La sonrisa de Jacobo se iluminó de inmediato, como si en ese instante todo en el mundo tuviera sentido para él. Sus ojos brillaban, reflejando la luz de las pequeñas lámparas que nos rodeaban, y en ellos vi una felicidad pura, genuina.Con la delicadeza de quien sostiene algo precioso, sacó un pequeño estuche aterciopelado y lo abrió frente a mí. Un anillo relucía bajo la luz, atrapando mi aliento en mi garganta.Era un diamante en forma de gota, sutil, elegante, perfecto. El oro rosado que lo enmarcaba le daba un aire romántico y delicado, como si aquel anillo hubiera sido diseñado solo para mí.Jacobo tomó mi mano con ternura, deslizándolo suavemente en mi dedo. En ese instante, sentí su calidez, su promesa, su amor envolviéndome como un lazo invisible.Una sonrisa se dibujó en mi rostro, reflejo de la emoción que vibraba en mi pecho. Era feliz.Pero, en el fondo de mi alma, una sombra de duda se escondía, silenciosa, imperceptible. El eco de lo sucedido en los últimos días aún rond
Me tomó de la mano con delicadeza y me guio hasta la puerta contigua. Al entrar, el aire se impregnó de un delicioso aroma a jazmín. La bañera estaba lista, rebosante de espuma, con burbujas flotando como pequeños suspiros de pureza sobre la superficie cristalina del agua. Todo había sido preparado de antemano, cada detalle orquestado con precisión.Jacobo se acercó a mí, con movimientos pausados, casi ceremoniales. Sus manos comenzaron a despojarme, prenda por prenda, de la barrera entre mi piel y el aire cálido de la habitación. Pero no se apresuró, no rompió la línea invisible que separaba la pasión del respeto.Entré en la tina, dejando que el agua abrazara mi cuerpo, que su calidez me envolviera como una caricia líquida. Por un instante, Jacobo simplemente me observó, sus ojos recorriéndome con una devoción que me hizo estremecer.Y entonces, con la misma lentitud con la que se deslizaban las llamas de las velas, comenzó a desvestirse. Cada botón desabrochado, cada prenda cuidado
Habíamos terminado juntos, agotados y completamente mojados, nos dejamos llevar por nuestro deseo y amor que nos tenemos.A los minutos, seguíamos abrazados en la tina. Cuando el dejo de abrazarme para llevarme a la regadera y darnos un baño. Para poder ir a descansar.Comencé a lavarme el pelo con paciencia y suavidad, no quería que se le hicieran nudos, porque no tenía modo de como cepillarlo.Entonces me di cuenta que el me veía, mientras las gotas de la regadera me cubrían y se deslizaban por mi cuerpo.Se acercó a mi despacio para evitar romper con la armonía de la imagen que veía, con un poco de jabón en las manos comenzó a acariciarme las piernas, mis glúteos y mi espalda, me tomaba como si me estuviera bañando.Yo seguía dejando que las gotas de agua recorrieran mi cuerpo mientras él me bañaba.Al terminar de bañarnos, me coloco la bata de baño con suavidad, sentía como la bata cubría mi cuerpo, el calor de la tela era confortable.Salimos de ahí y caminamos hacia la cama para
El alba apenas despuntaba cuando mis ojos se abrieron lentamente, despojándome del mundo de los sueños para enfrentar la realidad de la noche anterior. Un cansancio denso se aferraba a mis músculos, y un dolor sordo recorría cada rincón de mi cuerpo, vestigios de la intensidad con la que Jacobo y yo nos habíamos entregado el uno al otro. Mi cabeza latía con una punzada insistente, un recordatorio de las copas de más que había tomado.Deslicé las sábanas con delicadeza, descubriendo en mi piel las huellas de su pasión: leves moretones que contaban la historia de una noche sin frenos. Sus caricias habían sido fuego, pero ahora mi cuerpo ardía con una sensibilidad que oscilaba entre el placer y el agotamiento.Reuní fuerzas para incorporarme, dejando que mis brazos me sostuvieran mientras buscaba con la mirada la silueta de Jacobo en la penumbra de la habitación. Pero él no estaba allí. Un leve escalofrío recorrió mi espalda. ¿Se habría marchado? ¿Me dejo aquí sola?Mi inquietud se disip
Mis pasos resonaban con prisa en el solitario pasillo de la recepción mientras me dirigía al elevador. El eco de mis tacones contra el mármol parecía marcar el ritmo frenético de mi respiración. Toqué el botón con impaciencia, esperando que las puertas se abrieran de inmediato.Pero el elevador no llegaba.Observé el panel digital con frustración, viendo cómo los números parecían burlarse de mi urgencia. Pasaban los segundos, y la cabina seguía detenida en algún punto del edificio, como si el destino mismo conspirara para hacerme llegar más tarde.Solté un suspiro de resignación y giré sobre mis talones. No podía seguir esperando.Tomé la única opción posible: las escaleras.Subí los primeros dos pisos con rapidez, sintiendo cómo el esfuerzo comenzaba a arder en mis piernas. Las zapatillas, aunque elegantes, se volvían una tortura con cada escalón. Maldije en voz baja y, sin pensarlo demasiado, me las quité de un tirón, sujetándolas en una mano para seguir descalza.Con cada paso, mi
Melody y yo nunca fuimos las mejores amigas. No éramos de esas que se llamaban a medianoche para contarse secretos ni de las que compartían risas interminables por mensajes de texto. Pero había algo que siempre nos unió. Jacobo. Cuando ella comenzó a salir con él, jamás hubo enemistad entre nosotras. Nos mantuvimos en una línea delicada, un equilibrio casi perfecto entre la cortesía y la indiferencia. Ella era su novia. Yo… yo era su mejor amiga, de toda una vida. O quizá, simplemente, algunas veces pensaba que algo menos. Nunca busqué problemas. No había razón para hacerlo. Melody y Jacobo parecían encajar de una manera que yo nunca había logrado con él. Su relación era limpia, estable, casi impecable. Cuando estaban juntos, ella irradiaba felicidad, una luz cálida y genuina que iluminaba todo a su alrededor. Mientras que conmigo… No es que Jacobo hubiera sido infeliz a mi lado, pero había algo distinto en su mirada cuando estaba con ella. Algo más sereno, más natural. Como si,
Emiliano me ayudó a llegar hasta la recepción, con pasos lentos y cuidadosos, como si en cualquier momento pudiera romperme en mil pedazos.Cuando alcanzamos el último escalón, me detuve para recuperar el aliento. Fue entonces cuando lo vi agacharse sin decir una palabra, tomar mis zapatillas en sus manos y, con una delicadeza inesperada, deslizar una a una en mis pies.El contacto de sus dedos contra mi piel me hizo estremecer.El calor subió hasta mis mejillas de inmediato.No supe qué decir. No había palabras que pudieran expresar lo extraño y a la vez reconfortante que fue aquel gesto. Solo lo observé, sintiendo una mezcla de gratitud y vergüenza, mientras el silencio entre nosotros se volvía casi insoportable.Pero mi cuerpo seguía adolorido, demasiado exhausto para analizar lo que acababa de ocurrir.Cuando finalmente comenzamos a caminar juntos hacia la salida de las escaleras, no había insinuaciones, ni palabras cargadas de dobles intenciones. Solo dos compañeros compartiendo
El ambiente estaba cargado, denso como el aire antes de una tormenta. En otro momento, Jacobo habría tomado las cosas con calma, analizando cada palabra con la serenidad. Quizás hasta lo habríamos hablado con tranquilidad, encontrando un punto medio entre su carácter férreo y mi necesidad de explicarme. Pero esta vez no. Esta vez todo era diferente.Su enojo flotaba en el aire como una amenaza, un incendio que se avivaba con cada respiro. Sus emociones estaban al límite, Yo, en cambio, me refugié en el silencio, temerosa de que una sola palabra mía fuera la chispa que encendiera su furia.—¿Acaso estoy haciendo algún mal? —su voz cortó la quietud del auto, y el filo de su tono me erizó la piel.No respondí. No quería responder. ¿Acaso hablar con Emiliano, siquiera intercambiar palabras con él, era motivo suficiente para desatar su enojo? No lo sabía. Y lo peor es que tampoco sabía si quería saberlo.Me mantuve en silencio mientras avanzábamos por la carretera, los faros del coche proy