envolvente, como si intentara comunicarse directamente con su alma.Ethan sintió una mezcla de fascinación y temor. Había enfrentado criaturas antiguas, dioses y pruebas imposibles, pero algo en este portal lo hacía sentir vulnerable, pequeño.Afrodita, a su lado, estaba inmóvil. Su mirada fija en el portal reflejaba algo más que asombro; había una comprensión silenciosa en sus ojos, como si supiera exactamente lo que estaba frente a ellos. Sus dedos rozaban las inscripciones brillantes, que parecían responder a su toque con un resplandor más intenso.—Esto no es solo un portal, Ethan, —dijo finalmente, rompiendo el silencio con una voz suave pero cargada de intensidad—. Es una prueba.Ethan se giró hacia ella, sus ojos b
El portal parecía respirar, su luz pulsante envolviéndolos con un resplandor cegador. La energía que irradiaba no era ni cálida ni fría; era un equilibrio perfecto, como si el mismo universo los hubiera convocado a cruzar esa barrera. Ethan y Afrodita sintieron cómo sus cuerpos se volvían ingrávidos, sus formas parecían disolverse y fluir dentro de un río de pura luz.Ethan intentó hablar, pero no había palabras. Solo podía sentir, como si su esencia estuviera siendo despojada de todo lo superficial, dejando solo su alma desnuda frente al inmenso poder del portal.Cuando finalmente emergieron al otro lado, sus pies no tocaron tierra firme. Se encontraban suspendidos sobre una superficie translúcida que reflejaba el cielo invertido sobre ellos. Pero este cielo no era como el que conocían. Estaba lleno de constelaciones que se movían y cambiaban, formando patrones que parecían contar historias en un lenguaje más antiguo que las palabras.Afrodita fue la primera en hablar.—Esto no es un
La luz en el templo del Olimpo brillaba con una intensidad que hacía tiempo no se veía. En el centro del recinto, el Orbe del Destino giraba lentamente, rodeado por hilos dorados que pulsaban al compás del universo. Pero algo en su movimiento era diferente. Su luz, habitualmente suave y constante, ahora fluctuaba erráticamente, como si algo estuviera alterando su equilibrio.Zeus estaba de pie frente al Orbe, con el rostro serio y sus manos entrelazadas tras la espalda. Había gobernado durante eones, enfrentado guerras y crisis que amenazaban la existencia misma de los dioses, pero nunca había sentido una incertidumbre tan profunda.El Orbe proyectaba imágenes fragmentadas del portal que Ethan y Afrodita habían cruzado. Las visiones parpadeaban en el aire: destellos de la dimensión intermedia, las inscripciones flotantes, y las figuras de ambos enfrentando sus pruebas individuales.Zeus apretó los labios, su mirada fija en las proyecciones. Cada destello del Orbe le transmitía algo má
El valle, cubierto por un silencio casi solemne, parecía respirar con alivio tras el enfrentamiento. Las sombras que habían surgido de las grietas ya no estaban, pero su eco seguía presente en el aire, impregnándolo con una sensación de inquietud. Poseidón permanecía de pie, erguido como una estatua imponente. Su tridente, aún resplandeciendo con energía azulada, estaba clavado en el suelo como un faro de poder y resolución.A pocos pasos de él, Kael estaba sentado, su cuerpo exhausto y cubierto de polvo. El sudor corría por su frente mientras intentaba recuperar el aliento. Sus manos, todavía temblorosas, estaban abiertas sobre sus rodillas, como si temiera lo que podrían hacer si volvía a sostener una espada.El dios del mar lo observaba con una mirada que no era de reproche, sino de expectativa. Finalmente, rompió el silencio.—¿Qué aprendiste de esto? —preguntó, su voz profunda resonando en el aire quieto.Kael levantó la mirada hacia él, sorprendido por la pregunta. En su mente,