La mañana se deslizaba lentamente, con el aire fresco como un eco de los silencios que llenaban el interior del auto. Estábamos estacionados frente al imponente corporativo, pero ninguna palabra había roto la quietud entre nosotros. Lo miré de reojo: sus manos estaban aferradas al volante, como si soltarlo pudiera desmoronar algo más que el control del vehículo.Sus hombros tensos y la rigidez de su mandíbula hablaban más alto que cualquier palabra. Me armé de valor, extendí la mano y toqué suavemente su brazo, buscando traerlo de vuelta. Mis ojos encontraron los suyos mientras preguntaba, con un hilo de preocupación: —¿Te encuentras bien? ¿Quieres que te ayude en algo?Su respuesta llegó como un torrente de emociones contenidas, cargada de vulnerabilidad. —No quiero que te apartes de mí. No sabes lo duro que es esto. Yo no quiero estar aquí, pero... es mi destino. Soy el heredero de esta gran empresa, y tengo que sacarla adelante. Pero no quiero hacerlo solo. —Su voz se quebró ape
Al cruzar la puerta de la oficina, mi cuerpo reaccionó antes que mi mente: solté su mano como si quemara y cubrí mi rostro con ambas manos, tratando de contener la explosión de emociones que me atravesaba. El corazón me latía con fuerza, una mezcla de adrenalina, nervios y una inquietud que no lograba apagar. Quería desaparecer, correr lejos y esconderme bajo las sábanas, como si eso pudiera borrar lo que acababa de suceder.Cuando llegué a Mallorca, jamás imaginé que mi vida tomaría este giro tan abrupto, mi mundo siempre habia sido tranquilo y sin ser tan visible, habia tomado algunas desiciones para que mi vida laborar fuera muy tranquila y ahora convertirme en la asistente del CEO no estaba ni remotamente en mis planes. Vine aquí para crecer en mi carrera, para aprender, no para ser el centro de las miradas ni cargar con esta presión. Miré a Gabriel, con las lágrimas amenazando con desbordarse.—No creo que pueda con esto —dije, mi voz quebrándose—. Me siento visible, me siento vu
En la escuela, siempre creí que era invisible, una sombra más entre tantas, y la de Jacobo en particular. Me movía en su órbita, convencida de que nadie me notaba. Lo que nunca supe, o quizá nunca quise ver, era que sí había ojos que me seguían, miradas que trataban de acercarse. Algunos chicos incluso intentaron pedirme una cita, pero Jacobo siempre estaba ahí, como un muro silencioso, impidiendo que cualquier intento prosperara. Siempre éramos él y yo, como si estuviera escrito en algún lugar que no podía ser de otra manera.Antes de que Jacobo se convirtiera en el centro de mi universo, había alguien más. Un compañero dulce, amable y encantador. Compartíamos risas en clase, secretos entre libros y tardes en los pasillos de la universidad. Él era un refugio, un pequeño rincón de alegría que me hacía sentir especial. Pero, en mi prisa por estar con Jacobo, dejé de lado esas risas, esas miradas cómplices. No supe ver lo que tenía frente a mí, y cuando lo hice, ya era tarde. Lo abandon
El postre llegó, una obra de arte dulce que en cualquier otro momento habría iluminado mi día. Pero ahora, mientras lo probaba mecánicamente, mi mente estaba en otro lugar, atrapada en un abismo de inseguridades.Intenté aferrarme a la calma, pero mi interior era un caos. El silencio que me envolvía era ensordecedor. Mil pensamientos me atacaban al mismo tiempo: ¿Estoy exagerando? ¿Es esta la realidad que nunca quise ver? ¿Es posible que Gabriel sea alguien completamente distinto al hombre que creí conocer?Entonces, Gabriel, con esa elegancia natural que siempre lo caracterizaba, pagó la cuenta. Su gesto fue amable, impecable, como si no percibiera la tormenta que rugía dentro de mí.—Voy al baño —dijo en voz baja, y antes de que pudiera responder, se levantó y se alejó.Fue en ese momento, en ese instante de soledad, que Rebeca aprovechó su oportunidad. Sus ojos me buscaron, y en ellos vi algo que me heló: una mezcla de triunfo y desprecio. Se inclinó hacia mí, como un depredador qu
Sentía que el peso de mis pensamientos me ahogaba. Tenía tanto que decir, pero las palabras se quedaban atrapadas en la garganta, como si el dolor las sujetara con fuerza. Mi corazón latía con una angustia contenida. Rebeca… su sola presencia había bastado para desmoronar mis ilusiones, para hacerme sentir que todo lo que había imaginado, lo que había pensado de Gabriel, no era más que una fantasía condenada a desvanecerse.Por un instante, él pareció distante, como si su mente estuviera en otro lugar, atrapada en recuerdos que yo aún no conocía. Pero al notar mi incertidumbre, Gabriel rompió el silencio.—Aurora, sé que tienes dudas, pero quiero que entiendas algo —su voz era serena, pero cargada de una emoción profunda—. Hay cosas de mi pasado que no conoces, razones por las que quizá sientas que todo aquí es difícil. Antes de conocerte, fui alguien distinto… alguien que no tenía los pies en la tierra.Aurora lo miré con el alma en vilo. Sus palabras eran una confesión, un llamado a
Un tumulto de emociones me invadió, sacudiendo cada rincón de mi alma. ¿Cómo era posible que Gabriel me conociera desde hacía tanto tiempo y yo nunca lo hubiera notado? Él era un hombre imponente, con una presencia que no pasaba desapercibida, y aun así… yo jamás lo vi.Quizás la respuesta era más simple de lo que quería admitir. Estaba perdida, completamente atrapada en mi amor por Jacobo. Todo mi tiempo, mi atención, mis pensamientos, los había entregado a él sin reservas. Tal vez, en esa entrega absoluta, me volví ciega a lo que sucedía a mi alrededor.Mientras mis pensamientos daban vueltas, me di cuenta de que Gabriel tenía aún más por decirme. Su historia no había terminado.-Había pasado tiempo desde que me fui. Mi familia comenzó a insistir en que regresara, su constante solicitud se volvió un eco persistente en mi mente. Pero yo no quería volver. Me sentía cómodo con la vida que había construido, con mi independencia, con la tranquilidad de caminar sin ataduras, sin miedos.I
Me sentía atrapada en un remolino de emociones que no lograba descifrar. Quizás siempre fui demasiado distraída, demasiado ajena a los detalles de mi propio mundo. Nunca había prestado atención a las pequeñas señales, a los rostros que se cruzaban en mi camino, a las historias que se tejían a mi alrededor… hasta ahora.El silencio se instaló entre nosotros como una barrera invisible, una pausa necesaria para ordenar las palabras que se amontonaban en mi garganta. Finalmente, reuní el valor para preguntar, mi voz apenas un susurro:—¿Qué pasó entonces con Rebeca y tú? ¿Cómo fue que dejaron de ser pareja?Gabriel, que hasta entonces había mantenido una expresión relajada, endureció el semblante. Sus ojos, siempre tan enigmáticos, se tiñeron de una sombra de seriedad.—Ella fue una buena pareja… hasta que llegué a tu ciudad —confesó con una calma inquietante—. Su insistencia en que regresara, el peso del compromiso… Me hicieron sentir atrapado en algo para lo que no estaba listo.Sentí c
El primer año de secundaria fue un torbellino de cambios, pero para mí, se sintió más como un vacío interminable. No había hecho ningún amigo. No porque no lo quisiera, sino porque simplemente no sabía cómo hacerlo. Iniciar una conversación era como intentar resolver un acertijo sin pistas, un desafío que me dejaba paralizada.Los días transcurrían monótonos, siempre iguales. Pasaba los recreos sentada en el mismo rincón del patio o dentro del salón, con mi almuerzo intacto y mis pensamientos como única compañía. A esa edad, los niños pueden ser crueles sin darse cuenta, y por alguna razón que nunca comprendí, yo parecía encajar perfectamente en el papel de la invisible.Pero entonces, Jacobo llegó.Apareció en la escuela una semana después del inicio de clases. Su llegada fue como un vendaval, barriendo con su energía arrolladora la rutina de todos. Se presentó con una sonrisa amplia y una confianza que, a nuestros doce años, pocos poseían. Era carismático, divertido, el tipo de pers