El rugido de la Cumbre del Destino había cesado, pero el aire seguía impregnado con una energía residual que hacía difícil relajarse. La luz del Orbe fusionado brillaba con una intensidad hipnótica, llenando el espacio con un resplandor que parecía desafiar las sombras que antes habían dominado el lugar. Ethan, todavía arrodillado frente al altar, sostenía la esfera entre sus manos. Su superficie era perfectamente lisa, y cada pulso de su energía parecía sincronizarse con los latidos de su corazón.Afrodita permanecía a su lado, su mirada fija en el artefacto. La mezcla de dorado y negro que emanaba tenía un efecto casi magnético, pero también algo inquietante. La armonía en su luz era tan perfecta que parecía ocultar algo detrás de esa calma superficial.—Es... hermoso —murmuró Afrodita, su voz era suave, pero su tono reflejaba una cautela que no podía disimular.Poseidón avanzó lentamente, con el tridente descansando sobre su hombro. Cada uno de sus pasos resonaba en el silencio, co
El descenso de la Cumbre del Destino parecía un ritual en sí mismo, con cada paso acompañado por el eco de lo desconocido. El valle que se extendía frente a ellos estaba cubierto por una bruma que se movía lentamente, como si tuviera vida propia. El aire era denso, cargado de un silencio extraño que hacía que incluso los sonidos más pequeños parecieran resonar como tambores lejanos.Ethan sostenía la esfera fusionada contra su pecho, sintiendo su vibración constante, como si reaccionara a algo invisible pero inminente. Su luz dorada y negra giraba en patrones intrincados, una danza hipnótica que parecía sincronizada con los latidos de su corazón. Afrodita, a su lado, caminaba en silencio, pero sus ojos, siempre vigilantes, escaneaban el entorno con cuidado.—¿Sienten eso? —preguntó de repente, rompiendo el silencio con un tono bajo y cargado de tensión.Ethan giró hacia ella, con el ceño fruncido. —¿Qué cosa?Afrodita inclinó la cabeza ligeramente, como si intentara escuchar algo más
Una calma inquietante reinaba en el Olimpo renacido, una ciudad suspendida entre lo divino y lo moderno. Torres de cristal y mármol reflejaban la luz de un sol eterno, mientras los templos flotaban sobre nubes cargadas de poder ancestral. Entre las cúpulas y los senderos cubiertos de flores inmortales, una tensión invisible impregnaba el aire, como si incluso la perfección del Olimpo pudiera desmoronarse ante lo inevitable. Zeus, imponente, observaba el horizonte desde su trono en el Salón Eterno, con la mirada fija en una tormenta oscura que se agitaba en la distancia.No era una tormenta común. No traía vientos ni lluvia, sino un vacío que devoraba todo a su paso. Zeus podía sentir su presencia en el fondo de su ser, como un eco que vibraba en cada fibra de su existencia. Había algo diferente, algo más profundo y ominoso que cualquier amenaza que hubiera enfrentado antes.El silencio absoluto del Salón Eterno se rompió con los pasos de Hera, cuyo porte majestuoso irradiaba autoridad
La tormenta en el horizonte del Olimpo renacido parecía más que una simple manifestación del clima. Era como si el cielo mismo se revelara contra el mundo, iluminando con furia el Salón Eterno con destellos que parecían buscar algo oculto entre las sombras. Cada trueno retumbaba con un eco tan profundo que sacudía los cimientos del Olimpo, un recordatorio de que incluso los dioses podían enfrentarse a fuerzas que los desafiaban.Zeus permanecía de pie junto al gran trono, el rayo en su mano destellaba débilmente con un brillo azul-blanco, como una chispa contenida de su poder. A su alrededor, los demás dioses esperaban, inmóviles pero tensos, como si el aire pesado les impidiera moverse con naturalidad.—Cada segundo que esa sombra crece, el universo se tambalea al borde del abismo. Apolo, Atenea —la mirada de Zeus se posó en ellos como un peso tangible—, vuestro deber es buscar el Orbe en la Tierra. Templos ocultos, registros olvidados... algo debe darnos la clave para hallar su para
El viento azotaba las alturas de Machu Picchu, arrastrando un murmullo que parecía provenir de las montañas mismas, un eco de secretos enterrados por siglos. Ethan se detuvo en la entrada de la caverna, con el peso del mural aún grabado en su mente. No era solo una reliquia histórica; cada símbolo y figura parecía cargado de un propósito, como si esperaran ser desentrañados.La linterna en su mano iluminaba tenuemente las paredes, pero el aire estaba más frío que antes, cargado de una electricidad que erizaba su piel. Dio un paso al interior, con la sensación de que cada movimiento lo acercaba a algo mucho más grande de lo que podía comprender.El mural estaba allí, imponente, con la figura femenina en el centro. Su rostro parecía más vivo ahora, sus ojos tallados con una precisión tan inquietante que Ethan evitó mirarlos demasiado tiempo. Los detalles de su vestido fluían como si el escultor hubiera capturado un movimiento congelado en la piedra, y el Orbe en sus manos seguía emitien
La brisa de la mañana acariciaba las terrazas de Machu Picchu, trayendo consigo un susurro ancestral que parecía vibrar en el alma de quienes lo escuchaban. Ethan, sentado al borde de la entrada de la caverna, sentía que el mundo a su alrededor se movía con una intensidad casi irreal. El cielo teñido de tonos dorados y anaranjados anunciaba el amanecer, pero su mirada permanecía fija en el cuaderno que sostenía entre sus manos, como si las respuestas que buscaba pudieran revelarse mágicamente en sus notas.El roce del lápiz contra el papel se detuvo de pronto. Ethan alzó la vista y observó la entrada de la caverna, ahora envuelta en sombras alargadas que parecían moverse con vida propia. Su pecho se comprimió. Las palabras del reflejo en el agua seguían repitiéndose en su mente: “El puente... el vínculo entre lo divino y lo mortal”.Un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar del calor tibio del amanecer, sintió una helada familiar que lo hacía cuestionar si todo lo ocurrido había sido
El eco del rugido en las montañas persistía en los oídos de Ethan como un recordatorio de que algo se había desatado. Cada fibra de su ser quería atribuirlo al viento, al eco, a cualquier fenómeno natural que no desafiara su cordura, pero la sensación en el aire lo contradecía. Era como si el mundo mismo contuviera el aliento.La piedra bajo sus pies parecía más fría, más viva, vibrando con una energía casi imperceptible que se sincronizaba con el latido de su corazón. Diego lo miraba, el nerviosismo dibujado en cada línea de su rostro, mientras el anciano retrocedía hacia las sombras, susurrando palabras en un idioma que resonaba como un cántico ancestral.El altar parecía más que una estructura; era un testigo mudo de secretos inmemoriales. Las marcas talladas en su superficie irradiaban un resplandor tenue que parecía responder a Ethan. Había algo en el aire, algo que lo llamaba, como una melodía que solo él podía escuchar.—Esto… esto no es normal, Ethan —murmuró Diego, con la voz
Las palabras de Ethan resonaban en el aire como un juramento inquebrantable, y aunque el temor latía en el pecho de Diego, una lealtad silenciosa lo mantenía a su lado. La presencia del anciano, inmóvil como una estatua esculpida en la roca misma, cargaba el ambiente con un peso que hacía difícil respirar.—El desierto que buscas no está en este mundo tal como lo conoces. —La voz del anciano era baja, pero cada palabra portaba el peso de siglos enterrados bajo arenas invisibles—. Es un lugar entre los lugares, un cruce donde la realidad y lo eterno convergen.Ethan sintió que la visión todavía quemaba en su mente, un eco persistente que se negaba a apagarse. Miró al anciano con el ceño fruncido, buscando algo en sus palabras que ofreciera claridad.—¿Cómo llegamos ahí? —preguntó, con la misma intensidad con la que un náufrago implora por tierra firme.El anciano extendió una mano nudosa hacia la pared rocosa cercana. Por un momento, no ocurrió nada, pero entonces grabados ocultos come