La música flotaba en el aire, ligera y armoniosa, pero el ambiente estaba cargado de tensión. Gabriel se quedó paralizado al ver cómo Jacobo me tomaba de la mano, su rostro palideció, sus ojos reflejaban un miedo sordo, un grito ahogado en su propia impotencia. Sabía que no podía hacer nada. No ahora. No después de todo.Rebeca por el contrario reía con una felicidad casi inquietante. Sus dedos entrelazados con los de Gabriel parecían un ancla, pero su sonrisa… su sonrisa era otra historia. Era una sonrisa liberadora, como si un peso invisible hubiera sido arrancado de sus hombros. ¿Había esperado este momento? ¿Había anhelado verme con otro para finalmente sentirse libre?La música seguía su curso, el vestido de Rebeca giraba con el ritmo del vals, y por un instante, nuestros ojos se encontraron. En los suyos no había rastro de celos, solo alivio. Porque Jacobo, a pesar de todo… era atractivo.Y yo, entre el vaivén de emociones, no podía evitar preguntarme: ¿quién era realmente el ve
La tenue luz de la habitación proyectaba sombras alargadas en las paredes, mientras el murmullo lejano de la calle nos envolvía en un aire de soledad y frialdad. La ciudad seguía su curso allá afuera, ajena a lo que ocurría en este espacio cerrado, en este abismo de silencios.Él no había dicho una sola palabra desde que llegamos.Su cuerpo agotado descansaba en el sillón, inmóvil, pero su presencia llenaba la habitación con una tensión que me erizaba la piel. Lo observaba desde la distancia, temerosa de romper el frágil equilibrio que nos mantenía en silencio.La luz tenue lo bañaba con un halo de intriga. Sus facciones permanecían ocultas en la penumbra, pero su postura lo delataba: algo oscuro se gestaba dentro de él. No sabía qué iba a decir. No sabía qué esperar.Nuestros cuerpos estaban ahí, inertes, congelados en un mutismo pesado, como si una palabra equivocada pudiera hacerlo estallar todo.Yo tampoco tenía palabras. No había excusas, ni justificaciones. Porque, al final, era
El café en la mesa de la sala se había enfriado por completo. El vapor que antes se elevaba en espirales suaves se había desvanecido, dejando solo una superficie opaca y estática, reflejando la misma quietud que se había apoderado de la habitación.Yo seguía ahí, sentada en el sillón, sin moverme, con los brazos rodeando mi propio cuerpo como si de alguna forma pudiera contenerme, evitar que me rompiera en pedazos. Pero ya estaba rota. Desde anoche. Desde el momento en que Jacobo cruzó la puerta y se fue.Las palabras ya se habían dicho. No había forma de tomarlas de vuelta.Cerré los ojos y exhalé despacio, tratando de apaciguar el dolor en mi pecho. Dejé ir a Gabriel porque pensé que con Jacobo encontraría la felicidad. Porque creí en la promesa de su amor, en la ilusión de que él y yo podíamos construir algo real, algo que valiera la pena.Y ahora Jacobo se había ido.No sabía dónde estaba. No contestó mis llamadas la noche anterior. Mi celular seguía sobre la mesa, con la pantalla
El mundo exterior se desvanecía mientras me refugiaba en sus brazos. Su calidez me envolvía como un escudo protector, un refugio donde el tiempo se detenía y el ruido del mundo se volvía un eco lejano. Sentía su respiración acompasada, su pecho firme sosteniéndome con una ternura que jamás creí merecer. En ese instante, no había nadie más. No quería acudir a otro lugar ni buscar otro consuelo. Emiliano estaba ahí… y eso era suficiente.Pasó la mañana en mi cocina, llenándola con el sonido de ollas tintineando y el suave murmullo de su concentración. Desde el sofá de la sala, acurrucada entre las mantas, lo observaba entre sueños, con la certeza de que nunca antes alguien había cuidado de mí de esa manera. Su presencia era un bálsamo, su compañía una promesa silenciosa de que no estaba sola.El aroma embriagador de la sopa recién hecha flotó en el aire, deslizándose entre mis sueños y arrastrándome suavemente a la realidad. Entonces, un susurro cálido, apenas un soplo de aire contra mi
Una mañana más. Un lunes como cualquier otro… pero esta vez sin Jacobo.El silencio de mi departamento se sentía más pesado de lo habitual, como si las paredes mismas contuvieran la ausencia que aún no sabía cómo procesar. Me obligué a moverme, a seguir con mi rutina, como si la vida no hubiera cambiado en las últimas horas. Preparé el desayuno con algunas de las cosas que Emiliano había traído para mí, sintiendo un leve consuelo en su gesto silencioso. Vertí la leche sobre el cereal, dejando que los frutos rojos se mezclaran con el dulzor, y mientras tomaba mi primera cucharada, encendí la cafetera. No podía empezar el día sin café.El aroma cálido llenó la cocina, envolviéndome por un momento en una sensación de familiaridad. Pequeños instantes de normalidad. Pero incluso el café tenía un sabor distinto hoy.Salí de casa con prisa, dejando que el aire fresco de la mañana golpeara mi rostro, como si necesitara sentir algo más allá de la tristeza que se escondía en lo más profundo de
El reloj avanzaba con una precisión implacable, marcando los minutos que me separaban del momento en que volvería a verlo. Jacobo.Media hora antes de la salida, me dirigí con rapidez al tocador, mi corazón latiendo con un ritmo acelerado, una mezcla de emoción y ansiedad recorriéndome de pies a cabeza. Frente al espejo, tomé una bocanada de aire y con manos expertas, aunque algo temblorosas, retoqué mi maquillaje con sumo cuidado. Tenía que verme perfecta para él. Quería que notara cada pequeño detalle, que supiera que me había arreglado para él, que seguía importándome, que aún ardía esa llama entre nosotros.A medida que aplicaba el último toque de color en mis labios, mi reflejo me devolvió una imagen distinta. Era yo… pero una versión que había estado dormida por demasiado tiempo. La ilusión que creí perdida había regresado a mis ojos, mi piel parecía resplandecer con una nueva energía y mi sonrisa, tenue pero genuina, se había instalado sin que me diera cuenta.Mi humor había ca
El deseo de verlo era inmenso, casi desesperado. Cada fibra de mi ser ansiaba su presencia, su mirada, el sonido de su voz llamándome por mi nombre.A pesar de las advertencias de Emiliano, yo estaba segura de que él se equivocaba. Tenía todo bajo control. Sabía que Jacobo aún me quería, que su amor por mí seguía vivo, latiendo con la misma intensidad de siempre. Y yo… yo solo quería recuperar lo que habíamos perdido.El elevador descendió con una lentitud que se sentía cruel. Mi corazón palpitaba con fuerza, mis manos sujetaban con firmeza mi bolso y mi saco, como si aferrarme a ellos pudiera calmar la tormenta de emociones que se desataba dentro de mí.Las puertas se abrieron y el aire fresco de la noche me envolvió. Y ahí estaba él.Jacobo me esperaba en la entrada, con la elegancia que siempre lo había caracterizado. Su porte era impecable, su saco negro perfectamente planchado, su camisa oscura abrazando su silueta con ese aire de sofisticación que lo hacía imposible de ignorar.
La sonrisa de Jacobo se iluminó de inmediato, como si en ese instante todo en el mundo tuviera sentido para él. Sus ojos brillaban, reflejando la luz de las pequeñas lámparas que nos rodeaban, y en ellos vi una felicidad pura, genuina.Con la delicadeza de quien sostiene algo precioso, sacó un pequeño estuche aterciopelado y lo abrió frente a mí. Un anillo relucía bajo la luz, atrapando mi aliento en mi garganta.Era un diamante en forma de gota, sutil, elegante, perfecto. El oro rosado que lo enmarcaba le daba un aire romántico y delicado, como si aquel anillo hubiera sido diseñado solo para mí.Jacobo tomó mi mano con ternura, deslizándolo suavemente en mi dedo. En ese instante, sentí su calidez, su promesa, su amor envolviéndome como un lazo invisible.Una sonrisa se dibujó en mi rostro, reflejo de la emoción que vibraba en mi pecho. Era feliz.Pero, en el fondo de mi alma, una sombra de duda se escondía, silenciosa, imperceptible. El eco de lo sucedido en los últimos días aún rond