Quizás las decisión de contar la verdad no sea la correcta en algunas situaciones, pueden herir a las personas y pueden quebrarlas hasta el punto de mostrar su verdadera cara.
El agua caliente caía sobre mi piel, envolviéndome en una falsa sensación de calma, pero dentro de mí todo era caos.El silencio de Jacobo había sido ensordecedor, tan abrumador que ahora resonaba en mi mente con más fuerza que cualquier palabra que pudiera haber dicho. Cada gota que golpeaba el suelo parecía marcar el ritmo de mis pensamientos, que se agitaban sin control, como un mar embravecido.Quizás esto era el principio del fin.Tal vez, al final, él decidiría marcharse, volver a México, lejos de todo esto, lejos de mí. O quizá, en el mejor de los casos, intentaría entender, aceptar lo inevitable y seguir adelante a mi lado.Pero ¿realmente podría hacerlo?No lo sabía. Y esa incertidumbre me carcomía.Había cometido un error. Había jugado con sus sentimientos sin querer, hiriéndolo de una forma que nunca imaginé posible. Jacobo era un hombre bueno, noble. No merecía esto. No merecía cargar con mi pasado ni con las sombras que aún me perseguían.Cerré los ojos, dejando que el ag
Nuestro encuentro fue como un susurro al alma, una caricia que disipó todas mis dudas. Me llenó de alegría, de una calidez que no sabía cuánto necesitaba hasta que la tuve entre mis manos. Quizás en algún momento había pensado que algo entre nosotros no estaba bien, pero ahora comprendía que solo habían sido sombras creadas por mi propia incertidumbre.Nos recostamos juntos después de entregarnos el uno al otro, envueltos en el calor de nuestro propio universo. El tiempo pareció detenerse, permitiéndonos dormir unas cuantas horas, flotando en la serenidad de nuestra cercanía. Cuando abrí los ojos, ya no había espacio para el miedo ni para las preguntas sin respuesta. Sabía que quería estar con él, y lo más importante, sabía que él también lo quería.Me levanté con suavidad, tratando de no despertarlo, y comencé a prepararme. Frente al espejo, tomé mis brochas y empecé a aplicar mi maquillaje con paciencia, cada pincelada ayudándome a construir la imagen que quería proyectar. Mi vestid
Aún recuerdo el momento en que conocí a Gabriel. Todo era tan simple entonces. No había mentiras, no había promesas rotas ni silencios dolorosos. Solo éramos dos desconocidos compartiendo un vuelo largo, hablando de la vida, del destino, de esas pequeñas cosas que parecen insignificantes pero que, con el tiempo, se convierten en recuerdos imborrables.Era sincero.Era un hombre sencillo que solo quería conversar, que me hablaba con una calidez que en ese instante me pareció genuina. No tenía segundas intenciones, ni planes ocultos. Solo estaba ahí, contándome cómo México le había dado felicidad, cómo había encontrado en sus calles y su gente un refugio inesperado.Pero ahora… ahora estoy aquí, viendo cómo se casa con otra.¿Es una mentira? ¿Es una verdad? No lo sé. Pero lo que sé con certeza es que él está de pie en el altar, esperando a Rebeca.Y entonces, ella apareció.Como si la luz la envolviera, como si cada paso suyo estuviera guiado por algo más grande que todos nosotros. Rebec
Lo vi sentado en su mesa, junto a Rebeca, compartiendo sonrisas y miradas llenas de complicidad. Y, sin poder evitarlo, mi mente viajó al pasado, a aquel primer encuentro en las oficinas de Mallorca, cuando todo comenzó.Pero esta vez era diferente.Esta vez nuestras miradas no se cruzarían, esta vez no habría un instante robado entre el bullicio de la fiesta. La vida nos había cambiado, nos había llevado por caminos distintos, y aunque el recuerdo de lo que fuimos seguía latiendo en algún rincón de mi alma, el destino ya había hablado.La mesa donde nos asignaron estaba llena de caras conocidas. Mis amigos de la oficina, mi confidente, incluso mi jefe. Y, por supuesto, Jacobo.Lo presenté con naturalidad, con el cariño que se merecía, y para mi alivio, todos lo recibieron con calidez. La conversación fluyó con facilidad, sin incomodidad alguna. Las risas se entrelazaban con las palabras y, aunque yo apenas participaba, me refugié en la comodidad de solo escuchar.Pero no a todos enga
Regresé a mi mesa con el corazón latiendo con fuerza, tratando de recuperar la calma tras aquel encuentro furtivo. Busqué a Jacobo entre la multitud, esperando verlo sentado junto a mis amigos, compartiendo risas y conversaciones triviales que me hicieran olvidar lo que acababa de ocurrir.Él no estaba ahí.Mi mirada recorrió la mesa con urgencia, buscando una señal de su presencia. Pero lo único que encontré fueron los rostros despreocupados de mis compañeros, sumidos en sus conversaciones y risas.Di un paso hacia atrás, insegura, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi espalda.Y entonces, lo sentí.Unas manos firmes se posaron sobre mis hombros, apresándolos con una fuerza calculada.Un grito ahogado quedó atrapado en mi garganta mientras mi cuerpo se estremecía y daba un pequeño salto por la sorpresa.Su toque no era violento, pero tampoco era dulce.Sus dedos presionaban con suavidad… pero con un matiz de tensión apenas perceptible.Era él.—¿Te asusté? —su voz llegó a mis oído
La música flotaba en el aire, ligera y armoniosa, pero el ambiente estaba cargado de tensión. Gabriel se quedó paralizado al ver cómo Jacobo me tomaba de la mano, su rostro palideció, sus ojos reflejaban un miedo sordo, un grito ahogado en su propia impotencia. Sabía que no podía hacer nada. No ahora. No después de todo.Rebeca por el contrario reía con una felicidad casi inquietante. Sus dedos entrelazados con los de Gabriel parecían un ancla, pero su sonrisa… su sonrisa era otra historia. Era una sonrisa liberadora, como si un peso invisible hubiera sido arrancado de sus hombros. ¿Había esperado este momento? ¿Había anhelado verme con otro para finalmente sentirse libre?La música seguía su curso, el vestido de Rebeca giraba con el ritmo del vals, y por un instante, nuestros ojos se encontraron. En los suyos no había rastro de celos, solo alivio. Porque Jacobo, a pesar de todo… era atractivo.Y yo, entre el vaivén de emociones, no podía evitar preguntarme: ¿quién era realmente el ve
La tenue luz de la habitación proyectaba sombras alargadas en las paredes, mientras el murmullo lejano de la calle nos envolvía en un aire de soledad y frialdad. La ciudad seguía su curso allá afuera, ajena a lo que ocurría en este espacio cerrado, en este abismo de silencios.Él no había dicho una sola palabra desde que llegamos.Su cuerpo agotado descansaba en el sillón, inmóvil, pero su presencia llenaba la habitación con una tensión que me erizaba la piel. Lo observaba desde la distancia, temerosa de romper el frágil equilibrio que nos mantenía en silencio.La luz tenue lo bañaba con un halo de intriga. Sus facciones permanecían ocultas en la penumbra, pero su postura lo delataba: algo oscuro se gestaba dentro de él. No sabía qué iba a decir. No sabía qué esperar.Nuestros cuerpos estaban ahí, inertes, congelados en un mutismo pesado, como si una palabra equivocada pudiera hacerlo estallar todo.Yo tampoco tenía palabras. No había excusas, ni justificaciones. Porque, al final, era
El café en la mesa de la sala se había enfriado por completo. El vapor que antes se elevaba en espirales suaves se había desvanecido, dejando solo una superficie opaca y estática, reflejando la misma quietud que se había apoderado de la habitación.Yo seguía ahí, sentada en el sillón, sin moverme, con los brazos rodeando mi propio cuerpo como si de alguna forma pudiera contenerme, evitar que me rompiera en pedazos. Pero ya estaba rota. Desde anoche. Desde el momento en que Jacobo cruzó la puerta y se fue.Las palabras ya se habían dicho. No había forma de tomarlas de vuelta.Cerré los ojos y exhalé despacio, tratando de apaciguar el dolor en mi pecho. Dejé ir a Gabriel porque pensé que con Jacobo encontraría la felicidad. Porque creí en la promesa de su amor, en la ilusión de que él y yo podíamos construir algo real, algo que valiera la pena.Y ahora Jacobo se había ido.No sabía dónde estaba. No contestó mis llamadas la noche anterior. Mi celular seguía sobre la mesa, con la pantalla