El portal parecía respirar, su luz pulsante envolviéndolos con un resplandor cegador. La energía que irradiaba no era ni cálida ni fría; era un equilibrio perfecto, como si el mismo universo los hubiera convocado a cruzar esa barrera. Ethan y Afrodita sintieron cómo sus cuerpos se volvían ingrávidos, sus formas parecían disolverse y fluir dentro de un río de pura luz.Ethan intentó hablar, pero no había palabras. Solo podía sentir, como si su esencia estuviera siendo despojada de todo lo superficial, dejando solo su alma desnuda frente al inmenso poder del portal.Cuando finalmente emergieron al otro lado, sus pies no tocaron tierra firme. Se encontraban suspendidos sobre una superficie translúcida que reflejaba el cielo invertido sobre ellos. Pero este cielo no era como el que conocían. Estaba lleno de constelaciones que se movían y cambiaban, formando patrones que parecían contar historias en un lenguaje más antiguo que las palabras.Afrodita fue la primera en hablar.—Esto no es un
La luz en el templo del Olimpo brillaba con una intensidad que hacía tiempo no se veía. En el centro del recinto, el Orbe del Destino giraba lentamente, rodeado por hilos dorados que pulsaban al compás del universo. Pero algo en su movimiento era diferente. Su luz, habitualmente suave y constante, ahora fluctuaba erráticamente, como si algo estuviera alterando su equilibrio.Zeus estaba de pie frente al Orbe, con el rostro serio y sus manos entrelazadas tras la espalda. Había gobernado durante eones, enfrentado guerras y crisis que amenazaban la existencia misma de los dioses, pero nunca había sentido una incertidumbre tan profunda.El Orbe proyectaba imágenes fragmentadas del portal que Ethan y Afrodita habían cruzado. Las visiones parpadeaban en el aire: destellos de la dimensión intermedia, las inscripciones flotantes, y las figuras de ambos enfrentando sus pruebas individuales.Zeus apretó los labios, su mirada fija en las proyecciones. Cada destello del Orbe le transmitía algo má
El valle, cubierto por un silencio casi solemne, parecía respirar con alivio tras el enfrentamiento. Las sombras que habían surgido de las grietas ya no estaban, pero su eco seguía presente en el aire, impregnándolo con una sensación de inquietud. Poseidón permanecía de pie, erguido como una estatua imponente. Su tridente, aún resplandeciendo con energía azulada, estaba clavado en el suelo como un faro de poder y resolución.A pocos pasos de él, Kael estaba sentado, su cuerpo exhausto y cubierto de polvo. El sudor corría por su frente mientras intentaba recuperar el aliento. Sus manos, todavía temblorosas, estaban abiertas sobre sus rodillas, como si temiera lo que podrían hacer si volvía a sostener una espada.El dios del mar lo observaba con una mirada que no era de reproche, sino de expectativa. Finalmente, rompió el silencio.—¿Qué aprendiste de esto? —preguntó, su voz profunda resonando en el aire quieto.Kael levantó la mirada hacia él, sorprendido por la pregunta. En su mente,
El aire seguía cargado con una energía opresiva mientras las ruinas permanecían envueltas en un silencio antinatural. Las sombras de las criaturas derrotadas parecían haberse disuelto, pero los ecos de su presencia aún vibraban en las piedras. Apolo, Tarsus y Nerya estaban de pie en un círculo precario, recuperando el aliento después del enfrentamiento. La luz tenue del arco de Apolo era la única fuente de claridad en el entorno oscuro y amenazante.Tarsus, apoyando la espada sobre su hombro, rompió el silencio con una sonrisa cansada, aunque su tono estaba teñido de una tensión subyacente.—Bueno, eso fue… diferente, —dijo, mientras lanzaba una mirada a su alrededor—. Siempre pensé que los monstruos al final de las historias tenían más estilo.Apolo no respondió. Sus ojos dorados recorrían el entorno, escrutando cada sombra como si esperara que algo más emergiera de ellas. Había algo en el aire que lo inquietaba, una vibración que no podía ignorar.—No hemos terminado, —dijo finalmen
El templo parecía respirar, emitiendo un murmullo sutil que resonaba en las profundidades de sus paredes cubiertas de inscripciones antiguas. Afrodita y Ethan se detuvieron por un momento frente a las puertas colosales que se habían cerrado tras ellos, aislándolos del mundo exterior. La luz dorada que emanaba de las inscripciones apenas iluminaba el camino por delante, proyectando sombras alargadas que parecían moverse por voluntad propia.—¿Sientes eso? —preguntó Afrodita, su voz apenas un susurro.Ethan asintió, con los ojos fijos en el camino.—Es como si este lugar estuviera… vivo, —respondió, su tono cargado de una mezcla de asombro y precaución.Afrodita no respondió. Su mirada se endureció mientras avanzaban, conscientes de que cada paso los llevaba más cerca de sus pruebas.En el exterior, el ambiente era completamente diferente. El aire estaba cargado de tensión, como si el templo mismo contuviera un poder que afectaba incluso a quienes no estaban dentro. Tarek, Lyros y Cora
El inframundo era una sinfonía de oscuridad y susurros, un lugar donde los vivos no tenían cabida y las almas condenadas se movían como corrientes invisibles entre los rincones del reino. Hades caminaba por el corredor principal de su palacio, sus pasos resonando como ecos graves en la vasta soledad que lo rodeaba.El aire era denso, cargado de una energía que solo los inmortales podían soportar. Las llamas azules que iluminaban las paredes parecían titilar al ritmo de sus pensamientos, y su mirada, oscura e impenetrable, reflejaba una melancolía que llevaba siglos escondida tras una máscara de orgullo.Sus dedos, largos y firmes, rozaron el contorno de su trono de obsidiana al pasar junto a él, pero no se detuvo. No era el momento de sentarse en un símbolo vacío de poder. En su lugar, sus pasos lo guiaron hacia un destino más importante: una cámara oculta, protegida desde los tiempos en que los primordiales gobernaban la existencia.—El equilibrio siempre exige sacrificios, —murmuró,
El aire dentro del templo era tan denso que parecía casi tangible, envolviendo a Afrodita y Ethan en una atmósfera cargada de expectación y energía primordial. La luz dorada de las inscripciones se reflejaba en sus rostros, mientras avanzaban hacia la sala central. Cada paso que daban resonaba con un eco profundo, como si el templo estuviera amplificando su presencia, evaluando cada uno de sus movimientos.—¿Crees que esto es una prueba? —preguntó Ethan, rompiendo el silencio que los había acompañado desde que cruzaron la entrada.Afrodita lo miró de reojo, su expresión seria.—Todo aquí es una prueba, Ethan. Este lugar no fue diseñado para darnos respuestas fáciles.Ethan asintió, aunque su mente estaba ocupada por las innumerables preguntas que bullían dentro de él. Había algo en este lugar que lo hacía sentir expuesto, como si cada secreto que guardaba estuviera siendo desenterrado poco a poco.La puerta circular que llevaba a la sala central se abrió con un movimiento lento, revel
La noche se cerraba sobre ellos como un manto opresivo, y las estrellas, normalmente una guía tranquilizadora, parecían ausentes en el cielo. Los mestizos avanzaban con cautela, sus sentidos agudizados por el silencio inquietante que los rodeaba.Tarek, con su martillo descansando sobre un hombro, lideraba al grupo. Cada paso era pesado, no solo por la carga de proteger el fragmento que habían recuperado, sino también por la incertidumbre que pesaba sobre todos ellos.—Manténganse alertas, —dijo en voz baja, rompiendo el silencio solo lo suficiente para ser escuchado.Cora sostenía su esfera luminosa, que emitía un tenue resplandor dorado. Sus ojos no dejaban de escanear los alrededores, buscando señales de movimiento en la oscuridad. Lyros caminaba detrás, su arco tensado, preparado para disparar a la mínima señal de peligro.En el claro cercano, Lyra, Kieran y Dorian aparecieron entre las sombras, sus figuras recortándose contra el tenue brillo de la esfera de Cora.—Llegaron tarde,