El aire era pesado y opresivo mientras Apolo, Tarsus y Nerya avanzaban hacia el oeste. La oscuridad que los rodeaba era más que una simple ausencia de luz; tenía peso, una presencia tangible que parecía moverse con ellos, observándolos desde las sombras. Las estrellas, que habían brillado tímidamente al inicio de su marcha, estaban completamente ocultas ahora, como si el cielo mismo hubiera cerrado los ojos a lo que estaba a punto de suceder.Apolo lideraba el grupo, su arco listo en sus manos, con una flecha de energía solar cargada y preparada. Cada paso suyo era calculado, sus ojos dorados escrutaban cada rincón de las ruinas, buscando cualquier señal de peligro. A su lado, Tarsus caminaba con la espada desenvainada, sus movimientos relajados pero precisos, como un depredador acechando en la penumbra. Nerya cerraba el grupo, su mirada inquieta pero afilada, como si estuviera lista para lanzar sus dagas a la mínima provocación.El silencio era tan absoluto que incluso el crujido de
El portal se alzaba como un monumento imposible, más antiguo que cualquier otra estructura que Ethan hubiera visto. Cada piedra parecía contener siglos de historia, cada inscripción una verdad oculta. El zumbido que emanaba del portal resonaba en su pecho, profundo y envolvente, como si intentara comunicarse directamente con su alma.Ethan sintió una mezcla de fascinación y temor. Había enfrentado criaturas antiguas, dioses y pruebas imposibles, pero algo en este portal lo hacía sentir vulnerable, pequeño.Afrodita, a su lado, estaba inmóvil. Su mirada fija en el portal reflejaba algo más que asombro; había una comprensión silenciosa en sus ojos, como si supiera exactamente lo que estaba frente a ellos. Sus dedos rozaban las inscripciones brillantes, que parecían responder a su toque con un resplandor más intenso.—Esto no es solo un portal, Ethan, —dijo finalmente, rompiendo el silencio con una voz suave pero cargada de intensidad—. Es una prueba.Ethan se giró hacia ella, sus ojos b
El portal parecía respirar, su luz pulsante envolviéndolos con un resplandor cegador. La energía que irradiaba no era ni cálida ni fría; era un equilibrio perfecto, como si el mismo universo los hubiera convocado a cruzar esa barrera. Ethan y Afrodita sintieron cómo sus cuerpos se volvían ingrávidos, sus formas parecían disolverse y fluir dentro de un río de pura luz.Ethan intentó hablar, pero no había palabras. Solo podía sentir, como si su esencia estuviera siendo despojada de todo lo superficial, dejando solo su alma desnuda frente al inmenso poder del portal.Cuando finalmente emergieron al otro lado, sus pies no tocaron tierra firme. Se encontraban suspendidos sobre una superficie translúcida que reflejaba el cielo invertido sobre ellos. Pero este cielo no era como el que conocían. Estaba lleno de constelaciones que se movían y cambiaban, formando patrones que parecían contar historias en un lenguaje más antiguo que las palabras.Afrodita fue la primera en hablar.—Esto no es un
La luz en el templo del Olimpo brillaba con una intensidad que hacía tiempo no se veía. En el centro del recinto, el Orbe del Destino giraba lentamente, rodeado por hilos dorados que pulsaban al compás del universo. Pero algo en su movimiento era diferente. Su luz, habitualmente suave y constante, ahora fluctuaba erráticamente, como si algo estuviera alterando su equilibrio.Zeus estaba de pie frente al Orbe, con el rostro serio y sus manos entrelazadas tras la espalda. Había gobernado durante eones, enfrentado guerras y crisis que amenazaban la existencia misma de los dioses, pero nunca había sentido una incertidumbre tan profunda.El Orbe proyectaba imágenes fragmentadas del portal que Ethan y Afrodita habían cruzado. Las visiones parpadeaban en el aire: destellos de la dimensión intermedia, las inscripciones flotantes, y las figuras de ambos enfrentando sus pruebas individuales.Zeus apretó los labios, su mirada fija en las proyecciones. Cada destello del Orbe le transmitía algo má
El valle, cubierto por un silencio casi solemne, parecía respirar con alivio tras el enfrentamiento. Las sombras que habían surgido de las grietas ya no estaban, pero su eco seguía presente en el aire, impregnándolo con una sensación de inquietud. Poseidón permanecía de pie, erguido como una estatua imponente. Su tridente, aún resplandeciendo con energía azulada, estaba clavado en el suelo como un faro de poder y resolución.A pocos pasos de él, Kael estaba sentado, su cuerpo exhausto y cubierto de polvo. El sudor corría por su frente mientras intentaba recuperar el aliento. Sus manos, todavía temblorosas, estaban abiertas sobre sus rodillas, como si temiera lo que podrían hacer si volvía a sostener una espada.El dios del mar lo observaba con una mirada que no era de reproche, sino de expectativa. Finalmente, rompió el silencio.—¿Qué aprendiste de esto? —preguntó, su voz profunda resonando en el aire quieto.Kael levantó la mirada hacia él, sorprendido por la pregunta. En su mente,
El aire seguía cargado con una energía opresiva mientras las ruinas permanecían envueltas en un silencio antinatural. Las sombras de las criaturas derrotadas parecían haberse disuelto, pero los ecos de su presencia aún vibraban en las piedras. Apolo, Tarsus y Nerya estaban de pie en un círculo precario, recuperando el aliento después del enfrentamiento. La luz tenue del arco de Apolo era la única fuente de claridad en el entorno oscuro y amenazante.Tarsus, apoyando la espada sobre su hombro, rompió el silencio con una sonrisa cansada, aunque su tono estaba teñido de una tensión subyacente.—Bueno, eso fue… diferente, —dijo, mientras lanzaba una mirada a su alrededor—. Siempre pensé que los monstruos al final de las historias tenían más estilo.Apolo no respondió. Sus ojos dorados recorrían el entorno, escrutando cada sombra como si esperara que algo más emergiera de ellas. Había algo en el aire que lo inquietaba, una vibración que no podía ignorar.—No hemos terminado, —dijo finalmen
El templo parecía respirar, emitiendo un murmullo sutil que resonaba en las profundidades de sus paredes cubiertas de inscripciones antiguas. Afrodita y Ethan se detuvieron por un momento frente a las puertas colosales que se habían cerrado tras ellos, aislándolos del mundo exterior. La luz dorada que emanaba de las inscripciones apenas iluminaba el camino por delante, proyectando sombras alargadas que parecían moverse por voluntad propia.—¿Sientes eso? —preguntó Afrodita, su voz apenas un susurro.Ethan asintió, con los ojos fijos en el camino.—Es como si este lugar estuviera… vivo, —respondió, su tono cargado de una mezcla de asombro y precaución.Afrodita no respondió. Su mirada se endureció mientras avanzaban, conscientes de que cada paso los llevaba más cerca de sus pruebas.En el exterior, el ambiente era completamente diferente. El aire estaba cargado de tensión, como si el templo mismo contuviera un poder que afectaba incluso a quienes no estaban dentro. Tarek, Lyros y Cora
El inframundo era una sinfonía de oscuridad y susurros, un lugar donde los vivos no tenían cabida y las almas condenadas se movían como corrientes invisibles entre los rincones del reino. Hades caminaba por el corredor principal de su palacio, sus pasos resonando como ecos graves en la vasta soledad que lo rodeaba.El aire era denso, cargado de una energía que solo los inmortales podían soportar. Las llamas azules que iluminaban las paredes parecían titilar al ritmo de sus pensamientos, y su mirada, oscura e impenetrable, reflejaba una melancolía que llevaba siglos escondida tras una máscara de orgullo.Sus dedos, largos y firmes, rozaron el contorno de su trono de obsidiana al pasar junto a él, pero no se detuvo. No era el momento de sentarse en un símbolo vacío de poder. En su lugar, sus pasos lo guiaron hacia un destino más importante: una cámara oculta, protegida desde los tiempos en que los primordiales gobernaban la existencia.—El equilibrio siempre exige sacrificios, —murmuró,