El revuelo comenzó a salirse de control, llamando la atención de las personas que se encontraban allí cenando. Lola se puso de pie, fingiendo encontrarse confundida y atemorizada, y se dirigió detrás de su cita de esa noche buscando refugio tras la mujer que gritaba su nombre de forma incesante.
_¿Quién es ella?
Él no respondió a la pregunta, pero tampoco le quitaba los ojos de encima. Como si estuviese intentando idear cómo saldría ileso de esos aprietos en los que se había metido. En un momento de lucidez se giró hacia ella, tomándola delicadamente de los brazos.
_Escucha, creo que será mejor que te marches de aquí.
Lola asintió, inundando sus ojos de la mejor inocencia fingida. Vestida bajo una piel de cordero, tomó su abrigo junto a sus cosas marchándose entre la multitud de personas curiosas que se habían puesto de pie para observar la bochornosa escena. Para su suerte, aquella mujer se encontraba tan furiosa con su propio marido que no había logrado visualizarla saliendo del lugar. Una vez que ya se encontraba en la puerta revisó todos sus elementos para asegurarse de que no le faltaba nada. Tocó su cartera, su abrigo, y luego los bolsillos de éste. Sonrió al ver que con éxito había logrado tomar la billetera de aquel hombre de sus manos sin que siquiera lo notara, ya que se encontraba demasiado ocupado prestándole suficiente atención al revuelo causado por su esposa.
De todas formas, no quiso abusar de su propia suerte por lo que una vez fuera del restaurante, trotó calle abajo para que en cuánto se diera cuenta de la carencia de sus pertenencias, no intentaran perseguirla. Cuando ya parecía encontrarse lo suficientemente lejos del lugar, y luego de asegurarse en reiteradas ocasiones que nadie la estuviera siguiendo se metió dentro de un cajero automático. Recién allí, de forma cautelosa, revisó su billetera. Su pecho casi toca el suelo cuando descubre que aquel hombre tenía más de cinco mil dólares en efectivo en ese mismo instante. Sin perder tiempo los guardó dentro de un pequeño bolsillo en su vestido, para luego sacar la tarjeta de su banco con la que pensaba retirar aún más dinero. Debía aprovechar cada segundo, pues estaba segura de que en la mañana bloquearían todas sus cuentas impidiendo sacar siquiera un solo centavo.
Metió la tarjeta en la ranura y dictó el número de cuenta que le había otorgado su esposa. Sin embargo y para su sorpresa, sólo le dictaba que era una clave errónea. Intentó una, dos y tres veces hasta que la frustrante realidad le colmó la paciencia. Golpeó con fuerza la pantalla del cajero en una rabieta, al darse cuenta que la esposa la había engañado. Jamás le dio la clave verdadera y por lo tanto, no había forma de sacarle algo más de lo que tenía en efectivo.
Lola tiró el resto de sus tarjetas y su billetera al suelo del lugar, pateándolos y esparciéndolos por el suelo. Se arrepentía tanto de no haberle pedido algún depósito bancario en forma de garantía. Tanto esfuerzo había sido en vano, pues no había podido sacar siquiera la mitad de lo que se imaginaba en esa noche, poniendo además en peligro su propia integridad en más de una ocasión. Tomó sus cosas y salió hacia la calle a buscar algún taxi que la llevara nuevamente hacia su hogar. A pesar de que no era el dinero que esperaba, sabía que con aquello que había conseguido sobreviviría lo suficientemente bien junto a su hermana.
Finalmente, luego de un par de minutos un taxi se avecina a la vista. Al ser altas horas de la noche, Lola no duda en subirse a éste, indicándole su dirección. El camino se vuelve silencioso, pues parece que el conductor no tenía demasiadas ganas de entablar una conversación y si se ponía sincera, ella tampoco. A tan sólo unos metros de distancia Lola saca su cartera para pagar por el viaje, sacando también las llaves de su hogar en el transcurso. De forma casi inconsciente dirige su mirada a la puerta, esperando encontrarse con ese familiar paisaje al que tanto acostumbraba a volver en altas horas de la noche.
Sin embargo, en cuanto dirigió su mirada a la entrada de su casa, no la pudo quitar. El aire se detuvo en medio de su respiración, como si sus pulmones se hubiesen cerrado. Comenzó a sentir el latido de su corazón detrás de su oreja mientras la adrenalina pinchó sus venas como una sobredosis de energía. Sentía que el taxista le estaba diciendo algo, pero le era imposible entender las palabras que se le oían tan lejanas. Como pudo tomó unos cuántos billetes y se los dejó sobre el asiento trasero, bajando aún en estado de sorpresa. El taxi arrancó nuevamente su camino y la dejó allí, frente a su pórtico y mirando a su puerta que se encontraba abierta.
Miles de preguntas le comenzaron a carcomer la mente, mientras subía escalón por escalón hasta la entrada. Ella estaba segura de que había cerrado la puerta bajo llave, ¿Pero acaso realmente lo había hecho? Ahora no tenía forma de saberlo. Sólo le quedaba asumir que, alguien había entrado definitivamente a su casa. Con una de sus temblorosas manos tomó el pestillo de la puerta, empujándola para abrirla completamente. Puso primero un pie sobre la entrada, y luego de unos segundos, metió el otro. Sus ojos revistieron todo el lugar, notando el desorden que había por todos lados. Parecía que un huracán había arrasado con el apartamento completo.
Tragó en seco, soltando sus cosas en el suelo mientras caminaba casa adentro. Abrió primeramente la puerta de su habitación, notando como también se encontraba tirada patas arriba. Todo estaba esparcido por el suelo, y no quedaba una sola pieza de joyería. Tampoco muchos de sus zapatos y abrigos. Todo lo que parecía ser de valor se lo habían llevado. Pero a Lola no le interesaba eso. Lo material era lo de menos, realmente. Sabía que no se trataba de nada que no pudiera recuperar. Lo que la aterraba era abrir la puerta del cuarto de su hermana menor. Su mano temblaba mientras sus ojos sin ningún ápice de emoción observaban la puerta. Ningún sonido provenía de adentro. El corazón de Lola latía con fuerza en su pecho mientras encontraba las agallas para abrir aquella puerta que tantas veces había cerrado en las noches despreocupada, despidiéndose de Miel para ir a buscar algo de dinero.
Luego de encontrar la valentía de abrir la puerta de par en par, se dio cuenta que se arrepentía grandemente de su acción. Pues peor que encontrarse algo, había sido el escenario de no encontrar nada. La habitación de su hermana se encontraba extrañamente intacta, pero así también, nadie se encontraba dentro de ella. Un oscuro frío se colaba por la ventana, mientras aquel cuarto yacía en las penumbras de la noche. Su hermana no estaba. Definitivamente si lo estuviera, ya habría salido a su encuentro.
Sin poder tener la capacidad de procesarlo completamente, Lola se derrumbó en sus propias piernas, cayendo de rodillas al suelo. Al suelo frío y áspero, que acogía sus cálidas piernas. La brisa se colaba por la puerta aún entreabierta y le soplaba sin piedad en su espalda descubierta, dándole repetidos escalofríos. Pero ninguna de estas sensaciones superficiales parecía conmoverla. Sin siquiera saber cómo había podido suceder, había perdido a la única compañía que tenía en su vida. A su responsabilidad más grande.
Lola se hacía muchas preguntas. Los típicos “¿Por qué?” Y “¿Cómo?” Se agolpaban en su mente mientras intentaba descifrar qué era lo que había salido mal. Necesitaba saber cuál había sido su error ante esto, y culparse de ello completamente porque, aunque así no lo quisiera, no tenía nadie más a quién señalar de culpable por lo ocurrido.
El día comenzó a teñir las calles de un amarillento otoñal, mientras la luz del sol comenzaba a colarse entre las finas cortinas de las distintas ventanas. Pero ella seguía ahí, en el suelo de la habitación de su hermana, haciéndose mil preguntas y obteniendo cada vez menores respuestas. Sentía una tristeza enorme, pero ni una sola lágrima se deslizaba por su rostro. Parecía como si su cabeza hubiera apagado todas las emociones, dejándola en un estado total de parálisis.
El pecho le ardía y su cuerpo temblaba mientras miraba al final del pasillo los cinco mil dólares caídos de su bolso, en el suelo. Los miró sintiendo como nunca en su vida, un gran arrepentimiento por ello. Soltó un pesado suspiro, mientras veía las penumbras desaparecer bajo el cielo diurno, del que no había tenido noción. Parecía haberse quedado horas en la manera en la que se encontraba, aunque ella lo sintiera tan sólo como fugaces minutos.
Miel se había ido.
No, no se había ido. Tiene diez años. Las niñas de diez años no se marchan a ningún lugar.
A Miel se la habían llevado. Se la habían arrebatado de sus propios brazos en circunstancias de mucha cobardía. Y a pesar de que aún no sabía cómo, se encargaría de buscar bajo cada recóndito lugar de la ciudad a su hermana pequeña, cueste lo que cueste.
Y esto último, era tan cierto como el hecho de que realmente Lola no tenía nada más para perder.
Había pasado un mes desde la desaparición de Miel, y a Lola se le había hecho una eternidad día tras día. Había ido con todos los medios y recursos que tenía a su alcance, pero ninguno parecía realmente interesado en ayudarla. La policía había dicho que existía una investigación en curso, pero sabía que no podría insistir tanto con ellos ya que podrían sospechar de ella y sus fechorías. Se había dedicado a buscarla sola, cuadra por cuadra, por la ciudad. No había recorrido todos los rincones de ésta, pero estaba segura que había transitado mucho camino en su búsqueda. Sin embargo, todos los días de igual manera el resultado no cambiaba. Volvía cansada, con sus manos vacías y sin tener idea de a dónde se podía encontrar. Luego de la primera semana de búsqueda, Lola cayó en una profunda depresión. La soledad la acobijaba mientras se la pasaba dentro de su cuarto, mirando el techo. Se sentía inútil, devastada y muy culpable. Sabía en el fondo que no tenía forma de predecir el hecho,
Preguntó de forma simpática, con una sonrisa. Sin embargo, Lola lo observaba con una expresión neutral y totalmente desconfiada de su parte. Pues hasta donde ella tenía conocimiento, las únicas personas que sabían su nombre eran debido a que ella tenía intención que así fuese. Pero este sujeto en particular, podría asegurar que no lo había visto nunca antes. Ni por la zona, ni tampoco fuera de ella. Sin ningún reparo por disimular, ella le dio una mirada de arriba abajo, de forma desconfiada. _¿Quién eres? Preguntó finalmente, en un tono defensivo. Él le extendió su mano con intención de estrecharla con la de ella, pero sólo recibió la mirada fría y desconfiada de Lola mientras aguardaba por su respuesta. Finalmente, sólo guardo su mano nuevamente dentro de su bolsillo mientras procedía a aclarar su garganta para contestar. _Mi nombre es Jim. Un gusto conocerte. _¿De dónde sacaste mi nombre, Jim? Preguntó ella, mirando hacia el estante de botellas de la barra, mientras
Éste tragó en seco mientras levantaba ambas de sus manos, dejándolas a la vista de ella. _Escucha Lola, no hace falta que hagas esto. Realmente no intento hacerte daño. Aseguró él. Sin embargo, Lola no creía palabra alguna. Apenas si confiaba en ella misma, como para fiarse ante un desconocido que no sólo sabía su nombre, sino también el de su hermana menor. _ ¿Cómo es que sabes mi nombre? - Preguntó ella, aun apuntándole fríamente. - ¿De dónde es que conoces a Miel? _ Sólo baja el arma y prometo que te explicaré.-Pidió de forma calmada, levantando uno de sus brazos con cuidado. - No hace falta que te pongas de esta manera. Alguien puede salir lastimado aquí. Ella lo miró de arriba abajo, tensando su mandíbula con enojo. _ ¿Para qué? ¿Acaso quieres que baje el arma para poder llamar a tus amigos y así puedan rescatarte? Él la miró en silencio,pensativo, mientras fruncía su ceño con confusión. Ella señaló de forma tosca, con la punta de la pistola, el bolsillo derecho de su pa
Oliver despertó otro día más en su departamento, dispuesto a dirigirse a su trabajo. Era en definitiva uno de los más aclamados agentes del lugar, por lo que no dudaron en llamarlo a una reunión de emergencia cuando parecieron haber encontrado pistas sobre un caso que habían estado investigando durante los últimos meses. Sonaba lo suficientemente convincente para que decidiera aparecerse a pesar de ser ese su día libre. Se vistió con rapidez y salió en su auto hacia su trabajo. Llegó luego de un largo y congestionado tramo, siendo recibido por su asistente que le seguí a el paso a su lado. _Te esperan en la sala de conferencias. -Le comentó, acercándole un vaso de café. Él lo tomó entre sus manos mientras ambos entraban en el ascensor. _ ¿No tienes noticia de sobre qué se trata la reunión? Ella negó rápidamente con su cabeza. _No, se han mantenido bastantes reservados al respecto. Oliver asintió en silencio, pensativo. Le dio otro sorbo largo a su vaso de café antes de volv
Y no podía evitar pensar en que podía ser posible que recupere a su hermana y, no conforme aún con eso, también se vería beneficiada de una gran cantidad de dinero, muchísimo mayor incluso a lo que estaba acostumbrada a conseguir. Asintiendo con su cabeza, estrechó la mano de Charles con una tímida sonrisa. Éste se la devolvió casi al instante, notablemente animado de ver que había aceptado su propuesta. _¿Esto es en serio? Comentó de fondo Oliver, aún perplejo. Charles giró su mirada hacia él, frunciendo su ceño. _Sigo sin comprender qué es lo que tanto te molesta sobre esto, Evans. _Me resulta absurdo. Si vamos al caso, estoy seguro de que cualquier mujer puede hacer lo que ella hace. Charles movió su cabeza hacia un lado mientras le escuchaba. _¿No crees que quizás la estés subestimando un poco? Lola tocó delicadamente el brazo de Charles captando su atención y pidiéndole sutilmente que se detenga. Luego, de manera delicada se puso de pie lentamente. _Tranquilo, no hac
Finalmente, luego de ingresar por aquella puerta dieron con un largo pasillo un tanto más oscuro que el resto del edificio. Al final de éste, se encontraba lo que parecía ser un amplio salón con diferentes elementos de entrenamiento físico. Incluso, para el momento en el cuál ellos habían entrado dentro se encontraban dos personas entrenando dentro de un ring de pelea, mientras una tercera persona se encontraba desde afuera dándoles diferentes indicaciones. Al caminar ambos dentro, captaron rápidamente la atención de los presentes, quienes saludaron alegremente a Oliver, que les devolvió el saludo con una sonrisa mientras sacudía su mano de un lado a otro. La mujer que se encontraba dando indicaciones por fuera del ring se acercó a ambos con una simpática sonrisa, dispuesta a saludarles. _Este es el salón de equipo de ataque. -Indicó Oliver. -Aquí vendrás a entrenar al menos tres días a la semana, hasta que notemos que estás físicamente acorde a lo que se requiere para la misión
_Eres bastante extraña a veces. Respondió él, siguiéndola. _Estás confundido, yo no soy quien metió un puñetazo al aire como respuesta ante un chiste. Le reprochó rápidamente Lola, caminando despreocupada delante de él. Oliver notó que, a pesar de que pudiera estar o no de acuerdo con el plan de su jefe en incluirla a la misión próxima, ella definitivamente tenía algo particular que no concebía en otra mujer. Suponía por el momento que se trataba de la voraz manera en la que no tenía miedo a responder a las cosas, incluso si eso atraía controversia. Algo dentro suyo no dejaba de pensar que, entre el carácter de ambos, sólo podrían ocurrir dos cosas: podrían volverse una dupla realmente explosiva o, al contrario, encender todo en llamas ante el mal hábito de ambos en querer tener la última palabra siempre. Volviendo en si, intentó alcanzar el paso de su nueva compañera que ya había conseguido pasarle por varios metros delante. Caminando a su lado, chasqueó su lengua captando la
El camino de ida fue silencioso, pues lejos de comenzar una conversación con el chofer, Lola se encontraba demasiado ocupada con su vista sobre los inmensos-y desde su perspectiva, infinitos- edificios que se erguían a lolargo de su camino. No pasaron más de unos veinte minutos cuando finalmente el auto estacionó frente a un gran hotel de aspecto increíblemente lujoso. El chofer se encargó de abrir la puerta de ella de forma caballerosa para que pudiera bajarse, y luego de un cordial saludo de despedida, se quedó unos momentos de pie contemplando la imponente edificación a su frente. El hotel en cuestión, tenía escrito “Hillton” en unas grandes letras luminosas, que acompañaban la entrada de puertas de cristal. Una alfombra desde la calle te daba la bienvenida hasta la entrada, en donde la recepcionista aguardaba con una gran sonrisa a que pidieras por tu habitación. Lola, aún sorprendida ante el llamativo hotel, dio unos pequeños y tímidos pasos hacia adelante hasta quedar baj