Las siete caras de un secreto.
Las siete caras de un secreto.
Por: G Malcor
Capitulo 1

Tumbada en su cama, Laura trazaba apacibles líneas en una pequeña libreta de dibujo que darían vida a un retrato inspirado en sus tormentosos recuerdos. La habitación era sonorizada por las canciones más nostalgias de Ed Sheeran, su cantante favorito, que se reproducían, una detrás de otra, desde su celular móvil. 

Pronto, el duelo por la muerte de su madre acabaría y Laura tendría que regresar a sus actividades cotidianas, aunque ella aún no estaba preparada para eso. No podía regresar al mundo real y aparentar como si nada hubiese pasado. No era sólo el fallecimiento de su mejor amiga y confidente lo que le afectaba, sino un dolor más grande que no había contado a nadie.

El sonar del teléfono de cable, en la sala de estar, avivó los sentidos de la joven y en pocos segundos oyó la voz gruesa y serena de su padre que atendía la llamada en la estancia principal. La delicada mano de Laura continuaba guiando el lápiz sobre el improvisado lienzo hasta que su padre quebrantó su amena soledad llegando sin aviso a su habitación. El hombre de cabello corto y cuerpo fornido vestía su acostumbrado uniforme de policía.

-Cristina llamó al teléfono. Ella y otros chicos irán al billar de poco, esperan verte allá.

-No iré. –Dijo brevemente Laura sin abandonar lo que hacía. Para Sergio sus hijos eran lo más valioso en el mundo entero, pero no importaba cuánto se esforzara nunca lograba derrumbar el muro que Laura había decidido construir a su alrededor desde el día que se divorció de su madre para rehacer su vida con otra mujer. Tenía suerte de que Tobías tuviera tan sólo dos años de vida y no entendiera el dolor que afligía a su hermana.

-Desde que tu mamá murió, todo lo que has hecho es dibujar encerrada en tu habitación. No puedes seguir así. –Reprendió suavemente Sergio a su hija. Los ojos claros de Laura se posaron sobre él, sintió su corazón fragmentarse en mil pedazos cuando vio que la mirada de su hija carecía del brillo que durante años alumbró su vida.

-Papá mañana regresaré al colegio, todo lo que quiero es pasar mi último día de luto conmigo misma. –Articuló Laura con melancolía. –Por favor vete. –Sin musitar objeción, Sergio obedeció a su hija. Nuevamente, la soledad se proclamó en la habitación. Su mirada hacía el mismo recorrido que el lápiz y, en el instante en que Perfect empezó a sonar, los recuerdos empezaron a vagar en su mente, una y otra vez sus memorias de aquel tormentoso momento se reproducían lentamente en su cabeza al compás de la melodía suave de la canción que se había transformado en un martirio. El lápiz seguía su camino destinado, pero ahora era guiado por el odio y el rencor que reclamaron el alma de Laura como suya. Cada vez, la línea trazada se acentuaba más, hasta que la presión cedió y la punta de carboncillo se quebró, al mismo tiempo los ojos de Laura dejaban escapar lágrimas de odio en su estado más puro. Había confiado, ciegamente en la persona que decía amarla, y ella sabía, amó; y cruelmente la hirió de manera irreversible. Lanzó su libreta de dibujo a algún espacio libre en la cama y se acostó en posición fetal en la que podía reprimir su llanto.

(…)

            Mientras sus compañeros de fútbol soccer jugaban billar, Caleb yacía sentado en una butaca de madera. Hacía descansar sus fornidos brazos sobre la barra de servicio, y los dedos de sus manos jugueteaban entre sí. Las voces de los demás presentes se hacían altas en un intento de no ser sofocadas por la música de Quuen que sonaba fragorosa, y aún con todo el ruido los pensamientos de Caleb fluían imperturbables. Sus ojos paseaban por todo el local, aunque realmente no prestaba atención a lo que veía, tan sólo evitaba que su oscura mirada tropezara con la persona que tanto quería y que por temor jamás se había animado a decirle lo que sentía. Sin embargo, ahí estaba, con su cabeza inclinada y talante indiferente preguntándose si lo que él sentía era un sentimiento mutuo entre los dos o si vivía una historia de amor platónico.

Sus compañeros intensificaron aún más el ruido cuando una joven mujer, de su edad contemporánea, ingresó al local. Recibida entre ovaciones y lascivos piropos, Vanesa se convirtió en el centro de atención como a ella tanto le gustaba. Se acercó sutilmente a la mesa de billar y saludó, con un casto beso en la mejilla, a cada uno de los seis futbolistas que la vitorearon. No muy lejos se encontraba Caleb sentado frente a la barra de servicio. Sin perder tiempo, la pelinegro se acercó al chico y sin musitar palabra le obsequió un prolongado beso, también en la mejilla, aunque esta vez no fue tan inocente. Cuando sus delicados labios se separaron de su rostro, Caleb, haciendo uso de una servilleta, limpió la pintura labial que había dejado en su mejilla.

-Me da gusto verte, hermoso. –Dijo ella con picardía. El indiscutible atractivo de Caleb tenía conquistado a la gran mayoría de las chicas del colegio, y Vanesa no era la excepción sin embargo, él no sentía lo mismo por ella.

-¿Dónde está tu novio? –Preguntó tajante Caleb con la intención de recordarle que tenía uno. –Hoy no asistió a la práctica de soccer.

-No lo sé. Tan sólo me dijo que estaría con Christopher. ¿Quieres ir al cine?

-No puedo Vane, tengo asuntos pendientes. –Rechazó cortésmente la invitación de la otra. Seguidamente se levantó y, luego de despedirse de sus colegas, se marchó. Sus conversaciones con las chicas siempre eran cortas. No había una sola mujer con la que pudiera hablar que no insinuara sus deseos de ser algo más que una amiga. Ninguna de ellas perdía ocasión para acercarse a su boca o quedar envuelta entre sus gigantescos brazos, y para él era agobiante. Sentía la opresión de demostrar algo que no podía.

            Vanesa reemplazó a Caleb y se sentó donde él lo había hecho antes. Desde el primer momento en el que lo vio, siempre se había sentido atraída hacía el joven futbolista y nunca lo había ocultado de él. Sin embargo, Caleb la rechazaba argumentando que su único interés, por ahora, eran los estudios. A sus diecisiete años el futbolista nunca se había involucrado sentimentalmente con nadie, y esto sólo acrecía el deseo de Vanesa, pues ella sería su primer y único amor.

            La entrada fue atravesada por un chica de cabello dorado y ojos zafíreos, piel color crema y radiante sonrisa. A pesar de su singular belleza, Cristina, a diferencia de Vanesa no era vanidosa, todo lo contrario, no se esforzaba por conquistar a ningún chico y odiaba el exceso de atención, aunque no significaba que no lo tuviera. La recién llegada se acercó a quién consideraba su mejor amiga y la saludó con un edificante abrazo. Detrás de Cristina, como si de guardaespaldas se tratase, llegaron dos jóvenes; uno de cabello corto azabache y tez blanca, con ínfulas pretenciosa. El segundo chico, al igual que su hermana, tenía cabello rubio y ojos del mismo tono azulado, aunque su piel era más blanca. Y su actitud resultaba, para algunos, irreverente. Christopher saludó con simpleza a Vanesa, solía ser más afectuoso cuando estaban en privado. Alex unió sus labios con los de la otra en  un apasionante beso que Vanesa correspondió debidamente.

-Me alegra que vinieran, Caleb me dejó sola.

-Sí, lo vimos. –Dijo Cristina.

Los cuatro amigos iniciaron pronto una intrascendente conversación acerca de los absurdos problemas por los que atravesaban, una perceptible evidencia de la lozana edad que apenas vivían. En algún momento de la plática, Alex solicitó el servicio de uno de los dependientes del local. A su encuentro llegó Bruno, un chico de tan sólo dieciocho años, que abandonó sus estudios de secundaria negándose a seguir tolerando las burlas y humillaciones que recibía a diario, luego de que se supiera su homosexualidad.  Aunque ellos hubieran preferido algo con alcohol, debido a su minoría de edad, tan sólo pudieron pedir cuatro bebidas gaseosas.

-Invité a Laura, aunque no estoy segura de que venga. –Habló nuevamente Cristina.

-Deberíamos ir a visitarla. –Articuló Christopher.

-No. –Se apresuró a decir Alex, cautivando la atención de los demás. –Lo mejora para ella es estar sola, cuando se sienta preparada volverá a ser la misma de antes.

-No lo sé, creo que deberíamos apoyarla. –Opinó Vanesa.

-Yo ya he pasado por ese dolor. Cuando mi mamá falleció, lo último que quería era hablar con alguien, créanme. –Insistió Alex, ninguno fue capaz de contradecirlo. No podía plantarse en la puerta de su casa, como si nada hubiese pasado. Alex, sólo esperaba que el tiempo ayudara a sanarla, pero bien sabía que su daño era irreversible.

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